De vuelta al presente.
Estoy en mis cuarenta, casada, con una vida estable, pero joder, mi cuerpo sigue siendo una maldita tentación. Todavía tengo ese culazo que volvía locos a todos en la universidad, esas nalgotas carnosas, redondas, que parecen no entender de edad. Mis tetas, grandes y llenas, quizás no tan firmes como hace veinte años, pero aún capaces de hacer que cualquiera voltee a mirar. El otro día, mientras rebuscaba en una caja vieja en el armario, encontré algo que me hizo detener el mundo: unos de esos shorts de licra de mis días de voleibol. Negros, brillantes, diminutos, como un recuerdo de cuando mi cuerpo era el centro de todas las miradas. Los sostuve en mis manos, y un calor me recorrió el cuerpo, un cosquilleo que me llevó directo a esos entrenamientos en la universidad, a las miradas del profe, a las burlas de mis amigas, al roce de la licra contra mi piel.
Me quedé mirando esos shorts, y una idea traviesa se me metió en la cabeza. ¿Y si me los pongo? ¿Y si veo cómo me veo ahora, con este cuerpo de mujer madura, pero todavía jodidamente sexy? Mi marido estaba en el trabajo, los niños no estaban en casa, y el espejo de cuerpo entero en mi cuarto me estaba llamando. No lo pensé dos veces. Me quité la ropa, quedándome en ropa interior, y me tomé un momento para mirarme. Mis nalgas seguían siendo un espectáculo, llenas, redondas, con esa curva que hace que los pantalones ajustados se vean como una segunda piel. Mis tetas, todavía imponentes, se veían deliciosas en el sostén de encaje negro que llevaba. Pero quería más. Quería sentirme como en esos días.
Busqué un top deportivo viejo, uno de esos que usaba en la universidad, que milagrosamente todavía tenía guardado. Era azul oscuro, de licra, tan apretado que apenas contenía mis tetas. Me lo puse, sintiendo cómo la tela se estiraba sobre mis pechos, apretándolos hasta que mis pezones se marcaron como si quisieran salirse. El roce de la licra contra mi piel me hizo estremecer, y un calor familiar empezó a crecer entre mis piernas. Luego, los shorts. Joder, los shorts. Me los puse despacio, sintiendo cómo la tela se deslizaba por mis muslos, cómo se ajustaba a mis caderas, cómo se hundía entre mis nalgotas. Eran incluso más pequeños de lo que recordaba, o quizás mi culo se había vuelto aún más imponente con los años. La licra se pegaba a mi piel, marcando cada curva, cada pliegue, hasta el punto de que podía sentirla rozando mi coño, que ya estaba húmedo solo de imaginarme en el espejo.
Me paré frente al espejo y, mierda, casi me mojo entera al verme. Mi culazo se veía obsceno, como si los shorts fueran a rendirse en cualquier momento. La tela se metía entre mis cachetes, dejando mis nalgas prácticamente al descubierto, brillando bajo la luz de la lámpara. Cada movimiento que hacía hacía que mis nalgotas rebotaran, que la licra se tensara aún más, delineando mi coño de una forma tan sucia que me hizo morderme el labio. El top era igual de escandaloso: mis tetas estaban apretadas, desbordándose por los costados, con los pezones duros como rocas, marcándose sin piedad. Me giré, admirando cómo mi culo se alzaba, cómo la licra lo hacía parecer aún más grande, más provocador. Me agaché un poco, como si estuviera en uno de esos estiramientos de la universidad, y sentí la tela hundirse más, rozando mi clítoris de una forma que me hizo soltar un gemido bajo.
Me acordé del profe, de sus comentarios en doble sentido, de cómo me miraba mientras me estiraba con el culo en el aire. Me imaginé qué diría si me viera ahora, con este cuerpo de mujer madura, todavía capaz de volverlo loco. "Mira ese culo, sigue siendo una maldita arma," diría, con esa voz grave que me ponía la piel de gallina. Y mis amigas, esas cabronas, estarían riéndose en el vestidor, diciendo: "¡Pinche culona, sigues siendo un peligro andante!" La idea me puso tan cachonda que no pude resistirme. Me senté en la cama, todavía frente al espejo, y empecé a mover las caderas, sintiendo cómo los shorts se frotaban contra mi coño, cómo la licra apretaba mis tetas. Me toqué las nalgas, apretándolas, imaginando que eran las manos de alguien más, quizás el profe, quizás mi marido, quizás un desconocido que no podía resistirse a este cuerpo.
