PARTE 1: http://www.poringa.net/posts/relatos/6008932/Ser-mujer-por-una-noche-N-1.html
PARTE2; http://www.poringa.net/posts/relatos/6008970/Ser-mujer-por-una-noche-La-entrega-completa.html
Tercera Parte
Aún recostados
Yo tenía los ojos húmedos, los pezones aún sensibles.
Entonces me llevó de la mano frente al espejo del placard, grande, limpio, inevitable.
Me colocó de pie, de espaldas a él.
Me bajó la lencería por completo.
Yo me vi. Toda. Toda yo.
—Mirá. Mirate. —me dijo, pegado a mi espalda—. Esa sos vos…
Me besó el cuello. Me acarició los pezones. Me abrió con sus manos.
Y volvió a entrar en mí. Despacio.
Me penetró de pie, frente al espejo.
—Así me gustás… así de entregada… así de consciente de tu belleza…
Yo respiraba entrecortado, viendo mi reflejo. Mis caderas moviéndose. Su pelvis chocando contra mí.
Mis senos simulados temblando con cada embestida.
—Es raro —le dije—. Pero no me veo feo…
—Porque no lo sos.
—…me veo real.
—Te ves mujer. Y lo sos. Esta noche, lo sos.
Su voz me recorría más que sus manos.
Él me sujetaba de la cintura y me hacía mirar.
—¿Ves cómo te entra? ¿Ves cómo lo recibís?
—Sí… —susurré, hipnotizado.
—Mirá cómo se te escapa el semen anterior mientras te vuelvo a llenar…
Mis piernas temblaban.
Él se inclinó y me metió un dedo en la boca. Me hizo chuparlo.
Con el otro me pellizcó los pezones.
—Decime qué sos.
—Soy… soy tuya.
—¿Y qué más?
—Tu mujer.
—¿Y qué hace una mujer como vos?
—Recibe… se abre… se deja coger…
Me llevó al límite.
Su miembro moviéndose como si me conociera desde antes.
Mis pezones rozando el espejo.
Yo gemía fuerte. Ya no me importaba nada.
—No puedo más… voy a acabar…
—Dale, acabá. Sin tocarte. Así, solo con mi pija dentro.
Y así fue.
Eyaculé de pie.
Sin manos. Sin miedo.
Solo por cómo me poseía, cómo me hablaba, cómo me miraba a través del espejo.
Él también acabó adentro. Con un gemido bajo, caliente, contenido.
Me abrazó por la espalda.
Los dos respirando fuerte.
Pero no había terminado.
Me tomó de la mano, sonrió y dijo:
—Andá a ponerte otra vez tu lencería.
—¿Para qué? —pregunté con una sonrisa tímida.
—Porque quiero verte con ella mientras me chupás la pija. Quiero que te diviertas.
Fui al baño, me puse la tanga apretada y el corpiño rosa. El mismo. El que había quedado mojado por mis pezones antes.
Me miré al espejo. Me sonreí. Me vi libre.
Salí caminando despacio, casi desfilando.
Él se recostó, desnudo, con el torso caliente y la verga semi erecta.
Me hizo un gesto con el dedo.
—Vení, hermosa. Acá.
Me arrodillé.
Le di un beso en la punta, suave, juguetón.
—No sé si soy buena en esto…
—No importa. Jugá. Probá. Hacelo como quieras. Estoy todo tuyo.
Empecé a lamerlo como un helado. Con pausas. Con risas. Con gemidos suaves.
Él jadeaba. Me acariciaba el pelo.
Me decía:
—Sos una diosa. Mirá cómo se ve tu culo con esa tanguita.
—¿Sí? —dije, sacando la lengua para provocarlo.
—Sos un sueño hecho carne. Mi sueño.
A veces lo tomaba con la boca entera.
A veces solo lo rodeaba con los labios.
Otras, lo besaba con ternura como si fuese su boca.
Nos reíamos. Yo lo hacía gemir. Él me decía:
—Sos traviesa. Sos deliciosa. Sos mía.
El sexo oral duró lo que tenía que durar.
No había apuro. No había técnica. Solo entrega.
Cuando acabó en mi boca, me besó la frente.
Me limpió los labios con su dedo.
Me volvió a abrazar.
