En casa reinaba la armonía y la paz, no faltaban los gestos cómplices ni las miradas lujuriosas. Los niños cada vez estaban más mayores y se llevaban muy bien. En casa se comía más saludable y los esfuerzos de María por mejorar en su aspecto físico eran más que palpables. Yo había doblado mis sesiones de entrenamiento y había empezado a acudir a clases de boxeo. Siempre me había gustado como deporte y el subidón de energía que te dan los deportes de contacto, se traducía en polvos más intensos y rudos. Pasamos a follar todos los días. Al entrar en la cama parecía algo automático y en cuanto nuestras pieles se tocaban, nuestras manos volaban hacia las zonas erógenas contrarias, produciendo el efecto deseado en segundos. Por otra parte habíamos hecho un planing mediante el cual podíamos tener libres dos fines de semana al mes. Los niños se quedarían con los abuelos, alternando las dos familias. En lo personal y laboral, estábamos muy asentados en nuestros trabajos. El tema económico había mejorado mucho, tras empezar a invertir con Jordi. Ese dinero extra nos subvencionaba las escapadas de fin de semana. Y casi siempre que íbamos a algún sitio era con la clara intención de expandir nuestros horizontes sexuales. Las salidas con Eva y Gustavo, Carla y Jordi, se sucedían y los seis hacíamos un grupo de disfrutones de alto nivel.
El mundo swinger se nos estaba quedando pequeño y María estaba descubriendo su gusto por quedar a solas con hombres, al tiempo que yo descubría mi gusto por los cuernos. Nos estábamos convirtiendo en una pareja Cuckold.
La sensación que me producía verla arreglada cada vez que quedaba con alguien, era descubriendo pura satisfacción. Lo llaman compersión, pero para mí es algo más. Algo que no podría describir, pero que me resulta adictivo.
María lo sabe y se aprovecha de ello. Se ha convertido en toda una hotwife y disfruta del proceso de selección, jugando conmigo. Hasta el encuentro y posterior narración de los hechos. Disfruta de ver mis reacciones a sus actos. Ahora me ha pedido dar un paso más y quiere que la acompañe en su próxima quedada. Que precisamente es con uno de los monitores de la sala de pesas del gimnasio al que vamos.
—He quedado el sábado con Juan. El monitor de los ojos verdes. Ese al que me quiero follar.— Dijo mi esposa, a la vez que se desnudaba para meterse en la cama.
—Mmmmmm. ¿Y dónde has quledado?— Respondí, comenzando a acariciar mi verga, la cual crecía a pasos agigantados.
—En su casa. Ha dicho que me va a hacer un entrenamiento personalizado en su gimnasio particular.— María acarició mi muslo hasta llegar a mi entrepierna, momento en el que solté mi mano para dejar paso a la suya, que comenzó a masturbarme lenta pero firmemente.
Mi mujer comenzó con una narración sobre lo que esperaba hacer con el entrenador, que irremediablemente terminó con mi eyaculación. No obstante, al notar las palpitaciones que anteceden al clímax, mi mujer terminó de excitarme:
—Sabes lo mejor de follarme a Juan. Que tú vas a verlo en primera fila, sentado en una silla, delante nuestro. Y cuando acabe con él, vendrás a follarme tú y acabarás dentro. Quiero que se junten vuestras corridas, sentirme llena y que cuando la saques, un chorro de semen salga de mi interior.
Al oír esto, mi calentura creció al máximo y tras eyacular le pedí a mi esposa:
—Siéntate en mi cara. Quiero tu sabor en mi boca.
María no se hizo de rogar y subiendo a la cabecera de la cama, puso una pierna a cada de mi cabeza y bajando su pelvis, colocó su vulva justo encima de mis labios.
No tardé ni dos segundos en tomar posesión del objeto de deseo de todos los machos que lo habían probado, o querían hacerlo.
—Me encanta tu lengua. Así la quiero siempre, dispuesta a darme placer. A mí y a quien yo te diga. Tal vez te pida que prepares a Juan para mí. Mmmmm. Sería muy excitante, ver cómo te comes una polla delante de mí, para que luego se folle a tu querida mujercita.
Esa forma de hablar y la imagen que se creó en mi cabeza, hicieron que mi verga volviera a ponerse a tope. Mi mujer al verlo, llevó una mano hasta ahí y volvió a masturbarme.
—¿Te pone cachondo la idea de hacer eso? Pues si eso es lo que te pone cachondo. Eso es lo que pasará. Vas a probar cosas nuevas. Muy nuevas.
Justo al acabar de hablar, María comenzó a convulsionar, presa de su primer orgasmo de la noche. Sin pensarlo dos veces, abandonó su posición y poniéndose de pie, colocó sus pies a los lados de mi cadera y bajando su culo, fue en busca de mi más que preparado miembro, para sentarse encima y dejarse caer en un solo movimiento, alojándolo en su interior completamente. Una de sus manos fue a parar a mi cuello mientras con la otra se apoyaba en mi pecho. De manera que podía dar sentones con toda la fuerza que quisiera. En ese momento comenzó a follarme con una intensidad tremenda, acción que supuso que alcanzara su segundo orgasmo inmediatamente. Al cesar sus movimientos, descabalgó y se tumbó a mi lado abrazándome.
—Buffff. Estoy agotada de correrme así.— María me besó de una manera muy tierna, movimiento que interpreté como una señal de cese de la actividad sexual. La abracé y comencé a acariciarle la espalda, desde su culo hasta el cuello. Estaba empapada por el sudor, de manera que las caricias eran en forma de pellizco, amasando la piel y dándole un masaje a una mano.
—Que bueno, me encanta que me toques así después de follar. Es el complemento ideal a unos buenos orgasmos.
—Te quiero.— Respondí en su oído.
—Yo también te quiero, cariño.— María cerraba así su día, cerrando los ojos a continuación y durmiéndose a los pocos minutos.
Mi mente por el contrario no me dejaba descansar, imaginando la escena que me había descrito mi mujer. Así que una vez que María se posicionó en su lado de la cama, deslicé mi mano por dentro de las sábanas y me dispuse a terminar el trabajo que había dejado a medias mi amazona.
Al día siguiente, cuando llegué a casa, mi mujer estaba en la cocina y en cuanto entré, se colgó a mi cuello y me dio un beso de esos que hacen que tu mástil se levante sin ningún tipo de esfuerzo.
—Mira lo que me han enviado. — Cogió su móvil y tras desbloquearlo, buscó dentro de su galería de fotos y me enseñó la foto de una verga gorda y de buen tamaño, llena de unas venas gruesas—. Es Juan, que se sentía inspirado y me ha enviado esto al mediodía.
—Tiene buen instrumento. Si lo sabe utilizar, vas a disfrutar mucho.— Respondí mirándola a los ojos, con una sonrisa de medio lado.
—Se me hace la boca agua. Ya le he dicho que estarás presente y le ha gustado la idea. Me ha dicho que es bisexual y que no hay problema en interactuar contigo.
—Entonces perfecto, ¿ya habéis elegido fecha?
—Será este domingo. Iremos a entrenar a su casa. Y nos quedaremos a comer y pasar la tarde.
Nos miramos con cara de niños traviesos y nos sentamos a comer.
—¿Está tarde vas a ir a entrenar?
—Sí. Tengo boxeo y quiero pasar antes por la sala a calentar bien.— Contesté a María.
—Yo tengo clase de hipopresivos con Eva, así dejaré a los niños con mis padres, cuando vaya hacia allí.
Estábamos tratando de volver a la normalidad, pero después de hablar así de sexo, era muy complicado bajar la calentura por medio de una conversación normal. Al acabar de comer me levanté a recoger la mesa, momento en el que María salió al jardín.
—Voy a preparar café. ¿Quieres uno?— Grité desde la puerta.
—Sí. Con hielo y échale una gotita de Bayleis.
Volví a entrar a la cocina y puse la cafetera. Fui al salón y cogí la botella de la crema de whisky. Cogí dos copas de balón y al regresar a la cocina, abrí el congelador y puse dos cubitos en cada una. Preparé la mezcla y salí a la terraza. La estampa que me encontré nada más salir no me sorprendió lo más mínimo: María estaba sentada en la cama balinesa con las piernas abiertas masturbándose, mientras miraba el móvil. Me acerqué a llevarle la copa y al acercarme vi que estaba mirando la foto del pollón de Juan.
—Como te pone esa polla.
—Me pone todo el conjunto. La polla y el que la lleva puesta.— Afirmó, acelerando los movimientos de su mano.
Me agaché y mientras ella seguía castigando su clítoris, introduje dos dedos en su interior, complementando su masturbación.
Nada más sentirlos dentro, comenzó a temblar. Con una mano se agarró con fuerza a mi brazo.
—Me corro, ahhhh. Si, dios que bueno.
