Fe tiene poco más de 50 años, está casada y tiene hijos mayores, de veintipocos años. Es una mujer normal, ni guapa ni fea, bastante delgada para su edad, con pelo largo, negro y canoso y altura media. Nos conocemos desde hace bastantes años y tenemos una relación de amistad profunda.
Un día, me comentó que tenía algo importante que decirme, su marido le había puesto los cuernos con otra. Ella estaba hecha polvo, decepcionada, pero entendía que había sido algo esporádico y ya terminado y no quería acabar con la relación de su vida. Sin embargo, sí quería cobrarse una pequeña venganza pagándole con la misma moneda. Me confesó que pensaba ponerle los cuernos, echar una cana al aire, pues solo había tenido relaciones con su marido, única pareja de su vida, con el que llevaba 35 años. Tenía curiosidad por hacerlo con otro hombre y quería aprovechar la oportunidad que le había supuesto la aventura de su marido para poder hacerlo sin tener cargo de conciencia.
Yo le dije, “¿pero estás segura de lo que vas a hacer?”.
- Completamente. Lo he pensado mucho y estoy dispuesta. Me apetece mucho. Tengo que reconocer que desde la menopausia tengo más ganas de sexo y mi marido todo lo contrario. Me apetece mucho probar cosas nuevas, probar con otra persona, solo una o dos veces, nada serio. Que sea solo sexo. Llevo más de 30 años acostándome con la misma persona, cada vez menos, por cierto, y hacerlo con otro podría darme una visión nueva del sexo, que incluso podría revitalizar mi relación con Iván.
- Vaya, que buena eres, Fe. Si al final lo vas a hacer por su bien, ja, ja, ja.
- Qué papón eres.
- ¿Has pensado quién va a ser el afortunado?
- La verdad es que he estado pensando sobre ello.
- ¿Dónde quieres encontrarlo? ¿En una web de citas, en un bar de copas, algún conocido?
- Buf, no sé. Una web, no, que me puede salir un loco. Además, se quedan mis datos en internet y no me fío. En un bar, no sé, nuestra ciudad es pequeña y al final todo se sabe.
- Te puedes ir a Madrid a ligar. O a una zona grande de playa, como Benidorm o Canarias. O incluso al extranjero. Podrías irte a Cuba, como muchas mujeres maduras, de tu edad.
- Ja, ja, ja, que papón eres.
- Lo digo en serio, si no, ¿cómo lo vas a hacer?
- Mi opción preferida es alguien conocido, de confianza, al que ya conozca, y que me atraiga un poco. ¿Tú no conoces a personas próximas, amigas, conocidas o compañeras de trabajo con las que te acostarías?
- Sí, claro, pero yo estoy divorciado. Lo tuyo tiene más peligro, os podéis enamorar y luego la cosa se puede poner peligrosa.
- Tiene que ser alguien al que conozca mucho, desde hace mucho, de manera que si no me he enamorado de él en estos años ya no lo vaya a hacer. Además, yo quiero mucho a mi marido, a pesar de la tontería que ha hecho.
- Si es que es un papón, ja, ja, ja.
- No, es un gilipollas, el que es un papón eres tú.
- Veo que lo vas teniendo claro. ¿Has pensado en alguien en concreto?
- Tengo que reconocer que tengo 3 candidatos.
- ¿Sí? ¿Se puede saber quiénes son los afortunados?
- Como eres de mucha confianza te lo digo. Pensé en Juanjo.
- ¿Quién es ese?
- El camarero de la cafetería a la que vamos a desayunar todas las mañanas.
- ¿Se llama Juanjo? Primera noticia. Un poco joven para ti, ¿no? Tendrá unos 35 años.
- Creo que es mayor. Tendrá unos 40.
- Pues ya le sacas más de 10.
- Bueno, a algunos hombres le gustan las mujeres mayores y yo aún me conservo bien.
- Eso es verdad, estás bastante bien.
- Graciaaas. Al final no vas a ser tan papón. Bueno, lo he descartado porque me enteré de que tiene novia.
- Que buena eres, no quieres romper una pareja.
- Pues no, después de lo que me ha hecho Iván no quiero participar en hacer pasar por eso a otra persona.
- ¿El segundo candidato?
- Walter. Como seguro que tampoco te sabes el nombre, papón, el hombre venezolano que trae los paquetes a la oficina.
