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El Conserje ~ Parte 2

El Conserje ~ Parte 2


El rumor ya se había esparcido por todo el edificio.
Ricardo, el joven conserje, era mucho más que un reparador de cañerías: era el fantasma caliente de todos los departamentos, el secreto compartido entre vecinas solteras, esposas aburridas y chicas traviesas.

Pero él no esperaba lo que vendría con Valeria, la vecina del 601.

Valeria tenía 36 años, soltera, independiente, dueña de una boutique y con un cuerpo de tentación: piernas largas, piel dorada, labios gruesos y una actitud que combinaba elegancia con puro deseo.

Una tarde lo llamó por una supuesta “fuga en el baño”.
Cuando Ricardo llegó, la puerta estaba entreabierta. Entró, anunciándose.

—Señora Valeria, ¿me llamó por la fuga?

—Sí, conserje… la de mi cuerpo. Estoy que exploto —respondió desde el pasillo, en bata, con una copa de vino en la mano.

Él la miró. Ella soltó la copa, dejó que la bata se abriera, y debajo… no llevaba absolutamente nada.

—No quiero juegos. Quiero que me cojas como a todas las demás. Pero mejor. Quiero saber por qué hablan tanto de ti.

Ricardo se acercó y la besó con hambre. Ella se arrodilló en segundos, le bajó el pantalón, saco su pija y se lo metió entero en la boca, sin respirar.
Se la mamaba con una técnica de diosa: lenta, profunda, con la lengua girando y los ojos clavados en él.

—Mmm… ya entiendo el alboroto.

Lo llevó a su cama, lo empujó y se montó sobre él.
Cabalgó su pija con la furia de una mujer hambrienta, mientras se agarraba las tetas y gemía sin pudor.

—¡Más! ¡Más duro! —gritaba, hasta venirse sobre él, temblando.

Entonces lo puso de espaldas, se apoyó en el buró, abrió las nalgas y lo miró:

—Ahora cogeme por el culo. Y no tengas piedad.

Ricardo se la metió de una, sujetándola del cuello mientras la penetraba con fuerza.
Valeria gritaba de placer, mojada completamente, con los ojos cerrados y el cuerpo rendido.
Lo hizo venirse tres veces esa tarde. Y todavía quería más.

Después del tercer polvo, se quedó a su lado, sudada, con el cuerpo marcado por las uñas y los besos.

—Ricardo… yo no quiero ser una más.

—¿Qué dices?

—Quédate conmigo. Tengo dinero. Tengo espacio. No necesito un conserje… necesito un hombre como tú, solo para mí.
Te quiero aquí. En mi cama. Siempre.

Ricardo no supo qué decir. Pero cuando ella bajó de nuevo a mamársela, con ternura, con entrega, y lo miró a los ojos mientras lo hacía…
entendió que no era solo sexo.

Tal vez esta vez… había encontrado algo más que un cuerpo.


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Ricardo creía tenerlo todo bajo control. Repartía placer por el edificio con profesionalismo y generosidad. Pero ahora, dos de sus “clientas” querían algo más que sexo ocasional.

Valeria, la vecina del 601, le había ofrecido quedarse a vivir con ella. Lo trataba como un rey: cama limpia, comidas ricas, masajes, y un sexo tan intenso como lujurioso.

—Eres mío, Ricardo. No quiero verte corriendo a otros departamentos. Si alguna se te ofrece, dímelo… yo me encargo —le decía, mientras lo cabalgaba lentamente, apretándolo con las piernas, mirándolo con esos ojos felinos.

Pero Camila, la hija traviesa del 702, no estaba dispuesta a dejarlo ir tan fácil.

Una tarde, Ricardo apenas salía del 601 con el cuello marcado, el pantalón desajustado y la sonrisa de un hombre recién exprimido, cuando escuchó la puerta del 702 abrirse de golpe.

—¡Conserje! —gritó Camila, desde el pasillo—. ¡Ven acá ahora mismo!

Él tragó saliva. Sabía lo que se venía.

Subió. Camila lo esperó en bata, descalza, con la cara seria.

—¿Así que ahora andas viviendo con la milf esa? ¿Le arreglas más que la cañería?

Ricardo no alcanzó a responder. Ella se le tiró encima, lo besó con rabia, le metió la lengua como si lo marcara, y lo empujó al sofá.

