Parte 1
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949086/Yoga-con-la-mami-del-jardin.html
parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949734/Yoga-con-la-mami-del-jardin-2.html
parte 3
http://m.poringa.net/posts/relatos/5951102/Yoga-con-la-mami-del-jardin-3.html
parte 4
http://m.poringa.net/posts/relatos/5952002/Yoga-con-la-mami-del-jardin-4.html
parte 5
http://m.poringa.net/posts/relatos/5952679/Yoga-con-la-mami-del-jardin-5.html

Clara no podía dormir. El aire del cuarto estaba espeso, como si la noche hubiera quedado atrapada entre las paredes. Había dormido un rato antes, después de la sesión de yoga, sobre la mat, vencida por el vino y el cuerpo aflojado. Pero ahora —después de todo lo que había pasado con Fabián— era imposible que el sueño volviera. Tenía el cuerpo liviano y pesado a la vez. Vibrando. Todavía sentía a Fabián dentro suyo, y al mismo tiempo, la imagen nítida de Marco con Agustina.
Todo era demasiado.
La noche afuera seguía encendida. El cielo empezaba a clarear muy lentamente, como si el día dudara en llegar. Los grillos seguían cantando. La humedad del río se pegaba a la piel.
Se puso de pie con sigilo. Caminó descalza, hasta encontrar su vestido sobre una silla. Lo alzó, se lo deslizó con movimientos torpes, como si su cuerpo siguiera adormecido pero su mente estuviera alerta, encendida. Agitada.
Buscó un cigarrillo en la cocina, y lo encendió usando la hornalla de la estufa. El clic seco, el leve olor a gas, la primera pitada profunda.
Salió al deck sin hacer ruido. El aire era espeso, dulce, denso de río. Y ahí los vio.
Agustina estaba en el jacuzzi, el agua ondulando apenas, sentada sobre el borde con las piernas dentro. Marco flotaba frente a ella, apoyado contra la pared de piedra, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados. Clara se quedó quieta, a unos metros. Observó sin ser vista.
Agustina giró el rostro. La vio. Y sonrió.
—¿No podés dormir? —preguntó, en voz baja pero clara.
Clara negó con la cabeza y se acercó. Apagó el cigarrillo con el canto del banco de madera, sin quemarse. Agustina se estiró para alcanzarla y le ofreció una mano mojada. Clara dudó apenas. Pero aceptó.
Marco abrió los ojos cuando la vió sacarse el vestido sin pudor. Entró despacio al agua caliente. El contraste del aire fresco le erizó los pezones. Se quedó mirándola. Sintió que no era la misma. No era la Clara con la que había crecido. Era otra. Más suelta, más oscura. Más peligrosa.
—Hola —le dijo ella, sin disimular la carga en la voz.
—Hola —respondió él, tragando saliva.
—¿Y Fabián? —preguntó Marco, Por decir algo, sin saber si quería saber la respuesta.
—Durmiendo —dijo Clara, sin más.
Justo en ese momento, apareció. Sin camiseta, con una lata plateada en la mano.
—¿Hay reunión y no me invitaron? Tengo material para relajar —dijo Fabián, con tono irónico—. Cosecha de mi jefe. Dudosamente legal.
Se acercó al jacuzzi, se agachó y sacó uno. Lo encendió para él, y luego le pasó otro a Clara. Ella lo tomó sin dudar. Marco observaba todo como si no entendiera en qué momento Clara aceptaba un porro con naturalidad.
—¿Y? —preguntó Fabián— ¿Está buena el agua?
—Está mejor ahora —respondió Agustina, que no dejaba de mirar a Clara.
Los cuerpos brillaban por el vapor. El humo flotó, denso y lento, como un velo sobre el agua. Todos fumaron. Todos se miraron. Clara sintió el efecto enseguida: una expansión en el pecho, un cosquilleo en las piernas, una risa interna que no salía.
—Es raro esto, ¿no? —dijo Clara, de pronto—. Somos los papis del jardín.
Silencio. Y luego risa. Primero Agustina. Después Fabián. Marco la miró, entre divertido y desarmado. Clara sonreía. No era una sonrisa cualquiera. Era otra. Una nueva.
