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El herrero

Después de un día agotador en la empresa donde trabajo, decidí llevar al herrero que había hecho un trabajo excepcional en la oficina para que hiciera unas rejas en el patio trasero de mi casa. Al llegar, abrí la puerta y saludé a mi esposa, que justo estaba en el recibidor.

Inmediatamente, noté cómo los ojos del herrero se desviaron hacia los senos de mi esposa. Ella, ajena al principio, sonrió amablemente y le ofreció una bebida. Pero la mirada del herrero no se despegaba de ella. 

Mientras le mostraba el patio y explicaba el trabajo a realizar, mi esposa se retiró, su figura marcada por un pantalón ajustado. Al verla irse, el herrero parecía hipnotizado por su trasero. Podía ver cómo su entrepierna comenzaba a reaccionar de manera evidente a la vista, lo cual me hizo sentir una mezcla de molestia y sorpresa.

Decidí entonces apresurarme para terminar la conversación sobre el trabajo de las rejas, esperando que su profesionalismo regresara y pudiéramos mantener la situación lo más normal posible. Pero mientras discutía con el herrero los detalles de las rejas para el patio trasero, noté que aunque sus oídos parecían atenderme, sus ojos seguían el movimiento de mi esposa cada vez que ella se movía por la habitación, especialmente fijándose en su trasero.

Finalmente, acordamos que empezaría el trabajo al día siguiente. Al momento de despedirse, vi cómo se ajustaba los pantalones y, al hacerlo, no pude evitar notar el bulto prominente en su entrepierna. Era innegable que su miembro, claramente delineado por la tela, llegaba hasta la mitad del muslo, algo que me tomó por sorpresa y me hizo sentir una mezcla de incomodidad y curiosidad ante la situación.

Al día siguiente, el herrero llegó temprano a pesar de tener casi 60 años. Su físico era impresionante, algo que no se esperaba para su edad. Vestía una musculosa que dejaba ver sus brazos bien definidos y un pantalón muy ceñido que no dejaba mucho a la imaginación.

Mi esposa, al recibirlo, no pudo evitar que sus ojos se dirigieran directamente a su entrepierna, notando el volumen considerable que se marcaba en su ropa ajustada. Con una mezcla de sorpresa y quizás algo de curiosidad, ella le ofreció un café mientras él comenzaba a preparar sus materiales.

Me fui a trabajar, dejando a ambos en casa, con una sensación extraña al imaginar cómo se desarrollaría el día con este herrero de aspecto tan imponente trabajando en nuestro patio.

El herrero comenzó a trabajar, y mi esposa, desde la discreción del comedor, lo observaba de lejos, fuera del campo visual de él. En un momento, el herrero llamó a la puerta, pidiendo permiso para cambiarse de ropa para no ensuciarse durante el trabajo.

Cuando regresó, llevaba puesto un short deportivo increíblemente pequeño que, en lugar de ocultar, hacía aún más evidente el contorno de su enorme verga. La tela se ajustaba de tal manera que cada movimiento que hacía se notaba la prominencia de su miembro, algo que mi esposa no pudo dejar de notar, aunque trató de disimular su curiosidad volviendo a sus tareas.

Al mediodía, la llamé para saber cómo iba todo con el herrero en casa.

—Todo bien, es muy trabajador y callado —me dijo ella, sin revelar que había estado observándolo con un interés más allá de lo profesional. Yo, sin sospechar nada, continué con mi día.

Mientras tanto, mi esposa había decidido ponerse un bikini negro de encaje que se transparentaba a través de su vestido, buscando quizás llamar la atención. Le llevó un vaso de agua al herrero, aprovechando la oportunidad para observar más de cerca esa enorme verga que el short deportivo apenas contenía, todo esto mientras yo estaba completamente ajeno a la situación.

Mientras el herrero bebía el agua que mi esposa le había llevado, sus ojos se posaron sobre ella, observando el bikini negro de encaje que se transparentaba bajo el vestido. Con una evidente mueca de lujuria, se acomodó la verga, que ya estaba notoriamente dura y había crecido lo suficiente como para que el glande se asomara por debajo de la pierna del short deportivo.

Mi esposa, sin apartar la mirada de esa impresionante visión, sintió una mezcla de sorpresa y excitación al ver cómo la situación se intensificaba, sabiendo que ambos estaban jugando un juego peligroso de miradas y deseos ocultos.

El herrero, aprovechando la situación, comenzó a entablar conversación con mi esposa, llevando la charla hacia temas con dobles sentidos y connotaciones sexuales. Mientras hablaba, sus ojos recorrían las curvas de ella, visibles gracias al bikini de encaje bajo el vestido.

Con cada palabra cargada de insinuación, su verga parecía tomar vida propia, creciendo y moviéndose bajo el short, como si quisiera participar en la conversación. La tensión sexual se hacía palpable, y mi esposa, aunque consciente de que jugaban con fuego, respondía con sonrisas y comentarios que no hacían más que alimentar el juego erótico que se estaba desarrollando ante mis ojos ausentes.

