Esa noche en el bar de siempre, Roberto se inclinó sobre su quinto fernet como si el vaso contuviera todas las respuestas.
—*Che, Daniel…* —tragó saliva, haciendo girar el hielo—. *Tengo que confesarte algo que me carcome hace meses.*
El ruido de la barra se esfumó. Algo en su tono—esa mezcla de vergüenza y excitación mal contenida—me tensó los músculos del estómago.
—*Tu mujer…* —los dedos le temblaban alrededor del vaso—. *La puta madre, qué buena que está.*
El trago se me atragantó. La imagen de Lucía apareció de golpe: su pelo negro recogido en ese moño despeinado que hace cuando cocina, el delantal apretado a su cintura, las tetas que se le marcan bajo la remera cuando se estira para alcanzar el estante alto de la alacena.
—*¿Viste el vestido que usó en la cena de Navidad de la empresa?* —siguió, bajando la voz—. *El rojo… el que se le pegaba como pintura. Me tuve que encerrar en el baño a los diez minutos. Dos pajas seguidas pensando en cómo se le marcaban las tetas.*

—*Más de una vez me pajeé pensando en esas tetas* —soltó, como si fuera un dato del clima—. *Especialmente cuando usa esos escotes que te dejan sin aire. Como esa vez en la pileta de la terraza de tu casa, la malla que usaba…ufff*

Sentí dos cosas al mismo tiempo:
1. **Un puñazo invisible** en la boca del estómago que me dobló levemente sobre la barra
2. **Un latido fuerte** en la pija que hizo que ajustara las piernas
Roberto palideció al verme la expresión.
—*No lo tomes mal, loco* —levantó las manos—. *Solo que… bueno. Se nota que la cuidás.*
Sentí el trago bajarme ácido. Recordé esa noche: Lucía inclinándose para servir el champagne, el escote cayendo como un pecado mientras Roberto se ajustaba el cinturón bajo la mesa.
—*Boludo…* —empecé, pero él levantó la mano:
—*Sé que suena de hijo de puta. Pero juro que en la fantasía vos siempre estás ahí. Mirando. O… participando.*
La palabra *participando* resonó como un golpe bajo.
El hielo de mi vaso crujió cuando lo apreté. Recordé ahora la última vez que Lucía se había inclinado frente a él en el asado de oficina, el escote de su vestido floreado bailando a dos centímetros de su nariz.
—*¿Crees que ella aceptaría…?* —la pregunta se me escapó antes de pensarla.
Roberto miró su reflejo en el espejo de los licores.
—*Ojalá…pero no te enojes, no es algo que no hayas imaginado vos también con alguna mina* —suspiró—. *Pero si sirve de consuelo, siempre fantaseé que vos estabas ahí… mirando.*
El bartender pasó un trapo frente a nosotros, rompiendo el hechizo.
—*Otro round?* —preguntó.
Nos miramos. En el silencio, el sonido de mi celular vibrando contra la madera: un mensaje de Lucía .
*"¿Vas a llegar tarde otra vez, amor?"*
Y abajo, una foto. Solo su boca mordiendo una cereza, el labial rojo dejando una mancha en la piel de la fruta.

Roberto alcanzó a verla. Su respiración se cortó.
Dejé el vaso sobre la barra sin contestar, sintiendo cómo el peso de su confesión—y de mi erección—me acompañaban hasta el baño. Oriné como pude, menos mal que estaba solo porque la erección que tenía era de escándalo.
Volví más tranquilo.
El aire del baño no enfrió nada. Solo esparció la pregunta que ahora respiraba en mi nuca:
*¿Por qué me excita que mi compañero quiera cogerse a mi mujer?¿Cuánto falta para que una fantasía deje de ser solo eso?*
El teléfono vibró contra la madera. Otro mensaje de Lucía:
> *¿Traés fernet? Cerré el balcón por el viento. Estoy en ese camisón nuevo… el que parece papel de arroz.*
Y abajo, una foto: sus pies descalzos sobre las baldosas negras, el rastro húmedo de sus talones dibujando corazones.
Roberto alcanzó a ver la pantalla. Se le escapó un *"Dios…"* ahogado.
—*Ella… ¿sabe lo que hace? ¿ se da cuenta como calienta a los hombres…a tus amigos?* —preguntó, la voz ronca.
Sin pensarlo, deslizé el teléfono hacia él. Sus dedos dejaron huellas grasosas en la pantalla al hacer zoom. Viendo cómo tragaba saliva, cómo sus pupilas se dilataban, sentí otra puñalada de celos… y una punzada de poder.
—*Parece que no usa nada debajo—* murmuró, devolviéndome el móvil como si quemara.
El teléfono vibró nuevamente . Un nuevo mensaje de Lucía:
> *¿Venís? Estoy probando cosas.*
La foto adjunta me cortó la respiración: ella mirándose al espejo con el body transparente que permitía ver sus pezones y su vulva depilada.