Y entonces Agustina se deslizó. Nadó lentamente hacia Clara, sin perderle la mirada. Ella se recostó contra el pecho de Agustina, y Agustina deslizó una mano por su costado, hasta el vientre. Marco las miraba. Su expresión era de asombro absoluto. No había visto nunca a su mujer así. Abierta. Curiosa. Hambrienta.
Fabián se acercó detrás de Marco y le murmuró algo al oído que lo hizo reír por lo bajo. El agua ya no era un límite: era un escenario.
Agustina le besó el cuello a Clara. Un beso lento. Clara cerró los ojos. Marco no sabía dónde mirar. O lo sabía demasiado bien. Tocó la cintura de Agustina, pero sus ojos estaban en Clara.
Clara abrió los ojos y lo notó.
—¿Te gusta verme así? —le preguntó, con una voz que no parecía suya.
Marco asintió, sin palabras.
—Entonces mirá.
Y se volvió hacia Agustina, le tomó la cara y la besó. Con hambre, con lengua. Un beso que fue declaración y promesa. Agustina le respondió con el cuerpo entero, pegándose a ella, acariciándola sin pudor.
La noche se partió en dos.

Fue un beso lento. Cálido. Un reconocimiento. Clara se quedó inmóvil, pero no por miedo. Por intensidad. Su primera vez besando a una mujer, y tenía que ser ella. Agustina. La guía. La bruja. La que había abierto la puerta. Marco miraba. No podía creerlo. Ni él ni Fabián hablaban. Los ojos de ambos ardían. El agua se movía apenas.
Clara rompió el beso y miró a Marco.
—¿Estás bien? —le dijo, con una dulzura que escondía fuego.
Marco asintió. Pero sus pupilas estaban dilatadas. Ya no era su Clara. O tal vez sí. Solo que ahora se le revelaba completa.
Las manos de Agustina viajaron por la cintura de Clara bajo el agua. Fabián se acercó por detrás de Agustina y la tomó de la cadera. Ella arqueó la espalda, pero sin dejar de besar a Clara.
Fue entonces que Fabián giró la cabeza y miró a Marco. Le tendió la mano. No dijo nada. Solo la ofreció, con los ojos fijos en él.
Marco, sorprendido, no se movió al principio. Hasta que Fabián tomó su mano —como si fuera lo más natural del mundo— y la guió lentamente… hasta el pecho desnudo y mojado de Agustina.
Ella no protestó. Todo lo contrario. Apoyó su mejilla en el hombro de Fabián y gimió apenas. Marco tembló.
—Quedate con ella un rato… —murmuró Fabián en voz baja, cerca del oído de Marco, casi como una orden disfrazada de sugerencia.
Clara lo miraba, y algo en su pecho ardía. No celos. Otra cosa. Algo nuevo. Algo que la encendía.
Fabián entonces rodeó la cintura de Clara y la atrajo hacia él. Se la llevó en silencio, alejándola despacio por el agua mientras Agustina quedaba entre las manos de Marco. Clara dudó solo un segundo, lo justo para saborear la transgresión, y se dejó guiar. Fabián guió a Clara con una calma felina, casi ceremoniosa, hacia el borde opuesto del jacuzzi. La mano de Marco todavía descansaba atrapada sobre el pecho húmedo de Agustina.
El agua les cubría hasta la cintura. El vapor danzaba en espirales alrededor de sus cuerpos encendidos. Clara, empapada y tibia, subió una pierna y la apoyó sobre la piedra húmeda del borde mientras Fabián se acomodaba entre sus muslos. Marco miraba con los ojos entrecerrados, como si ya no supiera quién era esa mujer que respondía sin frenos, como si apenas pudiera creerse que seguía siendo ella. Pero no podía dejar de mirar. Ni quería. Verla así —entregada, distinta, liberada— era como descubrir un cuerpo que había tocado mil veces pero nunca conocido realmente. Su Clara. Su mujer de siempre, la madre de sus hijos, la que conocía desde la adolescencia. Estaba ahí, jadeando bajito, ofreciéndole la concha con descaro a otro hombre. A Fabián. Y se veía gloriosa.
Agustina giró levemente sobre él, sintiendo su erección latente bajo el agua. Le apoyó el pecho en el brazo y le besó el cuello, sin apartar la vista del otro lado. —¿La estás viendo? —susurró con una voz que era pura miel caliente—. Mirala bien…
Marco tragó saliva. No respondió. La tenía justo enfrente. Clara había llevado una mano al cuello de Fabián, lo atraía hacia sí con una urgencia tierna y voraz. Fabián hundió toda la cara sobre su vulva y empezó a chuparla con pasión.