- Eso está muy traído. En su caso, por paquete no será, qué lista eres. Ja, ja, ja.
- Si es que eres un papón.
- ¿Es el elegido?
- Tampoco. El otro día le vi por la calle con su mujer y un niño pequeño.
- Vamos que están ya todos cogidos.
- Todos no. El tercero no.
- Menos mal. Así que tienes ya al candidato.
- Pues sí.
- ¿Él lo sabe? ¿Quiere?
- No lo sabe, pero estoy segura de que querrá.
- ¿Y quién es él?
- Te voy a dar pistas. Trabaja en la empresa. Es de mi edad. Está divorciado.
- Pues en la empresa somos 4 gatos. No hay muchas opciones. Con esos datos solo hay dos, Requena, el de Contabilidad y Evelio el conserje.
- Si es que eres un papón. Requena pesa 150 kilos y Evelio se jubila el mes que viene.
- Pues ya me contarás quién es entonces.
Esta última frase la dije casi temblando, pues ya empezaba a ver por dónde iba. Nunca me había planteado tener una relación sexual con ella. Somos muy, muy amigos. Tenemos muchísima confianza. Tengo que reconocer que a veces he sentido una cierta atracción física hacia ella y me he masturbado unas cuantas veces pensando en ella, pero todo totalmente platónico. Nos conocemos desde hace casi 25 años, que son los que llevamos siendo compañeros de trabajo. Antes, incluso nos conocíamos de vista, pues en nuestra ciudad, la gente de la misma edad se conoce de toda la vida. La conozco a la perfección. Nunca saldría con ella, pues aunque como amiga es fantástica, pero tiene demasiado carácter para mí. La cosa no saldría bien. Pero, ¿una relación exclusivamente sexual?, no sé. El morbo sería máximo, sin duda. Después de eso, nuestro conocimiento mutuo sería absoluto. Pero a su marido lo conozco perfectamente, ¿cómo podría saludarlo después de follarme a su mujer? ¿y como saludar a sus hijos? No sé. No terminaba de convencerme. Al menos a mi cabeza, porque a otra parte de mi cuerpo, aun antes de recibir la propuesta, si la había convencido, pues estaba totalmente empalmado.
- ¿Quieres que te diga quién es el elegido?
- Sí, claro.
- Me da mucha vergüenza decirlo.
La tensión sexual empezaba a sentirse. Yo empezaba a necesitar taparme la erección, pues íbamos paseando por los alrededores de la empresa durante una pausa.
- Hay confianza, a mí me lo puedes decir.
- ¿Aunque seas el elegido?
Ya estaba soltada la bomba.
- En ese caso, mayor necesidad de decírmelo.
- ¿Qué me dices?
- No sé. Ciertamente es una propuesta supermorbosa. A nadie le amarga un dulce.
- ¿Soy un dulce para ti?
- Sí, papona. Ja, ja, ja. Eres una papona muy guapa.
- Bueno, ¿aceptas mi propuesta?
Le dije que sí. Como los dos somos muy racionales, concretamos todos los aspectos, como que solo sería una vez, dos como máximo. Que iríamos a mi casa, pues vivo solo. Sería una tarde después de trabajar, dentro de un par de semanas, pues su familia se iba unos días al pueblo de su marido y ella se quedaba sola en la ciudad.
Dos semanas después
Por fin había llegado el gran día. En esas dos semanas no hablamos del tema, lo obviamos, aunque las miraditas de deseo avergonzadas se fueron intensificando según se acercaba el día. Salimos de trabajar a media tarde, pues en nuestra empresa no tenemos horario de verano. Nos fuimos cada uno a su casa para ducharnos y ponernos guapos.
A las 7 y media, puntual, ella tocaba el timbre de mi puerta. Cuando abrí me pareció que estaba espectacular. Una morena de pelo largo, aunque con muchas canas, delgada, muy sonriente y con un vestido veraniego y zapato de medio tacón que le sentaban muy bien. La invité a pasar y le serví un refresco. Estuvimos hablando durante media hora de chismorreos del trabajo y de otros conocidos. Estaba claro que nos costaba dar el primer paso.
A la media hora de charla, tras un breve silencio, ella sonrió y con un punto de vergüenza, dijo:
- Bueno. ¿Cómo se hacen estas cosas? Cuando uno liga, ¿cómo se da el siguiente paso? Es que llevo muchos años casada.
