Esto se situa antes de que mi ahora esposa fuera tan siquiera mi novia.
Era un martes de esos que parecen igual a todos, con el aire acondicionado de la oficina haciendo más ruido que enfriando y el café de la mañana ya frío en mi escritorio. Trabajaba en IT, como desde hacía tres años, y aunque el trabajo no era la gran cosa, tenía sus ventajas. Una de ellas era Itzel, la recepcionista.
Itzel en ese entonces a sus 26 años llamaba bastante la atencion, siempre usando leggins ajustados y ela con un culo bien formado y redondo, sus tetas de tamaño mediano, copa 34b, unos labios carnosos y ojos penetrantes, cabello castaño obscuro y en ocasiones usaba lentes que la hacian ver mas sexy
Ese día, como muchos otros, pasé por recepción para saludarla.
—Buenos días, Fredy —me dijo, sonriendo mientras acomodaba unos papeles.
—Buenos días, Itzel. ¿Todo bien?
—Sí, tranquilo. Oye, Axel me dijo que quizá te iba a buscar hoy.
—¿Axel? —puse cara de no entender, aunque sabía perfectamente quién era: su novio.
—Sí, el otro día se le cayó un vaso de refresco en la laptop y ya no le funciona. Le dije que tú eras el mejor para arreglar esas cosas.
Sonreí, halagado. —Claro, que me la traiga.
No pensé mucho en eso hasta que, efectivamente, Axel apareció por mi cubículo a media mañana con la laptop bajo el brazo. Era un tipo normal, ni feo ni guapo, con ese aire de confianza de quien sabe que tiene algo que otros desean. En este caso, a Itzel.
—Oye, Fredy, ¿cierto? Itzel me dijo que podrías ayudarme con esto —dijo, dejando la laptop sobre mi mesa.
—Sí, déjamela y mañana te digo qué tal.
—Gracias, carnal.
Se fue tan rápido como llegó, y yo me quedé con la laptop entre las manos. No era la primera vez que alguien me traía un equipo ahogado en líquido, así que sabía qué hacer. Lo que no sabía era que esa laptop iba a cambiar todo.
Esperé hasta que la oficina se vació para ponerme a trabajar. El disco duro, por suerte, no estaba dañado. Lo conecté a mi equipo y comencé el respaldo de los archivos. Fue entonces cuando la vi: una carpeta llamada **“Huawei P20”**.
No tenía intención de husmear, pero el nombre me llamó la atención. Era obvio que era un respaldo de celular. Y, bueno, si Axel había confiado en mí para recuperar sus archivos, ¿qué tanto daño habría en echar un vistazo rápido?
Abro la carpeta. Subcarpetas con fechas. La más reciente, de apenas dos semanas atrás.
Un clic.
Y ahí estaba Itzel.
Pero no la Itzel de recepción, no la de sonrisa inocente y conversación ligera. Esta Itzel estaba de espaldas incada en la cama con un cachetero verde de encaje que apenas le cubría las nalgas. Su piel brillaba bajo la luz en lo que parecia ser el cuarto de Axel. En la siguiente foto, ella estaba acosata en la cama con un primer plano de sus nalgas, los pezones erectos. Otra más: una selfie de ella en el baño en ropa interior
Mi boca se secó.
Había más. Muchas más. Fotos de ella arrodillada, de ella mordiendo su labio inferior mientras sostenía la cámara como si estuviera grabando para alguien. Y luego los videos. Dos. El primero, corto: Itzel desnuda, cabalgando a Axel, los senos rebotando, los ojos cerrados, los labios entreabiertos en un gemido que no podía escuchar porque el audio estaba muteado. El segundo era más explícito: ella de rodillas, la boca llena, mirando a la cámara con esos ojos oscuros que ahora entendí que no eran tan inocentes.
No pude evitar tocarme.
Fue rápido, casi automático. Mientras el programa de respaldo seguía corriendo, abrí una de las fotos en pantalla completa. Itzel en cuatro patas, el culo alto, la espalda arqueada. Bajé el cierre de mi pantalón y me tomé apenas unos minutos, imaginando que era yo quien la tenía así, que era yo quien escuchaba esos gemidos.
Cuando terminé, me sentí culpable por unos segundos. Luego, la excitación volvió.
Guardé todas las fotos y videos en una USB antes de entregarle la laptop a Axel al día siguiente. Él ni siquiera preguntó qué había encontrado. Solo me dio las gracias y se fue, ignorante del delito que acababa de cometer.
Pero yo ya no podía ignorarlo.
A partir de ese día, cada vez que veía a Itzel en recepción, sonriéndome como si nada, yo recordaba. Recordaba sus gemidos mudos en el video, sus dedos enredados en las sábanas, la manera en que su cuerpo se movía.
Y lo peor —o lo mejor— era que ella no tenía idea.