Roberto vio mi expresión.
—*¿Pasó algo?*
Mi pulso acelerado martillaba en las sienes. *Mostrárselo sería cruzar una línea.* Pero otra parte de mí, retorcida y caliente, ya deslizaba el teléfono por la barra empapada de cerveza.
—*Ella… no sabe que ves esto* —y le alcancé el teléfono
Sus dedos temblaron al agrandar la imagen. Vi cómo se le secaba la boca.
—*Dios…* —el susurro le salió roto—. *Es… es igual que en mis fantasías.*
Hizo zoom en el borde del body, en ese milímetro donde la tela se hacía humo sobre piel. Un sonido animal le salió de la garganta.
—*¿Tenés otra?* —su voz era un hilito de saliva—. *Una donde se vea más… por favor, Dani.*
Sus ojos, vidriosos y dilatados, no se despegaban de la pantalla. Su mano derecha había desaparecido bajo la barra. El vaquero se tensaba en su entrepierna…y en la mía también.
La última gota de mi dignidad se evaporó cuando vi su expresión: un perro hambriento frente a un churrasco sangrante.
—*Roberto…*
—*Solo una más* —suplicó, acercándose hasta que su aliento alcoholizado me golpeó la cara—. *Te juro que no le digo nada. Solo… necesito ver.*
En el espejo manchado detrás de la barra, nuestros reflejos se superponían: él, doblado sobre el móvil como un adicto; yo, con los nudillos blancos aferrados al borde de madera, sintiendo cómo la rabia y la excitación fundían mi espina dorsal en metal caliente.
Lucía eligió ese momento para enviar el segundo mensaje:
> *¿O preferís que juegue solita primero?*
La notificación iluminó la pantalla todavía en sus manos. Roberto gimió.
—*Dámela* —jadeó—. *Por todo lo que quierás, dámela.*
Mi pulgar se cernió sobre el candado del teléfono. El código era el aniversario de nuestra boda.
Afuera, la niebla del Riachuelo envolvió los barcos fantasmas.
Adentro, en la penumbra pegajosa del bar, solo existían sus ojos suplicantes y la pregunta que ardía en mi vientre:
*¿Cuánto vale la amistad cuando pesa menos que el gemido de un hombre pidiendo a gritos ver a tu mujer?*
El último fernet había derramado su espuma sobre la barra cuando Roberto juró, con la mano temblorosa sobre mi teléfono:
—*Te lo juro por mi vieja, Dani. Ni una palabra en la oficina.*
Su dedo manchado de grasa de papas fritas rozó la pantalla mientras yo deslizaba el álbum oculto: *"L"*. Contraseña: nuestro aniversario.
Comenzó a abrir las fotos:
Lucía en una playa desierta haciendo topless.

-¿Había gente en la playa?-
-No-, mentí..
Lucía en la bañera, burbujas hasta la cintura. Sus pechos flotando como islas de mármol, los pezones rosados apenas visibles.
—*Dios…* —Roberto se llevó la mano al pecho—. *Parecen de esas estatuas griegas… pero vivas. ¿Cuándo fue esto? ¿ te la cogiste ahí?*

—*Sí, como cada día* —le dije, sintiendo un fogonazo de posesión.
Ella arrodillada en la cama, el camisón de encaje negro rasgado a propósito. La tela colgaba de un pezón.
—*¡Esa!* —casi gritó—. *La soñé así… con ese lunar aquí* —señaló su propio costado izquierdo—. *¿Gime fuerte cuando acaba?*- sí supiera cuánto…
Mi favorita. Lucía de espaldas frente al espejo del vestidor, el tanga celeste desapareciendo entre sus nalgas. Solo se veía su perfil.