Me puse de pie otra vez, caminando por el cuarto, dejando que mis nalgotas rebotaran con cada paso. Me agaché frente al espejo, como si estuviera en un entrenamiento, y juro que podía sentir la tela a punto de rasgarse. Mi coño estaba tan mojado que sentía la humedad filtrándose por los shorts, haciendo que la licra se pegara aún más. Me toqué las tetas, apretándolas, sintiendo cómo mis pezones se endurecían más bajo la tela. Me imaginé a mi marido llegando a casa y encontrándome así, con este outfit que gritaba sexo, con mi culazo y mis tetas listos para volverlo loco. O mejor aún, me imaginé en el gimnasio de la universidad, con el profe y los chicos de las gradas mirándome, con sus ojos hambrientos, sus manos ansiosas, sus mentes imaginando todo lo que podrían hacerme.
Me tiré en la cama, todavía con los shorts y el top puestos, y dejé que mis manos exploraran. Deslicé los dedos por mi vientre, hasta el borde de los shorts, sintiendo cómo la tela estaba empapada. Me toqué por encima de la licra, presionando justo donde mi clítoris palpitaba, y gemí sin poder contenerme. Me imaginé al profe arrodillado frente a mí, sus manos separando mis nalgas, su boca explorando donde la licra no llegaba. Me imaginé a mis amigas riéndose, pero también mirándome con envidia, deseando tener este culazo que todavía, a mis cuarenta, seguía siendo una maldita provocación. Me quedé ahí, tocándome, mirando mi reflejo en el espejo, perdida en el placer de saberme todavía tan deseable, tan jodidamente sexy.
Esos shorts, ese top, eran como una máquina del tiempo. Me llevaron de vuelta a esos días de universidad, pero también me recordaron que este cuerpo, este culazo, estas tetas, siguen teniendo el mismo poder. Y joder, cómo disfruté redescubrirlo.
La idea de compartir esto con mi marido me prende aún más. Saco mi celular, me coloco frente al espejo y empiezo a tomar fotos. Primero una de frente, con una mano en la cadera, dejando que mis tetas se vean apretadas y mis pezones marcados bajo la licra. Luego me giro, arqueo la espalda y dejo que mi culazo sea la estrella: las nalgas redondas, carnosas, desbordándose de los shorts, con la tela tan metida entre mis cachetes que casi se pierde. Tomo otra foto agachándome un poco, como si estuviera en uno de esos estiramientos de voleibol, sintiendo cómo la licra roza mi coño, que ya está húmedo de puro deseo. Le envío las fotos con un mensaje: "¿Qué tal me queda, amor? ¿Todavía te pongo duro con esto?" Me muerdo el labio, imaginando su reacción, sabiendo que va a perder la cabeza cuando vea estas imágenes.
Minutos después, mi celular vibra. Su respuesta es directa, cachonda: "Joder, nena, ese culo me va a matar. Ponte eso esta noche y modélamelo, quiero verte moverte." Leo el mensaje y siento un calor que me recorre desde el cuello hasta el clítoris. La idea de modelarle el outfit, de caminar para él, de dejar que sus manos exploren lo que la licra apenas contiene, me pone aún más mojada. Me miro en el espejo otra vez, tocándome las nalgas, apretándolas, imaginando sus ojos devorándome. Decido esperar a que llegue, con los shorts y el top puestos, lista para volverlo loco.
El tiempo pasa lento, y el calor entre mis piernas no se calma. Estoy en el cuarto, caminando de un lado a otro, sintiendo cómo la licra roza mi coño con cada paso, cómo mis tetas rebotan en el top. De repente, escucho que tocan la puerta. Mi corazón da un salto, y una sonrisa traviesa se me dibuja en la cara. "Ya llegó mi hombre," pienso, y corro a abrir, lista para provocarlo desde el primer segundo. Abro la puerta de un tirón, con una mano en la cadera, y suelto lo primero que se me viene a la mente: "Mira lo que tengo para ti, papi, ¿quieres jugar con este culazo?"
Pero entonces me quedo helada. No es mi marido. Eres tú. Te quedas parado en la entrada, con los ojos abiertos de par en par, recorriendo mi cuerpo sin disimulo. Siento tu mirada quemándome, deteniéndose en mis tetas, en la forma en que el top las aprieta hasta hacer que mis pezones se marquen como si quisieran salirse. Luego bajas los ojos, y juro que puedo sentir cómo te detienes en mi culazo, en la forma en que los shorts se hunden entre mis nalgas, dejando casi nada a la imaginación.