—¿Te gustaría que en lugar de mis dedos fuera su polla, eh?
—Me encantaría. Quiero que me folle ya y que me reviente, joder.— Dijo entre dientes.
Al terminar, se relajó y tomando su copa propuso un brindis.
—Por mi Cuckold.
—Por mi Hotwife.— Respondí, acercando mi copa.
Me senté enfrente suyo y observando su vulva, brillante por el efecto de sus jugos, le dije:
—Eres toda una diosa. Me encantas.
Ella sonrió de manera cómplice y dio otro trago al café.
—Me voy a por los niños. Descansa, que lo necesitas.— Dije levantándome y saliendo de la terraza, después de darle un beso de despedida.
Horas más tarde y después de despedirme, me fui al gym. Llegué media hora antes de mi clase de boxeo y tras pasar por el vestuario, me fui a la sala de pesas. Nada más entrar vi a Juan. Estaba en una máquina, ayudando a una chica. Volvió la cabeza al verme entrar en la sala y me guiñó un ojo de manera cómplice. De manera juguetona, le devolví el saludo y me puse a lo mío. Media hora más tarde me m fui a la sala donde está el ring de boxeo y allí pasé algo más de una hora, sudando y segregando testosterona. Al salir me fui directamente a la ducha. Me desnudé y me fui hacia la zona de duchas. Me metí en un cubículo y volví la puerta. Me enjaboné y cuando volví a darle al pulsador del agua, la puerta se abrió y sin mediar palabra entró Juan. Me hizo el gesto de que callara, se giró para cerrar con pestillo y entonces dejó caer la toalla. Tenía un cuerpo definido y fibroso. Muy bien proporcionado, pero la sorpresa fue cuando se volvió a girar y lo vi por delante. Igualmente musculado y potente. Pero ante ese conjunto, lo que destacaba era su verga. Tal y como la había visto en las fotos. Impresionante. Me dejó que acabara de aclararme y entonces se puso de rodillas y comenzó con a hacerme una felación que hizo que mi polla se pusiera como una piedra. Se puso de pie y comenzó a masturbar las dos pollas a la vez. Lo hacía con una maestría absoluta, hasta tal punto, que me llevó al orgasmo en tiempo récord. Justo en el momento en el que iba a eyacular, se agachó y se metió la punta en la boca. Succionó mi glande y me hizo ver las estrellas. Mientras no dejaba de masturbarme, lo hizo tan intenso que llegó incluso a dolerme, pero el placer era tal, que no quise que parara. Al terminar Juan se puso de pie y me sonrió. Yo me sentí en deuda por ese momento tan placentero y le hice un gesto para que me dejara tomar el mando de su masturbación. Al asir esa trozo de carne con mi mano, me di cuanta de su envergadura. No llegaba a cerrar la mano, tenía un grosor exagerado. De repente la imagen de mi mujer disfrutando de ese calibre, llegó a mi mente. Aceleré mis movimientos y de repente unos movimientos de sus caderas me indicaron que estaba llegando al clímax. Sin pensarlo, agaché mi cabeza y repliqué en esa enorme verga, todo lo que él me había hecho apenas cinco minutos antes. Juan me agarró la cabeza hasta haberse vaciado del todo. Era la primer vez que hacía eso y no me disgustó en absoluto. Levanté la cabeza y Juan sonrío con cara de pillo. Recogió la toalla del suelo y me dijo al oído:
—El sábado terminaremos la faena.
Asentí con la cabeza y entonces dio media vuelta y abriendo la puerta, salió dejándome con un dulce sabor en la boca y los huevos vacíos.
Cuando llegué a casa, los niños estaban en el salón, entré a saludarlos e inmediatamente pasé a la cocina, donde María estaba entre fogones preparando la cena. Me acerqué por detrás y después de tocarle el culo, giró la cabeza y me dio un beso muy caliente.
—Mmmmm. Tiene una polla deliciosa. Aún llevas su sabor. Cabronazo.
—Ya te has enterado. Ha sido él. Ha venido en la ducha y….
—Ya lo sé. Me lo acaba de contar y estoy muy cachonda. Quédate con la cena que yo también necesito desfogarme. Imaginaros en la ducha así, me ha puesto enferma.
María salió de la cocina y subió a la planta de arriba. Yo por mi parte me quedé preparando la cena. Saber que María estaba arriba masturbándose por todo lo sucedido, también me excito muchísimo. La situación estaba siendo de lo más morbosa y los dos lo estábamos disfrutando. Demostrando que la imaginación, muchas veces es más potente que el juego en sí. Aunque esta vez, los juegos con Juan, prometían ser de primer nivel. De todos modos, faltaban pocos días para comprobar si todo lo que tenía Juan para nosotros, era tan bueno como prometía. De momento, mi experiencia en las duchas del gimnasio había sido muy placentera y morbosa. Además con el factor sorpresa de su lado.
Nunca había tenido sexo solo con otro hombre, aparte de algún que otro roce mientras hacíamos algún intercambio o trío. Tampoco tenía ningún tipo de reparo en hacerlo. Pero esto era diferente y podía marcar mi paso hacia la bisexualidad. Cosa que aunque los hombres no me solían gustar, no me importaba, a estas alturas de la película.
Lo que quedaba esa semana, lo pasamos entre juegos y provocaciones. Ya habíamos hecho tríos, pero eso de intervenir en el juego a modo de sumiso, nos ponía muy cachondos a ambos. Esa semana, no faltaron las incursiones de los dedos de María en mi culito. Eso unido a que su acompañamiento, solía ser acompañado con una buena mamada o una felación, me tenía todo el día, con ganas de estar a solas con ella.
No faltaban tampoco sus palabras cargadas de intencionalidad y dirigidas a excitarme al máximo.
Llegó al final el día de la quedada con Juan y nos despertamos muy calientes los dos.
—No vamos a follar. Hay que guardar las ganas para esta tarde.— María sonreía, mientras me miraba con los ojos brillantes de deseo.
Comenzamos a jugar en la cama y la cosa acabó con mi cabeza entre las piernas de mi mujer, propinándole una serie de intensos orgasmos, que la dejaron exhausta.
Yo esperaba mi momento de satisfacción, cuando María me dijo:
—No te vas a correr hasta esta tarde, cuando yo te lo ordene. Quiero que estés muy receptivo y muy caliente, para mí y para mi macho.
Asentí con la cabeza y le di un beso. Estaba en plan dominatrix y esa actitud empoderada, me encantaba. A la par que ella sacaba su lado más dominante, surgía mi lado más sumiso.
Al mediodía llevamos a los niños con mis suegros y después nos fuimos a comer al paseo marítimo de Valencia. Habíamos quedado a las cinco de la tarde y nos iríamos directamente desde el restaurante hasta la casa de Juan.
María había reservado mesa en uno de nuestros restaurantes favoritos. Se come muy bien y hay pequeños reservados en los que se come muy tranquilos. No hay niños correteando por ningún lado, ni grandes mesas que rompan la armonía del ambiente.
—¿Qué te apetece comer hoy?— Pregunté, nada más sentarnos.
María me miró a los ojos, y se relamió antes de contestarme.
—El pollón de Juan.
—Estoy deseando verlo. La tiene enorme. No te va a caber en la boca.— Le contesté con la misma cara de vicio que ella tenía.
—Este año, ha habido unas cuantas que no me han cabido en la boca. Pero que sí que me han cabido en…
—Se me está poniendo como una piedra. Voy a llegar a casa de Juan como una moto, como sigas así.— Respondí, recolocando el bulto que crecía en mi entrepierna.
—Mmmm. Me encanta tenerte excitado todo el tiempo. Más aún cuando sabemos lo que viene a continuación.
Al llegar el camarero, se rompió el ambiente morboso que se había formado.
Pedimos una paella y unos entrantes para tomarnos un vermú.
La comida estaba deliciosa y las miradas de complicidad volaban por encima de la mesa. Dimos buena cuenta de la comida y al llegar la hora del café, María cogió su teléfono y mandó un mensaje, mientras me miraba lascivamente. No habían pasado ni cinco minutos cuando Juan apareció en escena, precedido por el camarero.
—Buenas tardes.— Saludó, yendo directo a darle un beso a María. Un beso en los labios que María acogió con gusto.
—Buenas tardes.— Saludé yo, tendiendo la mano.
—Buenas tardes.— Correspondió Juan, apretando mi mano con fuerza.
El camarero miraba la escena desde la entrada del reservado y no dijo nada hasta que acabaron los saludos.
—¿Van a querer los cafés?
—Sí. Para mí, café con hielo.— Pidió Juan.
Para María y para mi pedimos otros dos solos con hielo y para animar la velada, propuse pedir unos chupitos.
—Unos chupitos de hierbas.