Roberto dejó escapar un gruñido:
—*Quiero verle la cara cuando hace eso. Debe ponerse esa expresión… de gata satisfecha.*
El bartender golpeó el mármol con una botella vacía:
—*¡Última ronda, chicos!*
Roberto empujó el teléfono de vuelta, los ojos inyectados:
—*Necesito un minuto* —se levantó tambaleándose—. *El fernet me cayó mal.*
Mientras caminaba hacia el baño, noté dos cosas:
1. El bulto en su vaquero que no estaba antes de ver las fotos
2. El modo en que se ajustó el cinturón con nerviosismo
El espejo detrás de la barra reflejó su regreso cinco minutos después. Camisa desabotonada en el cuello, pelo revuelto, una mancha de agua en el pantalón cerca de la bragueta.
—*Perdón* —resopló al sentarse—. *Tuve que… liberar tensiones.*
Su sonrisa era una mezcla de vergüenza y orgullo. El olor a cloro del baño flotaba alrededor de él.
—*No podía parar de pensar en esa última foto* —confesó, limpiándose la comisura del labio con el dorso de la mano—. *En cómo se le marca ese tanga cuando se inclina…*
El teléfono vibró en ese instante. Un nuevo mensaje de Lucía:
> *¿Estás con Roberto? Siempre me mira con ganas y más de una vez me tiró indirectas …¿Le mostraste mi colección? Decile que la próxima sesión puede elegir él el disfraz.*
Roberto alcanzó a ver el brillo de la pantalla. Sus pupilas se dilataron como pozos negros.
—*¿Sesión?* —preguntó, la voz convertida en un hilo de arena.
Afuera, la sirena de un barco atravesó la niebla del puerto.
Adentro, el último trago de fernet supo a punto de no retorno.
El aire en el *Cormorán* se había vuelto espeso como melaza. Roberto aún temblaba.. Tomé su vaso de fernet y lo deslicé hacia mí.
—*¿Te animarías a ser el fotógrafo?* —la pregunta salió baja, pero cortó el ruido del bar—. *De la próxima sesión. Solo si Lucía dice que sí.*
Su tenedor cayó al plato de papas fritas con un clang metálico.
—*Dani, por favor…* —tragó saliva—. *No me hagas esto.*
Mi teléfono vibró de nuevo. Nueva foto: ahora con otro conjunto, de espaldas frente al espejo ... la luz dorada bañando la curva donde terminaba su columna y empezaban las nalgas.

Se la mostré sin palabras.
—*Ella ya eligió el disfraz, ¿viste?* —dije mientras él devoraba la imagen.
Roberto emitió un sonido entre asfixia y risa.
—*Me vas a matar, hijo de puta* —susurró, frotándose los ojos como si despertara—. *Pero si ella lo pide…* Su dedo rozó la pantalla—. *¿Podré…?*
—*Tocar, no.* —corté, viendo cómo su esperanza se desinflaba—. *Pero ajustar una tira del disfraz, un fleco del corsé… eso entra en dirección artística.*
El bartender dejó la cuenta entre nosotros: **$87000**. Roberto ni la miró.
—*Cuándo…?*
—*Te mando el lugar mañana.* Me levanté, dejando billetes de más—. *Y Roberto…*
Él alzó la vista. En sus ojos, el miedo y la excitación libraban una guerra sucia.
—*Si llegás tarde,* —sonreí— *Lucía hará que te arrepientas toda la vida.*
Le envié las fotos a su móvil antes de irme.
Salí a la noche del puerto. Antes de doblar la esquina, miré hacia el bar: Roberto seguía sentado, teléfono en mano ampliando las fotos de Lucía con dedos temblorosos. Su otra mano había desaparecido bajo la mesa otra vez.
El mensaje de Lucía llegó al encender el auto:
> *¿Le gustó el tráiler al fotógrafo? Decile que la sesión tiene una regla: se viene si acepta disparar con una mano atada a la silla.*
Sonreí. Ella siempre entendía el juego mejor que nadie.
Le reenvié el mensaje a Roberto.
En el retrovisor, la silueta de Roberto salió corriendo del bar hacia su auto, abrochándose el vaquero con una mano mientras la otra tecleaba frenéticamente.
Mi teléfono vibró:
*Roberto: Decile que acepto. Pero que la silla que elija… que tenga vista al espejo.*
La niebla devoró el puerto.
Y en algún lugar entre la traición y el deseo, el click de un obturador imaginario sonó en mi cabeza…
Te gustaría una segunda parte? Te leo en los comentarios, en el chat o en @eltroglodita
—*Che, Daniel…* —tragó saliva, haciendo girar el hielo—. *Tengo que confesarte algo que me carcome hace meses.*
El ruido de la barra se esfumó. Algo en su tono—esa mezcla de vergüenza y excitación mal contenida—me tensó los músculos del estómago.
—*Tu mujer…* —los dedos le temblaban alrededor del vaso—. *La puta madre, qué buena que está.*
El trago se me atragantó. La imagen de Lucía apareció de golpe: su pelo negro recogido en ese moño despeinado que hace cuando cocina, el delantal apretado a su cintura, las tetas que se le marcan bajo la remera cuando se estira para alcanzar el estante alto de la alacena.
—*¿Viste el vestido que usó en la cena de Navidad de la empresa?* —siguió, bajando la voz—. *El rojo… el que se le pegaba como pintura. Me tuve que encerrar en el baño a los diez minutos. Dos pajas seguidas pensando en cómo se le marcaban las tetas.*

