Hola amigos de poringa
Seguramente muchos de ustedes se
preguntan por que arranque a subir fakes
de mujeres (convertidas en
fisicoculturistas)
La respuesta es un poco fetiche / un poco
adelanto de la siguiente historia.
Que tengo pensado que sea una serie de
varios capitulos y escenarios.

Post gimnasio (escena de adelanto)
Antonella sale del gimnasio empapada en sudor, la camiseta pegada a su torso de gladiadora, las mallas estiradas hasta más no poder por esos muslos hipertrofiados. Ramiro la espera afuera, con su carita de perrito asustado, queriendo acompañarla a casa como siempre. Ella lo mira, lo escucha balbucear excusas, le da un beso seco en la frente… y lo deja ahí, plantado como un idiota.
Se da vuelta, con la respiración caliente. Martín, su entrenador, la observa desde el pasillo: un monstruo de dos metros, brazos como troncos, tatuajes que se le escapan del cuello hasta perderse bajo la camiseta sin mangas. Se miran. No necesitan palabras.
Antonella camina directo al baño del vestuario. Ni se molesta en cerrar la puerta con llave: Martín entra detrás como un toro hambriento, la espalda golpea la pared de azulejos húmedos.
—¿Segura? —gruñe él, con la voz rasposa, oliendo a testosterona pura.
—Cállate y usame —escupe Antonella, mordiéndole la mandíbula mientras se desabrocha la malla con manos temblorosas de pura ansiedad.
Martín la levanta como si pesara nada —cosa imposible— y la sienta en el lavabo, los azulejos se quejan bajo el peso de esos dos animales. La besa salvaje, la muerde, la empuja contra el espejo empañado. Antonella jadea, se ríe, lo araña, lo insulta:
—Dame lo que ese flaquito nunca va a tener… rompeme de verdad…
Martín no necesita más permiso. Se baja los shorts, la agarra de la nuca y la hunde contra su verga dura, enorme, la obliga a tragarlo mientras ella gruñe, babosa, tironeando su propia ropa interior hasta reventarla.
Cuando ya está ahogada de tanto chupársela, él la gira, la inclina sobre el lavabo, le abre las piernas como si le partiera la cadera. Antonella gime ronca, clavando las uñas en el mármol mientras siente cómo se la entierra de una sola embestida brutal. El golpe resuena en el baño como un latigazo: piel húmeda chocando contra piel mojada.
Martín gruñe, sudor goteando de su frente, cada embestida es un martillazo que la hace temblar entera. Antonella se muerde los labios hasta sangrarse, intentando no gritar como una puta hambrienta. Se mira al espejo: ve su cara desencajada, sus tetas bamboleándose, la expresión de una hembra en celo que por fin encontró un macho que la quiebre.
—¿Así te gusta, perra? —le gruñe Martín al oído, dándole una palmada brutal en el culo, dejando la marca roja.
—¡Más! —ladra ella, arqueándose, empujando contra él— ¡No pares, la puta madre, no pares!
El baño huele a sexo, a vapor, a músculos frotándose sin freno. Las paredes tiemblan cuando Martín la embiste sin piedad, la mano gigante sujetándole la nuca, el otro puño cerrado sobre su cintura para que no se le escape. Antonella se viene una, dos, tres veces, un grito sofocado contra el cristal empañado.
Cuando al fin Martín suelta un rugido cavernoso y se vacía dentro de ella, Antonella sonríe, agotada, destruida, satisfecha como nunca.
Sabe que Ramiro la espera afuera. Pobrecito. Ni sospecha que en ese baño su diosa acaba de ser usada como una vulgar muñeca de carne.
Seguramente muchos de ustedes se
preguntan por que arranque a subir fakes
de mujeres (convertidas en
fisicoculturistas)
La respuesta es un poco fetiche / un poco
adelanto de la siguiente historia.
Que tengo pensado que sea una serie de
varios capitulos y escenarios.

Post gimnasio (escena de adelanto)
Antonella sale del gimnasio empapada en sudor, la camiseta pegada a su torso de gladiadora, las mallas estiradas hasta más no poder por esos muslos hipertrofiados. Ramiro la espera afuera, con su carita de perrito asustado, queriendo acompañarla a casa como siempre. Ella lo mira, lo escucha balbucear excusas, le da un beso seco en la frente… y lo deja ahí, plantado como un idiota.
Se da vuelta, con la respiración caliente. Martín, su entrenador, la observa desde el pasillo: un monstruo de dos metros, brazos como troncos, tatuajes que se le escapan del cuello hasta perderse bajo la camiseta sin mangas. Se miran. No necesitan palabras.
Antonella camina directo al baño del vestuario. Ni se molesta en cerrar la puerta con llave: Martín entra detrás como un toro hambriento, la espalda golpea la pared de azulejos húmedos.
—¿Segura? —gruñe él, con la voz rasposa, oliendo a testosterona pura.
—Cállate y usame —escupe Antonella, mordiéndole la mandíbula mientras se desabrocha la malla con manos temblorosas de pura ansiedad.
Martín la levanta como si pesara nada —cosa imposible— y la sienta en el lavabo, los azulejos se quejan bajo el peso de esos dos animales. La besa salvaje, la muerde, la empuja contra el espejo empañado. Antonella jadea, se ríe, lo araña, lo insulta:
—Dame lo que ese flaquito nunca va a tener… rompeme de verdad…
Martín no necesita más permiso. Se baja los shorts, la agarra de la nuca y la hunde contra su verga dura, enorme, la obliga a tragarlo mientras ella gruñe, babosa, tironeando su propia ropa interior hasta reventarla.
Cuando ya está ahogada de tanto chupársela, él la gira, la inclina sobre el lavabo, le abre las piernas como si le partiera la cadera. Antonella gime ronca, clavando las uñas en el mármol mientras siente cómo se la entierra de una sola embestida brutal. El golpe resuena en el baño como un latigazo: piel húmeda chocando contra piel mojada.
Martín gruñe, sudor goteando de su frente, cada embestida es un martillazo que la hace temblar entera. Antonella se muerde los labios hasta sangrarse, intentando no gritar como una puta hambrienta. Se mira al espejo: ve su cara desencajada, sus tetas bamboleándose, la expresión de una hembra en celo que por fin encontró un macho que la quiebre.
—¿Así te gusta, perra? —le gruñe Martín al oído, dándole una palmada brutal en el culo, dejando la marca roja.
—¡Más! —ladra ella, arqueándose, empujando contra él— ¡No pares, la puta madre, no pares!
El baño huele a sexo, a vapor, a músculos frotándose sin freno. Las paredes tiemblan cuando Martín la embiste sin piedad, la mano gigante sujetándole la nuca, el otro puño cerrado sobre su cintura para que no se le escape. Antonella se viene una, dos, tres veces, un grito sofocado contra el cristal empañado.
Cuando al fin Martín suelta un rugido cavernoso y se vacía dentro de ella, Antonella sonríe, agotada, destruida, satisfecha como nunca.
Sabe que Ramiro la espera afuera. Pobrecito. Ni sospecha que en ese baño su diosa acaba de ser usada como una vulgar muñeca de carne.

1 comentarios - Mi estrella ifbb adelanto
https://www.instagram.com/marvr.ifbbpro?igsh=c3pycnNoOW92NmZ5
Tiene el ig abierto