Marco sintió una punzada física en el pecho. Celos, excitación, incredulidad. Todo mezclado.
—Nunca la habías visto así, ¿no? —insistió Agustina, y bajó la mano bajo el agua. Le agarró el miembro sin miramientos, sin suavidad. Lo encontró duro y tembloroso, como él entero. Marco gimió por lo bajo, a medias por lo que sentía y a medias por lo que veía. Fabián hacía un lengüeteo rápido mientras colaba uno de sus dedos en la choncha viscosa. Clara se arqueaba, húmeda por dentro y por fuera, con el cabello pegado a la frente y los labios entreabiertos en un gemido que Marco conocía… pero no así. No tan profundo. No tan libre. Algo se le rompía adentro y al mismo tiempo algo se encendía con violencia.
¿Querés que sigamos mirando? —preguntó Agustina mientras se sentaba a horcajadas sobre él y comenzaba a deslizarse sin apuro, rozándolo apenas bajo el agua.
Marco no contestó. Solo asintió, con los ojos fijos en Clara, como si estuviera viendo una película prohibida de su propia vida.
Clara y Fabián salieron del agua, con los cuerpos mojados y tibios por el vapor. No se secaron. No hablaron. Solo caminaron hasta una reposera ancha, acolchada, bajo el toldo de madera. El aire fresco de la madrugada les rozó la piel como un contraste perfecto.
Fabián se sentó primero. La acomodó sobre él, abierta, sin pudor. Marco pudo ver cómo la pija de Fabián se hundía entre las nalgas de Clara lentamente. Cómo ella recibía ese trofeo sin reservas. Cómo arqueaba la espalda con una intensidad que jamás había visto en su esposa. No así. No de esa forma. Sus muslos mojados contra los de él. Sus pezones duros que rozaban su pecho duro y musculoso.
La mente de Marco ardía. La culpa. La excitación. El miedo. El deseo. Todo junto. Ver a Clara entregada, con el cuello expuesto, las piernas temblando y la voz rota en gemidos bajos… le partía algo adentro. Algo que no sabía si quería reconstruir.
Agustina lo notó.
—¿Te gusta verla así? —le susurró mientras se sentaba sobre él, con suavidad, con ritmo lento pero firme—. Así de libre… así de puta…
La palabra lo atravesó. Nunca nadie había hablado así de Clara. Nunca él se había atrevido a imaginarla en esa versión.
Y sin embargo, ahí estaba.
Clara jadeaba con la cabeza apoyada contra el pecho de Fabián. Mordía sus labios. Le decía cosas que Marco no podía oír, pero que dolían igual. O excitaban. O ambas.
Fabián la movía con seguridad. Como si supiera lo que hacía. Como si supiera lo que ella necesitaba. Cada empuje era una declaración. Clara lo abrazaba con fuerza, con la desesperación de alguien que recién descubre lo que había estado negando toda la vida.
Mientras lo montaba, Agustina se inclinó sobre Marco y le mordió el cuello.
—Mirá cómo se la cogen ¿te gusta ser cornudo, no? —le dijo—mientras su cadera empezaba a marcar un ritmo lento sobre el cuerpo de Marco. Su voz era una cuchilla afilada, consciente de lo que generaba. No quería consolarlo, sino empujarlo al borde del abismo.
Marco la escuchaba, pero no podía apartar los ojos de Clara. De su Clara. La misma con la que había compartido años de rutina, embarazos, cumpleaños infantiles y cenas silenciosas. Ahora, desnuda y mojada, montaba el cuerpo de Fabián con una soltura que le resultaba desconocida. Tenía las manos apoyadas sobre sus hombros, y cada vez que bajaba, lo hacía con una precisión instintiva, voraz, como si se fundiera en un ritmo que había estado esperando toda la vida. Mientras tanto, el agua chapoteaba suave, desacompasada, como si no pudiera seguir el movimiento de las caderas de Agustina sobre él.
Clara gimió fuerte. Sin pudor. Un sonido gutural, hondo, como si algo dentro suyo se rompiera y liberara a la mujer que había estado dormida durante años. Marco sintió que el pecho se le contraía. No por dolor, sino por algo mucho más oscuro y primitivo: el deseo de verla así… de no poder detenerse.