—*Más de una vez me pajeé pensando en esas tetas* —soltó, como si fuera un dato del clima—. *Especialmente cuando usa esos escotes que te dejan sin aire. Como esa vez en la pileta de la terraza de tu casa, la malla que usaba…ufff*

Sentí dos cosas al mismo tiempo:
1. **Un puñazo invisible** en la boca del estómago que me dobló levemente sobre la barra
2. **Un latido fuerte** en la pija que hizo que ajustara las piernas
Roberto palideció al verme la expresión.
—*No lo tomes mal, loco* —levantó las manos—. *Solo que… bueno. Se nota que la cuidás.*
Sentí el trago bajarme ácido. Recordé esa noche: Lucía inclinándose para servir el champagne, el escote cayendo como un pecado mientras Roberto se ajustaba el cinturón bajo la mesa.
—*Boludo…* —empecé, pero él levantó la mano:
—*Sé que suena de hijo de puta. Pero juro que en la fantasía vos siempre estás ahí. Mirando. O… participando.*
La palabra *participando* resonó como un golpe bajo.
El hielo de mi vaso crujió cuando lo apreté. Recordé ahora la última vez que Lucía se había inclinado frente a él en el asado de oficina, el escote de su vestido floreado bailando a dos centímetros de su nariz.
—*¿Crees que ella aceptaría…?* —la pregunta se me escapó antes de pensarla.
Roberto miró su reflejo en el espejo de los licores.
—*Ojalá…pero no te enojes, no es algo que no hayas imaginado vos también con alguna mina* —suspiró—. *Pero si sirve de consuelo, siempre fantaseé que vos estabas ahí… mirando.*
El bartender pasó un trapo frente a nosotros, rompiendo el hechizo.
—*Otro round?* —preguntó.
Nos miramos. En el silencio, el sonido de mi celular vibrando contra la madera: un mensaje de Lucía .
*"¿Vas a llegar tarde otra vez, amor?"*
Y abajo, una foto. Solo su boca mordiendo una cereza, el labial rojo dejando una mancha en la piel de la fruta.

Roberto alcanzó a verla. Su respiración se cortó.
Dejé el vaso sobre la barra sin contestar, sintiendo cómo el peso de su confesión—y de mi erección—me acompañaban hasta el baño. Oriné como pude, menos mal que estaba solo porque la erección que tenía era de escándalo.
Volví más tranquilo.
El aire del baño no enfrió nada. Solo esparció la pregunta que ahora respiraba en mi nuca:
*¿Por qué me excita que mi compañero quiera cogerse a mi mujer?¿Cuánto falta para que una fantasía deje de ser solo eso?*
El teléfono vibró contra la madera. Otro mensaje de Lucía:
> *¿Traés fernet? Cerré el balcón por el viento. Estoy en ese camisón nuevo… el que parece papel de arroz.*
Y abajo, una foto: sus pies descalzos sobre las baldosas negras, el rastro húmedo de sus talones dibujando corazones.
Roberto alcanzó a ver la pantalla. Se le escapó un *"Dios…"* ahogado.
—*Ella… ¿sabe lo que hace? ¿ se da cuenta como calienta a los hombres…a tus amigos?* —preguntó, la voz ronca.
Sin pensarlo, deslizé el teléfono hacia él. Sus dedos dejaron huellas grasosas en la pantalla al hacer zoom. Viendo cómo tragaba saliva, cómo sus pupilas se dilataban, sentí otra puñalada de celos… y una punzada de poder.
—*Parece que no usa nada debajo—* murmuró, devolviéndome el móvil como si quemara.
El teléfono vibró nuevamente . Un nuevo mensaje de Lucía:
> *¿Venís? Estoy probando cosas.*
La foto adjunta me cortó la respiración: ella mirándose al espejo con el body transparente que permitía ver sus pezones y su vulva depilada.