Me pongo roja, pero no de vergüenza, sino de algo más... algo caliente, sucio. "¡Mierda, lo siento!" digo, intentando cubrirme con las manos, pero es inútil. La licra no esconde nada, y mi cuerpo está expuesto, brillante de sudor, provocador sin querer. O quizás queriendo, porque una parte de mí, esa parte traviesa que nunca se apaga, se excita con tu mirada. Te ríes, nervioso, pero no apartas los ojos. "Joder, no esperaba... esto," dices, y tu voz tiene un tono que me hace apretar los muslos. Me giro un poco, como si quisiera cerrar la puerta, pero en realidad estoy dejando que veas mi culo desde otro ángulo, que notes cómo la licra marca cada curva. "Es que... estaba probándome algo viejo," murmuro, con una sonrisa coqueta que no puedo evitar. Nos quedamos ahí, en un silencio cargado, con tus ojos devorándome y mi cuerpo respondiendo con un calor que no debería sentir.
"Te ves... joder, increíble," sueltas, y hay algo en tu tono, algo hambriento, que me hace querer provocarte más. Pero sé que no debo, que mi marido está a punto de llegar, que esto es un juego peligroso. "Mejor entra, no quiero que los vecinos me vean así," digo, riendo, pero en realidad estoy invitándote a seguir mirando, a seguir sintiendo esa tensión que nos envuelve. Cierras la puerta detrás de ti, y por un segundo, imagino qué pasaría si me acerco, si dejo que tus manos rocen mi culazo, si te dejo ver de cerca lo que la licra promete. Pero me contengo, aunque mi coño palpita y mis pezones están tan duros que duelen contra la tela. No sé porque pensé estás cosas....
Horas después.
El calor de ese momento contigo todavía me tiene temblando, pero ahora estoy lista para mi marido. Me he retocado, asegurándome de que los shorts y el top se vean aún más provocadores. Me he puesto un poco de aceite corporal, haciendo que mi piel brille, que mis nalgotas parezcan aún más jugosas bajo la licra. Estoy en el cuarto, con la luz tenue, música suave de fondo, y el espejo como testigo de mi propio espectáculo. Cuando escucho la puerta principal, mi corazón se acelera. Esta vez sí es él.
Entra al cuarto y se detiene en seco, con la boca entreabierta. "Joder, nena," murmura, dejando caer su chaqueta al suelo. Sus ojos recorren mi cuerpo, desde mis tetas apretadas en el top hasta mi culazo, que parece querer reventar los shorts. "Ven aquí, modélame eso," dice, sentándose en la cama, con esa mirada que me dice que ya está duro solo de verme. Me acerco despacio, moviendo las caderas, dejando que mis nalgas reboten con cada paso. Me giro frente a él, arqueando la espalda, y siento cómo la licra se hunde más entre mis cachetes, marcando mi coño de una forma tan obscena que él suelta un gruñido.
"¿Te gusta?" pregunto, con una voz baja, cachonda, mientras me agacho un poco, como si estuviera estirándome en la cancha. Él se inclina hacia adelante, sus manos ansiosas, y me jala hacia él. "Me vas a matar con ese culo," dice, y sus manos encuentran mis nalgas, apretándolas con fuerza, separándolas hasta que siento la tela rozar mi clítoris. Gimo, sin poder contenerme, y me subo a horcajadas sobre él, dejando que mis tetas queden a la altura de su cara. El top apenas las contiene, y cuando él lo baja, mis pezones duros quedan expuestos, listos para su boca.
Me muevo sobre él, sintiendo su erección contra los shorts, la licra empapada por mi propia humedad. "Sigue moviendo ese culazo," murmura, y yo obedezco, balanceándome, dejando que mis nalgas reboten contra sus muslos. Sus manos recorren mi cuerpo, desde mis tetas hasta mi culo, y cada caricia me hace gemir más fuerte. Me quita los shorts lentamente, dejando que la tela se deslice por mis nalgas, y cuando estoy desnuda, me pone en cuatro sobre la cama, como en esos estiramientos de la universidad. "Siempre supe que este cuerpo era un pecado," dice, y yo me arqueo más, ofreciéndome, sabiendo que esta noche mi culazo y mis tetas van a ser su perdición...