- Yo no ligo nunca, no sabría decirte, pero imagino que se puede empezar con una caricia- dije, mientras acariciaba suavemente su mejilla. Se puso roja como un tomate. – Luego puedo seguir con un beso. – Le besé la mejilla y ella se estremeció.
- Me parece bien. Me gustan mucho las caricias y los besos. También los abrazos.
La abrace con fuerza, mientras seguíamos sentados juntos en el sofá. Aproveché para seguir besando su mejilla. Continué besando su cuello. Su cara pasó de la timidez avergonzada a la excitación. No dejé lugar de su cuello sin besar. Ella estiraba el cuello para facilitar mis besos.
- Fe, eres una papona superguapa. Me apetece muchísimo estar contigo.
- A mi también, estoy muy a gusto.
Cogí sus manos y las besé. Seguí besando sus hombros desnudos, pues el vestido no tenía mangas. Baje por los brazos hasta el codo. A continuación, ella dirigió mi cara hacia la suya, hasta que nuestros labios quedaron a la misma altura. Entonces me besó en la boca. Primero de forma tímida. Después entrelazamos nuestros labios, hasta que después de aproximadamente 3 minutos, empezamos a entrelazar nuestras lenguas. Fue un beso muy húmedo y prolongado. Estuvimos varios minutos besándonos.
Mientras, mis manos acariciaban su espalda, después sus brazos y finalmente, la llevé a un pecho, a ver cómo respondía. No me quitó la mano, así que acaricié primero un pecho y después el otro, con cada vez más intensidad.
- ¿Quieres que vayamos a mi habitación?
- Si quieres. Todo esto me da más vergüenza de lo que pensaba.
- ¿Por tu marido?
- No estoy pensando en él, pero me da vergüenza por ti. Me vas a conocer en un aspecto muy íntimo y te voy a tener que seguir viendo todos los días y quiero que sigamos siendo igual de amigos. Eres uno de mis mejores amigos y no quiero estropearlo.
- Si quieres paramos.
- No, quiero seguir, pero se me vienen a la mente esas ideas.
- Si en algún momento quieres parar, evidentemente, solo tienes que decirlo.
- De momento, no. Llévame a tu habitación, papón.
- Ten cuidado, porque la llaman la habitación del placer.
- Ja, ja, ja. Pero si la única mujer que ha entrado ahí es tu asistenta. Y la he visto y hace 20 años y 30 kilos que dejó de ser tu tipo.
- Eso es verdad. Mi tipo eres tú.
- Ahhhh. Vamos papón, desnúdate y vamos a la habitación.
- ¿Es una orden?
- Sí, es una orden, desnúdate.
Me quité la camisa, los zapatos y el pantalón. Me quedé con el calzoncillo, con una erección tremenda. Mi físico no es espectacular, pero me conservo delgado y mi pene es ciertamente grande, al menos eso me han dicho las chicas con las que estado, especialmente mi exmujer.
Nos abrazamos y ella pegó su abdomen al suyo, para sentir mi erección. No podía esconder su rictus de excitación. Pensé que ese era el momento. Le bajé la cremallera del vestido y se lo levanté y se lo saqué por arriba. Se quedó con sus zapatos de medio tacón, bragas y sujetador. Yo no podía estar más cachondo. La abracé, nos apretamos el uno contra el otro y entrelazamos nuestras lenguas.
- Vámonos a la habitación, Fe.
Nos tumbamos en la cama y empezamos a meternos mano. Primero tímidamente, en la espalda, las piernas, con acercamientos a nuestros sexos, pero sin tocarlos. Después de 10 minutos, la veda se había desatado. Ella agarraba mi pene a través del calzoncillo y lo masturbaba. Yo le había bajado una copa del sujetador y jugaba con su pezón, que estaba totalmente erecto y duro. Llevé mi mano a su culo, primero sobre las bragas y después por dentro. Tenía una piel muy suave.
- Fe, te voy a desnudar por completo.
No dijo nada y se dejó hacer. Le desabroché el sujetador y le quité las bragas. Las tetas eran pequeñas, aunque con pezones grandes y empitonados, que parecía que si me acercaba corría el riego de que me sacase un ojo.