Roberto vio mi expresión.
—*¿Pasó algo?*
Mi pulso acelerado martillaba en las sienes. *Mostrárselo sería cruzar una línea.* Pero otra parte de mí, retorcida y caliente, ya deslizaba el teléfono por la barra empapada de cerveza.
—*Ella… no sabe que ves esto* —y le alcancé el teléfono
Sus dedos temblaron al agrandar la imagen. Vi cómo se le secaba la boca.
—*Dios…* —el susurro le salió roto—. *Es… es igual que en mis fantasías.*
Hizo zoom en el borde del body, en ese milímetro donde la tela se hacía humo sobre piel. Un sonido animal le salió de la garganta.
—*¿Tenés otra?* —su voz era un hilito de saliva—. *Una donde se vea más… por favor, Dani.*
Sus ojos, vidriosos y dilatados, no se despegaban de la pantalla. Su mano derecha había desaparecido bajo la barra. El vaquero se tensaba en su entrepierna…y en la mía también.
La última gota de mi dignidad se evaporó cuando vi su expresión: un perro hambriento frente a un churrasco sangrante.
—*Roberto…*
—*Solo una más* —suplicó, acercándose hasta que su aliento alcoholizado me golpeó la cara—. *Te juro que no le digo nada. Solo… necesito ver.*
En el espejo manchado detrás de la barra, nuestros reflejos se superponían: él, doblado sobre el móvil como un adicto; yo, con los nudillos blancos aferrados al borde de madera, sintiendo cómo la rabia y la excitación fundían mi espina dorsal en metal caliente.
Lucía eligió ese momento para enviar el segundo mensaje:
> *¿O preferís que juegue solita primero?*
La notificación iluminó la pantalla todavía en sus manos. Roberto gimió.
—*Dámela* —jadeó—. *Por todo lo que quierás, dámela.*
Mi pulgar se cernió sobre el candado del teléfono. El código era el aniversario de nuestra boda.
Afuera, la niebla del Riachuelo envolvió los barcos fantasmas.
Adentro, en la penumbra pegajosa del bar, solo existían sus ojos suplicantes y la pregunta que ardía en mi vientre:
*¿Cuánto vale la amistad cuando pesa menos que el gemido de un hombre pidiendo a gritos ver a tu mujer?*
El último fernet había derramado su espuma sobre la barra cuando Roberto juró, con la mano temblorosa sobre mi teléfono:
—*Te lo juro por mi vieja, Dani. Ni una palabra en la oficina.*
Su dedo manchado de grasa de papas fritas rozó la pantalla mientras yo deslizaba el álbum oculto: *"L"*. Contraseña: nuestro aniversario.
Comenzó a abrir las fotos:
Lucía en una playa desierta haciendo topless.

-¿Había gente en la playa?-
-No-, mentí..
Lucía en la bañera, burbujas hasta la cintura. Sus pechos flotando como islas de mármol, los pezones rosados apenas visibles.
—*Dios…* —Roberto se llevó la mano al pecho—. *Parecen de esas estatuas griegas… pero vivas. ¿Cuándo fue esto? ¿ te la cogiste ahí?*

—*Sí, como cada día* —le dije, sintiendo un fogonazo de posesión.
Ella arrodillada en la cama, el camisón de encaje negro rasgado a propósito. La tela colgaba de un pezón.
—*¡Esa!* —casi gritó—. *La soñé así… con ese lunar aquí* —señaló su propio costado izquierdo—. *¿Gime fuerte cuando acaba?*- sí supiera cuánto…
Mi favorita. Lucía de espaldas frente al espejo del vestidor, el tanga celeste desapareciendo entre sus nalgas. Solo se veía su perfil.

