You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

El Conserje ~ Parte 3

El Conserje ~ Parte 3

El silencio en la habitación pesaba como una losa.
Valeria y Camila lo miraban fijamente, con el cuerpo aún tibio por lo que acababan de vivir, pero con la mirada llena de expectativa… y celos.

Ricardo se pasó una mano por el rostro. Respiró hondo. Y habló:

—Escuchen bien, las dos.
No me gusta jugar con nadie. Y mucho menos mentir.
Lo que pasó esta noche fue increíble… pero también me hizo darme cuenta de algo.

Ambas lo observaban, tensas.

—No quiero una relación seria con ninguna —dijo, firme—. No ahora. No en este edificio.

Camila frunció el ceño. Valeria se cruzó de brazos, con expresión tensa.

—Yo soy el conserje. Y sí, atiendo cañerías, duchas, ascensores… pero también mujeres hermosas, solas, aburridas, necesitadas. Ustedes lo saben.
No estoy para ser exclusivo de nadie. No vine acá a casarme ni a mudarme con ninguna.

Valeria apretó la mandíbula.

—¿Y qué propones entonces?

Ricardo se acomodó en la cama, con una media sonrisa.

—Simple: libertad. Si alguna de ustedes quiere verme… perfecto. Se agenda. Se disfruta. Y después, cada una en su mundo.

Camila alzó una ceja.

—¿Como si fuéramos citas programadas?

—Como si fueran... turnos de mantenimiento —respondió él, guiñando un ojo.

Las dos se miraron. La rabia se mezclaba con el deseo, con la picardía, con el asombro. Porque en el fondo… ninguna podía negar que aquel tipo sabía cómo dejar huella.

—Y si alguna no está de acuerdo —agregó Cristian—, lo entiendo.
Pero yo voy a seguir viviendo solo, libre, y disponible. Porque hay muchas mujeres en este edificio que todavía no han probado mi trabajo… y se nota que hace falta mantenimiento en varios pisos.

Camila soltó una risa corta y resignada.

Valeria chasqueó la lengua, se levantó, recogió su copa de vino… y dijo:

—Entonces que te vaya bien… pero no tardes mucho en pasar por el 601. La ducha volvió a gotear.

Ricardo sonrió. Camila, mientras se vestía, le susurró al oído:

—No te enamores de ninguna, conserje… o vas a perder tu magia.


slut



Y con un portazo suave, ambas se fueron.

Ricardo se quedó solo, mirando el techo. Tranquilo.
Sabía que no sería fácil. Pero había sido claro.

Ahora él ponía las reglas del juego.


Ricardo estaba en la recepción revisando el parte diario cuando escuchó el ascensor abrirse.
Alzó la vista… y se le fue el aire.

Una mujer alta, de piel tersa y cabello negro azabache bajaba con paso firme.
Vestía unos pantalones de tela liviana que dejaban adivinar sus curvas redondas, y una blusa ajustada que no disimulaba el generoso escote.

—¿Eres tú el encargado de todo esto? —preguntó con un acento coreano encantador, señalando el edificio a su alrededor.

—Depende de qué incluya “todo” —dijo Ricardo, sonriendo.

Ella extendió la mano.

—Me llamo Min-Ji, recién llegada del 804.
Necesito… ayuda técnica. En varias cosas.

Las siguientes semanas, Min-Ji se convirtió en un misterio delicioso. Cada vez que lo llamaba, lo recibía con ropa más provocadora: a veces en bata abierta, a veces en shorts mínimos.
Sus curvas lo volvían loco. Y su actitud, directa y segura, lo desarmaba.

Hasta que un viernes, lo citó por “un problema con el aire acondicionado”.

Ricardo subió con sus herramientas… pero al llegar, Min-Ji ya lo esperaba con una copa de vino, y nada debajo de su bata de seda.

—Hace calor —susurró, llevándolo al sofá.

Lo besó con hambre. Le saco la pija del pantalón y lo chupaba intensamente. Se saco la bata y subió sobre él, bajando lentamente introduciendo su pija en su concha húmeda, mientras le susurraba en coreano al oído.
Cabalgaba con ritmo, como si marcara un baile erótico, profundo, rítmico.

Luego él la acostó en el sofá, metiéndosela en la concha, toda su pija bombeandola, con fuerza controlada. Min-Ji gemía en su idioma, mirando al espejo, excitándose al ver sus propias expresiones.

En medio del clímax, ella deslizó la mano por detrás, metiéndole el dedo en el culo, provocando una reacción intensa, eléctrica.
Ricardo soltó un gemido ronco, sorprendido por la sensación, por el control que parecía perder.

—Te gusta explorar… —murmuró ella, sonriente—. No solo tú sabes dar sorpresas.

Ricardo, sudado, jadeando, la miró con una mezcla de deseo y admiración.

Min-Ji no solo quería sexo. Quería dominarlo… y lo estaba logrando.

Después, acostados entre las sábanas revueltas, ella lo miró con malicia:

—¿Así son todas las mujeres del edificio, o soy la primera que te lleva más allá?

Ricardo sonrió, aún sin aliento.

—Te juro… que no he sentido algo así con ninguna otra.