El herrero, con la voz más ronca y cargada de deseo, comenzó a charlar con mi esposa, llevando cada comentario al terreno del sexo. Hablaba de cómo trabajaba "duro y profundo" en el metal, haciendo un claro juego de palabras mientras miraba fijamente a su escote y sus caderas.

—"Sabes, me gusta trabajar con cosas que respondan a mis manos," dijo, sus ojos fijos en el cuerpo de mi esposa, mientras su erección se hacía cada vez más evidente, casi saltando del pequeño short que apenas la contenía. El glande ya no solo asomaba, ahora prácticamente se mostraba, marcando el contorno de su enorme verga que parecía palpitar con cada frase.

Mi esposa, sintiendo la intensidad de la mirada y las palabras, respondió con un tono juguetón, comentando sobre lo importante que era "saber manejar bien las herramientas", mientras se ajustaba sutilmente el vestido, consciente de que cada movimiento provocaba más deseo en el herrero. La conversación se había convertido en un juego de seducción, con cada frase más explícita y cada mirada más cargada de lujuria.

Mientras mi esposa seguía hablando, completamente hipnotizada por la visión de esa verga que parecía desafiar las leyes de la física bajo la tela del short, el herrero se sentó en un banco para continuar su trabajo. En ese momento, su verga, ya no contenida, salió casi completa por debajo del short, exponiéndose en toda su magnitud.

Mi esposa se quedó literalmente sin palabras, sus ojos fijos en esa visión impresionante, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba a la cruda y explícita realidad frente a ella. El ambiente estaba cargado de una tensión sexual que ninguna palabra podría describir, mientras ella intentaba recomponerse, aunque sus ojos y pensamientos seguían atrapados en esa imagen.

El herrero, viendo la reacción de mi esposa, preguntó con una voz cargada de doble sentido:

—¿Estás bien?

Mientras hablaba, su verga, que parecía tener vida propia, se movió como una anaconda, ondulando lentamente sobre el banco, cada movimiento destacando su tamaño y dureza. Mi esposa, sin apenas respirar, solo pudo asentir con la cabeza, sus ojos fijos en ese espectáculo tan crudo y directo, incapaz de articular palabra alguna debido al shock y la excitación que la escena provocaba en ella.

El herrero, con su verga aún erguida y palpitante, avanzó hacia mi esposa con una determinación que no dejaba lugar a dudas de sus intenciones. Con una mano firme, levantó el vestido de mi esposa, dejando al descubierto su hermoso culo, que resplandecía bajo la luz natural que se colaba por las ventanas del comedor. Su piel se veía suave, invitadora, y el herrero no pudo evitar detenerse un momento a admirarla.

Sin más dilación, la tomó suavemente por los hombros y la guió hacia abajo, colocándola de rodillas frente a él. Su miembro, grueso y venoso, apuntaba directamente hacia su rostro, la punta brillante y ligeramente húmeda con anticipación.

Ella abrió la boca, pero se encontró con un desafío inmediato; la enormidad de esa barra de carne era más de lo que había esperado. Intentó envolver sus labios alrededor de la cabeza ancha, pero el grosor del miembro la obligaba a estirar su boca al máximo. La vena prominente que corría a lo largo de la verga añadía una textura rugosa que hacía aún más difícil la tarea.

Con cada intento de avanzar más hacia el fondo de su garganta, mi esposa luchaba por respirar, sus ojos se humedecían por el esfuerzo. El sabor salado y musgoso de su piel llenaba sus sentidos mientras intentaba acomodar más de esa longitud, pero la realidad era que solo podía tomar una porción de ese miembro impresionante. Sus manos se movían en conjunto con su boca, tratando de compensar lo que sus labios no podían abarcar, deslizándose sobre la carne dura y caliente.

El herrero, observando cada uno de sus esfuerzos, la miraba con una mezcla de lujuria y admiración, disfrutando de la visión de su lucha por complacerlo, la forma en que sus labios se estiraban y cómo sus ojos se encontraban con los suyos en medio de su esfuerzo por adaptarse a su tamaño.

Sin saber lo que estaba sucediendo en mi propia casa, decidí llamar a mi esposa para avisarle que llegaría más tarde de lo esperado. Mi primer y segundo llamado pasaron sin respuesta, lo que me hizo fruncir el ceño con preocupación.

Al tercer intento, para mi sorpresa, no fue mi esposa quien respondió, sino la voz profunda y ligeramente jadeante del herrero.

—Hola —dijo, su tono con un claro matiz de diversión—. Tu esposa salió al supermercado por un momento. Como vuelves más tarde, tengo más tiempo para darle verga.

