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El Guardaespaldas

El Guardaespaldas


Kiara Blaze era un fenómeno global.

Cantante, actriz, influencer. Tenía más de 100 millones de seguidores, su cara en cada cartel, y su cuerpo como portada de las revistas más calientes del mundo.

Pero también tenía algo más.
Miedo.

Después de una serie de amenazas anónimas, acosadores fuera de su mansión y paparazzis que la seguían hasta el baño, su equipo decidió contratar al mejor.

Él. Damián Rivas.
Exmilitar, experto en seguridad privada. Frío, silencioso, siempre de negro. Pecho ancho, mirada de acero, cuerpo hecho para matar o… para otras cosas.

—Te va a escoltar a todos lados, Kiara —dijo su manager—. Día y noche.

—¿También cuando duermo? —preguntó ella, cruzada de piernas, provocadora.

—Si hace falta —respondió Damián, sin mirarla.
Solo le bastó un escaneo de dos segundos para memorizar su silueta perfecta.

La rutina empezó.

Aviones privados, camerinos, galas, eventos de lujo. Y Damián, siempre a dos pasos de ella, siempre en silencio, siempre con el ceño fruncido.

Kiara lo provocaba. Lo sabía. Lo hacía a propósito.

Se cambiaba frente a él en el camerino, dejaba caer la bata sin decir nada.
Le mandaba notas escritas en el celular mientras estaba rodeada de reporteros:

> —¿Me estás mirando el culo o es idea mía?

> —Tenés ganas de meterme mano… te leo la mirada.

Él no contestaba. Pero esa vena en su cuello palpitaba cada vez más fuerte.

Una noche, después de una gala benéfica en París, Kiara subió sola al penthouse del hotel. Damián entró detrás.

—No tengo más eventos hoy —dijo ella, dejándose caer en la cama, con la bata abierta, sin ropa debajo.

—Mi trabajo es quedarme —respondió él, sin mirarla, revisando las ventanas.

—¿Y qué vas a hacer si alguien intenta meterse? —preguntó ella, abriéndose un poco más la bata.

—Matarlo.

Ella se levantó, fue hacia él.
Descalza. Desnuda bajo la tela fina.
Lo empujó contra la pared y se le pegó al pecho.

—¿Y si soy yo la que quiere “meterse”?

Él no respondió.

Solo la tomó de la cintura con fuerza, la giró y la empujó contra el vidrio del ventanal, con toda la ciudad de París iluminada detrás.

—Hace semanas que te provocás —gruñó—. ¿Querés saber lo que es que te coja un hombre que no tiene permitido desearte?

Ella sonrió.

—Quiero que rompas todas tus reglas.
Quiero que me cojas como si yo no fuera nadie.
Solo una puta caliente en tu cama.

Él se agachó, la levantó de una pierna y le metió la pija de pie, duro, profundo, en su concha, contra el cristal. Ella gritó.

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—¡Sí, Damián… así… más fuerte!

Su pija la llenaba por completo. La tomaba de las caderas y embestía con fuerza contenida.
Ella empapaba el vidrio con el vapor de su respiración, con los pezones pegados al cristal.

—¡Te soñé tantas veces haciéndome esto! —jadeó ella.

—Y yo me la saqué pensando en cómo me mirás cada vez que te cambiás.

La puso de rodillas.

—Abrí la boca.

Ella lo hizo. Él le metió hasta el fondo. Ella lo miraba desde abajo, la garganta llena, babeando.

—Mirá lo que hacés que haga, Kiara… te arrastro del cuello si hace falta.

Ella gemía, jadeaba, se tocaba mientras lo mamaba con desesperación.

Luego la puso boca abajo en la cama y la penetró por atrás, la cogió sin piedad. Las nalgas rebotaban. Ella gritaba mientras se corría.

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Y él acabó adentro, rugiendo, mordiéndole el hombro, derramándose hasta que quedó vacío.

Minutos después, sudados, exhaustos, Kiara le dijo:

—¿Y ahora? ¿Sigo siendo tu protegida?

Él encendió un cigarro y la miró desde la cama.

—Ahora sos mía. Y si alguien te vuelve a mirar con deseo… le rompo la cara.

Ella sonrió. Porque eso era lo que realmente quería.


Tres días después de su primer encuentro en el penthouse, Kiara y Damián ya no eran solo estrella y escolta.

Ahora se escondían para cogerse detrás de las bambalinas, en los camarines, en el ascensor, en cualquier rincón donde el deseo los tomara por sorpresa.
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Ella estaba obsesionada.
Y él, poseído.

—Te quiero con traje —le susurraba Kiara antes de un evento—. Pero con la pija dura debajo.

Y él, obediente y silencioso, la tenía siempre lista para ella.

Pero nada escapa a los paparazzis.

Una lente larga, una mala suerte, una cortina mal corrida… y la foto se hizo viral:

Kiara Blaze desnuda, de espaldas, apoyada contra la ventana de un hotel; Damián detrás, metiéndosela con furia.

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El mundo estalló.

Cadenas de noticias, influencers reaccionando, fans divididos.
¿Una estrella mundial gimiendo por su guardaespaldas?
¿Una mujer que podía tener al actor del momento, pero se dejaba coger por un exmilitar frío y rudo?

El equipo de prensa se volvió loco.
—¡Negalo!
—¡Decí que fue editado!
—¡Decí que es viejo!

Pero Kiara los miró a todos y dijo, con una sonrisa:

—Convóquenme una rueda de prensa.

La sala estaba repleta.
Cientos de periodistas, cámaras, micrófonos.

Kiara apareció con un vestido rojo ajustado, sin sostén, tetas firmes, mirada de fuego.
A su lado, Damián, de traje negro, impecable, el gesto serio, la mandíbula tensa. Pero los ojos… fijos en ella.

Ella tomó el micrófono.

—No voy a negar nada —dijo con voz firme—. Esa soy yo. Y sí… ese es él.

Susurró:
—Él me protege… Y también me ama.
Me respeta, me cuida… y me hace acabar como nunca nadie lo hizo.

Hubo un murmullo de escándalo.
Ella sonrió.

—Se llama Damián Rivas. Es mi pareja, mi guardaespaldas, mi sombra. Y desde hoy… también es el hombre que va a caminar a mi lado, en público, en privado… y en mi cama.

Y se giró. Lo miró.
Y lo besó, profundo, en vivo, con lengua. Él la sujetó de la cintura, sin soltarla, con esa mezcla de respeto militar y lujuria salvaje.

Las cámaras estallaron.

Esa noche, en la gala de premios, Kiara bajó del auto con su vestido plateado brillante.
Pero esta vez, no estaba sola.

Damián bajó con ella.
Caminaron juntos por la alfombra roja.
Las cámaras lo enfocaban.
Los flashes lo bañaban.
Y él, con paso firme, mirada dura, era ahora parte del espectáculo.

Los periodistas gritaban:
—¡Damián, Damián! ¿La cogiste en la ventana?
—¿Es cierto que gemía tu nombre?

Él no respondió.
Solo le pasó el brazo por la cintura a Kiara, y le susurró al oído:

—¿Querés que esta noche te lo haga contra el ventanal otra vez… pero esta vez, con las luces prendidas?

Ella lo miró, mordiéndose el labio.

—Sí… que el mundo vea quién me domina.

Y siguieron caminando.
Ella no era más una estrella sola.
Ahora tenía un lobo al lado.
Y juntos eran una fantasía hecha carne, fama y deseo.


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