Estoy en mis cuarenta, casada, con una vida estable, pero joder, mi cuerpo sigue siendo una maldita tentación. Todavía tengo ese culazo que volvía locos a todos en la universidad, esas nalgotas carnosas, redondas, que parecen no entender de edad. Mis tetas, grandes y llenas, quizás no tan firmes como hace veinte años, pero aún capaces de hacer que cualquiera voltee a mirar. El otro día, mientras rebuscaba en una caja vieja en el armario, encontré algo que me hizo detener el mundo: unos de esos shorts de licra de mis días de voleibol. Negros, brillantes, diminutos, como un recuerdo de cuando mi cuerpo era el centro de todas las miradas. Los sostuve en mis manos, y un calor me recorrió el cuerpo, un cosquilleo que me llevó directo a esos entrenamientos en la universidad, a las miradas del profe, a las burlas de mis amigas, al roce de la licra contra mi piel.
Me quedé mirando esos shorts, y una idea traviesa se me metió en la cabeza. ¿Y si me los pongo? ¿Y si veo cómo me veo ahora, con este cuerpo de mujer madura, pero todavía jodidamente sexy? Mi marido estaba en el trabajo, los niños no estaban en casa, y el espejo de cuerpo entero en mi cuarto me estaba llamando. No lo pensé dos veces. Me quité la ropa, quedándome en ropa interior, y me tomé un momento para mirarme. Mis nalgas seguían siendo un espectáculo, llenas, redondas, con esa curva que hace que los pantalones ajustados se vean como una segunda piel. Mis tetas, todavía imponentes, se veían deliciosas en el sostén de encaje negro que llevaba. Pero quería más. Quería sentirme como en esos días.
Busqué un top deportivo viejo, uno de esos que usaba en la universidad, que milagrosamente todavía tenía guardado. Era azul oscuro, de licra, tan apretado que apenas contenía mis tetas. Me lo puse, sintiendo cómo la tela se estiraba sobre mis pechos, apretándolos hasta que mis pezones se marcaron como si quisieran salirse. El roce de la licra contra mi piel me hizo estremecer, y un calor familiar empezó a crecer entre mis piernas. Luego, los shorts. Joder, los shorts. Me los puse despacio, sintiendo cómo la tela se deslizaba por mis muslos, cómo se ajustaba a mis caderas, cómo se hundía entre mis nalgotas. Eran incluso más pequeños de lo que recordaba, o quizás mi culo se había vuelto aún más imponente con los años. La licra se pegaba a mi piel, marcando cada curva, cada pliegue, hasta el punto de que podía sentirla rozando mi coño, que ya estaba húmedo solo de imaginarme en el espejo.
Me paré frente al espejo y, mierda, casi me mojo entera al verme. Mi culazo se veía obsceno, como si los shorts fueran a rendirse en cualquier momento. La tela se metía entre mis cachetes, dejando mis nalgas prácticamente al descubierto, brillando bajo la luz de la lámpara. Cada movimiento que hacía hacía que mis nalgotas rebotaran, que la licra se tensara aún más, delineando mi coño de una forma tan sucia que me hizo morderme el labio. El top era igual de escandaloso: mis tetas estaban apretadas, desbordándose por los costados, con los pezones duros como rocas, marcándose sin piedad. Me giré, admirando cómo mi culo se alzaba, cómo la licra lo hacía parecer aún más grande, más provocador. Me agaché un poco, como si estuviera en uno de esos estiramientos de la universidad, y sentí la tela hundirse más, rozando mi clítoris de una forma que me hizo soltar un gemido bajo.
Me acordé del profe, de sus comentarios en doble sentido, de cómo me miraba mientras me estiraba con el culo en el aire. Me imaginé qué diría si me viera ahora, con este cuerpo de mujer madura, todavía capaz de volverlo loco. "Mira ese culo, sigue siendo una maldita arma," diría, con esa voz grave que me ponía la piel de gallina. Y mis amigas, esas cabronas, estarían riéndose en el vestidor, diciendo: "¡Pinche culona, sigues siendo un peligro andante!" La idea me puso tan cachonda que no pude resistirme. Me senté en la cama, todavía frente al espejo, y empecé a mover las caderas, sintiendo cómo los shorts se frotaban contra mi coño, cómo la licra apretaba mis tetas. Me toqué las nalgas, apretándolas, imaginando que eran las manos de alguien más, quizás el profe, quizás mi marido, quizás un desconocido que no podía resistirse a este cuerpo.