El camarero nos dejó solos y entonces empezó el juego.
—No suelo beber.— Dijo Juan. — Pero tampoco suelo hacer tríos con clientes del gimnasio.
—¿Has hecho muchos tríos antes?— Preguntó María, bajando la mano por debajo de la mesa, hasta ponerla en la pierna de Juan, que se había sentado a su lado.
—Siempre he sido sexualmente muy activo y empecé hace más de tres años a hacer tríos. Sobretodo con parejas maduras. Me encantan las mujeres mayores.
—¿Maduras como nosotros?
—Sí, incluso más mayores. Las mujeres maduras son especiales. Son más receptivas y más liberadas. Bueno, más zorras en general.— Respondió Juan, llevando una mano hasta los pechos de María y pellizcándole un pezón.
Mi mujer estaba calentándose por momentos y la mano que descansaba en el muslo de Juan, subió hasta encontrar el paquete del joven instructor. Juan pasó un brazo por los hombros de mi mujer y me miró.
—¿Cuánto hace que compartes a este bombón?— Preguntó.
—Empezamos en el intercambio de parejas hace algo más de un año. Estamos empezando, pero vamos rápido. Queremos probar el mundo Cuckold, aunque también hemos hecho tríos de los dos tipos.
—La primera vez que la vi en el gimnasio, sabía que algún día me la iba a follar.—Dijo Juan muy seguro de sus palabras.
—¿y por qué dices eso?— Preguntó María, fingiendo hacerse la
sorprendida.
—Porque ibas mirando a todos con la cara de una leona buscando su presa.
Me eché a reír y asentí con la cabeza.
—Que poco disimulada es mi chica.
—Pero si eras tú, el que me incitaba a ser una zorra y comportarme como tal.— María sonrió de medio lado y me miró a los ojos.
—Pues claro. Me gusta que seas muy zorra y que los demás lo noten. Estoy orgulloso de ti.
—Esa es la actitud, aunque hoy, los dos vais a ser mis zorras. Os voy a usar como yo quiera, seréis mis juguetes particulares.
Juan se inclinó hacia adelante y cogió el vaso de chupito de encima de la mesa:
—Por mis dos zorritas.
María y yo cogimos los vasos e imitamos los movimientos de nuestro corneador, levantamos los vasos y correspondimos al brindis.
El chupito me quemó la garganta al bajar, mientras veía como Juan al dejar su vaso encima de la mesa, tomaba a mi mujer por el cuello y la besaba de una manera que hizo arder mi entrepierna instantáneamente.
Al acabar el beso, se giró hacia mí y me dijo:
—Vamos a mi casa. Tengo ganas de disfrutar de vosotros.
Nos levantamos de la mesa y al salir, yo me quedé pagando en el mostrador, mientras mi mujer salía a la calle con Juan. María estaba radiante, con un vestido negro entallado que dejaba ver el poderío de sus curvas, con un escote que dejaba muy poco a la imaginación. No llevaba sujetador y los pezones delataban su calentura, marcándose sin ningún tipo de pudor.
Al salir a la calle, estaba solo María.
—Juan ha ido a por la moto. Ahora viene. Yo me iré con él y cuando lleguemos a su casa, te mandaremos la ubicación para que vengas.
—Vale. Como queráis. Voy a tomar algo en esa terraza y cuando me digáis voy donde sea.— Ese juego me gustaba, que me tuvieran inquieto, me excitaba muchísimo. Dejar volar la imaginación e imaginar situaciones en las que mi mujer era la protagonista, era para mí, una de las cosas más morbosas que podía haber.
—Siéntate en la terraza y nosotros te diremos.—María me dio un beso muy lento y morboso—. El próximo beso que te dé, sabré a la polla de Juan.— Dijo, acercándose a mi oído.
—Mmmmmm.— Fue toda mi respuesta.
Sin decir nada más, me encaminé a la terraza de al lado y me senté a esperar que el camarero viniera a tomar nota.
Dos minutos más tarde, el sonido de una moto se oyó en la calle de al lado. Se oyó un pito y María se giró. Juan estaba enfrente, llamándola. Llevaba una BMW de Trail, de las grandes. María se acercó hasta él y cogiendo el casco que le ofrecía, se sentó detrás,remangando su vestido todo lo que pudo, dejando sus piernas al descubierto. Esa imagen enderezó mi verga hasta hacer que me doliera. Antes de irse, María se giró hacia donde yo estaba y saludando con la mano se despidió, para acto seguido abrazar a Juan, que entendió este abrazo como una señal de arrancar.
Había pasado más de media hora, cuando recibí un mensaje del móvil de María. La foto era más que explícita, la cara de mi mujer con unas chorreras de semen y justo al lado el pollón de nuestro corneador. Al pie de la foto se podía leer:
—María ya me ha sacado la leche, ahora te toca a ti.
Justo acabé de leer, cuando apareció un cuadro con la ubicación. Era de una ciudad cercana a la nuestra. Pertenecía a una urbanización a las afueras, cerca de la montaña. Me fui al coche y al activar el navegador, me marcaba menos de quince minutos hasta llegar a destino.
Había ido con la polla dura, desde que vi la foto y no tenía pinta de bajarse. La excitación era máxima y mis deseos por llegar a la casa de nuestro entrenador, crecían por momentos.
Diez minutos después de haber recibido el mensaje, enfilé una carretera de montaña sinuosa y estrecha. La urbanización estaba al final del camino y tras sortear una verja, llegué a mi destino. La puerta de la casa se abrió delante de mí. Entre con el coche y se cerró tras de mí. La casa tenía setos altos y no había vecinos cerca, de manera que la intimidad estaba asegurada. Nada más parar el motor, la puerta de la casa se abrió y por ella asomó María. Estaba desnuda y con los pezones duros como piedras. Tras ella salió Juan con su enorme polla colgando.
—Hola cariño. Juan te está esperando.— María me dio un beso y llevó su mano a mi paquete—. Mmmmm. Así me gusta, que estés bien duro.
Juan me dio la mano e hizo lo mismo que mi mujer.
—Tienes razón, el cornudo ha venido empalmado. Vamos a aprovecharlo, entrad en casa.
Mi mujer se adelantó y moviendo las caderas exageradamente, me tendió la mano y me llevó a la habitación. Empezó a desnudarme y al quitarme el pantalón, bajó mi calzoncillo y sin mediar palabra, comenzó con una mamada que a punto estuvo de hacer que me corriera en menos de un minuto.
Juan apareció en escena con una botella de cava y tres copas.
—Ya veo que habéis empezado sin mí. Pero lo primero es un brindis.
Salvado por la campana. María se levantó del suelo y cogiendo una copa, empezó con la ronda de brindis:
—Por la polla de Juan.
El siguiente fue Juan:
—Por el coñito de María.
—Por veros follar.— Completé, levantando mi copa y chocándola con ellos.
Tras el sorbo de cava, volvíamos a la acción. María sujetó el rabo de su entrenador personal, mientras me miraba de forma lujuriosa. Supe lo que tenía que hacer y sin mediar palabra, me puse de rodillas y acerqué la boca hacia el grueso falo de nuestro anfitrión. María seguía sujetando ese prodigio de la naturaleza, mientras yo engullía a duras penas la punta. Una de mis manos pasó a la entrepierna de mi mujer, para empezar a masturbarla. Comencé acariciando su clítoris con delicadeza, pero no tardó en guiarme:
—Méteme los dedos. Ya verás como me ha dejado de abierta.
Hice caso de las indicaciones de María y deslicé dos dedos entre sus labios vaginales. Se colaron sin ningún esfuerzo, al notar la invasión, abrió más las piernas a modo de invitación. Probé con otro dedo más y el mismo resultado.
—Ahora mismo me podrías hacer fisting, y ni me enteraría. Nunca me había sentido tan dilatada. Entre lo caliente que estoy y su verga, estoy que no me lo creo.
Juan, que estaba ocupado con los pechos de mi mujer, sonrió con superioridad. Ya sabía el efecto que causaba en las mujeres y podía estar orgulloso de ello.
Mientras María hablaba, yo intentaba abrir más la boca, pero me era imposible hacer más profunda mi felación. Así que decidí jugar con mi lengua en su glande. La reacción no tardó en llegar y el falo de Juan se llenó de sangre, poniéndose duro como el mármol.
—Dios, que bien mama tu marido.— Le dijo a María, pellizcando uno de sus pezones a la vez—. Pero ahora lo que quiero, es follarte y que él lo vea. Quiero que vea cómo te abro el coñito.
—Pues fóllame. Hoy mandas tú.— María soltó su presa y sin decir nada más, se dirigió a la cama, se puso en cuatro con su culazo en nuestra dirección y lo empezó a mover de un lado a otro.
—Observa como me la follo. Luego te tocará a ti. Ya verás como no sientes nada.
