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Capítulo 9: El día que lo quise todo

Capítulo 9: El día que lo quise todo


Esa noche dormí como si fuera un ángel, profundo y tranqui, aunque estaba en mi cama sola. Era como si todavía lo sintiera dentro mío, ese calor que me había dejado Nico después de esos dos polvos que me habían agotado. Cuando me desperté al otro día, algo estaba distinto. Dirán “¿tanto por una cogida?”, pero para mí no fue cualquier cosa, fue una de las más importantes de mi vida, la primera vez que me dejé ir así con alguien. Me levanté de buen humor, con una sonrisa que no me podía sacar, y cuando miré mi teléfono, ya tenía mensajes de él. Algunos tiernos, tipo “Sos lo más, Emma, dormí pensando en vos”, y otros más calentitos, como “No sabés las ganas que tengo de verte otra vez, me dejaste loco”. Entre esos, uno decía: “Mis viejos salen esta tarde, venite a casa cuando quieras”. Me puse caliente de nuevo solo de leerlos.
Me vestí tranqui, con un short de jean cortito y una remerita suelta, sin corpiño porque el calor seguía pegando y porque sabía a dónde iba. Bajé a la cocina, me preparé un desayuno rápido —un café con leche y unas tostadas con mermelada— y mientras comía, le contesté a Nico, aceptando su invitación. “Voy tipo 15, lindo, preparate”, le tiré, y él me respondió con un “Te espero, Emma” que me aceleró el pulso. Terminé de comer, me lavé los dientes, me tiré un poco de perfume y salí, con el corazón latiéndome fuerte otra vez.
Llegué a su casa como a las 15, y apenas me abrió la puerta, me comió con la mirada. Estaba en bóxer y una remera vieja, descalzo, con el pelo todavía revuelto de dormir. “Emma, no perdés tiempo, eh”, me dijo, y me agarró de la cintura para darme un beso que me prendió fuego de entrada. Le devolví el beso, metiéndole las manos por debajo de la remera, pero no nos fuimos directo al grano esta vez. Nos quedamos un rato en la cocina, charlando pavadas mientras él sacaba un par de gaseosas de la heladera. “¿Dormiste bien después de anoche?”, me preguntó, con esa sonrisa pícara que me mataba, y yo le tiré: “Como nunca, Nico, pero vos me dejaste pensando en más”. Se rió, apoyándose contra la mesada, y me miró de arriba abajo, haciendo que el calor me subiera otra vez.
Nos sentamos en la mesita de la cocina, con las gaseosas y un paquete de galletitas que había por ahí. Él me rozaba la pierna con la suya por debajo de la mesa, como al pasar, y yo le devolvía el juego, apoyándole la mano en el muslo cada vez que me reía de algo que decía. La tensión se sentía en el aire, como la noche anterior, pero esta vez era más tranqui, más juguetona. “Estás zarpada con ese short, Emma”, me dijo, y yo me mordí el labio, “Vos también estás zarpado con ese bóxer, lindo, se te nota todo”. Nos reímos, pero sus ojos no se despegaban de mí, y yo sentía cómo me iba calentando de a poco con cada mirada.
Después de un rato, nos levantamos y fuimos al living. Él se tiró en el sillón, abriendo las piernas como invitándome, y yo me quedé parada un segundo, mirándolo. “¿Qué pasa, Emma, te vas a quedar ahí?”, me tiró, y yo me acerqué despacio, sentándome al lado suyo primero. Me agarró la cintura y me besó otra vez, más fuerte, metiéndome la lengua en la boca mientras sus manos se colaban por debajo de la remerita. “Sos una tentación”, me susurró, y yo me reí contra su boca, “Vos también, Nico, no te hagas el santo”. Me sacó la remerita por la cabeza, dejando mis tetas al aire, y se acercó a chupármelas, mordiéndome los pezones suave mientras sus manos me desabrochaban el short.
Yo le bajé el bóxer de un tirón, y la pija ya estaba dura, saltando libre contra mi panza. “Esperá un poco”, le dije, y me arrodillé frente a él en el sillón, agarrándole la pija con una mano. Era gruesa, caliente, y se le marcaban las venas como la recordaba. Lo miré a los ojos y me la metí en la boca despacio, chupándole la punta primero, saboreando lo salado que ya tenía. Él gimió bajito, apoyando una mano en mi cabeza, y me dijo: “Emma, me matás así”. Seguí, bajando más, metiéndomela hasta donde podía, sintiendo cómo me llenaba la boca mientras la lengua le rozaba por abajo.
La chupé con ganas, subiendo y bajando, apretándola con los labios y dándole lengüetazos en la punta cada vez que la sacaba un poco. Con una mano le agarré los huevos, masajeándolos suave, y con la otra le apretaba la base, moviéndola al ritmo de mi boca. Él jadeaba, “Emma, seguí, no pares”, y yo aceleré, chupándosela más rápido, sintiendo cómo se le ponía más dura todavía. Me la saqué un segundo para respirar, pasándole la lengua por los lados, y él me miró con los ojos encendidos, “Sos increíble”. Volví a metérmela, casi hasta la garganta, y él me agarró el pelo, guiándome un poco mientras gemía más fuerte.
“Pará, Emma, quiero cogerte otra vez”, me dijo, y me levantó del suelo, tirándome al sillón boca arriba. Se puso un forro rápido, sacándolo de la mesita como la noche anterior, y me abrió las piernas, mirándome la concha que ya estaba mojada de chupársela. “Estás tremenda”, me dijo, y se acomodó entre mis piernas, rozándome la entrada con la punta de la pija. “Dale, Nico”, le pedí, y él entró despacio, llenándome de a poco mientras yo gemía, agarrándome de los almohadones. Esta vez no hubo dolor, solo calentura pura, y él empezó a moverse, entrando y saliendo con un ritmo que me hacía temblar.
Me levantó las piernas, poniéndomelas en sus hombros, y me dio más profundo, pegándome justo donde me volvía loca. Yo le clavaba las uñas en los brazos, gimiendo sin control, “Nico, más, dale más”, y él aceleró, cogiéndome con ganas, sudando encima mío. Sus manos me apretaban las tetas, pellizcándome los pezones, y yo sentía que me iba a romper de lo bien que se sentía. “Emma, me hacés acabar rápido así”, me gruñó, y yo me moví con él, subiendo las caderas para sentirlo más adentro. Me vine primero, temblando debajo suyo, un orgasmo que me hizo arquearme y soltar un grito que no pude aguantar. Él siguió un poco más, jadeando fuerte, y se corrió dentro del forro, gruñendo mientras me daba unas últimas embestidas.
Nos quedamos tirados en el sillón, respirando pesado, con él todavía encima mío un segundo antes de salir y sacarse el forro. Lo tiró a un costadito, riéndose entre jadeos, y me miró: “Emma, sos demasiado”. Yo, todavía temblando, le sonreí: “Vos también, Nico, no te quedás atrás”. Me abrazó, pegándome a su pecho sudado, y nos quedamos así, sabiendo que esto ya era mucho más que una calentura de verano.

1 comentarios - Capítulo 9: El día que lo quise todo

lucho197521 +1
Uffffffffffffff 🔥 que Ricoooooo habra sido para el ,esa primera mamada !!!