Desde muy chica, Ana siempre había tenido las tetas más grandes que cualquier otra chica de su clase. Aún en primer año del secundario, medía 90 de busto, y ahora, tenía un busto de 110 cm. Ser tetona le venía de familia, dado que sus dos hermanas mayores medían de 115 para arriba y su madre así como dos de sus tías, medían 140. Tampoco era que fueran vacas gordas, sino que las chicas Estévez, sin ser flacas raquíticas, eran bien formadas y saludables, como su padre se refería a su madre. Esto también se aplicaba perfectamente a Ana.

Dados sus obvios atributos, Ana solía recibir mucha atención de los varones, y no sólo de los muchachos de su edad y algo mayores. Los profesores siempre la tenían un poco más en cuenta que a las otras chicas normalmente dotadas. Y a pesar de que no hacía ostentación de esto, le encantaba hacer que los muchachos (y hombres) se retorcieran de ganas a su paso, acentuando -si fuera posible- su enorme busto.
Su víctima favorita era el Sr. Campos, un tonto de primera, petiso y feo que enseñaba educación constitucional. A Ana le encantaba el sólo hecho de desabrocharse los dos botones superiores de su blusa, acercarse al Sr. Campos y reclinarse hacia adelante para preguntarle cualquier pavada, con el único propósito de darle una vista de su generoso escote. Sólo hacía esto para divertirse, pero nunca pensó en llegar a más, pues eso significaría una sola cosa: líos.
Sin embargo, líos eran los que Anita debería afrontar. A dos semanas de las vacaciones de fin de año, todos los profesores entregaban sus informes, a fin de que los estudiantes (y sus padres) supieran cómo les había ido y poder ingresar en la universidad. Ana siempre había sido buena estudiante, y sus padres no se conformarían con menos que ver a su hija en el cuadro de honor. Todo estaba bien hasta que el Sr. Campos entregó sus informes, aquel fatídico viernes. ¡Un aplazo! Tenía un aplazo en educación constitucional. Esto no sólo era malo: ¡era un desastre! Sus padres podrían tolerar un seis en su informe pero un aplazo sólo significaría un castigo de un mes sin salir ni ver a nadie. ¡Nada de vida social durante todo un mes! Anita decidió hablar con el Sr. Campos después de la última hora de clases. Tal vez, si razonaba con él, podría conseguir un seis.



Al sonar el último timbre, los estudiantes comenzaron a salir del colegio, como peces que querían volver al agua. Muy pronto, todo el establecimiento estuvo casi desierto, siendo Ana uno de los pocos estudiantes que aún quedaban en el edificio. Mientras se acercaba al aula, esperaba que el Sr. Campos estuviera solo. Cuando Ana espió a través de la ventana de la puerta, vio al Sr. Campos solo, calificando unas pruebas escritas. Sin perder el tiempo, desabrochó los dos botones superiores de su blusa y entró en el aula. Al acercarse al escritorio, el Sr. Campos emergió de sus papeles y le preguntó qué deseaba. Anita, con cara muy afligida, le explicó al Sr. Campos su posición; y, pese a ser comprensivo, le dijo que no había nada que pudiera hacer para ayudarla. Al oír esto, Anita comenzó a llorar. El Sr. Campos se puso de pie y la rodeó con su brazo para que la jovencita tomara asiento. Al hacer esto, Ana sintió que la mano del profesor rozaba, casualmente, sus pechos. A estas alturas, debía tomar una rápida decisión. Mientras lloraba, le dijo al Sr. Campos que había otra cosa que, realmente, la molestaba.
-Es mi pecho; me siento como una vaca con estas dos cosas pegadas a mi cuerpo. Todo el mundo se queda mirándome ¡Soy un fenómeno! -dijo y empezó a llorar aún más fuerte.
Obviamente confundido, el profesor intentó consolarla, diciéndole que lucía perfectamente bien y que no prestara atención a lo que los demás podrían pensar.