—Eso que ves —siguió Agustina, mientras lo montaba bajando y subiendo sobre él—… siempre estuvo ahí. Y ahora ya no se puede guardar.
Marco apretó los dientes. El placer era real, tangible, húmedo. Agustina se movía con pericia, como si conociera su cuerpo mejor que él mismo. Pero sus ojos seguían fijos del otro lado. Fabián la tomaba de la cintura y la guiaba, firme, con esa potencia desvergonzada que Clara parecía beber con cada embestida. Su pelo mojado se pegaba al cuello, los senos rebotaban con cada movimiento, y en sus ojos había una mezcla de locura y libertad que lo desarmaba.
Ella no lo miraba. Estaba en otra dimensión. Y eso lo excitaba más.
— Qué puta, cómo se lo coge, me encanta— dijo Agustina, jadeando contra su boca—
Marco asintió sin decir palabra, atrapado entre el placer que le subía por la columna y esa visión hipnótica de Clara abriéndose, entregándose, gimiendo contra otro cuerpo. Nunca había estado tan duro. Nunca había sentido tanto. Quiso hablar, pero solo pudo gemir, mientras Agustina lo apretaba contra ella, como si los dos miraran una película prohibida que ellos mismos habían empezado a filmar sin saber cómo iba a terminar.
Y entonces Clara giró el rostro. Por un segundo —apenas uno— lo miró.
Sus ojos se encontraron. Y en ese instante, Marco sintió que el mundo se torcía.
No era la mirada de siempre. No era la de su mujer en casa, la de los lunes cansados o las vacaciones en la costa. Esa mirada tenía hambre. Una oscuridad deliciosa y sin culpa. Clara lo miraba mientras otro la llenaba la concha de pija, mientras se abría sobre ella con un gemido desgarrado, mientras su cuerpo se desbocaba sin pudor ni vergüenza.
Y no apartó la vista.
Se quedó así, observándolo, jadeando abierta, sostenida de los hombros de Fabián, mientras dejaba que el placer le arquease la espalda. Como si le dijera sin palabras: mirá lo que soy ahora.
Marco se sintió arder. El placer que Agustina le daba era real —la sentía húmeda, apretada, envolviéndolo— pero la imagen de Clara lo sobrepasaba. Era demasiado. Era como mirarse en un espejo sucio, distorsionado. Agustina lo montaba como si leyera su cuerpo, pero era Clara la que le prendía fuego la cabeza.
Clara volvió a gemir, más alto, como si respondiera. Fabián la tenía bien sujeta, su voz grave guiándola, diciéndole cosas que Marco no alcanzaba a oír pero sí a imaginar. Le hablaba con tono sucio, dominante, seguro. Clara asintió.
—aha, así hijo de puta, así.
Volvió a hundirse.
Agustina lo apretó fuerte. Estaba cerca, él también. Pero se aferró al momento. Quería verlo todo.
—Decime —insistió ella—le van a llenar la choncha de leche. ¿Te calienta? ¿No?
Marco no pudo mentir.
—Me mata —dijo.
—Entonces mirá.
Y Clara lo hizo. Se quebró en el torso de Fabián, tensa, abierta, húmeda, dejándose ir con un gemido que sonó como un lamento feliz. Fabián la sostuvo con fuerza, marcando las últimas embestidas, hasta quedar adentro, jadeando, sus cuerpos fundidos, aún vibrando.
Marco sintió que el orgasmo le explotaba sin aviso. Agustina sintió la leche tibia llenándola y lo besó con fuerza mientras se arqueaba sobre él, los dos a punto, los cuatro expuestos, desbordados.
—acabo, cornudo hijo de puta— gritó.
El agua del jacuzzi no alcanzó para contener todo eso.
Solo el amanecer, a punto de romper, parecía comprender lo que acababan de desatar.
DENLE AMOR A ESTA SAGA. YA ESTOY PENSANDO EN LA PRÓXIMA. CUÉNTEME SOBRE QUÉ LES GUSTARÍA LEER. SON MI MOTIVACIÓN E INSPIRACIÓN.