Y mientras ella se acomodaba sobre su pecho, él se dio cuenta de algo:

Por primera vez, el conserje no solo daba placer… estaba empezando a perder el control.

Fellatio




Las paredes del edificio comenzaban a susurrar.
Las vecinas hablaban. Algunas con celos, otras con curiosidad.
Y Camila… con furia.

Desde su balcón, la joven del 702 había visto entrar y salir a Min-Ji, la nueva inquilina del 804, varias veces. Siempre con el mismo gesto de satisfacción post-visita.

Una noche, Camila bajó sin avisar. Vestía un vestido corto, rojo como su humor.
Tocó la puerta de Min-Ji, con la seguridad de quien no piensa retroceder.

La coreana abrió la puerta. Su bata de seda, apenas amarrada, dejaba poco a la imaginación.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó, sin disimular la sonrisa.

—Sí —dijo Camila, cruzando los brazos—. Vine a hablarte de Ricardo.

Min-Ji ladeó la cabeza, divertida.

—Ah… ¿El conserje? Yo lo llamo por mantenimiento. Nada más.

—No me vengas con juegos —espetó Camila—. Sabes perfectamente lo que pasa entre ustedes.

—Y tú también lo sabes, si viniste hasta aquí solo por eso. ¿Te molesta que él esté mejor atendido?

Las dos se miraron con fuego en los ojos.

—Ricardo no es un trofeo —gruñó Camila—. Pero si va a elegir, al menos que sepa lo que se pierde.

—¿O quieres que lo elija todo de una vez? —sugirió Min-Ji con picardía—. Un solo cuarto, dos mujeres, una noche… y que decida.


Horas después, Ricardo entraba al 804 sin saber que estaba entrando al ojo del huracán.
Ambas lo esperaban en la sala, cada una con un vino distinto, con un estilo distinto.
Una, sensual y salvaje. La otra, elegante y provocadora.

—¿Qué está pasando acá? —preguntó él, confuso y excitado a la vez.

—Te estamos regalando el mejor servicio de mantenimiento... compartido —dijo Camila, acercándose.

—Y después… queremos tu veredicto —agregó Min-Ji, bajándole el cierre de la camisa.

No hubo más palabras. Solo suspiros, piel, caricias cruzadas.
Las dos lo montaban por turnos. Lo besaban en competencia. Lo rendían al placer.
Pero también se lanzaban miradas asesinas entre sí.

El clímax fue brutal, sudado, profundo.

Y al final, cuando Ricardo se dejaba caer entre ambas, exhausto, cerró los ojos un segundo…

Pero al abrirlos, las dos lo miraban de frente, aún sin aliento.

—Ahora sí, conserje… —dijo Camila—. Toca decidir.

—¿Quién se queda con tus servicios exclusivos? —añadió Min-Ji, cruzando las piernas lentamente.

Ricardo las miró.
Las dos eran fuego, pero distinto.
Y si algo había aprendido en ese edificio…
Es que jugar con fuego tiene sus reglas. Y un solo descuido puede quemarlo todo.




El sol del domingo caía sobre el edificio como un telón final.
Cristian miraba desde el último piso el lugar que había sido su reino.
Donde cada piso tenía una historia. Cada departamento, un gemido.
Cada mujer, una marca que ahora llevaba en el cuerpo y en la memoria.

Pero una llamada lo había cambiado todo.

—“Queremos que te encargues de un edificio nuevo en la zona exclusiva del norte. El doble de salario. Mejores condiciones. Y... muchas más inquilinas.”

Era una oferta imposible de ignorar.


Esa tarde, bajó a recepción, vistiendo por última vez su overol de trabajo.
Cada paso era una despedida.

Primero apareció Valeria, con un vestido ajustado y una copa de vino:

—¿Te vas así nada más? ¿Sin un último arreglo de grifería?

Después, Camila, más seria, pero con los ojos brillosos:

—No pensé que alguien como tú me iba a marcar tanto.

Más tarde, Min-Ji bajó en bata, sin decir nada. Solo se acercó, le puso una mano en el pecho… y le susurró en coreano algo que él no entendió, pero que lo estremeció.

Una a una fueron llegando, algunas con excusas, otras con nostalgia. Ricardo se despidió con abrazos, besos suaves, promesas de “volver a pasar si hace falta mantenimiento”.

Hasta que apareció la portera nueva, curiosa, joven, preguntando:

—¿Y este es el conserje del que todas hablan?

Valeria soltó una carcajada.

—Sí. Aunque desde mañana tenemos otro. Ojalá rinda la mitad de Ricardo … porque nos dejó todas mal acostumbradas.

Rieron. Brindaron. Y mientras Ricardo salía por última vez por la puerta principal, se giró y dijo:

—Gracias a todas. Por el deseo, por el desorden… y por hacerme sentir el hombre más útil del edificio.

Y se fue.

Libre. Sonriente.
Con las herramientas al hombro… y las memorias bien guardadas.


slut


Erotic stories

1 comentarios - El Conserje ~ Parte 3

Heberhn
very hot
Puticienta1977
@Heberhn
Si me gusta papi
Heberhn
@rinoseronte1975 qué bueno amor
Heberhn
@rinoseronte1975 aver comparte algo rico tu al privado