—Mmmmm. Me encanta esa sensación de vacío.— Dije, poniéndome de pie y yendo con Juan hasta donde estaba mi mujer. Así mi verga y comencé a masturbarme despacio.
—No te corras. Quiero que te corras dentro de tu chica. Pero cuando yo te lo diga.
—OK. Cuando tú me digas.
María había enterrado su cabeza en un almohadón, y esperaba el contacto del mástil de su empotrador.
Juan fue a la mesilla y tomando algo de un bote, lo extendió por su verga. Se colocó detrás y abriendo los cachetes de mi mujer, restregó su mano, todavía mojada de lubricante por toda su vulva, dejándola preparada para la invasión.
Apoyó la punta del glande en la entrada de la vagina y comenzó a empujar. Un gemido ahogado surgió de la garganta de mi mujer. Cuando el grueso cuerpo de la verga comenzó a avanzar los gemidos de convirtieron en gritos.
—Me vas a partir por la mitad, joder qué bueno. No pares, bufffff, métemela toda.
Cuando oyó eso, comenzó un movimiento de mete y saca que movía el cuerpo de mi esposa como si fuese una muñeca. Desde mi posición podía ver como entraba cada vez más, y como al salir, los labios salían acompañando a la verga, hasta que hacia el siguiente movimiento y se metían hacia adentro, arrancando gritos de placer a su dueña. Desde la primera embestida completa, María comenzó a temblar y tuvo una orgasmo continuado que solo acabó, cuando Juan la sacó y dirigiéndose a mí, dijo:
—Ahora te toca a ti. Y quiero que te corras dentro, después seguiré con tu leche haciendo de lubricante.
—Vamos. Lléname de leche.— Dijo mi mujer fuera de sí, mientras se daba una palmada en el culo, invitándome a entrar en ella.
Sin pensarlo dos veces, me coloqué detrás de mi mujer y me introduje en su dilatada vagina. Supe que había entrado del todo porque mi cadera chocó con su culo, no sentía las paredes de su vagina, la verga de Juan la había dejado abierta al máximo. No era una sensación nueva para mí, sin embargo esta vez me excitó mucho más que las anteriores.
Estaba a punto de eyacular, cuando Juan se acercó a mí por detrás, me agarró del culo y me animó.
—Vamos, córrete. Llénala de leche para que pueda seguir follándomela.
Nada más oír esto, sujete fuertemente por las caderas a María y mi verga empezó a palpitar, justo antes de vaciar mis ansias dentro de su vagina. Llevaba muchas horas esperando ese momento y para mí fue una liberación y un placer enorme. María empezó a temblar y sus paredes vaginales comenzaron a tener espasmos, intentando atrapar el néctar que había salido de mi interior.
Juan soltó mi culo y me dijo:
—Que buena corrida. Mira.
Me apartó y nada más abandonar el interior de mi chica, pude ver como mi semen salía, resbalando por el interior de sus muslos. Juan no se hizo esperar y tomó mi lugar. El primer empujón hizo gritar a mi mujer de nuevo.
—Me vais a matar. Joder qué bueno.
—Te vamos a matar de placer, no lo dudes.— Afirmó Juan, mordiéndole en el cuello, mientras enterraba su herramienta hasta adentro.
Decidí tomarme un respiro y cogiendo la copa de cava, me senté delante de la cama, para observar el disfrute de mi esposa.
María se tumbó boca abajo para descansar su espalda,movimiento que aprovechó Juan para sacarla y sacudirla encima de su trasero. María movió sus caderas de lado a lado y las levantó, invitándolo a seguir con su trabajo.
—Quiero que te corras dentro. Quiero que me llenéis los dos.
—Tus deseos son órdenes.— Respondió Juan, cogiéndola del pelo y estirando de su cabeza, obligándola a girar el cuello. El ariete de Juan volvió a la carga y en el semblante de María se dibujó una sonrisa de satisfacción. Volvieron los gritos y las penetraciones profundas. Las caderas de Juan ganaron en amplitud de movimientos y su verga salía y entraba en toda su extensión.
—Te voy a llenar de leche.— Gritó nuestro corneador. Poniendo una mano en el hombro de su presa y empujando con más fuerza.
—Dios, como se te hincha la polla, me vas a reventar. Que bueno. Siiiii.
María puso los ojos en blanco mientras empezaba a temblar, a la vez que un gruñido ronco se escapaba de la garganta de su empalador. Juan se quedó inmóvil mientras sus glúteos empujaban su néctar al interior de mi esposa, la cual seguía temblando, aprisionada bajo el cuerpo que la había poseído.
Me terminé la copa de cava y la dejé en la mesilla. Me acerqué a la pareja y lo primero que hice fue darle la mano a a mi mujer y besarla. Todo estaba bien y quería que lo supiera. Abrió los ojos y me hizo un guiño de complicidad. Juan se levantó con la verga llena de los fluidos de los tres.
—Ahora os va a tocar limpiar todo esto.— Dijo, señalando hacia abajo.
—Acércamela, que ya me ocupo yo. Mi maridito tiene que limpiar mi coñito. Es lo que más le gusta hacer.— Dijo María, justo antes de darme un beso y mandarme a lamer su vulva.
De camino a cumplir las órdenes de mi esposa, me encontré con la verga de su amante. Situación que no desaproveche, pasando la lengua por el tronco, degustando el sabor agridulce de la mezcla de fluidos de los tres.
—
Cuando terminamos el primer round, nos paramos a descansar y salimos al porche trasero de la casa, en donde había una zona con sillones tipo Chillout.
—¿Queréis una copa?— preguntó muy amablemente el anfitrión.
—Sí, por favor. Me muero por un gintonic.— Respondió María, sentándose en uno de los sillones.
—Otro para mí por favor.
—Voy a prepararlos, ahora vuelvo.— Respondió Juan, entrando de nuevo en la casa.
Cuando nos quedamos solos en el porche, comentamos la jugada.
—Me ha dejado que no voy a poder andar bien en una semana.— Dijo María, mirándome a los ojos mientras se mordía los labios.
—Me ha dado mucho morbo jugar así. La verdad es que tiene un pollón enorme.
—Y se mueve delicioso. Esto tengo que compartirlo con las chicas. En este año de travesuras, Juan es el mejor amante que he tenido, con diferencia. Eva lo va disfrutar muchísimo.
—¿Ya se lo has contado a Eva?
—Sí, claro. Está deseando tener un encuentro con él.
—Lo hemos hecho sin condón, supongo que ya lo teníais hablado.— Pregunté a sabiendas de la respuesta.
—Sí. Juan se hizo esta semana un análisis de ETS y está sano. Si le gusta a Eva, pasará a formar parte de nuestro círculo de confianza.
—Sería un buen fichaje. Así tendríais un bonito juguete. Os imagino a las tres con él y…..
Señalé mi verga, que estaba despertando espoleada por mi calenturienta mente y mi mujer, me dijo, mirando mi rotunda erección.
—Siendo nuestro juguete, podemos usarlo para explorar nuevos terrenos.
Sabía a qué se estaba refiriendo mi chica y por toda respuesta, le devolví una sonrisa.
Llegó Juan con los gintonic Den una bandeja y tras dejarlos en la mesa, se sentó en el sillón en el que estaba María.
—¿Otro brindis?— Propuso.
—Otro brindis.—Afirmé yo.
—Por una amistad muy placentera.— Inició María.
—Porque sea una amistad, larga y dura-dera.— Dije yo, poniendo la nota de humor.
—Por todo ello.— Completó Juan, con una sonrisa de medio lado en la cara.
Estábamos los tres desnudos y las caricias de mi mujer hacia Juan y viceversa, eran continuas. Yo por mi parte estaba disfrutando del espectáculo, más que si yo hubiera sido el protagonista.
Estuvimos hablando distendidamente de nuestras experiencias sexuales, a la par que Juan nos relataba alguna de las suyas.
Cuando nos acabamos las copas, Juan intensificó sus caricias hacia mi mujer. María que estaba muy receptiva, abrió las piernas y se dejó hacer, mientras yo observaba la escena sin perderme ni un detalle.
Ahí comenzó el segundo round de nuestro encuentro con Juan. Que a partir de ese día pasó a ser el entrenador personal detalle mi mujer, el mío y el de nuestras amigas Eva y Carla.
Cuando acabamos la segunda parte del encuentro, todos estábamos muy cansados, esa segunda ronda, agotó a María que había estado teniendo orgasmos desde el inicio, hasta que los dos acabamos encima de sus tetas. Acto que aprovechó para masajearlas al extender nuestro néctar. Estaba radiante después de haber estado toda la tarde sin parar. Cuando nos relajamos los tres, Juan propuso salir a cenar.
—¿Os apetece salir a reponer fuerzas?— propuso.