Parte 7
http://m.poringa.net/posts/relatos/5956790/Yoga-con-la-mami-del-jardin-7.html
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949086/Yoga-con-la-mami-del-jardin.html
parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949734/Yoga-con-la-mami-del-jardin-2.html
parte 3
http://m.poringa.net/posts/relatos/5951102/Yoga-con-la-mami-del-jardin-3.html
parte 4
http://m.poringa.net/posts/relatos/5952002/Yoga-con-la-mami-del-jardin-4.html
parte 5
http://m.poringa.net/posts/relatos/5952679/Yoga-con-la-mami-del-jardin-5.html

Clara no podía dormir. El aire del cuarto estaba espeso, como si la noche hubiera quedado atrapada entre las paredes. Había dormido un rato antes, después de la sesión de yoga, sobre la mat, vencida por el vino y el cuerpo aflojado. Pero ahora —después de todo lo que había pasado con Fabián— era imposible que el sueño volviera. Tenía el cuerpo liviano y pesado a la vez. Vibrando. Todavía sentía a Fabián dentro suyo, y al mismo tiempo, la imagen nítida de Marco con Agustina.
Todo era demasiado.
La noche afuera seguía encendida. El cielo empezaba a clarear muy lentamente, como si el día dudara en llegar. Los grillos seguían cantando. La humedad del río se pegaba a la piel.
Se puso de pie con sigilo. Caminó descalza, hasta encontrar su vestido sobre una silla. Lo alzó, se lo deslizó con movimientos torpes, como si su cuerpo siguiera adormecido pero su mente estuviera alerta, encendida. Agitada.
Buscó un cigarrillo en la cocina, y lo encendió usando la hornalla de la estufa. El clic seco, el leve olor a gas, la primera pitada profunda.
Salió al deck sin hacer ruido. El aire era espeso, dulce, denso de río. Y ahí los vio.
Agustina estaba en el jacuzzi, el agua ondulando apenas, sentada sobre el borde con las piernas dentro. Marco flotaba frente a ella, apoyado contra la pared de piedra, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados. Clara se quedó quieta, a unos metros. Observó sin ser vista.
Agustina giró el rostro. La vio. Y sonrió.
—¿No podés dormir? —preguntó, en voz baja pero clara.
Clara negó con la cabeza y se acercó. Apagó el cigarrillo con el canto del banco de madera, sin quemarse. Agustina se estiró para alcanzarla y le ofreció una mano mojada. Clara dudó apenas. Pero aceptó.
Marco abrió los ojos cuando la vió sacarse el vestido sin pudor. Entró despacio al agua caliente. El contraste del aire fresco le erizó los pezones. Se quedó mirándola. Sintió que no era la misma. No era la Clara con la que había crecido. Era otra. Más suelta, más oscura. Más peligrosa.
—Hola —le dijo ella, sin disimular la carga en la voz.
—Hola —respondió él, tragando saliva.
—¿Y Fabián? —preguntó Marco, Por decir algo, sin saber si quería saber la respuesta.
—Durmiendo —dijo Clara, sin más.
Justo en ese momento, apareció. Sin camiseta, con una lata plateada en la mano.
—¿Hay reunión y no me invitaron? Tengo material para relajar —dijo Fabián, con tono irónico—. Cosecha de mi jefe. Dudosamente legal.
Se acercó al jacuzzi, se agachó y sacó uno. Lo encendió para él, y luego le pasó otro a Clara. Ella lo tomó sin dudar. Marco observaba todo como si no entendiera en qué momento Clara aceptaba un porro con naturalidad.
—¿Y? —preguntó Fabián— ¿Está buena el agua?
—Está mejor ahora —respondió Agustina, que no dejaba de mirar a Clara.
Los cuerpos brillaban por el vapor. El humo flotó, denso y lento, como un velo sobre el agua. Todos fumaron. Todos se miraron. Clara sintió el efecto enseguida: una expansión en el pecho, un cosquilleo en las piernas, una risa interna que no salía.
—Es raro esto, ¿no? —dijo Clara, de pronto—. Somos los papis del jardín.
Silencio. Y luego risa. Primero Agustina. Después Fabián. Marco la miró, entre divertido y desarmado. Clara sonreía. No era una sonrisa cualquiera. Era otra. Una nueva.
Y entonces Agustina se deslizó. Nadó lentamente hacia Clara, sin perderle la mirada. Ella se recostó contra el pecho de Agustina, y Agustina deslizó una mano por su costado, hasta el vientre. Marco las miraba. Su expresión era de asombro absoluto. No había visto nunca a su mujer así. Abierta. Curiosa. Hambrienta.
