No me tocó. Ni una sola vez.
Y sin embargo, terminé gimiendo su nombre, con las piernas temblando y el alma entregada.
Así empieza Sin Tocarme, una historia real o no, pero que seguro vas a desear que te pase.
Ella tenía una vida normal, ordenada, incluso aburrida. Hasta que un mensaje cambió todo.
Una voz. Un juego. Un extraño que no necesitó verla desnuda para hacerla rogar por más.
Dominación mental, placer sin contacto, órdenes que llegan por texto, juguetes en lugares públicos y orgasmos que no se olvidan.
¿Te animás a leer lo que le pasa?
Acá no hay amor, hay deseo. Hay sumisión. Y hay una mujer que empieza a descubrir su verdadero cuerpo… uno que solo responde a quien sabe cómo hacerlo vibrar.
Capítulo 1
📖 Capítulo 1 – Lo que todavía no digo
No todo lo que me excita tiene nombre.
A veces es una forma de mirar.
A veces, de callar.
No fue la primera vez que lo vi. Pero fue la primera vez que me permití mirarlo.
El divorcio me había dejado suspendida en una especie de pausa gris. Es loco cómo, cuando pasás por esos duelos largos, empezás a vivir como en piloto automático. Todo es rutina, compromiso, cortesía social. Las emociones quedan guardadas en una caja, esperando que alguien o algo se anime a abrirla.
Él apareció en un cumple de una amiga. Ni idea si lo invitaron o si cayó con alguien. Pero ahí estaba.
Al principio me llamó la atención cómo se movía. Tranquilo, seguro, sin querer llamar la atención. Tenía esa confianza natural de los que no necesitan demostrar nada.
Cuando me lo presentaron, fueron segundos. Pero suficientes.
Me miró fijo, un instante apenas más largo de lo habitual, y el apretón de manos fue justo: ni tibio ni desesperado. Mi cuerpo reaccionó de inmediato.
Hacía años que no sentía ese cosquilleo bajo la piel, ese calorcito que empieza en las piernas y sube, despacito, desafiando. Mientras charlábamos en grupo, notaba cómo mi respiración se acortaba, como si cada palabra de él tuviera peso.
Tenía humor, pero de ese cómplice, no el que busca ser gracioso. Cuando hablaba bajaba un toque la voz, como si sólo me hablara a mí.
En un momento me acerqué a servir algo. Lo sentí atrás, sin que dijera nada. El aire cambió.
—¿Vino tinto o blanco?—me preguntó con ese tono grave.
—Tinto—le contesté, sintiendo un calorcito en el pecho.
Me sirvió la copa. Cuando sus dedos rozaron los míos, un escalofrío me recorrió la espalda.
El resto de la noche fue miradas, sonrisas, silencios. Me sorprendía observando sus detalles: la mandíbula, la lengua humedeciendo los labios, la firmeza de sus manos.
Cuando nos despedimos, no hubo promesas. Solo un "me encantó conocerte" y esa sonrisita ladeada que dejaba todo en el aire.
Esa noche, en la cama, mientras miraba el techo, mi mente volvió a él una y otra vez. Y por primera vez en mucho tiempo, me dejé llevar.
Mis manos recorrieron mi piel con la torpeza de quien redescubre un terreno olvidado. Cerré los ojos y lo sentí atrás, sus labios en mi cuello, su aliento tibio mezclándose con el mío. Imaginé sus dedos bajando lento por mi cintura, su voz susurrando cosas que ni hacía falta entender.
Mi respiración se aceleró mientras mis propios dedos exploraban más abajo, mientras el calor se acumulaba, latiendo fuerte. No pensé en nada, ni en edades, ni en lo correcto. Solo estaba ahí, entre el deseo y el vacío.
Cuando el orgasmo me sacudió, un suspiro largo escapó de mis labios, junto con su nombre.
Apenas lo había conocido. Pero el deseo, cuando despierta, no pide permiso.
