You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Mí cuñadito

Nunca pensé que me iba a pasar algo así. Mi marido, un tipo laburador, siempre de acá para allá con el negocio. Yo, Valentina, tengo mis 26 años bien puestos. Piel blanca, pelo largo, negro azabache, que me llega hasta la cintura. Ojos azules, de esos que la gente dice que te taladran el alma. Mido 1.70 metros, alta. Y sí, soy flaca, pero con unas curvas que, honestamente, siempre me trajeron problemas o miradas. Un culo grande, bien redondo, y unas tetas que son, digamos, generosas. No soy de andar escondiendo nada, y la verdad es que mi cuerpo siempre fue un imán para las miradas, y para los quilombos, claro.
Mí cuñadito

Mateo, mi cuñado, tiene casi 13 años. Le faltan unos meses para cumplir los 13. Es un pendejo, sí, lo sé. Pero un pendejo que ya está estirándose, con esa torpeza propia de la edad. Es delgado, obvio, un cuerpo de pibe, pero con una energía y una mirada... una mirada de esos ojos curiosos, medio oscuros, que a veces se te clavan y te hacen sentir incómoda, aunque no sepas por qué. Siempre fue un chico bastante callado, observador, de esos que te miden sin que te des cuenta.
La historia que les voy a contar pasó hace un par de veranos. El calor era insoportable, de ese que te pega en la nuca y no te deja respirar. Mi marido estaba de viaje, por una de esas ferias de su laburo, y yo me había quedado sola en casa. Mateo, que es hijo único y vive con su vieja y mi suegra, se había venido a quedar unos días. Su mamá había tenido una urgencia familiar y me pidió que me hiciera cargo. Yo, obviamente, acepté. No había problema.
Los primeros días fueron normales, aburridos. Él en la suya, con los jueguitos o mirando tele. Yo con mis cosas, la casa, la compu, el gym. Pero el calor empezó a apretar de verdad. Unos 40 grados a la sombra, o más. La pileta era el único refugio.
Un mediodía, después de almorzar, yo me fui a cambiar para meterme a la pileta. Me puse un bikini. Uno de esos que, bueno, no dejaba mucho a la imaginación. La parte de abajo, una tanga que se me metía entre el culo, y la de arriba apenas cubría las tetas. Salí al patio, el sol te pegaba como una cachetada. Mateo ya estaba en la pileta, chapoteando, intentando refrescarse.
Me recosté en una reposera, al sol, para tomar un poco de color antes de meterme. Cerré los ojos. Sentía el calor en la piel, el olor a cloro de la pileta. De repente, sentí una sombra. Abrí los ojos y ahí estaba Mateo, parado al lado de mi reposera, mirándome.
Me lo quedé mirando. "¿Qué pasa, pibe? ¿Necesitás algo?" le pregunté, con la voz un poco pastosa por el calor.
Él no dijo nada. Solo se quedó ahí, mirándome. Sus ojos se pasearon por mi cuerpo, se detuvieron un segundo en mis tetas, luego bajaron a mi cintura, a mis caderas, a mi tanga que casi desaparecía en mi culo. Lo noté. No era una mirada de niño, no del todo. Había algo más.
"¿Estás bien, Mateo?" insistí, un poco incómoda.
Él parpadeó, como si recién volviera en sí. "Sí... sí, Valen. Solo... el sol."
Me reí un poco. "El sol te tiene medio boludo, ¿eh? Andá a meterte al agua, te vas a quemar."
Volvió a la pileta, pero yo lo sentía. Sentía su mirada cada tanto, a mis espaldas. Me moví un poco en la reposera, tratando de ignorarlo, pero era como un cosquilleo en la piel.
Esa tarde, la cosa siguió. Yo me metí a la pileta. El agua estaba riquísima. Me puse a flotar, boca arriba, cerrando los ojos. De repente, sentí un roce en mi pierna. Abrí los ojos y ahí estaba Mateo, nadando cerca. Su mano rozó mi pierna de nuevo, "sin querer". Me lo quedé mirando. Él se hizo el desentendido, miró para otro lado, pero un color se le subió a las mejillas.
"¡Che, cuidado, pibe!" le dije, riéndome. "No vayas a ahogarte acá, ¿eh?"
Él solo sonrió, esa sonrisa nerviosa de cuando te pescan haciendo una picardía. Y siguió nadando, pero cada tanto, pasaba cerca, rozándome.
Al otro día, la misma historia. El calor apretaba. Me puse otra bikini, esta vez una más chiquita todavía, color fucsia, que resaltaba aún más. La puse a secar al sol mientras yo me preparaba para meterme. Salí de la habitación y Mateo estaba en la cocina, tomando algo. Me vio pasar. Sus ojos se abrieron un poco y sentí que se le iba el aire. Yo seguí de largo, como si nada.
Cuando volví, él estaba en la galería, jugando con el celular. Yo me tiré en el sillón, con la bikini ya puesta. Me puse a mirar una serie en la tele. Él, de a poco, se fue acercando. Primero se sentó en el piso, más cerca. Después se subió al sillón, pero a una distancia "prudente".
La serie era medio boluda, así que me puse a chatear con una amiga. De repente, sentí su brazo rozándome. Se había recostado un poco. Lo miré. Él miraba la tele, pero de reojo.
"¿Qué mirás, pibe?" le pregunté.
"Nada... la serie," murmuró.
Y así se fue arrimando. De a poco. Su pierna contra la mía. Su brazo casi tocando el mío. Yo, la verdad, me hacía la boluda. Pero lo sentía. Sentía el calor de su cuerpo joven, y una tensión que se estaba volviendo palpable en el aire.