Fabián se acercó detrás de Marco y le murmuró algo al oído que lo hizo reír por lo bajo. El agua ya no era un límite: era un escenario.
Agustina le besó el cuello a Clara. Un beso lento. Clara cerró los ojos. Marco no sabía dónde mirar. O lo sabía demasiado bien. Tocó la cintura de Agustina, pero sus ojos estaban en Clara.
Clara abrió los ojos y lo notó.
—¿Te gusta verme así? —le preguntó, con una voz que no parecía suya.
Marco asintió, sin palabras.
—Entonces mirá.
Y se volvió hacia Agustina, le tomó la cara y la besó. Con hambre, con lengua. Un beso que fue declaración y promesa. Agustina le respondió con el cuerpo entero, pegándose a ella, acariciándola sin pudor.
La noche se partió en dos.

Fue un beso lento. Cálido. Un reconocimiento. Clara se quedó inmóvil, pero no por miedo. Por intensidad. Su primera vez besando a una mujer, y tenía que ser ella. Agustina. La guía. La bruja. La que había abierto la puerta. Marco miraba. No podía creerlo. Ni él ni Fabián hablaban. Los ojos de ambos ardían. El agua se movía apenas.
Clara rompió el beso y miró a Marco.
—¿Estás bien? —le dijo, con una dulzura que escondía fuego.
Marco asintió. Pero sus pupilas estaban dilatadas. Ya no era su Clara. O tal vez sí. Solo que ahora se le revelaba completa.
Las manos de Agustina viajaron por la cintura de Clara bajo el agua. Fabián se acercó por detrás de Agustina y la tomó de la cadera. Ella arqueó la espalda, pero sin dejar de besar a Clara.
Fue entonces que Fabián giró la cabeza y miró a Marco. Le tendió la mano. No dijo nada. Solo la ofreció, con los ojos fijos en él.
Marco, sorprendido, no se movió al principio. Hasta que Fabián tomó su mano —como si fuera lo más natural del mundo— y la guió lentamente… hasta el pecho desnudo y mojado de Agustina.
Ella no protestó. Todo lo contrario. Apoyó su mejilla en el hombro de Fabián y gimió apenas. Marco tembló.
—Quedate con ella un rato… —murmuró Fabián en voz baja, cerca del oído de Marco, casi como una orden disfrazada de sugerencia.
Clara lo miraba, y algo en su pecho ardía. No celos. Otra cosa. Algo nuevo. Algo que la encendía.
Fabián entonces rodeó la cintura de Clara y la atrajo hacia él. Se la llevó en silencio, alejándola despacio por el agua mientras Agustina quedaba entre las manos de Marco. Clara dudó solo un segundo, lo justo para saborear la transgresión, y se dejó guiar. Fabián guió a Clara con una calma felina, casi ceremoniosa, hacia el borde opuesto del jacuzzi. La mano de Marco todavía descansaba atrapada sobre el pecho húmedo de Agustina.
El agua les cubría hasta la cintura. El vapor danzaba en espirales alrededor de sus cuerpos encendidos. Clara, empapada y tibia, subió una pierna y la apoyó sobre la piedra húmeda del borde mientras Fabián se acomodaba entre sus muslos. Marco miraba con los ojos entrecerrados, como si ya no supiera quién era esa mujer que respondía sin frenos, como si apenas pudiera creerse que seguía siendo ella. Pero no podía dejar de mirar. Ni quería. Verla así —entregada, distinta, liberada— era como descubrir un cuerpo que había tocado mil veces pero nunca conocido realmente. Su Clara. Su mujer de siempre, la madre de sus hijos, la que conocía desde la adolescencia. Estaba ahí, jadeando bajito, ofreciéndole la concha con descaro a otro hombre. A Fabián. Y se veía gloriosa.
Agustina giró levemente sobre él, sintiendo su erección latente bajo el agua. Le apoyó el pecho en el brazo y le besó el cuello, sin apartar la vista del otro lado. —¿La estás viendo? —susurró con una voz que era pura miel caliente—. Mirala bien…
Marco tragó saliva. No respondió. La tenía justo enfrente. Clara había llevado una mano al cuello de Fabián, lo atraía hacia sí con una urgencia tierna y voraz. Fabián hundió toda la cara sobre su vulva y empezó a chuparla con pasión.