-Eso es fácil de decir. ¡Usted no tiene estas cosas horribles en su pecho! -contestó, continuando con su plan y desbrochando toda su blusa, con un movimiento rápido, al cabo del cual sus tetas quedaron expuestas ante el Sr. Campos, y dijo: ¡Mire qué feas que son! ¡Apuesto a que nunca en su vida ha visto peores que éstas!
El profesor, completamente pasmado, no pudo hacer otra cosa que quedarse observando el par de tetas más espectaculares que jamás había visto, las cuales, al hacer presión contra el fino nylon del corpiño de borde bajo, permitían ver claramente los pezones oscuros de Anita a través de la tela casi transparente. Comparada con esto, la esposa del Sr. Campos parecía un muchacho adolescente. Viendo la confusión marcada en el rostro del profesor, Ana tomó la iniciativa y colocó una de las manos de su víctima sobre una de sus enormes tetas.
Sintió que él trataba de sacar la mano de tan embarazosa situación, así que volvió tomar su mano con renovados bríos, actuando como si él se sintiera asqueado ante el sólo hecho de tocarlas y lloró aún más fuerte. Él le aseguró que no había nada de malo con ella y que disfrutaba tocándoselas. Anita dijo que no le creía, y se separó de él, girando como ocultándoselas. Al ver que intentaba consolarla nuevamente, Ana se puso nuevamente cara a cara con él, sólo que esta vez había quitado el corpiño y sus tetas colgaban libres. Ana pensó que, tal vez, el profesor moriría de un infarto. ¡La cabeza del Sr. Campos le daba vueltas! Trató de hablar, pero no le salían las palabras; entonces, Ana se le acercó.
-La única manera en que podría probarme que mis tetas no son horribles sería si me las chupara -dijo, empujando un apetecible pezón hacia su boca abierta y embobada.




Era pedir demasiado suponer que se resistiría, así que se zambulló y comenzó a chupar y lamer con todas sus ganas. Pese a que el profesor se estaba poniendo un poco salvaje, Ana tuvo que admitir que era bueno chupando tetas; cuanto él más chupaba, más mojada se sentía. Miró hacia abajo y vio una gran carpa formada en la parte delantera de los pantalones del Sr. Campos, así que, tranquila, bajó la mano y comenzó a frotar la punta del bulto a través del pantalón. Una mancha de líquido preseminal apareció de pronto en la punta del bulto, y el profesor gemía mientras chupaba y Anita frotaba. La alumna bajó hábilmente el cierre de la bragueta y sacó lo que resultó ser una pija muy grande.
Al verla, Ana se arrodilló y, con avidez, comenzó a chuparla, mientras el Sr. Campos se apoyó contra una pared sin poder creer lo que estaba sucediendo. En el momento en que estaba por correrse, Anita miró hacia arriba y le preguntó si su trabajo merecía un aplazo. Él meneó la cabeza y balbuceó la palabra «Diez». Entonces, Anita continuó la mamada hasta que sintió una poderosa descarga en su ansiosa garganta. Mientras su pija se empequeñecía en la boca de Ana, la respiración del profesor se normalizó, ella se puso de pie, levantó sus tetas -una por vez- en sus manos y comenzó a pellizcar sus pezones hasta que quedaron erguidos como dos dedales.
Al ver esto, la pija del Sr. Campos volvió a endurecerse, así que Ana se quitó la falda y se bajó las bombachitas en un rápido movimiento. Se sentó al borde del escritorio con sus piernas bien abiertas, mostrando su concha mojada y una fina raya de vello en la parte superior de su zona pubiana, prolijamente depilada.
Esta vez, fue él quien se arrodilló y comenzó a chupar esa hermosa conchita. Lamerla era todo un placer; ¡pero penetrarla con la lengua y rozar aquel clítoris con sus labios era lo máximo! Los gemidos de Anita excitaron aún más al Sr. Campos, cuya cabeza ella se empeñaba en apretar contra su cuerpo, con ambas manos, como si fuera necesario. Aún sin esa presión, jamás se habría perdido semejante manjar que, tras unos minutos de gemidos y suspiros, no tardó en llegar. Enseguida, resolvió prepararla para lo que vendría: ya de pie, comenzó a acariciar esa lujuriosa cueva de placer, separándole más aún los labios con los dedos, tocándole el clítoris, jugando con él.