Me puse de pie otra vez, caminando por el cuarto, dejando que mis nalgotas rebotaran con cada paso. Me agaché frente al espejo, como si estuviera en un entrenamiento, y juro que podía sentir la tela a punto de rasgarse. Mi coño estaba tan mojado que sentía la humedad filtrándose por los shorts, haciendo que la licra se pegara aún más. Me toqué las tetas, apretándolas, sintiendo cómo mis pezones se endurecían más bajo la tela. Me imaginé a mi marido llegando a casa y encontrándome así, con este outfit que gritaba sexo, con mi culazo y mis tetas listos para volverlo loco. O mejor aún, me imaginé en el gimnasio de la universidad, con el profe y los chicos de las gradas mirándome, con sus ojos hambrientos, sus manos ansiosas, sus mentes imaginando todo lo que podrían hacerme.
Me tiré en la cama, todavía con los shorts y el top puestos, y dejé que mis manos exploraran. Deslicé los dedos por mi vientre, hasta el borde de los shorts, sintiendo cómo la tela estaba empapada. Me toqué por encima de la licra, presionando justo donde mi clítoris palpitaba, y gemí sin poder contenerme. Me imaginé al profe arrodillado frente a mí, sus manos separando mis nalgas, su boca explorando donde la licra no llegaba. Me imaginé a mis amigas riéndose, pero también mirándome con envidia, deseando tener este culazo que todavía, a mis cuarenta, seguía siendo una maldita provocación. Me quedé ahí, tocándome, mirando mi reflejo en el espejo, perdida en el placer de saberme todavía tan deseable, tan jodidamente sexy.
Esos shorts, ese top, eran como una máquina del tiempo. Me llevaron de vuelta a esos días de universidad, pero también me recordaron que este cuerpo, este culazo, estas tetas, siguen teniendo el mismo poder. Y joder, cómo disfruté redescubrirlo.
La idea de compartir esto con mi marido me prende aún más. Saco mi celular, me coloco frente al espejo y empiezo a tomar fotos. Primero una de frente, con una mano en la cadera, dejando que mis tetas se vean apretadas y mis pezones marcados bajo la licra. Luego me giro, arqueo la espalda y dejo que mi culazo sea la estrella: las nalgas redondas, carnosas, desbordándose de los shorts, con la tela tan metida entre mis cachetes que casi se pierde. Tomo otra foto agachándome un poco, como si estuviera en uno de esos estiramientos de voleibol, sintiendo cómo la licra roza mi coño, que ya está húmedo de puro deseo. Le envío las fotos con un mensaje: "¿Qué tal me queda, amor? ¿Todavía te pongo duro con esto?" Me muerdo el labio, imaginando su reacción, sabiendo que va a perder la cabeza cuando vea estas imágenes.
Minutos después, mi celular vibra. Su respuesta es directa, cachonda: "Joder, nena, ese culo me va a matar. Ponte eso esta noche y modélamelo, quiero verte moverte." Leo el mensaje y siento un calor que me recorre desde el cuello hasta el clítoris. La idea de modelarle el outfit, de caminar para él, de dejar que sus manos exploren lo que la licra apenas contiene, me pone aún más mojada. Me miro en el espejo otra vez, tocándome las nalgas, apretándolas, imaginando sus ojos devorándome. Decido esperar a que llegue, con los shorts y el top puestos, lista para volverlo loco.
El tiempo pasa lento, y el calor entre mis piernas no se calma. Estoy en el cuarto, caminando de un lado a otro, sintiendo cómo la licra roza mi coño con cada paso, cómo mis tetas rebotan en el top. De repente, escucho que tocan la puerta. Mi corazón da un salto, y una sonrisa traviesa se me dibuja en la cara. "Ya llegó mi hombre," pienso, y corro a abrir, lista para provocarlo desde el primer segundo. Abro la puerta de un tirón, con una mano en la cadera, y suelto lo primero que se me viene a la mente: "Mira lo que tengo para ti, papi, ¿quieres jugar con este culazo?"
Pero entonces me quedo helada. No es mi marido. Eres tú. Te quedas parado en la entrada, con los ojos abiertos de par en par, recorriendo mi cuerpo sin disimulo. Siento tu mirada quemándome, deteniéndose en mis tetas, en la forma en que el top las aprieta hasta hacer que mis pezones se marquen como si quisieran salirse. Luego bajas los ojos, y juro que puedo sentir cómo te detienes en mi culazo, en la forma en que los shorts se hunden entre mis nalgas, dejando casi nada a la imaginación.