María cruzó una mirada conmigo y no hizo falta nada más para saber que lo que quería era llegar a casa y estar a solas con ella.
—Gracias Juan. Pero tengo ganas de llegar a casa, ducharme y relajarme.
—Yo estoy molido. Voy a tener que entrenar más.— Respondí, mientras me levantaba de la cama e iba a recoger la ropa.
—Como queráis. Pediré algo para mí, y así no salgo tampoco. También estoy cansado. Aunque ha merecido la pena. Lo he pasado muy bien. Cuando queráis, podemos repetir, aún me ha faltado probar tu culito, Javi. Síguenos en nuestra 👉 RED SOCIAL para mas contenido original
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El mundo swinger se nos estaba quedando pequeño y María estaba descubriendo su gusto por quedar a solas con hombres, al tiempo que yo descubría mi gusto por los cuernos. Nos estábamos convirtiendo en una pareja Cuckold.
La sensación que me producía verla arreglada cada vez que quedaba con alguien, era descubriendo pura satisfacción. Lo llaman compersión, pero para mí es algo más. Algo que no podría describir, pero que me resulta adictivo.
María lo sabe y se aprovecha de ello. Se ha convertido en toda una hotwife y disfruta del proceso de selección, jugando conmigo. Hasta el encuentro y posterior narración de los hechos. Disfruta de ver mis reacciones a sus actos. Ahora me ha pedido dar un paso más y quiere que la acompañe en su próxima quedada. Que precisamente es con uno de los monitores de la sala de pesas del gimnasio al que vamos.
—He quedado el sábado con Juan. El monitor de los ojos verdes. Ese al que me quiero follar.— Dijo mi esposa, a la vez que se desnudaba para meterse en la cama.
—Mmmmmm. ¿Y dónde has quledado?— Respondí, comenzando a acariciar mi verga, la cual crecía a pasos agigantados.
—En su casa. Ha dicho que me va a hacer un entrenamiento personalizado en su gimnasio particular.— María acarició mi muslo hasta llegar a mi entrepierna, momento en el que solté mi mano para dejar paso a la suya, que comenzó a masturbarme lenta pero firmemente.
Mi mujer comenzó con una narración sobre lo que esperaba hacer con el entrenador, que irremediablemente terminó con mi eyaculación. No obstante, al notar las palpitaciones que anteceden al clímax, mi mujer terminó de excitarme:
—Sabes lo mejor de follarme a Juan. Que tú vas a verlo en primera fila, sentado en una silla, delante nuestro. Y cuando acabe con él, vendrás a follarme tú y acabarás dentro. Quiero que se junten vuestras corridas, sentirme llena y que cuando la saques, un chorro de semen salga de mi interior.
Al oír esto, mi calentura creció al máximo y tras eyacular le pedí a mi esposa:
—Siéntate en mi cara. Quiero tu sabor en mi boca.
María no se hizo de rogar y subiendo a la cabecera de la cama, puso una pierna a cada de mi cabeza y bajando su pelvis, colocó su vulva justo encima de mis labios.
No tardé ni dos segundos en tomar posesión del objeto de deseo de todos los machos que lo habían probado, o querían hacerlo.
—Me encanta tu lengua. Así la quiero siempre, dispuesta a darme placer. A mí y a quien yo te diga. Tal vez te pida que prepares a Juan para mí. Mmmmm. Sería muy excitante, ver cómo te comes una polla delante de mí, para que luego se folle a tu querida mujercita.
Esa forma de hablar y la imagen que se creó en mi cabeza, hicieron que mi verga volviera a ponerse a tope. Mi mujer al verlo, llevó una mano hasta ahí y volvió a masturbarme.
—¿Te pone cachondo la idea de hacer eso? Pues si eso es lo que te pone cachondo. Eso es lo que pasará. Vas a probar cosas nuevas. Muy nuevas.
Justo al acabar de hablar, María comenzó a convulsionar, presa de su primer orgasmo de la noche. Sin pensarlo dos veces, abandonó su posición y poniéndose de pie, colocó sus pies a los lados de mi cadera y bajando su culo, fue en busca de mi más que preparado miembro, para sentarse encima y dejarse caer en un solo movimiento, alojándolo en su interior completamente. Una de sus manos fue a parar a mi cuello mientras con la otra se apoyaba en mi pecho. De manera que podía dar sentones con toda la fuerza que quisiera. En ese momento comenzó a follarme con una intensidad tremenda, acción que supuso que alcanzara su segundo orgasmo inmediatamente. Al cesar sus movimientos, descabalgó y se tumbó a mi lado abrazándome.
—Buffff. Estoy agotada de correrme así.— María me besó de una manera muy tierna, movimiento que interpreté como una señal de cese de la actividad sexual. La abracé y comencé a acariciarle la espalda, desde su culo hasta el cuello. Estaba empapada por el sudor, de manera que las caricias eran en forma de pellizco, amasando la piel y dándole un masaje a una mano.
—Que bueno, me encanta que me toques así después de follar. Es el complemento ideal a unos buenos orgasmos.
—Te quiero.— Respondí en su oído.
—Yo también te quiero, cariño.— María cerraba así su día, cerrando los ojos a continuación y durmiéndose a los pocos minutos.
Mi mente por el contrario no me dejaba descansar, imaginando la escena que me había descrito mi mujer. Así que una vez que María se posicionó en su lado de la cama, deslicé mi mano por dentro de las sábanas y me dispuse a terminar el trabajo que había dejado a medias mi amazona.
Al día siguiente, cuando llegué a casa, mi mujer estaba en la cocina y en cuanto entré, se colgó a mi cuello y me dio un beso de esos que hacen que tu mástil se levante sin ningún tipo de esfuerzo.
—Mira lo que me han enviado. — Cogió su móvil y tras desbloquearlo, buscó dentro de su galería de fotos y me enseñó la foto de una verga gorda y de buen tamaño, llena de unas venas gruesas—. Es Juan, que se sentía inspirado y me ha enviado esto al mediodía.
—Tiene buen instrumento. Si lo sabe utilizar, vas a disfrutar mucho.— Respondí mirándola a los ojos, con una sonrisa de medio lado.
—Se me hace la boca agua. Ya le he dicho que estarás presente y le ha gustado la idea. Me ha dicho que es bisexual y que no hay problema en interactuar contigo.
—Entonces perfecto, ¿ya habéis elegido fecha?
—Será este domingo. Iremos a entrenar a su casa. Y nos quedaremos a comer y pasar la tarde.
Nos miramos con cara de niños traviesos y nos sentamos a comer.
—¿Está tarde vas a ir a entrenar?
—Sí. Tengo boxeo y quiero pasar antes por la sala a calentar bien.— Contesté a María.
—Yo tengo clase de hipopresivos con Eva, así dejaré a los niños con mis padres, cuando vaya hacia allí.
Estábamos tratando de volver a la normalidad, pero después de hablar así de sexo, era muy complicado bajar la calentura por medio de una conversación normal. Al acabar de comer me levanté a recoger la mesa, momento en el que María salió al jardín.
—Voy a preparar café. ¿Quieres uno?— Grité desde la puerta.
—Sí. Con hielo y échale una gotita de Bayleis.
Volví a entrar a la cocina y puse la cafetera. Fui al salón y cogí la botella de la crema de whisky. Cogí dos copas de balón y al regresar a la cocina, abrí el congelador y puse dos cubitos en cada una. Preparé la mezcla y salí a la terraza. La estampa que me encontré nada más salir no me sorprendió lo más mínimo: María estaba sentada en la cama balinesa con las piernas abiertas masturbándose, mientras miraba el móvil. Me acerqué a llevarle la copa y al acercarme vi que estaba mirando la foto del pollón de Juan.
—Como te pone esa polla.
—Me pone todo el conjunto. La polla y el que la lleva puesta.— Afirmó, acelerando los movimientos de su mano.
Me agaché y mientras ella seguía castigando su clítoris, introduje dos dedos en su interior, complementando su masturbación.
Nada más sentirlos dentro, comenzó a temblar. Con una mano se agarró con fuerza a mi brazo.
—Me corro, ahhhh. Si, dios que bueno.
—¿Te gustaría que en lugar de mis dedos fuera su polla, eh?
—Me encantaría. Quiero que me folle ya y que me reviente, joder.— Dijo entre dientes.
Al terminar, se relajó y tomando su copa propuso un brindis.
—Por mi Cuckold.
—Por mi Hotwife.— Respondí, acercando mi copa.
Me senté enfrente suyo y observando su vulva, brillante por el efecto de sus jugos, le dije:
—Eres toda una diosa. Me encantas.
Ella sonrió de manera cómplice y dio otro trago al café.
—Me voy a por los niños. Descansa, que lo necesitas.— Dije levantándome y saliendo de la terraza, después de darle un beso de despedida.
