You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

putita la prima 20


Hacia mucho que no había vuelto a quedar con Josefina a solas, aunque siempre hubo una tensión rara entre nosotras, un cruce de miradas que prometía algo más pero nunca se concretaba. No éramos de acostarnos juntas, pero esa noche, algo en el aire se sentía distinto. Mi primo, como siempre, seguía mandando mensajes, pidiendo "más", y yo quería jugar con él de una manera nueva: hacerlo mirar, dejarlo con la pija dura sin poder tocar, mientras Josefina y yo nos perdíamos en un juego que ninguna de las dos esperaba.
Era viernes, y Josefina y yo nos quedamos solas después de una reunión con amigos. Mientras apilábamos vasos y limpiábamos el desastre, le mandé un mensaje a mi primo: “¿Estás despierto, putito? Venite a casa, pero tranquilo eh”. Respondió al toque: “Ya voy, degenrada. ¿Qué mierda tramás ahora?”. Josefina, que estaba a mi lado, vio el mensaje y soltó una risa nerviosa, sus ojos brillando con algo entre curiosidad y morbo. “¿Qué hacés, enferma?”, dijo, pero no se apartó cuando me acerqué y le rocé el brazo. “Seguime la corriente, Jose, y vas a ver”, le susurré, sintiendo cómo mi concha ya empezaba a humedecerse.
Cuando mi primo llegó, ya se habian ido todos y la casa se veia en orden, apenas iluminada por las lamparas que iluminan los cuadros. Lo recibimos con sonrisas de zorras, yo con una pollera corta que dejaba ver el encaje de mi tanga y Josefina con una remera ajustada que marcaba sus tetas firmes, los pezones duros apenas disimulados por la tela. “Sentate ahí, primito, y no toques. Hoy solo mirás”, le dije, señalando una silla frente a la barra. Él frunció el ceño, pero el bulto en sus jeans ya lo delataba. “¿Me vas a dejar con la pija al palo, hija de puta?”, se quejó, pero se sentó, los ojos clavados en nosotras.
Josefina, todavía dudando, se acercó a mí. Le puse una mano en la cintura, levantándole la remera despacio, dejando al descubierto su piel suave y sus tetas perfectas, los pezones rosados y erectos. “Mirá lo que te perdés, por pajero”, le dije a mi primo, mientras mis dedos rozaban la cintura de Josefina, bajando hasta el borde de sus jeans. Ella tembló, pero no se apartó; sus ojos brillaban, y su respiración se aceleró cuando le desabroché el pantalón y deslicé la mano dentro de su bombacha. Estaba mojada, los labios de su concha hinchados, y mi clítoris palpitó al sentirlo.
Nos movimos a una mesa. La hice sentarse con las piernas abiertas, le bajé los jeans y la bombacha, dejando su concha expuesta, depilada, brillante de humedad. Su clítoris era pequeño pero duro, y cuando lo lamí por primera vez, Josefina soltó un gemido agudo, sus manos apretando la mesa. “Caro, que puta sos?”, jadeó, pero sus caderas se movieron hacia mi boca. Miré a mi primo: ya tenía los jeans desabrochados, su pija gorda en la mano, masturbándose despacio. La cabeza de su verga estaba hinchada, roja, con una gota de líquido preseminal goteando, y sus dedos apretaban la base, subiendo y bajando acelerando y bajando el ritmo, como si quisiera aguantar.
Volví a Josefina, lamiendo sus labios vaginales, saboreando el gusto dulce y salado de su concha. Sus zonas erógenas eran un descubrimiento: su clítoris, que se hinchaba con cada roce de mi lengua; los pezones, que se ponían duros como piedras cuando los pellizcaba; y la entrada de su concha, que se contraía cuando metí dos dedos y los moví despacio. Yo estaba empapada, mi tanga pegada a mi concha, y mientras la chupaba, me toqué el clítoris, sintiendo cómo palpitaba bajo mis dedos.
Cambiamos de posición. Josefina se puso en cuatro sobre la mesa, sus nalgas abiertas, su culo apretado y rosado brillando bajo la luz. Me puse detrás, mi lengua explorando su culo, lamiendo en círculos mientras mis dedos se hundían en su concha, bombeando rápido. Ella gemía, “¡Caro, me haces re calentar pajera!”, y yo sentía mi concha al borde del colapso, los jugos corriendo por mis muslos. Miré a mi primo: su mano iba más rápido ahora, apretando su pija con fuerza, las venas marcadas, la cabeza goteando. Sus bolas estaban tensas, subiendo con cada movimiento, sus ojos fijos en nosotras.
Nos movimos otra vez. Josefina se acostó boca arriba, con las piernas en el aire, y yo me senté sobre su cara, mi concha abierta contra su boca. Su lengua, tímida al principio, se clavó en mi clítoris, lamiendo con más confianza mientras yo me inclinaba y metía tres dedos en su concha, masturbándola con fuerza. Mis tetas rebotaban, los pezones duros rozando el aire, y mi clítoris ardía bajo los chupones de Josefina. Sus manos se clavaron en mis nalgas, abriéndome el culo mientras su lengua exploraba mi concha. Yo sentía el orgasmo venir, mi cuerpo temblando, y veía a mi primo al borde de la silla, su mano volando sobre su pija, el glande a punto de estallar.
“¡Caro, te voy a acabar toda, la concha de tu madre!”, gritó Josefina, su concha apretando mis dedos, los jugos chorreando por mi mano. Yo no aguanté más, mi orgasmo explotó, mi clítoris palpitando contra su lengua, los jugos corriendo por su cara. Al mismo tiempo, mi primo rugió, “¡Putas, degeneradas de mierda!”, y su pija estalló, chorros de leche espesa disparándose al aire, salpicando su pecho y la silla. Los tres acabamos juntos, el aire cargado de gemidos, sudor y el olor crudo del sexo.
Nos desplomamos, Josefina y yo en la mesa, mi primo en la silla, todo agitado. La casa quedó en silencio, solo se oía nuestra respiración y el zumbido que venia desde la ventana. Josefina, todavía temblando, se rió nerviosa. “Sos una perversa , Carolina, me hiciste acabar como a una perra”. Mi primo, con la pija todavía dura y goteando, nos miró y dijo, “La próxima yo se las chupo a las dos”. Le tiré una servilleta y sonreí. “Traé cerveza, primito, y vemos”.

1 comentarios - putita la prima 20

Cacho6922
Q terrible Historia me encanta.