Una noche, estábamos mirando una película de terror. Mi marido todavía no volvía. Era tarde, la casa estaba a oscuras, solo la luz de la tele. Me había puesto una remera de algodón grande, de mi marido, y unos shorts cortitos. Él estaba sentado en el sillón de al lado.
En una parte de la película, saltó una escena fuerte, de esas que te hacen pegar un salto. Yo pegué un grito y me pegué a él, casi sin darme cuenta. Mis tetas, obviamente, se apretaron contra su brazo. Él se quedó tieso.
"¡Ay, perdón!" le dije, riéndome, medio nerviosa. "¡Qué susto!"
Me separé un poco, pero él no se movió. Su brazo seguía ahí, tenso. Sentí su respiración agitada. Lo miré. En la penumbra de la habitación, sus ojos brillaban, fijos en mi escote.
"¿Estás bien, Mateo?" le pregunté, con una voz más suave.
Él asintió, apenas. "Sí... sí, Valen."
Pero no me apartó la vista. Y yo no lo aparté a él. La tensión en el aire era ya tan densa que se podía cortar con un cuchillo. En ese momento, entendí. Entendí esa mirada, esos roces, esa picardía. Y una parte de mí, esa parte que siempre fue un poco perversa, una parte de mí que no conocía, se encendió.
No pasó nada más esa noche. La película terminó y cada uno se fue a su cama. Pero la atmósfera había cambiado para siempre entre nosotros.
Al día siguiente, mi marido llamó para decir que se demoraba un día más. Y fue esa tarde, la última que pasábamos solos, cuando todo explotó. Yo estaba en la cocina, haciendo algo para cenar. Llevaba solo una bombacha fina de encaje y una remera suelta, sin corpiño. El calor era tan agobiante que era lo único que toleraba.
Mateo entró a la cocina. Se quedó parado en el marco de la puerta, mirándome. No dijo nada. Yo me di vuelta, y ahí estaba él, esos ojos de casi 13 años clavados en mí. Pero ya no eran solo curiosos. Eran ardientes.
"¿Necesitás algo, pibe?" le pregunté, con la voz más ronca de lo normal.
Él dio un paso, luego otro. Se acercó a mí. Me miró de arriba abajo, sin disimulo. "Valen..."
Su voz era apenas un susurro. Y luego, antes de que pudiera decir nada, estiró su mano y rozó mi teta. Solo un roce. Pero sentí una descarga.
Lo miré. Sus ojos estaban fijos en los míos, una mezcla de miedo y una determinación que me dejó helada. Una parte de mí quiso pararlo, gritarle. Pero la otra, esa parte perversa que había descubierto, me hizo quedar en silencio.
Lo que pasó después fue rápido y lento a la vez. No hubo palabras. Solo el sonido de nuestras respiraciones agitadas. Yo no lo detuve. Él se acercó más, sus manos temblaban, pero sus ojos no se apartaron de los míos. Me besó. Un beso torpe, inexperto, pero lleno de una pasión cruda que me sorprendió. Mis labios se abrieron bajo los suyos.
Mis manos se posaron en su espalda, sintiendo su cuerpo joven. Él, envalentonado, hundió sus manos en mi culo, apretándolo, manoseándolo con una urgencia que me hizo gemir contra su boca. Sentí el bulto en su pantalón de pijama.
La ropa empezó a estorbar. De alguna manera, sin hablarlo, nos fuimos desvistiendo. Mis shorts cayeron al suelo, luego su pantalón de pijama. Quedamos en ropa interior, él en bóxer, yo en mi bombacha de encaje. La diferencia de tamaños era obvia, pero en ese momento, solo servía para aumentar la excitación.
No sé cómo, ni quién, pero terminamos en el sillón de la galería. El sol ya caía, tiñendo el cielo de naranja y violeta. Él me miraba, con esos ojos de pibe pero con una mirada de hombre.
"Valen..." susurró, la voz rota.
"Callate, pendejo," le dije, mi voz también ronca. "Sentí."
Me quité la remera, mis tetas enormes quedaron al aire. Él las miró, fascinado, y se lanzó a besarlas, a chuparlas, con una voracidad que me sorprendió. Mis manos se enredaron en su pelo.
Luego, con una audacia que no esperaba, me quité la bombacha. Él se quitó el bóxer. Quedamos los dos, desnudos, piel contra piel, en esa galería donde hacía unas horas el sol nos quemaba. La diferencia entre mi cuerpo, de mujer, con mis curvas marcadas, mis tetas grandes y mi culo enorme, y su cuerpo de pibe, delgado, en pleno desarrollo, era inmensa. Y eso, lo admito, me excitó de una manera que nunca pensé.
Él me miró, con su miembro joven y excitado, apuntando. Yo lo tomé en mi mano, sintiendo la calidez y la dureza.
"¿Estás listo, Mateo?" le pregunté, con una sonrisa perversa.
Él solo asintió, sus ojos fijos en los míos.
Me subí a horcajadas sobre él, sintiendo la dureza de su piel contra la mía. Lo guié. Y en un movimiento lento, lo metí adentro. La sensación fue una mezcla de plenitud y algo prohibido, algo que me hizo gemir con fuerza.
Él soltó un grito ahogado. "¡Valen!"
"Shhh," le susurré, mientras empezaba a cabalgarlo suavemente. "Sentí, pendejo. Sentí cómo te tengo."
El sonido de nuestros cuerpos chocando llenó la galería. Yo cabalgaba sobre él, sintiendo cada pulgada de su pija dentro de mi concha. Mis tetas rebotaban con el movimiento, mi pelo se agitaba. Me inclinaba, besando su cuello, susurrándole obscenidades. "Sos mío ahora, Mateo. Mío. Toda esta concha es tuya."
Él se corrió rápido, gimiendo mi nombre, su semen caliente llenándome. Yo lo sentí, lo absorbí. Y no contenta con eso, seguí cabalgándolo un poco más, disfrutando de la sensación, de su cuerpo rendido bajo el mío. Él estaba jadeando, agotado.