Horas más tarde y después de despedirme, me fui al gym. Llegué media hora antes de mi clase de boxeo y tras pasar por el vestuario, me fui a la sala de pesas. Nada más entrar vi a Juan. Estaba en una máquina, ayudando a una chica. Volvió la cabeza al verme entrar en la sala y me guiñó un ojo de manera cómplice. De manera juguetona, le devolví el saludo y me puse a lo mío. Media hora más tarde me m fui a la sala donde está el ring de boxeo y allí pasé algo más de una hora, sudando y segregando testosterona. Al salir me fui directamente a la ducha. Me desnudé y me fui hacia la zona de duchas. Me metí en un cubículo y volví la puerta. Me enjaboné y cuando volví a darle al pulsador del agua, la puerta se abrió y sin mediar palabra entró Juan. Me hizo el gesto de que callara, se giró para cerrar con pestillo y entonces dejó caer la toalla. Tenía un cuerpo definido y fibroso. Muy bien proporcionado, pero la sorpresa fue cuando se volvió a girar y lo vi por delante. Igualmente musculado y potente. Pero ante ese conjunto, lo que destacaba era su verga. Tal y como la había visto en las fotos. Impresionante. Me dejó que acabara de aclararme y entonces se puso de rodillas y comenzó con a hacerme una felación que hizo que mi polla se pusiera como una piedra. Se puso de pie y comenzó a masturbar las dos pollas a la vez. Lo hacía con una maestría absoluta, hasta tal punto, que me llevó al orgasmo en tiempo récord. Justo en el momento en el que iba a eyacular, se agachó y se metió la punta en la boca. Succionó mi glande y me hizo ver las estrellas. Mientras no dejaba de masturbarme, lo hizo tan intenso que llegó incluso a dolerme, pero el placer era tal, que no quise que parara. Al terminar Juan se puso de pie y me sonrió. Yo me sentí en deuda por ese momento tan placentero y le hice un gesto para que me dejara tomar el mando de su masturbación. Al asir esa trozo de carne con mi mano, me di cuanta de su envergadura. No llegaba a cerrar la mano, tenía un grosor exagerado. De repente la imagen de mi mujer disfrutando de ese calibre, llegó a mi mente. Aceleré mis movimientos y de repente unos movimientos de sus caderas me indicaron que estaba llegando al clímax. Sin pensarlo, agaché mi cabeza y repliqué en esa enorme verga, todo lo que él me había hecho apenas cinco minutos antes. Juan me agarró la cabeza hasta haberse vaciado del todo. Era la primer vez que hacía eso y no me disgustó en absoluto. Levanté la cabeza y Juan sonrío con cara de pillo. Recogió la toalla del suelo y me dijo al oído:
—El sábado terminaremos la faena.
Asentí con la cabeza y entonces dio media vuelta y abriendo la puerta, salió dejándome con un dulce sabor en la boca y los huevos vacíos.
Cuando llegué a casa, los niños estaban en el salón, entré a saludarlos e inmediatamente pasé a la cocina, donde María estaba entre fogones preparando la cena. Me acerqué por detrás y después de tocarle el culo, giró la cabeza y me dio un beso muy caliente.
—Mmmmm. Tiene una polla deliciosa. Aún llevas su sabor. Cabronazo.
—Ya te has enterado. Ha sido él. Ha venido en la ducha y….
—Ya lo sé. Me lo acaba de contar y estoy muy cachonda. Quédate con la cena que yo también necesito desfogarme. Imaginaros en la ducha así, me ha puesto enferma.
María salió de la cocina y subió a la planta de arriba. Yo por mi parte me quedé preparando la cena. Saber que María estaba arriba masturbándose por todo lo sucedido, también me excito muchísimo. La situación estaba siendo de lo más morbosa y los dos lo estábamos disfrutando. Demostrando que la imaginación, muchas veces es más potente que el juego en sí. Aunque esta vez, los juegos con Juan, prometían ser de primer nivel. De todos modos, faltaban pocos días para comprobar si todo lo que tenía Juan para nosotros, era tan bueno como prometía. De momento, mi experiencia en las duchas del gimnasio había sido muy placentera y morbosa. Además con el factor sorpresa de su lado.
Nunca había tenido sexo solo con otro hombre, aparte de algún que otro roce mientras hacíamos algún intercambio o trío. Tampoco tenía ningún tipo de reparo en hacerlo. Pero esto era diferente y podía marcar mi paso hacia la bisexualidad. Cosa que aunque los hombres no me solían gustar, no me importaba, a estas alturas de la película.
Lo que quedaba esa semana, lo pasamos entre juegos y provocaciones. Ya habíamos hecho tríos, pero eso de intervenir en el juego a modo de sumiso, nos ponía muy cachondos a ambos. Esa semana, no faltaron las incursiones de los dedos de María en mi culito. Eso unido a que su acompañamiento, solía ser acompañado con una buena mamada o una felación, me tenía todo el día, con ganas de estar a solas con ella.
No faltaban tampoco sus palabras cargadas de intencionalidad y dirigidas a excitarme al máximo.
Llegó al final el día de la quedada con Juan y nos despertamos muy calientes los dos.
—No vamos a follar. Hay que guardar las ganas para esta tarde.— María sonreía, mientras me miraba con los ojos brillantes de deseo.
Comenzamos a jugar en la cama y la cosa acabó con mi cabeza entre las piernas de mi mujer, propinándole una serie de intensos orgasmos, que la dejaron exhausta.
Yo esperaba mi momento de satisfacción, cuando María me dijo:
—No te vas a correr hasta esta tarde, cuando yo te lo ordene. Quiero que estés muy receptivo y muy caliente, para mí y para mi macho.
Asentí con la cabeza y le di un beso. Estaba en plan dominatrix y esa actitud empoderada, me encantaba. A la par que ella sacaba su lado más dominante, surgía mi lado más sumiso.
Al mediodía llevamos a los niños con mis suegros y después nos fuimos a comer al paseo marítimo de Valencia. Habíamos quedado a las cinco de la tarde y nos iríamos directamente desde el restaurante hasta la casa de Juan.
María había reservado mesa en uno de nuestros restaurantes favoritos. Se come muy bien y hay pequeños reservados en los que se come muy tranquilos. No hay niños correteando por ningún lado, ni grandes mesas que rompan la armonía del ambiente.
—¿Qué te apetece comer hoy?— Pregunté, nada más sentarnos.
María me miró a los ojos, y se relamió antes de contestarme.
—El pollón de Juan.
—Estoy deseando verlo. La tiene enorme. No te va a caber en la boca.— Le contesté con la misma cara de vicio que ella tenía.
—Este año, ha habido unas cuantas que no me han cabido en la boca. Pero que sí que me han cabido en…
—Se me está poniendo como una piedra. Voy a llegar a casa de Juan como una moto, como sigas así.— Respondí, recolocando el bulto que crecía en mi entrepierna.
—Mmmm. Me encanta tenerte excitado todo el tiempo. Más aún cuando sabemos lo que viene a continuación.
Al llegar el camarero, se rompió el ambiente morboso que se había formado.
Pedimos una paella y unos entrantes para tomarnos un vermú.
La comida estaba deliciosa y las miradas de complicidad volaban por encima de la mesa. Dimos buena cuenta de la comida y al llegar la hora del café, María cogió su teléfono y mandó un mensaje, mientras me miraba lascivamente. No habían pasado ni cinco minutos cuando Juan apareció en escena, precedido por el camarero.
—Buenas tardes.— Saludó, yendo directo a darle un beso a María. Un beso en los labios que María acogió con gusto.
—Buenas tardes.— Saludé yo, tendiendo la mano.
—Buenas tardes.— Correspondió Juan, apretando mi mano con fuerza.
El camarero miraba la escena desde la entrada del reservado y no dijo nada hasta que acabaron los saludos.
—¿Van a querer los cafés?
—Sí. Para mí, café con hielo.— Pidió Juan.
Para María y para mi pedimos otros dos solos con hielo y para animar la velada, propuse pedir unos chupitos.
—Unos chupitos de hierbas.
El camarero nos dejó solos y entonces empezó el juego.
—No suelo beber.— Dijo Juan. — Pero tampoco suelo hacer tríos con clientes del gimnasio.
—¿Has hecho muchos tríos antes?— Preguntó María, bajando la mano por debajo de la mesa, hasta ponerla en la pierna de Juan, que se había sentado a su lado.
—Siempre he sido sexualmente muy activo y empecé hace más de tres años a hacer tríos. Sobretodo con parejas maduras. Me encantan las mujeres mayores.
—¿Maduras como nosotros?
—Sí, incluso más mayores. Las mujeres maduras son especiales. Son más receptivas y más liberadas. Bueno, más zorras en general.— Respondió Juan, llevando una mano hasta los pechos de María y pellizcándole un pezón.
