Era un jueves a la tarde, de esos días donde ya no das más y solo querés que termine la semana. Yo estaba en el tercer año, sobreviviendo con café y apuntes a medio hacer. En el grupo estaba Sofi, una mina que siempre fue media despreocupada, muy natural, pero se las arreglaba para zafar en todo. No era de esas que buscan (llamar la atención), pero tenía lo suyo: usaba recuerdo unos jeans ajustados que le marcaban todo y una mochila enorme que parecía tener media vida adentro. Nos llevábamos bien, charlábamos pavadas entre clases, pero nunca pasó de eso. Igual, yo siempre me preguntaba qué escondería debajo de esos jeans, si obvio mi fasinacion con las tangas la tenia incluida en mi lista.
Ese día, en la última clase, la profe nos mandó un trabajo grupal para entregar urgente. Éramos cuatro: Sofi, yo y dos pibes más, pero al salir los otros dos se rajaron con excusas flojas. "Me duele la cabeza", dijo uno, y el otro (directamente) inventó que tenía que ayudar a su vieja con algo. Quedamos Sofi y yo, ella me miró con cara de resignación: "Bueno, ¿lo hacemos en mi casa entonces? Está cerca y lo terminamos hoy". No tenía cómo zafar, así que dije que sí y nos fuimos para su depto.
Llegamos a su lugar, un depto chico pero ordenado, vivia sola con la madre, asi que era un lugar muy de chicas, un lindo sillon, una mesa medio desordenada pero lo mejor fue una cuerda de ropa improvisada en el balcón que se veía desde el living. Sofi tiró la mochila en una silla y dijo: "Sentate, voy a buscar los apuntes y arrancamos". Me acomodé en el sillón, pero no podía sacarle los ojos de encima a esa cuerda: había remeras, medias y, entre todo eso, un par de tanguitas colgadas, moviéndose con la brisa. Ella volvió con una carpeta y nos pusimos a laburar, pero yo estaba medio ido, pensando en esas tangas del balcón.
En un momento, Sofi dijo: "Voy al baño un segundo, seguí leyendo esa parte y ahora vemos". Asentí, pero cuando escuché la puerta cerrarse, mi cabeza se disparó. Me levanté rápido y fui al balcón, mirando de reojo por si salía. Entre la ropa, vi una tanguita negra, chiquita, de esas que apenas son un hilo. Estaba limpia, recién lavada, sin olor a uso, pero igual me temblaron las manos. La descolgué con cuidado, la acerqué a la cara y me imaginé a Sofi poniéndosela esa mañana, mirándose al espejo mientras decidía que esa iba a ser su secreto del día. La pija se me puso dura solo con la idea, y me quedé ahí, perdido en esa fantasía.
No sé qué me pasó, pero no pude dejarla ahí. Me la metí rápido en el bolsillo del jean, con el corazón a mil, y volví al sillón como si nada. Cuando Sofi salió del baño, seguimos estuudiando un rato pero lo menos que podia era concentrarme, solo queria ir a casa para hacerme una paja con esa tanguita. Seguimos un ratito mas, charlando normal, pero yo sentía esa tanga en el bolsillo como si quemara. Terminé el trabajo, me despedí y me fui con mi premio escondido. Esa noche, ya en casa, la saqué y la miré: negra, finita, perfecta. No tenía sudor, pero igual me flasheó tenerla, pensando en Sofi usándola, escondiéndola bajo esos jeans ajustados que tanto me calentaban.
Ahora, cada vez que la veo en la facu, me acuerdo de esa tanguita que me llevé, y me cuesta no sonreír como idiota. La compañera de la facu, sin saberlo, me dio algo que guardo como un tesoro, y una historia que no voy a olvidar nunca.
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