- Cuando me excito, los pezones se me ponen así- me dijo.
- Me encantan tus pezones- dije mientras me los metía en la boca. Los chupé durante un buen rato. Ella empezaba a retorcerse de gusto.
Después miré su vulva. Su sexo era peludo, pero extraño. Labios muy grandes, clítoris muy marcado y salido. Tenía vello púbico solo en el centro del pubis, seguramente producto de una depilación eléctrica, pero en el centro el vello era muy abundante, a modo de penacho mohicano. Era evidente que llevaba bastante tiempo sin depilarse la parte del pubis donde no se había quitado el vello.
Besé su tripa y acabé con la cara a la altura de su chumino. Le abrí las piernas. Tenía un olor fuerte, pero bueno. Olía a sexo. Le di un beso en el coño y saqué la lengua y empecé a chupar tímidamente. Ella hizo ademán de cerrar las piernas, pues le daba un poco de vergüenza.
- Abre las piernas, Fe, que te va a gustar.
- Me da vergüenza. No sé si te va a gustar a ti.
- Me va a encantar, disfrútalo- dije, mientras me hundía en su coño y empezaba a chupar.
Al pasar por su pubis, me tuve que sacar bastantes pelos de la boca, pero su flujo sabía bien, aunque era denso y abundante. Fe me cogió de la cabeza para que no parase de chupar. Sus gemidos eran cada vez más aparentes y empezaba a subir las caderas y a mover el culo con mayor intensidad según se iba acercando al orgasmo. Yo, por mi parte, combiné los lametazos a su clítoris y alrededores. Además, con una mano apretaba la zona baja del pubis y con la otra le introduje un par de dedos hasta el fondo de la vagina.
- Vamos papón, no pares por favor.
Ese era el momento de darlo todo y apretar con toda intensidad en los distintos frentes.
- Ay qué gusto, qué gustirrinín, aaaaaah, aaaaah, aaaaaaaaaaaah.
Fe acababa de correrse en mi boca. Me sentí muy orgulloso de haber provocado esas sensaciones tan placenteras a mi amiga. La miré y estaba con las piernas abiertas, el sexo húmedo, la cara relajada y muy sonriente. Corrí al baño a enjuagarme y volví rápidamente para darle un beso en la boca.
A continuación, ella cogió mi pene y empezó a masturbarlo.
- Yo no te la voy a chupar. Es algo que no me gusta.
- No pasa nada.
- La tienes muy grande.
- No es para tanto.
- Lo digo en serio. Es mucho más grande que la de mi marido. Estoy convencida de que si no hubiese tenido hijos no me cabría bien.
- Tengo lubricante, por si acaso.
- Después de lo que me acabas de hacer, no hace falta, estoy chorreando, entre tu saliva y el flujo que me ha salido.
- ¿Me pongo un condón?
- No hace falta. Estoy menopáusica y entre tú y yo hay confianza. No me vas a pegar nada.
Se abrió de piernas y yo acerqué mi pene a su vagina y poco a poco lo introduje. Empezamos a movernos. El placer que sentíamos los dos era inmenso. Toda nuestra amistad y confianza se veía ahora concretada en esa penetración. Estaba realmente húmeda, hasta el punto de que cada vez que profundizaba dentro de ella se oía un ruidito como de pisar un charco, flotch, flotch, flotch.
La habitación se había llenado del olor de nuestros sexos hiperexcitados. Hablando mal, el olor a coño y a polla era llamativo. Nuestros gemidos eran cada vez más intensos, igual que nuestros besos. Mientras yo la penetraba, ella se masturbaba el clítoris. Yo no pude más y me corrí dentro de ella. Estaba tan excitado que creo que es una de las veces en que he descargado más semen dentro de una mujer. Fe me pidió que no me saliera. Empezó a pajearse con más intensidad, hasta que se corrió. Me abrazó con desesperación y me dio un beso muy intenso.
Tras unos minutos, saqué mi pene de su conejo y vi como de su vulva empezaba a rezumar un chorro de abundante semen que manchó la cama.
Al rato, nos duchamos juntos, nos vestimos y preparamos algo de cena. El resto de la velada fue muy agradable, hablado de cosas normales y acariciándonos y besándonos de vez en cuando. A las 12, como Cenicienta, salió de mi casa, no sin antes decir:
- Lo he pasado muy bien, nunca lo olvidaré. Me ha merecido la pena. Pero no se va a volver a repetir ni hablaremos de ello con nadie, ni entre nosotros.