Y esa noche fui lencería, espejo, semen, lengua, deseo, y sobre todo: fui yo
PARTE2; http://www.poringa.net/posts/relatos/6008970/Ser-mujer-por-una-noche-La-entrega-completa.html
Tercera Parte
Aún recostados
Yo tenía los ojos húmedos, los pezones aún sensibles.
Entonces me llevó de la mano frente al espejo del placard, grande, limpio, inevitable.
Me colocó de pie, de espaldas a él.
Me bajó la lencería por completo.
Yo me vi. Toda. Toda yo.
—Mirá. Mirate. —me dijo, pegado a mi espalda—. Esa sos vos…
Me besó el cuello. Me acarició los pezones. Me abrió con sus manos.
Y volvió a entrar en mí. Despacio.
Me penetró de pie, frente al espejo.
—Así me gustás… así de entregada… así de consciente de tu belleza…
Yo respiraba entrecortado, viendo mi reflejo. Mis caderas moviéndose. Su pelvis chocando contra mí.
Mis senos simulados temblando con cada embestida.
—Es raro —le dije—. Pero no me veo feo…
—Porque no lo sos.
—…me veo real.
—Te ves mujer. Y lo sos. Esta noche, lo sos.
Su voz me recorría más que sus manos.
Él me sujetaba de la cintura y me hacía mirar.
—¿Ves cómo te entra? ¿Ves cómo lo recibís?
—Sí… —susurré, hipnotizado.
—Mirá cómo se te escapa el semen anterior mientras te vuelvo a llenar…
Mis piernas temblaban.
Él se inclinó y me metió un dedo en la boca. Me hizo chuparlo.
Con el otro me pellizcó los pezones.
—Decime qué sos.
—Soy… soy tuya.
—¿Y qué más?
—Tu mujer.
—¿Y qué hace una mujer como vos?
—Recibe… se abre… se deja coger…
Me llevó al límite.
Su miembro moviéndose como si me conociera desde antes.
Mis pezones rozando el espejo.
Yo gemía fuerte. Ya no me importaba nada.
—No puedo más… voy a acabar…
—Dale, acabá. Sin tocarte. Así, solo con mi pija dentro.
Y así fue.
Eyaculé de pie.
Sin manos. Sin miedo.
Solo por cómo me poseía, cómo me hablaba, cómo me miraba a través del espejo.
Él también acabó adentro. Con un gemido bajo, caliente, contenido.
Me abrazó por la espalda.
Los dos respirando fuerte.
Pero no había terminado.
Me tomó de la mano, sonrió y dijo:
—Andá a ponerte otra vez tu lencería.
—¿Para qué? —pregunté con una sonrisa tímida.
—Porque quiero verte con ella mientras me chupás la pija. Quiero que te diviertas.
Fui al baño, me puse la tanga apretada y el corpiño rosa. El mismo. El que había quedado mojado por mis pezones antes.
Me miré al espejo. Me sonreí. Me vi libre.
Salí caminando despacio, casi desfilando.
Él se recostó, desnudo, con el torso caliente y la verga semi erecta.
Me hizo un gesto con el dedo.
—Vení, hermosa. Acá.
Me arrodillé.
Le di un beso en la punta, suave, juguetón.
—No sé si soy buena en esto…
—No importa. Jugá. Probá. Hacelo como quieras. Estoy todo tuyo.
Empecé a lamerlo como un helado. Con pausas. Con risas. Con gemidos suaves.
Él jadeaba. Me acariciaba el pelo.
Me decía:
—Sos una diosa. Mirá cómo se ve tu culo con esa tanguita.
—¿Sí? —dije, sacando la lengua para provocarlo.
—Sos un sueño hecho carne. Mi sueño.
A veces lo tomaba con la boca entera.
A veces solo lo rodeaba con los labios.
Otras, lo besaba con ternura como si fuese su boca.
Nos reíamos. Yo lo hacía gemir. Él me decía:
—Sos traviesa. Sos deliciosa. Sos mía.
El sexo oral duró lo que tenía que durar.
No había apuro. No había técnica. Solo entrega.
Cuando acabó en mi boca, me besó la frente.
Me limpió los labios con su dedo.
Me volvió a abrazar.
Y esa noche fui lencería, espejo, semen, lengua, deseo, y sobre todo: fui yo
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