Roberto dejó escapar un gruñido:
—*Quiero verle la cara cuando hace eso. Debe ponerse esa expresión… de gata satisfecha.*
El bartender golpeó el mármol con una botella vacía:
—*¡Última ronda, chicos!*
Roberto empujó el teléfono de vuelta, los ojos inyectados:
—*Necesito un minuto* —se levantó tambaleándose—. *El fernet me cayó mal.*
Mientras caminaba hacia el baño, noté dos cosas:
1. El bulto en su vaquero que no estaba antes de ver las fotos
2. El modo en que se ajustó el cinturón con nerviosismo
El espejo detrás de la barra reflejó su regreso cinco minutos después. Camisa desabotonada en el cuello, pelo revuelto, una mancha de agua en el pantalón cerca de la bragueta.
—*Perdón* —resopló al sentarse—. *Tuve que… liberar tensiones.*
Su sonrisa era una mezcla de vergüenza y orgullo. El olor a cloro del baño flotaba alrededor de él.
—*No podía parar de pensar en esa última foto* —confesó, limpiándose la comisura del labio con el dorso de la mano—. *En cómo se le marca ese tanga cuando se inclina…*
El teléfono vibró en ese instante. Un nuevo mensaje de Lucía:
> *¿Estás con Roberto? Siempre me mira con ganas y más de una vez me tiró indirectas …¿Le mostraste mi colección? Decile que la próxima sesión puede elegir él el disfraz.*
Roberto alcanzó a ver el brillo de la pantalla. Sus pupilas se dilataron como pozos negros.
—*¿Sesión?* —preguntó, la voz convertida en un hilo de arena.
Afuera, la sirena de un barco atravesó la niebla del puerto.
Adentro, el último trago de fernet supo a punto de no retorno.
El aire en el *Cormorán* se había vuelto espeso como melaza. Roberto aún temblaba.. Tomé su vaso de fernet y lo deslicé hacia mí.
—*¿Te animarías a ser el fotógrafo?* —la pregunta salió baja, pero cortó el ruido del bar—. *De la próxima sesión. Solo si Lucía dice que sí.*
Su tenedor cayó al plato de papas fritas con un clang metálico.
—*Dani, por favor…* —tragó saliva—. *No me hagas esto.*
Mi teléfono vibró de nuevo. Nueva foto: ahora con otro conjunto, de espaldas frente al espejo ... la luz dorada bañando la curva donde terminaba su columna y empezaban las nalgas.

Se la mostré sin palabras.
—*Ella ya eligió el disfraz, ¿viste?* —dije mientras él devoraba la imagen.
Roberto emitió un sonido entre asfixia y risa.
—*Me vas a matar, hijo de puta* —susurró, frotándose los ojos como si despertara—. *Pero si ella lo pide…* Su dedo rozó la pantalla—. *¿Podré…?*
—*Tocar, no.* —corté, viendo cómo su esperanza se desinflaba—. *Pero ajustar una tira del disfraz, un fleco del corsé… eso entra en dirección artística.*
El bartender dejó la cuenta entre nosotros: **$87000**. Roberto ni la miró.
—*Cuándo…?*
—*Te mando el lugar mañana.* Me levanté, dejando billetes de más—. *Y Roberto…*
Él alzó la vista. En sus ojos, el miedo y la excitación libraban una guerra sucia.
—*Si llegás tarde,* —sonreí— *Lucía hará que te arrepientas toda la vida.*
Le envié las fotos a su móvil antes de irme.
Salí a la noche del puerto. Antes de doblar la esquina, miré hacia el bar: Roberto seguía sentado, teléfono en mano ampliando las fotos de Lucía con dedos temblorosos. Su otra mano había desaparecido bajo la mesa otra vez.
El mensaje de Lucía llegó al encender el auto:
> *¿Le gustó el tráiler al fotógrafo? Decile que la sesión tiene una regla: se viene si acepta disparar con una mano atada a la silla.*
Sonreí. Ella siempre entendía el juego mejor que nadie.
Le reenvié el mensaje a Roberto.
En el retrovisor, la silueta de Roberto salió corriendo del bar hacia su auto, abrochándose el vaquero con una mano mientras la otra tecleaba frenéticamente.
Mi teléfono vibró:
*Roberto: Decile que acepto. Pero que la silla que elija… que tenga vista al espejo.*
La niebla devoró el puerto.
Y en algún lugar entre la traición y el deseo, el click de un obturador imaginario sonó en mi cabeza…
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