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Un día, me comentó que tenía algo importante que decirme, su marido le había puesto los cuernos con otra. Ella estaba hecha polvo, decepcionada, pero entendía que había sido algo esporádico y ya terminado y no quería acabar con la relación de su vida. Sin embargo, sí quería cobrarse una pequeña venganza pagándole con la misma moneda. Me confesó que pensaba ponerle los cuernos, echar una cana al aire, pues solo había tenido relaciones con su marido, única pareja de su vida, con el que llevaba 35 años. Tenía curiosidad por hacerlo con otro hombre y quería aprovechar la oportunidad que le había supuesto la aventura de su marido para poder hacerlo sin tener cargo de conciencia.
Yo le dije, “¿pero estás segura de lo que vas a hacer?”.
- Completamente. Lo he pensado mucho y estoy dispuesta. Me apetece mucho. Tengo que reconocer que desde la menopausia tengo más ganas de sexo y mi marido todo lo contrario. Me apetece mucho probar cosas nuevas, probar con otra persona, solo una o dos veces, nada serio. Que sea solo sexo. Llevo más de 30 años acostándome con la misma persona, cada vez menos, por cierto, y hacerlo con otro podría darme una visión nueva del sexo, que incluso podría revitalizar mi relación con Iván.
- Vaya, que buena eres, Fe. Si al final lo vas a hacer por su bien, ja, ja, ja.
- Qué papón eres.
- ¿Has pensado quién va a ser el afortunado?
- La verdad es que he estado pensando sobre ello.
- ¿Dónde quieres encontrarlo? ¿En una web de citas, en un bar de copas, algún conocido?
- Buf, no sé. Una web, no, que me puede salir un loco. Además, se quedan mis datos en internet y no me fío. En un bar, no sé, nuestra ciudad es pequeña y al final todo se sabe.
- Te puedes ir a Madrid a ligar. O a una zona grande de playa, como Benidorm o Canarias. O incluso al extranjero. Podrías irte a Cuba, como muchas mujeres maduras, de tu edad.
- Ja, ja, ja, que papón eres.
- Lo digo en serio, si no, ¿cómo lo vas a hacer?
- Mi opción preferida es alguien conocido, de confianza, al que ya conozca, y que me atraiga un poco. ¿Tú no conoces a personas próximas, amigas, conocidas o compañeras de trabajo con las que te acostarías?
- Sí, claro, pero yo estoy divorciado. Lo tuyo tiene más peligro, os podéis enamorar y luego la cosa se puede poner peligrosa.
- Tiene que ser alguien al que conozca mucho, desde hace mucho, de manera que si no me he enamorado de él en estos años ya no lo vaya a hacer. Además, yo quiero mucho a mi marido, a pesar de la tontería que ha hecho.
- Si es que es un papón, ja, ja, ja.
- No, es un gilipollas, el que es un papón eres tú.
- Veo que lo vas teniendo claro. ¿Has pensado en alguien en concreto?
- Tengo que reconocer que tengo 3 candidatos.
- ¿Sí? ¿Se puede saber quiénes son los afortunados?
- Como eres de mucha confianza te lo digo. Pensé en Juanjo.
- ¿Quién es ese?
- El camarero de la cafetería a la que vamos a desayunar todas las mañanas.
- ¿Se llama Juanjo? Primera noticia. Un poco joven para ti, ¿no? Tendrá unos 35 años.
- Creo que es mayor. Tendrá unos 40.
- Pues ya le sacas más de 10.
- Bueno, a algunos hombres le gustan las mujeres mayores y yo aún me conservo bien.
- Eso es verdad, estás bastante bien.
- Graciaaas. Al final no vas a ser tan papón. Bueno, lo he descartado porque me enteré de que tiene novia.
- Que buena eres, no quieres romper una pareja.
- Pues no, después de lo que me ha hecho Iván no quiero participar en hacer pasar por eso a otra persona.
- ¿El segundo candidato?
- Walter. Como seguro que tampoco te sabes el nombre, papón, el hombre venezolano que trae los paquetes a la oficina.
- Eso está muy traído. En su caso, por paquete no será, qué lista eres. Ja, ja, ja.