Me bajé de él lentamente. Él me miró con los ojos empañados, una mezcla de placer y asombro. Se quedó acostado en el sillón, aún jadeando.
Me vestí despacio, sintiendo el aire fresco en mi piel. Él también se vistió, en silencio. La noche ya había caído por completo.
"No le vas a decir nada a nadie, ¿verdad?" le pregunté, con una voz tranquila, mientras me abrochaba el corpiño.
Él me miró, serio. "No, Valen. Nunca."
Y no lo hizo. Mi marido volvió al día siguiente. Mateo volvió a ser el pibito callado, jugando con su celular, mirando la tele. Yo volví a ser la esposa normal, la cuñada atenta.
A veces, cuando mi marido se va de viaje, y Mateo viene a quedarse, me pregunto si volverá a pasar. Él me mira, y yo lo miro. Y la tensión, la misma que aquella tarde, sigue latente, esperando solo la chispa para volver a encenderse.

Esta fue mi primera historia para Poringa. Espero que les haya gustado.

7 comentarios - Mí cuñadito

1914304827 +1
Execelente relato preciosa, espero que pronto subas más
Bena148
Wooow pues como no encenderse con una mujer como tú así uuufff tan rica y hermosa y sexy con grandes tetas y culo uuufff que gran historia tan excitante 🤤
tanodot
Va 10, muy hott. Y q lomasoo!!🤪😜
facuss911
Que linde despertar de la adolescencia.
Fideo86
Grande Mateo, el sueño del pibe!