Mi mujer estaba calentándose por momentos y la mano que descansaba en el muslo de Juan, subió hasta encontrar el paquete del joven instructor. Juan pasó un brazo por los hombros de mi mujer y me miró.
—¿Cuánto hace que compartes a este bombón?— Preguntó.
—Empezamos en el intercambio de parejas hace algo más de un año. Estamos empezando, pero vamos rápido. Queremos probar el mundo Cuckold, aunque también hemos hecho tríos de los dos tipos.
—La primera vez que la vi en el gimnasio, sabía que algún día me la iba a follar.—Dijo Juan muy seguro de sus palabras.
—¿y por qué dices eso?— Preguntó María, fingiendo hacerse la
sorprendida.
—Porque ibas mirando a todos con la cara de una leona buscando su presa.
Me eché a reír y asentí con la cabeza.
—Que poco disimulada es mi chica.
—Pero si eras tú, el que me incitaba a ser una zorra y comportarme como tal.— María sonrió de medio lado y me miró a los ojos.
—Pues claro. Me gusta que seas muy zorra y que los demás lo noten. Estoy orgulloso de ti.
—Esa es la actitud, aunque hoy, los dos vais a ser mis zorras. Os voy a usar como yo quiera, seréis mis juguetes particulares.
Juan se inclinó hacia adelante y cogió el vaso de chupito de encima de la mesa:
—Por mis dos zorritas.
María y yo cogimos los vasos e imitamos los movimientos de nuestro corneador, levantamos los vasos y correspondimos al brindis.
El chupito me quemó la garganta al bajar, mientras veía como Juan al dejar su vaso encima de la mesa, tomaba a mi mujer por el cuello y la besaba de una manera que hizo arder mi entrepierna instantáneamente.
Al acabar el beso, se giró hacia mí y me dijo:
—Vamos a mi casa. Tengo ganas de disfrutar de vosotros.
Nos levantamos de la mesa y al salir, yo me quedé pagando en el mostrador, mientras mi mujer salía a la calle con Juan. María estaba radiante, con un vestido negro entallado que dejaba ver el poderío de sus curvas, con un escote que dejaba muy poco a la imaginación. No llevaba sujetador y los pezones delataban su calentura, marcándose sin ningún tipo de pudor.
Al salir a la calle, estaba solo María.
—Juan ha ido a por la moto. Ahora viene. Yo me iré con él y cuando lleguemos a su casa, te mandaremos la ubicación para que vengas.
—Vale. Como queráis. Voy a tomar algo en esa terraza y cuando me digáis voy donde sea.— Ese juego me gustaba, que me tuvieran inquieto, me excitaba muchísimo. Dejar volar la imaginación e imaginar situaciones en las que mi mujer era la protagonista, era para mí, una de las cosas más morbosas que podía haber.
—Siéntate en la terraza y nosotros te diremos.—María me dio un beso muy lento y morboso—. El próximo beso que te dé, sabré a la polla de Juan.— Dijo, acercándose a mi oído.
—Mmmmmm.— Fue toda mi respuesta.
Sin decir nada más, me encaminé a la terraza de al lado y me senté a esperar que el camarero viniera a tomar nota.
Dos minutos más tarde, el sonido de una moto se oyó en la calle de al lado. Se oyó un pito y María se giró. Juan estaba enfrente, llamándola. Llevaba una BMW de Trail, de las grandes. María se acercó hasta él y cogiendo el casco que le ofrecía, se sentó detrás,remangando su vestido todo lo que pudo, dejando sus piernas al descubierto. Esa imagen enderezó mi verga hasta hacer que me doliera. Antes de irse, María se giró hacia donde yo estaba y saludando con la mano se despidió, para acto seguido abrazar a Juan, que entendió este abrazo como una señal de arrancar.
Había pasado más de media hora, cuando recibí un mensaje del móvil de María. La foto era más que explícita, la cara de mi mujer con unas chorreras de semen y justo al lado el pollón de nuestro corneador. Al pie de la foto se podía leer:
—María ya me ha sacado la leche, ahora te toca a ti.
Justo acabé de leer, cuando apareció un cuadro con la ubicación. Era de una ciudad cercana a la nuestra. Pertenecía a una urbanización a las afueras, cerca de la montaña. Me fui al coche y al activar el navegador, me marcaba menos de quince minutos hasta llegar a destino.
Había ido con la polla dura, desde que vi la foto y no tenía pinta de bajarse. La excitación era máxima y mis deseos por llegar a la casa de nuestro entrenador, crecían por momentos.
Diez minutos después de haber recibido el mensaje, enfilé una carretera de montaña sinuosa y estrecha. La urbanización estaba al final del camino y tras sortear una verja, llegué a mi destino. La puerta de la casa se abrió delante de mí. Entre con el coche y se cerró tras de mí. La casa tenía setos altos y no había vecinos cerca, de manera que la intimidad estaba asegurada. Nada más parar el motor, la puerta de la casa se abrió y por ella asomó María. Estaba desnuda y con los pezones duros como piedras. Tras ella salió Juan con su enorme polla colgando.
—Hola cariño. Juan te está esperando.— María me dio un beso y llevó su mano a mi paquete—. Mmmmm. Así me gusta, que estés bien duro.
Juan me dio la mano e hizo lo mismo que mi mujer.
—Tienes razón, el cornudo ha venido empalmado. Vamos a aprovecharlo, entrad en casa.
Mi mujer se adelantó y moviendo las caderas exageradamente, me tendió la mano y me llevó a la habitación. Empezó a desnudarme y al quitarme el pantalón, bajó mi calzoncillo y sin mediar palabra, comenzó con una mamada que a punto estuvo de hacer que me corriera en menos de un minuto.
Juan apareció en escena con una botella de cava y tres copas.
—Ya veo que habéis empezado sin mí. Pero lo primero es un brindis.
Salvado por la campana. María se levantó del suelo y cogiendo una copa, empezó con la ronda de brindis:
—Por la polla de Juan.
El siguiente fue Juan:
—Por el coñito de María.
—Por veros follar.— Completé, levantando mi copa y chocándola con ellos.
Tras el sorbo de cava, volvíamos a la acción. María sujetó el rabo de su entrenador personal, mientras me miraba de forma lujuriosa. Supe lo que tenía que hacer y sin mediar palabra, me puse de rodillas y acerqué la boca hacia el grueso falo de nuestro anfitrión. María seguía sujetando ese prodigio de la naturaleza, mientras yo engullía a duras penas la punta. Una de mis manos pasó a la entrepierna de mi mujer, para empezar a masturbarla. Comencé acariciando su clítoris con delicadeza, pero no tardó en guiarme:
—Méteme los dedos. Ya verás como me ha dejado de abierta.
Hice caso de las indicaciones de María y deslicé dos dedos entre sus labios vaginales. Se colaron sin ningún esfuerzo, al notar la invasión, abrió más las piernas a modo de invitación. Probé con otro dedo más y el mismo resultado.
—Ahora mismo me podrías hacer fisting, y ni me enteraría. Nunca me había sentido tan dilatada. Entre lo caliente que estoy y su verga, estoy que no me lo creo.
Juan, que estaba ocupado con los pechos de mi mujer, sonrió con superioridad. Ya sabía el efecto que causaba en las mujeres y podía estar orgulloso de ello.
Mientras María hablaba, yo intentaba abrir más la boca, pero me era imposible hacer más profunda mi felación. Así que decidí jugar con mi lengua en su glande. La reacción no tardó en llegar y el falo de Juan se llenó de sangre, poniéndose duro como el mármol.
—Dios, que bien mama tu marido.— Le dijo a María, pellizcando uno de sus pezones a la vez—. Pero ahora lo que quiero, es follarte y que él lo vea. Quiero que vea cómo te abro el coñito.
—Pues fóllame. Hoy mandas tú.— María soltó su presa y sin decir nada más, se dirigió a la cama, se puso en cuatro con su culazo en nuestra dirección y lo empezó a mover de un lado a otro.
—Observa como me la follo. Luego te tocará a ti. Ya verás como no sientes nada.
—Mmmmm. Me encanta esa sensación de vacío.— Dije, poniéndome de pie y yendo con Juan hasta donde estaba mi mujer. Así mi verga y comencé a masturbarme despacio.
—No te corras. Quiero que te corras dentro de tu chica. Pero cuando yo te lo diga.
—OK. Cuando tú me digas.
María había enterrado su cabeza en un almohadón, y esperaba el contacto del mástil de su empotrador.
Juan fue a la mesilla y tomando algo de un bote, lo extendió por su verga. Se colocó detrás y abriendo los cachetes de mi mujer, restregó su mano, todavía mojada de lubricante por toda su vulva, dejándola preparada para la invasión.