- Si es que eres un papón.
- ¿Es el elegido?
- Tampoco. El otro día le vi por la calle con su mujer y un niño pequeño.
- Vamos que están ya todos cogidos.
- Todos no. El tercero no.
- Menos mal. Así que tienes ya al candidato.
- Pues sí.
- ¿Él lo sabe? ¿Quiere?
- No lo sabe, pero estoy segura de que querrá.
- ¿Y quién es él?
- Te voy a dar pistas. Trabaja en la empresa. Es de mi edad. Está divorciado.
- Pues en la empresa somos 4 gatos. No hay muchas opciones. Con esos datos solo hay dos, Requena, el de Contabilidad y Evelio el conserje.
- Si es que eres un papón. Requena pesa 150 kilos y Evelio se jubila el mes que viene.
- Pues ya me contarás quién es entonces.
Esta última frase la dije casi temblando, pues ya empezaba a ver por dónde iba. Nunca me había planteado tener una relación sexual con ella. Somos muy, muy amigos. Tenemos muchísima confianza. Tengo que reconocer que a veces he sentido una cierta atracción física hacia ella y me he masturbado unas cuantas veces pensando en ella, pero todo totalmente platónico. Nos conocemos desde hace casi 25 años, que son los que llevamos siendo compañeros de trabajo. Antes, incluso nos conocíamos de vista, pues en nuestra ciudad, la gente de la misma edad se conoce de toda la vida. La conozco a la perfección. Nunca saldría con ella, pues aunque como amiga es fantástica, pero tiene demasiado carácter para mí. La cosa no saldría bien. Pero, ¿una relación exclusivamente sexual?, no sé. El morbo sería máximo, sin duda. Después de eso, nuestro conocimiento mutuo sería absoluto. Pero a su marido lo conozco perfectamente, ¿cómo podría saludarlo después de follarme a su mujer? ¿y como saludar a sus hijos? No sé. No terminaba de convencerme. Al menos a mi cabeza, porque a otra parte de mi cuerpo, aun antes de recibir la propuesta, si la había convencido, pues estaba totalmente empalmado.
- ¿Quieres que te diga quién es el elegido?
- Sí, claro.
- Me da mucha vergüenza decirlo.
La tensión sexual empezaba a sentirse. Yo empezaba a necesitar taparme la erección, pues íbamos paseando por los alrededores de la empresa durante una pausa.
- Hay confianza, a mí me lo puedes decir.
- ¿Aunque seas el elegido?
Ya estaba soltada la bomba.
- En ese caso, mayor necesidad de decírmelo.
- ¿Qué me dices?
- No sé. Ciertamente es una propuesta supermorbosa. A nadie le amarga un dulce.
- ¿Soy un dulce para ti?
- Sí, papona. Ja, ja, ja. Eres una papona muy guapa.
- Bueno, ¿aceptas mi propuesta?
Le dije que sí. Como los dos somos muy racionales, concretamos todos los aspectos, como que solo sería una vez, dos como máximo. Que iríamos a mi casa, pues vivo solo. Sería una tarde después de trabajar, dentro de un par de semanas, pues su familia se iba unos días al pueblo de su marido y ella se quedaba sola en la ciudad.
Dos semanas después
Por fin había llegado el gran día. En esas dos semanas no hablamos del tema, lo obviamos, aunque las miraditas de deseo avergonzadas se fueron intensificando según se acercaba el día. Salimos de trabajar a media tarde, pues en nuestra empresa no tenemos horario de verano. Nos fuimos cada uno a su casa para ducharnos y ponernos guapos.
A las 7 y media, puntual, ella tocaba el timbre de mi puerta. Cuando abrí me pareció que estaba espectacular. Una morena de pelo largo, aunque con muchas canas, delgada, muy sonriente y con un vestido veraniego y zapato de medio tacón que le sentaban muy bien. La invité a pasar y le serví un refresco. Estuvimos hablando durante media hora de chismorreos del trabajo y de otros conocidos. Estaba claro que nos costaba dar el primer paso.
A la media hora de charla, tras un breve silencio, ella sonrió y con un punto de vergüenza, dijo:
- Bueno. ¿Cómo se hacen estas cosas? Cuando uno liga, ¿cómo se da el siguiente paso? Es que llevo muchos años casada.