Me pongo roja, pero no de vergüenza, sino de algo más... algo caliente, sucio. "¡Mierda, lo siento!" digo, intentando cubrirme con las manos, pero es inútil. La licra no esconde nada, y mi cuerpo está expuesto, brillante de sudor, provocador sin querer. O quizás queriendo, porque una parte de mí, esa parte traviesa que nunca se apaga, se excita con tu mirada. Te ríes, nervioso, pero no apartas los ojos. "Joder, no esperaba... esto," dices, y tu voz tiene un tono que me hace apretar los muslos. Me giro un poco, como si quisiera cerrar la puerta, pero en realidad estoy dejando que veas mi culo desde otro ángulo, que notes cómo la licra marca cada curva. "Es que... estaba probándome algo viejo," murmuro, con una sonrisa coqueta que no puedo evitar. Nos quedamos ahí, en un silencio cargado, con tus ojos devorándome y mi cuerpo respondiendo con un calor que no debería sentir.
"Te ves... joder, increíble," sueltas, y hay algo en tu tono, algo hambriento, que me hace querer provocarte más. Pero sé que no debo, que mi marido está a punto de llegar, que esto es un juego peligroso. "Mejor entra, no quiero que los vecinos me vean así," digo, riendo, pero en realidad estoy invitándote a seguir mirando, a seguir sintiendo esa tensión que nos envuelve. Cierras la puerta detrás de ti, y por un segundo, imagino qué pasaría si me acerco, si dejo que tus manos rocen mi culazo, si te dejo ver de cerca lo que la licra promete. Pero me contengo, aunque mi coño palpita y mis pezones están tan duros que duelen contra la tela. No sé porque pensé estás cosas....
Horas después.
El calor de ese momento contigo todavía me tiene temblando, pero ahora estoy lista para mi marido. Me he retocado, asegurándome de que los shorts y el top se vean aún más provocadores. Me he puesto un poco de aceite corporal, haciendo que mi piel brille, que mis nalgotas parezcan aún más jugosas bajo la licra. Estoy en el cuarto, con la luz tenue, música suave de fondo, y el espejo como testigo de mi propio espectáculo. Cuando escucho la puerta principal, mi corazón se acelera. Esta vez sí es él.
Entra al cuarto y se detiene en seco, con la boca entreabierta. "Joder, nena," murmura, dejando caer su chaqueta al suelo. Sus ojos recorren mi cuerpo, desde mis tetas apretadas en el top hasta mi culazo, que parece querer reventar los shorts. "Ven aquí, modélame eso," dice, sentándose en la cama, con esa mirada que me dice que ya está duro solo de verme. Me acerco despacio, moviendo las caderas, dejando que mis nalgas reboten con cada paso. Me giro frente a él, arqueando la espalda, y siento cómo la licra se hunde más entre mis cachetes, marcando mi coño de una forma tan obscena que él suelta un gruñido.
"¿Te gusta?" pregunto, con una voz baja, cachonda, mientras me agacho un poco, como si estuviera estirándome en la cancha. Él se inclina hacia adelante, sus manos ansiosas, y me jala hacia él. "Me vas a matar con ese culo," dice, y sus manos encuentran mis nalgas, apretándolas con fuerza, separándolas hasta que siento la tela rozar mi clítoris. Gimo, sin poder contenerme, y me subo a horcajadas sobre él, dejando que mis tetas queden a la altura de su cara. El top apenas las contiene, y cuando él lo baja, mis pezones duros quedan expuestos, listos para su boca.
Me muevo sobre él, sintiendo su erección contra los shorts, la licra empapada por mi propia humedad. "Sigue moviendo ese culazo," murmura, y yo obedezco, balanceándome, dejando que mis nalgas reboten contra sus muslos. Sus manos recorren mi cuerpo, desde mis tetas hasta mi culo, y cada caricia me hace gemir más fuerte. Me quita los shorts lentamente, dejando que la tela se deslice por mis nalgas, y cuando estoy desnuda, me pone en cuatro sobre la cama, como en esos estiramientos de la universidad. "Siempre supe que este cuerpo era un pecado," dice, y yo me arqueo más, ofreciéndome, sabiendo que esta noche mi culazo y mis tetas van a ser su perdición...
3 comentarios - Ana 2