Luego, con una voz que mezclaba autoridad y lujuria, le dijo a mi esposa:

—Sigue chupando.

Yo, ajeno a todo esto, solo escuché las palabras de la llamada.

El herrero, aprovechando el momento, la levantó del suelo con una fuerza que desmentía su edad. La elevó hasta su pecho, y mi esposa instintivamente envolvió sus piernas alrededor de él, abrazándolo con fuerza. 

Con una mano experta, él corrió a un lado su tanga, dejándola expuesta. Sin más preámbulos, introdujo los 24 cm de su verga en ella, penetrándola profundamente. La sensación de ser llenada por semejante tamaño hizo que mi esposa se arqueara hacia atrás, su cuerpo incapaz de soportar el placer y la presión de esa enorme pija, su respiración entrecortada por el asombro y el éxtasis.

Después de haber experimentado una cantidad incalculable de orgasmos, el herrero, con un movimiento que evidenciaba su dominio y experiencia, la levantó de su verga, separándola de esa unión profunda que habían compartido. Su miembro, aún erecto y brillante con los fluidos de ambos, se liberó de su interior con un sonido húmedo que resonó en el aire cargado de deseo.

Con su respiración aún agitada, el herrero la miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de satisfacción y anticipación por lo que vendría. Con una voz que era a la vez ronca y autoritaria, le dijo:

—Hoy solo te voy a coger la concha para que te acostumbres a mi poronga. La próxima vez será tu hermoso culo.

Sus palabras eran claras, cargadas de una promesa de más placer, más exploración, más posesión. La idea de que esto era solo el comienzo, que su cuerpo sería explorado aún más profundamente la próxima vez, hizo que un nuevo escalofrío de anticipación recorriera su piel.

Sin darle espacio para recuperarse del todo, el herrero prosiguió, su voz ahora más suave pero no menos imperativa:

—Ahora chupa mi poronga, que te quiero bañar en leche.

Ella, obedeciendo a esa orden cargada de deseo, se arrodilló frente a él, su cuerpo aún temblando por los orgasmos anteriores. Con una pasión y una desesperación que reflejaban el deseo acumulado, comenzó a chupar su poronga con avidez, su boca moviéndose con urgencia sobre él, queriendo sacarle hasta la última gota de placer.

El herrero, sintiendo cómo cada movimiento de su boca lo acercaba más al clímax, finalmente llegó al punto de no retorno. Con un gemido gutural, liberó una carga de su leche caliente y espesa, llenándole la boca, cubriéndole la cara y las tetas con el fluido viscoso, marcándola con su esencia.

Después de ese momento de liberación, con una voz ahora más calmada pero con un tono de mando, le dijo:

—Límpiala bien.

Ella, aún bajo el hechizo de lo que había pasado, procedió a limpiarlo con una mezcla de devoción y sumisión, asegurándose de que cada rastro de su encuentro íntimo desapareciera. Una vez limpio, el herrero guardó su miembro, volviendo a su apariencia de trabajador normal, y continuó con su tarea como si nada hubiera pasado, su ritmo y concentración inalterados.

Mientras tanto, mi esposa, agotada y dolorida por la intensidad de esa cojida, se quedó allí, su cuerpo sintiendo cada estremecimiento y cada dolor como recordatorio de lo vivido. La mezcla de placer y dolor la dejó en un estado de agotamiento que no había conocido antes, sus pensamientos una mezcla de lo que había sido y lo que aún podría ser en encuentros futuros.

Al llegar a casa, descubrí que el herrero ya se había marchado. El trabajo en las rejas estaba terminado, cada pieza colocada con precisión y cuidado, evidenciando su habilidad y profesionalismo. Pero había más que rejas nuevas en mi hogar.

Mi esposa, visiblemente agotada y con una expresión que mezclaba placer con un dolor sordo, me recibió. No solo se había completado el trabajo en las rejas, sino también un trabajo diferente, más íntimo y personal. Su cuerpo, marcado por la evidencia de lo que había sucedido, estaba lleno de la leche del herrero, su piel aún con restos de ese encuentro. Su concha, evidentemente maltrecha, mostraba los signos de haber sido sometida a una verga de dimensiones que había superado cualquier experiencia previa, dejándola en un estado de placer y dolor que era palpable en cada uno de sus movimientos.

Esa noche, mientras dormía a mi lado, las palabras del herrero resonaban en su cabeza, "la próxima vez será por el culo". Una mezcla de miedo y curiosidad la envolvía, imaginando cómo sería sentir esa poronga tan grande en su culo, un pensamiento que la excitaba y la asustaba en igual medida. Así, con la mente llena de imágenes y sensaciones anticipadas, se quedó dormida, su tanga empapada por la humedad que estas ideas provocaban en ella.

2 comentarios - El herrero

Elefante1978
Muy bueno!!! Ojalá tenga que hacer otro trabajo en tu casa ese herrero.