—Te crees muy conserje, pero a mí no me olvidas. Voy a cogerte tan rico que te vas a quedar a dormir aquí.

Se desnudó rápido, le bajó el pantalón y tomó su pija, se montó sobre él y empezó a cabalgarlo como una fiera: sin piedad, con movimientos bruscos, mordiéndole el cuello, arañándole el pecho, gimiendo salvaje, apretándolo con su concha.

—Eres mío, ¿me oyes? MÍO.

Y lo peor es que Ricardo la deseaba con locura también.
Pero cuando volvió al 601, horas después, con el cuerpo marcado, Valeria lo esperaba en ropa interior y copa en mano.

—¿Así que estuviste con esa niñita otra vez?

Él no supo qué decir.

—Muy bien, conserje. Entonces, prepárate… porque no pienso perderte.

Valeria se arrodilló, le bajó los pantalones y le agarró el pene empezó a mamársela con furia, con celos, con orgullo. Se lo tragó entero, lo escupió, lo lamió como si fuera una guerra.

Después, lo amarró al cabecero de la cama, se subió sobre él y se metió su pija en la concha de espaldas, apretándolo fuerte, dicidole:

—Te voy a coger tan rico, que cuando esa pendeja te llame, no vas a poder ni pararte.

Ricardo acabó exhausto, bañado en sudor y leche, con el corazón latiendo por dos mujeres que no solo lo deseaban…
lo querían exclusivamente.



Y ahora estaba en el centro de un juego peligroso.

Porque Camila le había escrito un mensaje mientras él dormía:
"Mañana te quiero solo para mí. O voy a decirle a todas tus otras vecinas que me coges como una puta."

El conserje… estaba a punto de volverse prisionero de su propio servicio.


Ricardo lo presentía. La tensión en el edificio no era solo sexual… ya era personal.

Camila, la joven atrevida del 702, y Valeria, la elegante vecina del 601, no estaban dispuestas a seguir compartiéndolo.

Una tarde, mientras terminaba de revisar una fuga en el cuarto de bombas, recibió una llamada que le heló la espalda.

—Ricardo, baja. Ahora. —Era Valeria.

Y al bajar, encontró en el pasillo: las dos mujeres frente a frente, fuego en la mirada, hielo en las palabras.

—¿Así que tú eres la que se cree dueña del conserje? —dijo Camila, cruzada de brazos.

—Yo no me creo nada. Solo soy quien lo trata como un hombre, no como un juguete —respondió Valeria con una media sonrisa.

Ricardo se puso en medio, nervioso.

—Chicas, por favor. No tienen por qué pelear…

—Entonces decidite —dijo Camila, dando un paso adelante—. ¿Te quedás conmigo o con ella?

—¿De verdad querés hacerlo elegir ahora? —Valeria alzó una ceja—. Mejor que nos compare bien. Al mismo tiempo.

Ricardo sintió cómo se le aceleraba el corazón.

—¿Están diciendo…?

—Un encuentro los tres —dijo Camila, con una sonrisa torcida—. Y después, elegís. Sin excusas.

Esa noche, en el departamento de Valeria, la tensión se volvió electricidad. Velas encendidas, vino servido, cuerpos que se rozaban con deseo y desafío.

Valeria lo besaba con experiencia, acariciándolo con calma, mientras Camila lo provocaba con su juventud y su fuego, subiéndole la temperatura con cada roce.

Las manos recorrían piel. Las respiraciones se entrelazaban.
El placer no era solo físico… era una competencia abierta.

Ricardo era el epicentro del deseo de ambas. Se turnaban para tocarlo, para acariciarlo, para besarlo, cada una mostrando lo mejor de sí. Se miraban a los ojos mientras lo hacían, cada gesto una provocación.

Después de una noche intensa, los tres quedaron exhaustos sobre la cama.

Pero la calma duró poco.

—Ya está —dijo Valeria, cubriéndose con una sábana—. Jugamos limpio. Ahora elegí.

—Sí —dijo Camila, sin apartar la mirada—. No pienso compartirte más.

Cristian se sentó, con el pecho agitado y la mente girando.

Ambas lo querían. Ambas le ofrecían mundos distintos.
Y solo podía quedarse con una.

La decisión… tendría que tomarla pronto.


cogida


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