Capítulo 2
Lo que se siente sin tocar
> A veces, lo que más excita no es el cuerpo. Es el control.
No nos habíamos tocado. Ni una caricia. Ni un beso. Nada. Y sin embargo, esa noche me acosté con el cuerpo encendido como si hubiese salido de una sesión interminable de sexo.
Me habías escrito temprano. Un mensaje corto:
> "Hoy quiero que salgas sin ropa interior."
Nada más. Ni hola. Ni buenos días. Solo eso.
Sentí un escalofrío. No solo por lo que me pedías. Sino por cómo lo pedías. Como si ya fueras dueño de mis decisiones, como si conocieras mis tiempos mejor que yo.
No contesté. No necesitaba hacerlo. Me duché, me vestí con un vestido liviano y salí. Caminé por la ciudad sintiendo el aire fresco entre mis piernas, la tela acariciándome apenas. Cada paso era una contradicción: libertad y sumisión al mismo tiempo.
Nadie lo sabía. Nadie podía notarlo. Pero yo lo sabía. Y vos también. Y eso alcanzaba.
Fuimos al cine. Era nuestra segunda cita. Nos saludamos con un beso en la mejilla. Nada en tu manera de mirarme sugería otra cosa. Pero yo ya iba vulnerable. Ya habías tomado algo de mí. Y lo sabías.
Durante la película, te sentaste cerca, pero no demasiado. Apenas rozabas mi brazo. Y yo me retorcía por dentro. No por lo que hacías, sino por lo que no hacías. Por el silencio. Por esa forma de poseer sin tocar.
Al salir, dijiste:
> "Estuviste perfecta."
Y nada más. Caminamos un poco, hablamos de cosas banales. Y me dejaste en casa con un abrazo. Yo mojada. Vos impasible. Pero en tus ojos, había algo. Esa mirada que no necesita palabras para dar una orden.
En la tercera salida, me mandaste otro mensaje unas horas antes:
> "Hoy quiero que uses algo que te haga sentir linda. Pero sin mostrarlo. Quiero que lo sepas vos. Nada más."
Me puse un conjunto de encaje negro. El que tenía reservado para alguien especial, aunque nunca lo hubiese dicho. Y toda la noche salimos como si nada. Café, caminata, charla. Tus dedos cerca. Tu voz firme. Tu sonrisa medida.
Yo me sabía hermosa por dentro. Y eso me volvió adictiva. Empezé a disfrutar esa versión mía que solo vos conocías. La que se abría sin abrirse. La que obedecía sin pedir nada a cambio.
Y entonces, después de todo eso, llegó la cuarta.
Esa noche fue distinta desde el primer segundo. Me esperabas en un bar discreto, en una mesa de rincón. Me senté frente a vos, y apenas hablamos. Tus ojos recorrían mi cara, mis clavículas, mis manos. Yo sentía que cada gesto mío era evaluado.
Cuando la cita terminó, te levantaste primero. Te acercaste, y antes de despedirte me diste una pequeña caja negra. Elegante. Cerrada con un moño de cinta fina.
> "Es para cuando estés sola. Quiero que recuerdes cada sensación. Y que me lo cuentes."
No lo abrí frente a vos. Solo asentí. Mis manos temblaban un poco. Te fuiste con una media sonrisa, sin mirar atrás.
En casa, abrí la caja. Dentro, había un succionador pequeño, de diseño sutil, acompañado por una nota escrita a mano:
> "No es un juguete. Es una llave. Usala bien."
Era una orden disfrazada de regalo. Un gesto suave que me obligaba a cruzar otra frontera.
Y aunque no lo usé esa noche, sabía que lo haría pronto.
> Porque él no me había tocado. Pero yo ya le pertenecía.
¿Te estás calentando como ella?
Esto recién empieza.
Lo que viene la va a poner al límite… y tal vez a vos también.
Si querés seguir este juego, ayudame con puntos, y quedate cerca.
Pronto llega la próxima orden.