Nunca lo sabría.
aqui algunas de esas fotos


Era un martes de esos que parecen igual a todos, con el aire acondicionado de la oficina haciendo más ruido que enfriando y el café de la mañana ya frío en mi escritorio. Trabajaba en IT, como desde hacía tres años, y aunque el trabajo no era la gran cosa, tenía sus ventajas. Una de ellas era Itzel, la recepcionista.
Itzel en ese entonces a sus 26 años llamaba bastante la atencion, siempre usando leggins ajustados y ela con un culo bien formado y redondo, sus tetas de tamaño mediano, copa 34b, unos labios carnosos y ojos penetrantes, cabello castaño obscuro y en ocasiones usaba lentes que la hacian ver mas sexy
Ese día, como muchos otros, pasé por recepción para saludarla.
—Buenos días, Fredy —me dijo, sonriendo mientras acomodaba unos papeles.
—Buenos días, Itzel. ¿Todo bien?
—Sí, tranquilo. Oye, Axel me dijo que quizá te iba a buscar hoy.
—¿Axel? —puse cara de no entender, aunque sabía perfectamente quién era: su novio.
—Sí, el otro día se le cayó un vaso de refresco en la laptop y ya no le funciona. Le dije que tú eras el mejor para arreglar esas cosas.
Sonreí, halagado. —Claro, que me la traiga.
No pensé mucho en eso hasta que, efectivamente, Axel apareció por mi cubículo a media mañana con la laptop bajo el brazo. Era un tipo normal, ni feo ni guapo, con ese aire de confianza de quien sabe que tiene algo que otros desean. En este caso, a Itzel.
—Oye, Fredy, ¿cierto? Itzel me dijo que podrías ayudarme con esto —dijo, dejando la laptop sobre mi mesa.
—Sí, déjamela y mañana te digo qué tal.
—Gracias, carnal.
Se fue tan rápido como llegó, y yo me quedé con la laptop entre las manos. No era la primera vez que alguien me traía un equipo ahogado en líquido, así que sabía qué hacer. Lo que no sabía era que esa laptop iba a cambiar todo.
Esperé hasta que la oficina se vació para ponerme a trabajar. El disco duro, por suerte, no estaba dañado. Lo conecté a mi equipo y comencé el respaldo de los archivos. Fue entonces cuando la vi: una carpeta llamada **“Huawei P20”**.
No tenía intención de husmear, pero el nombre me llamó la atención. Era obvio que era un respaldo de celular. Y, bueno, si Axel había confiado en mí para recuperar sus archivos, ¿qué tanto daño habría en echar un vistazo rápido?
Abro la carpeta. Subcarpetas con fechas. La más reciente, de apenas dos semanas atrás.
Un clic.
Y ahí estaba Itzel.
Pero no la Itzel de recepción, no la de sonrisa inocente y conversación ligera. Esta Itzel estaba de espaldas incada en la cama con un cachetero verde de encaje que apenas le cubría las nalgas. Su piel brillaba bajo la luz en lo que parecia ser el cuarto de Axel. En la siguiente foto, ella estaba acosata en la cama con un primer plano de sus nalgas, los pezones erectos. Otra más: una selfie de ella en el baño en ropa interior
Mi boca se secó.
Había más. Muchas más. Fotos de ella arrodillada, de ella mordiendo su labio inferior mientras sostenía la cámara como si estuviera grabando para alguien. Y luego los videos. Dos. El primero, corto: Itzel desnuda, cabalgando a Axel, los senos rebotando, los ojos cerrados, los labios entreabiertos en un gemido que no podía escuchar porque el audio estaba muteado. El segundo era más explícito: ella de rodillas, la boca llena, mirando a la cámara con esos ojos oscuros que ahora entendí que no eran tan inocentes.
No pude evitar tocarme.
Fue rápido, casi automático. Mientras el programa de respaldo seguía corriendo, abrí una de las fotos en pantalla completa. Itzel en cuatro patas, el culo alto, la espalda arqueada. Bajé el cierre de mi pantalón y me tomé apenas unos minutos, imaginando que era yo quien la tenía así, que era yo quien escuchaba esos gemidos.
Cuando terminé, me sentí culpable por unos segundos. Luego, la excitación volvió.
Guardé todas las fotos y videos en una USB antes de entregarle la laptop a Axel al día siguiente. Él ni siquiera preguntó qué había encontrado. Solo me dio las gracias y se fue, ignorante del delito que acababa de cometer.
Pero yo ya no podía ignorarlo.
A partir de ese día, cada vez que veía a Itzel en recepción, sonriéndome como si nada, yo recordaba. Recordaba sus gemidos mudos en el video, sus dedos enredados en las sábanas, la manera en que su cuerpo se movía.
Y lo peor —o lo mejor— era que ella no tenía idea.
Nunca lo sabría.
aqui algunas de esas fotos



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