Ana volvía a suspirar y a gemir; al ver esta reacción, le introdujo un dedo que terminaron siendo tres. Se corrió una vez, pero él sacó los dedos, para darle la oportunidad a otra parte de su deseosa anatomía de entrar en esa cueva caliente y jugosa. Así, se relamió y, con un movimiento de cabeza, le metió su enorme pija hasta las bolas. Ella se corrió inmediatamente después de comenzar el mete y saca, y sus golpes contra la piel de Anita parecían de pistones hasta que ella se corrió una y otra vez. Finalmente, el profesor dio un fuerte gemido y vació otra carga, sólo que, en esta ocasión, fue en la profundidad de su hirviente conchita.
-Acabás de ganarte un 10, y recuerda que seré tu profesor en la U el próximo año, y tendrás un diez si esto vuelve a repetirse -dijo, mientras ella estaba sentada, goteando semen de su conchita

Dados sus obvios atributos, Ana solía recibir mucha atención de los varones, y no sólo de los muchachos de su edad y algo mayores. Los profesores siempre la tenían un poco más en cuenta que a las otras chicas normalmente dotadas. Y a pesar de que no hacía ostentación de esto, le encantaba hacer que los muchachos (y hombres) se retorcieran de ganas a su paso, acentuando -si fuera posible- su enorme busto.
Su víctima favorita era el Sr. Campos, un tonto de primera, petiso y feo que enseñaba educación constitucional. A Ana le encantaba el sólo hecho de desabrocharse los dos botones superiores de su blusa, acercarse al Sr. Campos y reclinarse hacia adelante para preguntarle cualquier pavada, con el único propósito de darle una vista de su generoso escote. Sólo hacía esto para divertirse, pero nunca pensó en llegar a más, pues eso significaría una sola cosa: líos.
Sin embargo, líos eran los que Anita debería afrontar. A dos semanas de las vacaciones de fin de año, todos los profesores entregaban sus informes, a fin de que los estudiantes (y sus padres) supieran cómo les había ido y poder ingresar en la universidad. Ana siempre había sido buena estudiante, y sus padres no se conformarían con menos que ver a su hija en el cuadro de honor. Todo estaba bien hasta que el Sr. Campos entregó sus informes, aquel fatídico viernes. ¡Un aplazo! Tenía un aplazo en educación constitucional. Esto no sólo era malo: ¡era un desastre! Sus padres podrían tolerar un seis en su informe pero un aplazo sólo significaría un castigo de un mes sin salir ni ver a nadie. ¡Nada de vida social durante todo un mes! Anita decidió hablar con el Sr. Campos después de la última hora de clases. Tal vez, si razonaba con él, podría conseguir un seis.



Al sonar el último timbre, los estudiantes comenzaron a salir del colegio, como peces que querían volver al agua. Muy pronto, todo el establecimiento estuvo casi desierto, siendo Ana uno de los pocos estudiantes que aún quedaban en el edificio. Mientras se acercaba al aula, esperaba que el Sr. Campos estuviera solo. Cuando Ana espió a través de la ventana de la puerta, vio al Sr. Campos solo, calificando unas pruebas escritas. Sin perder el tiempo, desabrochó los dos botones superiores de su blusa y entró en el aula. Al acercarse al escritorio, el Sr. Campos emergió de sus papeles y le preguntó qué deseaba. Anita, con cara muy afligida, le explicó al Sr. Campos su posición; y, pese a ser comprensivo, le dijo que no había nada que pudiera hacer para ayudarla. Al oír esto, Anita comenzó a llorar. El Sr. Campos se puso de pie y la rodeó con su brazo para que la jovencita tomara asiento. Al hacer esto, Ana sintió que la mano del profesor rozaba, casualmente, sus pechos. A estas alturas, debía tomar una rápida decisión. Mientras lloraba, le dijo al Sr. Campos que había otra cosa que, realmente, la molestaba.
-Es mi pecho; me siento como una vaca con estas dos cosas pegadas a mi cuerpo. Todo el mundo se queda mirándome ¡Soy un fenómeno! -dijo y empezó a llorar aún más fuerte.
Obviamente confundido, el profesor intentó consolarla, diciéndole que lucía perfectamente bien y que no prestara atención a lo que los demás podrían pensar.