Y sin embargo, terminé gimiendo su nombre, con las piernas temblando y el alma entregada.
Así empieza Sin Tocarme, una historia real o no, pero que seguro vas a desear que te pase.
Ella tenía una vida normal, ordenada, incluso aburrida. Hasta que un mensaje cambió todo.
Una voz. Un juego. Un extraño que no necesitó verla desnuda para hacerla rogar por más.
Dominación mental, placer sin contacto, órdenes que llegan por texto, juguetes en lugares públicos y orgasmos que no se olvidan.
¿Te animás a leer lo que le pasa?
Acá no hay amor, hay deseo. Hay sumisión. Y hay una mujer que empieza a descubrir su verdadero cuerpo… uno que solo responde a quien sabe cómo hacerlo vibrar.
Capítulo 1
📖 Capítulo 1 – Lo que todavía no digo
No todo lo que me excita tiene nombre.
A veces es una forma de mirar.
A veces, de callar.
No fue la primera vez que lo vi. Pero fue la primera vez que me permití mirarlo.
El divorcio me había dejado suspendida en una especie de pausa gris. Es loco cómo, cuando pasás por esos duelos largos, empezás a vivir como en piloto automático. Todo es rutina, compromiso, cortesía social. Las emociones quedan guardadas en una caja, esperando que alguien o algo se anime a abrirla.
Él apareció en un cumple de una amiga. Ni idea si lo invitaron o si cayó con alguien. Pero ahí estaba.
Al principio me llamó la atención cómo se movía. Tranquilo, seguro, sin querer llamar la atención. Tenía esa confianza natural de los que no necesitan demostrar nada.
Cuando me lo presentaron, fueron segundos. Pero suficientes.
Me miró fijo, un instante apenas más largo de lo habitual, y el apretón de manos fue justo: ni tibio ni desesperado. Mi cuerpo reaccionó de inmediato.
Hacía años que no sentía ese cosquilleo bajo la piel, ese calorcito que empieza en las piernas y sube, despacito, desafiando. Mientras charlábamos en grupo, notaba cómo mi respiración se acortaba, como si cada palabra de él tuviera peso.
Tenía humor, pero de ese cómplice, no el que busca ser gracioso. Cuando hablaba bajaba un toque la voz, como si sólo me hablara a mí.
En un momento me acerqué a servir algo. Lo sentí atrás, sin que dijera nada. El aire cambió.
—¿Vino tinto o blanco?—me preguntó con ese tono grave.
—Tinto—le contesté, sintiendo un calorcito en el pecho.
Me sirvió la copa. Cuando sus dedos rozaron los míos, un escalofrío me recorrió la espalda.
El resto de la noche fue miradas, sonrisas, silencios. Me sorprendía observando sus detalles: la mandíbula, la lengua humedeciendo los labios, la firmeza de sus manos.
Cuando nos despedimos, no hubo promesas. Solo un "me encantó conocerte" y esa sonrisita ladeada que dejaba todo en el aire.
Esa noche, en la cama, mientras miraba el techo, mi mente volvió a él una y otra vez. Y por primera vez en mucho tiempo, me dejé llevar.
Mis manos recorrieron mi piel con la torpeza de quien redescubre un terreno olvidado. Cerré los ojos y lo sentí atrás, sus labios en mi cuello, su aliento tibio mezclándose con el mío. Imaginé sus dedos bajando lento por mi cintura, su voz susurrando cosas que ni hacía falta entender.
Mi respiración se aceleró mientras mis propios dedos exploraban más abajo, mientras el calor se acumulaba, latiendo fuerte. No pensé en nada, ni en edades, ni en lo correcto. Solo estaba ahí, entre el deseo y el vacío.
Cuando el orgasmo me sacudió, un suspiro largo escapó de mis labios, junto con su nombre.
Apenas lo había conocido. Pero el deseo, cuando despierta, no pide permiso.
Capítulo 2
Lo que se siente sin tocar
> A veces, lo que más excita no es el cuerpo. Es el control.