Marco sintió una punzada física en el pecho. Celos, excitación, incredulidad. Todo mezclado.
—Nunca la habías visto así, ¿no? —insistió Agustina, y bajó la mano bajo el agua. Le agarró el miembro sin miramientos, sin suavidad. Lo encontró duro y tembloroso, como él entero. Marco gimió por lo bajo, a medias por lo que sentía y a medias por lo que veía. Fabián hacía un lengüeteo rápido mientras colaba uno de sus dedos en la choncha viscosa. Clara se arqueaba, húmeda por dentro y por fuera, con el cabello pegado a la frente y los labios entreabiertos en un gemido que Marco conocía… pero no así. No tan profundo. No tan libre. Algo se le rompía adentro y al mismo tiempo algo se encendía con violencia.
¿Querés que sigamos mirando? —preguntó Agustina mientras se sentaba a horcajadas sobre él y comenzaba a deslizarse sin apuro, rozándolo apenas bajo el agua.
Marco no contestó. Solo asintió, con los ojos fijos en Clara, como si estuviera viendo una película prohibida de su propia vida.
Clara y Fabián salieron del agua, con los cuerpos mojados y tibios por el vapor. No se secaron. No hablaron. Solo caminaron hasta una reposera ancha, acolchada, bajo el toldo de madera. El aire fresco de la madrugada les rozó la piel como un contraste perfecto.
Fabián se sentó primero. La acomodó sobre él, abierta, sin pudor. Marco pudo ver cómo la pija de Fabián se hundía entre las nalgas de Clara lentamente. Cómo ella recibía ese trofeo sin reservas. Cómo arqueaba la espalda con una intensidad que jamás había visto en su esposa. No así. No de esa forma. Sus muslos mojados contra los de él. Sus pezones duros que rozaban su pecho duro y musculoso.
La mente de Marco ardía. La culpa. La excitación. El miedo. El deseo. Todo junto. Ver a Clara entregada, con el cuello expuesto, las piernas temblando y la voz rota en gemidos bajos… le partía algo adentro. Algo que no sabía si quería reconstruir.
Agustina lo notó.
—¿Te gusta verla así? —le susurró mientras se sentaba sobre él, con suavidad, con ritmo lento pero firme—. Así de libre… así de puta…
La palabra lo atravesó. Nunca nadie había hablado así de Clara. Nunca él se había atrevido a imaginarla en esa versión.
Y sin embargo, ahí estaba.
Clara jadeaba con la cabeza apoyada contra el pecho de Fabián. Mordía sus labios. Le decía cosas que Marco no podía oír, pero que dolían igual. O excitaban. O ambas.
Fabián la movía con seguridad. Como si supiera lo que hacía. Como si supiera lo que ella necesitaba. Cada empuje era una declaración. Clara lo abrazaba con fuerza, con la desesperación de alguien que recién descubre lo que había estado negando toda la vida.
Mientras lo montaba, Agustina se inclinó sobre Marco y le mordió el cuello.
—Mirá cómo se la cogen ¿te gusta ser cornudo, no? —le dijo—mientras su cadera empezaba a marcar un ritmo lento sobre el cuerpo de Marco. Su voz era una cuchilla afilada, consciente de lo que generaba. No quería consolarlo, sino empujarlo al borde del abismo.
Marco la escuchaba, pero no podía apartar los ojos de Clara. De su Clara. La misma con la que había compartido años de rutina, embarazos, cumpleaños infantiles y cenas silenciosas. Ahora, desnuda y mojada, montaba el cuerpo de Fabián con una soltura que le resultaba desconocida. Tenía las manos apoyadas sobre sus hombros, y cada vez que bajaba, lo hacía con una precisión instintiva, voraz, como si se fundiera en un ritmo que había estado esperando toda la vida. Mientras tanto, el agua chapoteaba suave, desacompasada, como si no pudiera seguir el movimiento de las caderas de Agustina sobre él.
Clara gimió fuerte. Sin pudor. Un sonido gutural, hondo, como si algo dentro suyo se rompiera y liberara a la mujer que había estado dormida durante años. Marco sintió que el pecho se le contraía. No por dolor, sino por algo mucho más oscuro y primitivo: el deseo de verla así… de no poder detenerse.
—Eso que ves —siguió Agustina, mientras lo montaba bajando y subiendo sobre él—… siempre estuvo ahí. Y ahora ya no se puede guardar.