-Eso es fácil de decir. ¡Usted no tiene estas cosas horribles en su pecho! -contestó, continuando con su plan y desbrochando toda su blusa, con un movimiento rápido, al cabo del cual sus tetas quedaron expuestas ante el Sr. Campos, y dijo: ¡Mire qué feas que son! ¡Apuesto a que nunca en su vida ha visto peores que éstas!
El profesor, completamente pasmado, no pudo hacer otra cosa que quedarse observando el par de tetas más espectaculares que jamás había visto, las cuales, al hacer presión contra el fino nylon del corpiño de borde bajo, permitían ver claramente los pezones oscuros de Anita a través de la tela casi transparente. Comparada con esto, la esposa del Sr. Campos parecía un muchacho adolescente. Viendo la confusión marcada en el rostro del profesor, Ana tomó la iniciativa y colocó una de las manos de su víctima sobre una de sus enormes tetas.
Sintió que él trataba de sacar la mano de tan embarazosa situación, así que volvió tomar su mano con renovados bríos, actuando como si él se sintiera asqueado ante el sólo hecho de tocarlas y lloró aún más fuerte. Él le aseguró que no había nada de malo con ella y que disfrutaba tocándoselas. Anita dijo que no le creía, y se separó de él, girando como ocultándoselas. Al ver que intentaba consolarla nuevamente, Ana se puso nuevamente cara a cara con él, sólo que esta vez había quitado el corpiño y sus tetas colgaban libres. Ana pensó que, tal vez, el profesor moriría de un infarto. ¡La cabeza del Sr. Campos le daba vueltas! Trató de hablar, pero no le salían las palabras; entonces, Ana se le acercó.
-La única manera en que podría probarme que mis tetas no son horribles sería si me las chupara -dijo, empujando un apetecible pezón hacia su boca abierta y embobada.




Era pedir demasiado suponer que se resistiría, así que se zambulló y comenzó a chupar y lamer con todas sus ganas. Pese a que el profesor se estaba poniendo un poco salvaje, Ana tuvo que admitir que era bueno chupando tetas; cuanto él más chupaba, más mojada se sentía. Miró hacia abajo y vio una gran carpa formada en la parte delantera de los pantalones del Sr. Campos, así que, tranquila, bajó la mano y comenzó a frotar la punta del bulto a través del pantalón. Una mancha de líquido preseminal apareció de pronto en la punta del bulto, y el profesor gemía mientras chupaba y Anita frotaba. La alumna bajó hábilmente el cierre de la bragueta y sacó lo que resultó ser una pija muy grande.
Al verla, Ana se arrodilló y, con avidez, comenzó a chuparla, mientras el Sr. Campos se apoyó contra una pared sin poder creer lo que estaba sucediendo. En el momento en que estaba por correrse, Anita miró hacia arriba y le preguntó si su trabajo merecía un aplazo. Él meneó la cabeza y balbuceó la palabra «Diez». Entonces, Anita continuó la mamada hasta que sintió una poderosa descarga en su ansiosa garganta. Mientras su pija se empequeñecía en la boca de Ana, la respiración del profesor se normalizó, ella se puso de pie, levantó sus tetas -una por vez- en sus manos y comenzó a pellizcar sus pezones hasta que quedaron erguidos como dos dedales.
Al ver esto, la pija del Sr. Campos volvió a endurecerse, así que Ana se quitó la falda y se bajó las bombachitas en un rápido movimiento. Se sentó al borde del escritorio con sus piernas bien abiertas, mostrando su concha mojada y una fina raya de vello en la parte superior de su zona pubiana, prolijamente depilada.
Esta vez, fue él quien se arrodilló y comenzó a chupar esa hermosa conchita. Lamerla era todo un placer; ¡pero penetrarla con la lengua y rozar aquel clítoris con sus labios era lo máximo! Los gemidos de Anita excitaron aún más al Sr. Campos, cuya cabeza ella se empeñaba en apretar contra su cuerpo, con ambas manos, como si fuera necesario. Aún sin esa presión, jamás se habría perdido semejante manjar que, tras unos minutos de gemidos y suspiros, no tardó en llegar. Enseguida, resolvió prepararla para lo que vendría: ya de pie, comenzó a acariciar esa lujuriosa cueva de placer, separándole más aún los labios con los dedos, tocándole el clítoris, jugando con él.






Ana volvía a suspirar y a gemir; al ver esta reacción, le introdujo un dedo que terminaron siendo tres. Se corrió una vez, pero él sacó los dedos, para darle la oportunidad a otra parte de su deseosa anatomía de entrar en esa cueva caliente y jugosa. Así, se relamió y, con un movimiento de cabeza, le metió su enorme pija hasta las bolas. Ella se corrió inmediatamente después de comenzar el mete y saca, y sus golpes contra la piel de Anita parecían de pistones hasta que ella se corrió una y otra vez. Finalmente, el profesor dio un fuerte gemido y vació otra carga, sólo que, en esta ocasión, fue en la profundidad de su hirviente conchita.
-Acabás de ganarte un 10, y recuerda que seré tu profesor en la U el próximo año, y tendrás un diez si esto vuelve a repetirse -dijo, mientras ella estaba sentada, goteando semen de su conchita
0 comentarios - Ana la chichona con el profesor🍒