No nos habíamos tocado. Ni una caricia. Ni un beso. Nada. Y sin embargo, esa noche me acosté con el cuerpo encendido como si hubiese salido de una sesión interminable de sexo.
Me habías escrito temprano. Un mensaje corto:
> "Hoy quiero que salgas sin ropa interior."
Nada más. Ni hola. Ni buenos días. Solo eso.
Sentí un escalofrío. No solo por lo que me pedías. Sino por cómo lo pedías. Como si ya fueras dueño de mis decisiones, como si conocieras mis tiempos mejor que yo.
No contesté. No necesitaba hacerlo. Me duché, me vestí con un vestido liviano y salí. Caminé por la ciudad sintiendo el aire fresco entre mis piernas, la tela acariciándome apenas. Cada paso era una contradicción: libertad y sumisión al mismo tiempo.
Nadie lo sabía. Nadie podía notarlo. Pero yo lo sabía. Y vos también. Y eso alcanzaba.
Fuimos al cine. Era nuestra segunda cita. Nos saludamos con un beso en la mejilla. Nada en tu manera de mirarme sugería otra cosa. Pero yo ya iba vulnerable. Ya habías tomado algo de mí. Y lo sabías.
Durante la película, te sentaste cerca, pero no demasiado. Apenas rozabas mi brazo. Y yo me retorcía por dentro. No por lo que hacías, sino por lo que no hacías. Por el silencio. Por esa forma de poseer sin tocar.
Al salir, dijiste:
> "Estuviste perfecta."
Y nada más. Caminamos un poco, hablamos de cosas banales. Y me dejaste en casa con un abrazo. Yo mojada. Vos impasible. Pero en tus ojos, había algo. Esa mirada que no necesita palabras para dar una orden.
En la tercera salida, me mandaste otro mensaje unas horas antes:
> "Hoy quiero que uses algo que te haga sentir linda. Pero sin mostrarlo. Quiero que lo sepas vos. Nada más."
Me puse un conjunto de encaje negro. El que tenía reservado para alguien especial, aunque nunca lo hubiese dicho. Y toda la noche salimos como si nada. Café, caminata, charla. Tus dedos cerca. Tu voz firme. Tu sonrisa medida.
Yo me sabía hermosa por dentro. Y eso me volvió adictiva. Empezé a disfrutar esa versión mía que solo vos conocías. La que se abría sin abrirse. La que obedecía sin pedir nada a cambio.
Y entonces, después de todo eso, llegó la cuarta.
Esa noche fue distinta desde el primer segundo. Me esperabas en un bar discreto, en una mesa de rincón. Me senté frente a vos, y apenas hablamos. Tus ojos recorrían mi cara, mis clavículas, mis manos. Yo sentía que cada gesto mío era evaluado.
Cuando la cita terminó, te levantaste primero. Te acercaste, y antes de despedirte me diste una pequeña caja negra. Elegante. Cerrada con un moño de cinta fina.
> "Es para cuando estés sola. Quiero que recuerdes cada sensación. Y que me lo cuentes."
No lo abrí frente a vos. Solo asentí. Mis manos temblaban un poco. Te fuiste con una media sonrisa, sin mirar atrás.
En casa, abrí la caja. Dentro, había un succionador pequeño, de diseño sutil, acompañado por una nota escrita a mano:
> "No es un juguete. Es una llave. Usala bien."
Era una orden disfrazada de regalo. Un gesto suave que me obligaba a cruzar otra frontera.
Y aunque no lo usé esa noche, sabía que lo haría pronto.
> Porque él no me había tocado. Pero yo ya le pertenecía.
¿Te estás calentando como ella?
Esto recién empieza.
Lo que viene la va a poner al límite… y tal vez a vos también.
Si querés seguir este juego, ayudame con puntos, y quedate cerca.
Pronto llega la próxima orden.
0 comentarios - Sin tocarme- Cap. 1 y 2