Marco apretó los dientes. El placer era real, tangible, húmedo. Agustina se movía con pericia, como si conociera su cuerpo mejor que él mismo. Pero sus ojos seguían fijos del otro lado. Fabián la tomaba de la cintura y la guiaba, firme, con esa potencia desvergonzada que Clara parecía beber con cada embestida. Su pelo mojado se pegaba al cuello, los senos rebotaban con cada movimiento, y en sus ojos había una mezcla de locura y libertad que lo desarmaba.
Ella no lo miraba. Estaba en otra dimensión. Y eso lo excitaba más.
— Qué puta, cómo se lo coge, me encanta— dijo Agustina, jadeando contra su boca—
Marco asintió sin decir palabra, atrapado entre el placer que le subía por la columna y esa visión hipnótica de Clara abriéndose, entregándose, gimiendo contra otro cuerpo. Nunca había estado tan duro. Nunca había sentido tanto. Quiso hablar, pero solo pudo gemir, mientras Agustina lo apretaba contra ella, como si los dos miraran una película prohibida que ellos mismos habían empezado a filmar sin saber cómo iba a terminar.
Y entonces Clara giró el rostro. Por un segundo —apenas uno— lo miró.
Sus ojos se encontraron. Y en ese instante, Marco sintió que el mundo se torcía.
No era la mirada de siempre. No era la de su mujer en casa, la de los lunes cansados o las vacaciones en la costa. Esa mirada tenía hambre. Una oscuridad deliciosa y sin culpa. Clara lo miraba mientras otro la llenaba la concha de pija, mientras se abría sobre ella con un gemido desgarrado, mientras su cuerpo se desbocaba sin pudor ni vergüenza.
Y no apartó la vista.
Se quedó así, observándolo, jadeando abierta, sostenida de los hombros de Fabián, mientras dejaba que el placer le arquease la espalda. Como si le dijera sin palabras: mirá lo que soy ahora.
Marco se sintió arder. El placer que Agustina le daba era real —la sentía húmeda, apretada, envolviéndolo— pero la imagen de Clara lo sobrepasaba. Era demasiado. Era como mirarse en un espejo sucio, distorsionado. Agustina lo montaba como si leyera su cuerpo, pero era Clara la que le prendía fuego la cabeza.
Clara volvió a gemir, más alto, como si respondiera. Fabián la tenía bien sujeta, su voz grave guiándola, diciéndole cosas que Marco no alcanzaba a oír pero sí a imaginar. Le hablaba con tono sucio, dominante, seguro. Clara asintió.
—aha, así hijo de puta, así.
Volvió a hundirse.
Agustina lo apretó fuerte. Estaba cerca, él también. Pero se aferró al momento. Quería verlo todo.
—Decime —insistió ella—le van a llenar la choncha de leche. ¿Te calienta? ¿No?
Marco no pudo mentir.
—Me mata —dijo.
—Entonces mirá.
Y Clara lo hizo. Se quebró en el torso de Fabián, tensa, abierta, húmeda, dejándose ir con un gemido que sonó como un lamento feliz. Fabián la sostuvo con fuerza, marcando las últimas embestidas, hasta quedar adentro, jadeando, sus cuerpos fundidos, aún vibrando.
Marco sintió que el orgasmo le explotaba sin aviso. Agustina sintió la leche tibia llenándola y lo besó con fuerza mientras se arqueaba sobre él, los dos a punto, los cuatro expuestos, desbordados.
—acabo, cornudo hijo de puta— gritó.
El agua del jacuzzi no alcanzó para contener todo eso.
Solo el amanecer, a punto de romper, parecía comprender lo que acababan de desatar.
DENLE AMOR A ESTA SAGA. YA ESTOY PENSANDO EN LA PRÓXIMA. CUÉNTEME SOBRE QUÉ LES GUSTARÍA LEER. SON MI MOTIVACIÓN E INSPIRACIÓN.
Parte 7
http://m.poringa.net/posts/relatos/5956790/Yoga-con-la-mami-del-jardin-7.html
4 comentarios - Yoga con la mami del jardín (6)
+ 10
y me gustaría una saga con las dos chicas, me imagino a Agustina con un cinturonga y a Clara entregada
(pero la próxima vez Agus va con un bolso)
😂😂😂😂