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Capítulo 4: Una paja que gana tiempo

Capítulo 4: Una paja que gana tiempo
Después de esa tarde en la playa donde hablamos, las cosas con Nico siguieron subiendo de temperatura. El verano no daba tregua, y nosotros tampoco. Nos veíamos casi todos los días: playa, helados, plazas, cualquier excusa era buena para estar juntos. Pero desde esa charla en las rocas, algo había cambiado. Él no me apuraba, como me había prometido, pero yo sentía sus ganas en cada mirada, en cada roce, y la verdad es que las mías también estaban a flor de piel. Me encantaba demasiado, y aunque todavía no me animaba a dar el paso grande, no quería que se cansara de esperar.
Una tarde, unos días después, terminamos en su casa otra vez. Habíamos ido a tomar algo fresco por ahí, pero el calor estaba insoportable, y él me dijo: “Venite un rato, Emma, en casa hay ventilador y está más tranqui”. Yo sabía que no íbamos a quedarnos mirando el ventilador, pero igual fui, con un short cortito y una remerita suelta que se me pegaba al cuerpo por el sudor. Llegamos, y apenas entramos, me tiró contra la pared del living, besándome con esa mezcla de suavidad y urgencia que me volvía loca. “No sabés las ganas que te tengo, Emma”, me dijo entre besos, y yo, riéndome contra su boca, le tiré: “Se te nota, Nico, pero vos también me tenés mal”.
Nos fuimos al sillón, como aquella vez, pero esta vez no me subí encima de entrada. Nos sentamos medio desparramados, y él me agarró la cintura, tirándome contra él para seguir comiéndome la boca. Sus manos se metieron rápido por debajo de la remerita, rozándome la panza y subiendo hasta las tetas, apretándolas por encima del corpiño mientras yo le mordía el labio. Estaba caliente, más que nunca, y se le notaba en cómo me tocaba, cómo me apretaba contra él. Pero yo todavía no quería que pasara a más, no ese día. Igual, verlo así, tan prendido, me dio una idea. Quería calmarlo, darle algo sin irme de lo que ya habíamos hecho antes.
Le puse una mano en el pecho y lo empujé suave para atrás, separándome un poco. “Pará un segundo, Nico”, le dije, y él me miró con cara de perdido, respirando pesado. “¿Qué pasa?”, me preguntó, medio preocupado, pero yo le sonreí pícara y le dije: “Nada pasa, Nico, quedate ahí”. Me acerqué de nuevo, pero esta vez le puse las manos en las piernas, abriéndoselas un poco mientras me acomodaba más cerca. Él se dio cuenta de a qué iba y se le dibujó una sonrisa, pero no dijo nada, solo se recostó más en el sillón, dejándome hacer.
Le desabroché el short despacio, mirándolo a los ojos, y metí la mano por encima del bóxer, rozándole la pija que ya estaba dura como piedra. “¿Así estás, eh?”, le tiré, medio en joda, y él se rió bajito: “Por tu culpa, Emma, vos me ponés así”. Bajé el bóxer un poco, lo justo para sacársela, y la agarré con una mano, sintiendo cómo latía contra mi palma. Era gruesa, caliente, y se le marcaban las venas de lo dura que estaba. Empecé despacio, moviendo la mano de arriba abajo, apretándola suave pero firme, mientras lo miraba para ver cómo se le iba la cara. Él cerró los ojos un segundo, dejando caer la cabeza para atrás, y se le escapó un gemido corto que me calentó todavía más.
“¿Te gusta, Nico?”, le pregunté, y él abrió los ojos, clavándomelos: “No sabés cuánto, Emma, seguí así”. Aumenté el ritmo, apretándola más en la base y deslizando los dedos por la punta, donde ya estaba húmeda. Le pasaba el pulgar por ahí, esparciendo eso que salía, y él se mordía el labio, respirando cada vez más rápido. Con la otra mano le subí la remera un poco, tocándole el abdomen, sintiendo cómo se le tensaba todo mientras yo seguía trabajándosela. La pija se le ponía más dura, si es que eso era posible, y yo me mordí el labio también, viendo cómo se le iba la cabeza con cada movimiento.
“Emma, me vas a matar”, me dijo con la voz ronca, y yo le sonreí, bajando la cara un poco más cerca, pero sin llegar a chupársela, solo para que sintiera mi respiración ahí. “Eso quiero, Nico, que te mueras un rato”, le tiré, y aceleré la mano, apretándola más fuerte, subiendo y bajando con ganas mientras él se retorcía en el sillón. Sus manos se agarraron del respaldo, como si necesitara sostenerse de algo, y empezó a jadear más fuerte, “Ya está, Emma, ya está…”. Le di unas últimas pasadas rápidas, apretándole la base con fuerza, y de repente se le escapó un gruñido mientras se corría, salpicándome la mano y un poco la remerita. Era un montón, caliente y espeso, y yo seguí moviendo la mano despacito, sacándole hasta la última gota mientras él temblaba y me miraba con los ojos entrecerrados.
Nos quedamos un segundo en silencio, los dos respirando pesado, y después se rió, todavía medio ido. “Sos una loca, Emma, ¿qué me hacés?”, me dijo, y yo me limpié la mano en su remera, riéndome también: “Te calmo un poco, Nico, para que no te desesperes”. Me tiré al lado suyo en el sillón, y él me agarró la cara para darme un beso largo, de esos que te dejan temblando, como si quisiera agradecerme sin decirlo.

1 comentarios - Capítulo 4: Una paja que gana tiempo

lucho197521 +1
Muy buena idea y técnica para calmar su tremenda calentura Uffffffffffffff!!!