Apoyó la punta del glande en la entrada de la vagina y comenzó a empujar. Un gemido ahogado surgió de la garganta de mi mujer. Cuando el grueso cuerpo de la verga comenzó a avanzar los gemidos de convirtieron en gritos.
—Me vas a partir por la mitad, joder qué bueno. No pares, bufffff, métemela toda.
Cuando oyó eso, comenzó un movimiento de mete y saca que movía el cuerpo de mi esposa como si fuese una muñeca. Desde mi posición podía ver como entraba cada vez más, y como al salir, los labios salían acompañando a la verga, hasta que hacia el siguiente movimiento y se metían hacia adentro, arrancando gritos de placer a su dueña. Desde la primera embestida completa, María comenzó a temblar y tuvo una orgasmo continuado que solo acabó, cuando Juan la sacó y dirigiéndose a mí, dijo:
—Ahora te toca a ti. Y quiero que te corras dentro, después seguiré con tu leche haciendo de lubricante.
—Vamos. Lléname de leche.— Dijo mi mujer fuera de sí, mientras se daba una palmada en el culo, invitándome a entrar en ella.
Sin pensarlo dos veces, me coloqué detrás de mi mujer y me introduje en su dilatada vagina. Supe que había entrado del todo porque mi cadera chocó con su culo, no sentía las paredes de su vagina, la verga de Juan la había dejado abierta al máximo. No era una sensación nueva para mí, sin embargo esta vez me excitó mucho más que las anteriores.
Estaba a punto de eyacular, cuando Juan se acercó a mí por detrás, me agarró del culo y me animó.
—Vamos, córrete. Llénala de leche para que pueda seguir follándomela.
Nada más oír esto, sujete fuertemente por las caderas a María y mi verga empezó a palpitar, justo antes de vaciar mis ansias dentro de su vagina. Llevaba muchas horas esperando ese momento y para mí fue una liberación y un placer enorme. María empezó a temblar y sus paredes vaginales comenzaron a tener espasmos, intentando atrapar el néctar que había salido de mi interior.
Juan soltó mi culo y me dijo:
—Que buena corrida. Mira.
Me apartó y nada más abandonar el interior de mi chica, pude ver como mi semen salía, resbalando por el interior de sus muslos. Juan no se hizo esperar y tomó mi lugar. El primer empujón hizo gritar a mi mujer de nuevo.
—Me vais a matar. Joder qué bueno.
—Te vamos a matar de placer, no lo dudes.— Afirmó Juan, mordiéndole en el cuello, mientras enterraba su herramienta hasta adentro.
Decidí tomarme un respiro y cogiendo la copa de cava, me senté delante de la cama, para observar el disfrute de mi esposa.
María se tumbó boca abajo para descansar su espalda,movimiento que aprovechó Juan para sacarla y sacudirla encima de su trasero. María movió sus caderas de lado a lado y las levantó, invitándolo a seguir con su trabajo.
—Quiero que te corras dentro. Quiero que me llenéis los dos.
—Tus deseos son órdenes.— Respondió Juan, cogiéndola del pelo y estirando de su cabeza, obligándola a girar el cuello. El ariete de Juan volvió a la carga y en el semblante de María se dibujó una sonrisa de satisfacción. Volvieron los gritos y las penetraciones profundas. Las caderas de Juan ganaron en amplitud de movimientos y su verga salía y entraba en toda su extensión.
—Te voy a llenar de leche.— Gritó nuestro corneador. Poniendo una mano en el hombro de su presa y empujando con más fuerza.
—Dios, como se te hincha la polla, me vas a reventar. Que bueno. Siiiii.
María puso los ojos en blanco mientras empezaba a temblar, a la vez que un gruñido ronco se escapaba de la garganta de su empalador. Juan se quedó inmóvil mientras sus glúteos empujaban su néctar al interior de mi esposa, la cual seguía temblando, aprisionada bajo el cuerpo que la había poseído.
Me terminé la copa de cava y la dejé en la mesilla. Me acerqué a la pareja y lo primero que hice fue darle la mano a a mi mujer y besarla. Todo estaba bien y quería que lo supiera. Abrió los ojos y me hizo un guiño de complicidad. Juan se levantó con la verga llena de los fluidos de los tres.
—Ahora os va a tocar limpiar todo esto.— Dijo, señalando hacia abajo.
—Acércamela, que ya me ocupo yo. Mi maridito tiene que limpiar mi coñito. Es lo que más le gusta hacer.— Dijo María, justo antes de darme un beso y mandarme a lamer su vulva.
De camino a cumplir las órdenes de mi esposa, me encontré con la verga de su amante. Situación que no desaproveche, pasando la lengua por el tronco, degustando el sabor agridulce de la mezcla de fluidos de los tres.
—
Cuando terminamos el primer round, nos paramos a descansar y salimos al porche trasero de la casa, en donde había una zona con sillones tipo Chillout.
—¿Queréis una copa?— preguntó muy amablemente el anfitrión.
—Sí, por favor. Me muero por un gintonic.— Respondió María, sentándose en uno de los sillones.
—Otro para mí por favor.
—Voy a prepararlos, ahora vuelvo.— Respondió Juan, entrando de nuevo en la casa.
Cuando nos quedamos solos en el porche, comentamos la jugada.
—Me ha dejado que no voy a poder andar bien en una semana.— Dijo María, mirándome a los ojos mientras se mordía los labios.
—Me ha dado mucho morbo jugar así. La verdad es que tiene un pollón enorme.
—Y se mueve delicioso. Esto tengo que compartirlo con las chicas. En este año de travesuras, Juan es el mejor amante que he tenido, con diferencia. Eva lo va disfrutar muchísimo.
—¿Ya se lo has contado a Eva?
—Sí, claro. Está deseando tener un encuentro con él.
—Lo hemos hecho sin condón, supongo que ya lo teníais hablado.— Pregunté a sabiendas de la respuesta.
—Sí. Juan se hizo esta semana un análisis de ETS y está sano. Si le gusta a Eva, pasará a formar parte de nuestro círculo de confianza.
—Sería un buen fichaje. Así tendríais un bonito juguete. Os imagino a las tres con él y…..
Señalé mi verga, que estaba despertando espoleada por mi calenturienta mente y mi mujer, me dijo, mirando mi rotunda erección.
—Siendo nuestro juguete, podemos usarlo para explorar nuevos terrenos.
Sabía a qué se estaba refiriendo mi chica y por toda respuesta, le devolví una sonrisa.
Llegó Juan con los gintonic Den una bandeja y tras dejarlos en la mesa, se sentó en el sillón en el que estaba María.
—¿Otro brindis?— Propuso.
—Otro brindis.—Afirmé yo.
—Por una amistad muy placentera.— Inició María.
—Porque sea una amistad, larga y dura-dera.— Dije yo, poniendo la nota de humor.
—Por todo ello.— Completó Juan, con una sonrisa de medio lado en la cara.
Estábamos los tres desnudos y las caricias de mi mujer hacia Juan y viceversa, eran continuas. Yo por mi parte estaba disfrutando del espectáculo, más que si yo hubiera sido el protagonista.
Estuvimos hablando distendidamente de nuestras experiencias sexuales, a la par que Juan nos relataba alguna de las suyas.
Cuando nos acabamos las copas, Juan intensificó sus caricias hacia mi mujer. María que estaba muy receptiva, abrió las piernas y se dejó hacer, mientras yo observaba la escena sin perderme ni un detalle.
Ahí comenzó el segundo round de nuestro encuentro con Juan. Que a partir de ese día pasó a ser el entrenador personal detalle mi mujer, el mío y el de nuestras amigas Eva y Carla.
Cuando acabamos la segunda parte del encuentro, todos estábamos muy cansados, esa segunda ronda, agotó a María que había estado teniendo orgasmos desde el inicio, hasta que los dos acabamos encima de sus tetas. Acto que aprovechó para masajearlas al extender nuestro néctar. Estaba radiante después de haber estado toda la tarde sin parar. Cuando nos relajamos los tres, Juan propuso salir a cenar.
—¿Os apetece salir a reponer fuerzas?— propuso.
María cruzó una mirada conmigo y no hizo falta nada más para saber que lo que quería era llegar a casa y estar a solas con ella.
—Gracias Juan. Pero tengo ganas de llegar a casa, ducharme y relajarme.
—Yo estoy molido. Voy a tener que entrenar más.— Respondí, mientras me levantaba de la cama e iba a recoger la ropa.
—Como queráis. Pediré algo para mí, y así no salgo tampoco. También estoy cansado. Aunque ha merecido la pena. Lo he pasado muy bien. Cuando queráis, podemos repetir, aún me ha faltado probar tu culito, Javi. Síguenos en nuestra 👉 RED SOCIAL para mas contenido original
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