- Yo no ligo nunca, no sabría decirte, pero imagino que se puede empezar con una caricia- dije, mientras acariciaba suavemente su mejilla. Se puso roja como un tomate. – Luego puedo seguir con un beso. – Le besé la mejilla y ella se estremeció.
- Me parece bien. Me gustan mucho las caricias y los besos. También los abrazos.
La abrace con fuerza, mientras seguíamos sentados juntos en el sofá. Aproveché para seguir besando su mejilla. Continué besando su cuello. Su cara pasó de la timidez avergonzada a la excitación. No dejé lugar de su cuello sin besar. Ella estiraba el cuello para facilitar mis besos.
- Fe, eres una papona superguapa. Me apetece muchísimo estar contigo.
- A mi también, estoy muy a gusto.
Cogí sus manos y las besé. Seguí besando sus hombros desnudos, pues el vestido no tenía mangas. Baje por los brazos hasta el codo. A continuación, ella dirigió mi cara hacia la suya, hasta que nuestros labios quedaron a la misma altura. Entonces me besó en la boca. Primero de forma tímida. Después entrelazamos nuestros labios, hasta que después de aproximadamente 3 minutos, empezamos a entrelazar nuestras lenguas. Fue un beso muy húmedo y prolongado. Estuvimos varios minutos besándonos.
Mientras, mis manos acariciaban su espalda, después sus brazos y finalmente, la llevé a un pecho, a ver cómo respondía. No me quitó la mano, así que acaricié primero un pecho y después el otro, con cada vez más intensidad.
- ¿Quieres que vayamos a mi habitación?
- Si quieres. Todo esto me da más vergüenza de lo que pensaba.
- ¿Por tu marido?
- No estoy pensando en él, pero me da vergüenza por ti. Me vas a conocer en un aspecto muy íntimo y te voy a tener que seguir viendo todos los días y quiero que sigamos siendo igual de amigos. Eres uno de mis mejores amigos y no quiero estropearlo.
- Si quieres paramos.
- No, quiero seguir, pero se me vienen a la mente esas ideas.
- Si en algún momento quieres parar, evidentemente, solo tienes que decirlo.
- De momento, no. Llévame a tu habitación, papón.
- Ten cuidado, porque la llaman la habitación del placer.
- Ja, ja, ja. Pero si la única mujer que ha entrado ahí es tu asistenta. Y la he visto y hace 20 años y 30 kilos que dejó de ser tu tipo.
- Eso es verdad. Mi tipo eres tú.
- Ahhhh. Vamos papón, desnúdate y vamos a la habitación.
- ¿Es una orden?
- Sí, es una orden, desnúdate.
Me quité la camisa, los zapatos y el pantalón. Me quedé con el calzoncillo, con una erección tremenda. Mi físico no es espectacular, pero me conservo delgado y mi pene es ciertamente grande, al menos eso me han dicho las chicas con las que estado, especialmente mi exmujer.
Nos abrazamos y ella pegó su abdomen al suyo, para sentir mi erección. No podía esconder su rictus de excitación. Pensé que ese era el momento. Le bajé la cremallera del vestido y se lo levanté y se lo saqué por arriba. Se quedó con sus zapatos de medio tacón, bragas y sujetador. Yo no podía estar más cachondo. La abracé, nos apretamos el uno contra el otro y entrelazamos nuestras lenguas.
- Vámonos a la habitación, Fe.
Nos tumbamos en la cama y empezamos a meternos mano. Primero tímidamente, en la espalda, las piernas, con acercamientos a nuestros sexos, pero sin tocarlos. Después de 10 minutos, la veda se había desatado. Ella agarraba mi pene a través del calzoncillo y lo masturbaba. Yo le había bajado una copa del sujetador y jugaba con su pezón, que estaba totalmente erecto y duro. Llevé mi mano a su culo, primero sobre las bragas y después por dentro. Tenía una piel muy suave.
- Fe, te voy a desnudar por completo.
No dijo nada y se dejó hacer. Le desabroché el sujetador y le quité las bragas. Las tetas eran pequeñas, aunque con pezones grandes y empitonados, que parecía que si me acercaba corría el riego de que me sacase un ojo.
- Cuando me excito, los pezones se me ponen así- me dijo.
- Me encantan tus pezones- dije mientras me los metía en la boca. Los chupé durante un buen rato. Ella empezaba a retorcerse de gusto.
Después miré su vulva. Su sexo era peludo, pero extraño. Labios muy grandes, clítoris muy marcado y salido. Tenía vello púbico solo en el centro del pubis, seguramente producto de una depilación eléctrica, pero en el centro el vello era muy abundante, a modo de penacho mohicano. Era evidente que llevaba bastante tiempo sin depilarse la parte del pubis donde no se había quitado el vello.
Besé su tripa y acabé con la cara a la altura de su chumino. Le abrí las piernas. Tenía un olor fuerte, pero bueno. Olía a sexo. Le di un beso en el coño y saqué la lengua y empecé a chupar tímidamente. Ella hizo ademán de cerrar las piernas, pues le daba un poco de vergüenza.
- Abre las piernas, Fe, que te va a gustar.
- Me da vergüenza. No sé si te va a gustar a ti.
- Me va a encantar, disfrútalo- dije, mientras me hundía en su coño y empezaba a chupar.
Al pasar por su pubis, me tuve que sacar bastantes pelos de la boca, pero su flujo sabía bien, aunque era denso y abundante. Fe me cogió de la cabeza para que no parase de chupar. Sus gemidos eran cada vez más aparentes y empezaba a subir las caderas y a mover el culo con mayor intensidad según se iba acercando al orgasmo. Yo, por mi parte, combiné los lametazos a su clítoris y alrededores. Además, con una mano apretaba la zona baja del pubis y con la otra le introduje un par de dedos hasta el fondo de la vagina.
- Vamos papón, no pares por favor.
Ese era el momento de darlo todo y apretar con toda intensidad en los distintos frentes.
- Ay qué gusto, qué gustirrinín, aaaaaah, aaaaah, aaaaaaaaaaaah.
Fe acababa de correrse en mi boca. Me sentí muy orgulloso de haber provocado esas sensaciones tan placenteras a mi amiga. La miré y estaba con las piernas abiertas, el sexo húmedo, la cara relajada y muy sonriente. Corrí al baño a enjuagarme y volví rápidamente para darle un beso en la boca.
A continuación, ella cogió mi pene y empezó a masturbarlo.
- Yo no te la voy a chupar. Es algo que no me gusta.
- No pasa nada.
- La tienes muy grande.
- No es para tanto.
- Lo digo en serio. Es mucho más grande que la de mi marido. Estoy convencida de que si no hubiese tenido hijos no me cabría bien.
- Tengo lubricante, por si acaso.
- Después de lo que me acabas de hacer, no hace falta, estoy chorreando, entre tu saliva y el flujo que me ha salido.
- ¿Me pongo un condón?
- No hace falta. Estoy menopáusica y entre tú y yo hay confianza. No me vas a pegar nada.
Se abrió de piernas y yo acerqué mi pene a su vagina y poco a poco lo introduje. Empezamos a movernos. El placer que sentíamos los dos era inmenso. Toda nuestra amistad y confianza se veía ahora concretada en esa penetración. Estaba realmente húmeda, hasta el punto de que cada vez que profundizaba dentro de ella se oía un ruidito como de pisar un charco, flotch, flotch, flotch.
La habitación se había llenado del olor de nuestros sexos hiperexcitados. Hablando mal, el olor a coño y a polla era llamativo. Nuestros gemidos eran cada vez más intensos, igual que nuestros besos. Mientras yo la penetraba, ella se masturbaba el clítoris. Yo no pude más y me corrí dentro de ella. Estaba tan excitado que creo que es una de las veces en que he descargado más semen dentro de una mujer. Fe me pidió que no me saliera. Empezó a pajearse con más intensidad, hasta que se corrió. Me abrazó con desesperación y me dio un beso muy intenso.
Tras unos minutos, saqué mi pene de su conejo y vi como de su vulva empezaba a rezumar un chorro de abundante semen que manchó la cama.
Al rato, nos duchamos juntos, nos vestimos y preparamos algo de cena. El resto de la velada fue muy agradable, hablado de cosas normales y acariciándonos y besándonos de vez en cuando. A las 12, como Cenicienta, salió de mi casa, no sin antes decir:
- Lo he pasado muy bien, nunca lo olvidaré. Me ha merecido la pena. Pero no se va a volver a repetir ni hablaremos de ello con nadie, ni entre nosotros.
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