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Servicio a la Habitacion - Parte 1

Servicio a la Habitacion - Parte 1

La residencia privada del condominio Las Gardenias era un lugar lujoso, silencioso, donde los ricos dormían sin preocuparse por lo que pasaba detrás de las puertas de servicio. Luis, el administrador del complejo, era un hombre de cuarenta y tantos, siempre vestido con trajes bien planchados y una expresión fría, calculadora. Todo estaba bajo su control.

Todo, menos ella.

Camila, la nueva mucama, llevaba solo tres semanas trabajando en el edificio. Tenía 26 años, piel canela, curvas salvajes, y un culo tan redondo que parecía desafiar las leyes de la física cada vez que subía las escaleras. Y no usaba pantalones anchos, no… esa maldita falda del uniforme era corta, pegada, una provocación ambulante.

Luis la observaba desde las cámaras de seguridad, fingiendo revisar el sistema. La veía agacharse, sacudir, frotar… y apretar esos glúteos como si estuviera bailando solo para él.

Un martes por la tarde, cuando el edificio estaba vacío y el calor derretía hasta los techos, Luis la llamó a su oficina.

—Camila, necesito que limpies el apartamento modelo. Piso 11. Usa la llave maestra.

—¿Ahora? —preguntó ella, con acento caribeño y los labios pintados de rojo—. Pero ya iba a terminar por hoy…

—Hazlo. Y hazlo bien. Quiero ver cómo trabajas cuando no te están mirando.

Ella sonrió de lado. Esa sonrisa… él supo que ella sabía.

Subió antes que ella. Dejó la puerta entreabierta. Esperó en la penumbra del apartamento modelo, con el aire acondicionado apagado, el calor haciendo que el sudor le bajara por la nuca.

Camila entró. Llevaba la falda más corta que nunca. Se inclinó a limpiar la mesa del comedor, dándole la espalda. Luis se acercó en silencio. Cuando ella lo sintió, no se asustó. Solo dijo, sin girarse:

—¿Va a revisar si limpio bien… o si me muevo rico?

Luis le levantó la falda sin pedir permiso. No llevaba ropa interior.

—¿Así vienes a trabajar?

—Así me gusta sudar —dijo ella—. Y así me gusta que me cojan.

Él no dijo más. Se arrodilló detrás de ella, le abrió las nalgas, y metió la lengua sin pensarlo. Su sabor era salado, caliente, delicioso. Camila gemía, empujaba hacia atrás, tomándolo del pelo.

—Así, papi… más profundo… chúpame como si fueras a morirte.

Luis le comió el culo y la concha como nunca había hecho. Luego se levantó, se bajó el pantalón, sacó su pene y se la metió de una. Ella soltó un grito entre placer y furia.

—¡Eso! Dame todo… métemelo sin miedo. Hay papi!! 

Se la cogió contra la mesa, desde atrás, el pene duro, entrando y saliendo de su vagina, luego contra el ventanal, la cogía por el culo, sus tetas al aire. Camila sudaba, gemía, gritaba sucio en español:

—¡Cómetelo entero! ¡Rompe ese culo, papi! ¡Soy tuya!

Luis no podía más. Ella mamaba su pija intensamente, lo cabalgaba salvajemente, lo exprimía con ese cuerpo latino que lo volvía loco. Se vino tres veces. Ella, dos. El apartamento quedó patas arriba.

Al terminar, ella se acomodó el cabello frente al espejo, con la falda subida y las piernas aún temblorosas.

—¿Entonces, jefe? ¿Pasé la prueba?

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Luis respiraba agitado, aún con la verga húmeda.

—Desde hoy… tienes acceso libre al piso once.

—¿Y sueldo nuevo? —preguntó, mordiéndose el labio.

Él sonrió.

—Y bono por rendimiento excepcional.

Camila salió moviendo ese culo como si supiera que lo acababa de dominar. Y Luis, aún desnudo, entendió que acababa de perder el control… felizmente.

Esa noche, el calor no bajó ni un grado. El cielo sobre la ciudad estaba oscuro, sin estrellas, y el concreto aún irradiaba el calor del día. Luis no podía sacarse a Camila de la cabeza. El olor de su piel, la forma en que gemía, cómo lo cabalgaba lo tenía loco.

A las once en punto, recibió un mensaje:

“Estoy en la azotea. Sin ropa interior.”

Luis no respondió. Solo tomó la llave maestra, subió por la escalera de emergencia, y empujó la pesada puerta de acceso al techo.

La encontró de espaldas, con la falda levantada, mirando la ciudad. El viento le alborotaba el cabello. Su culo redondo, moreno y perfecto, se ofrecía a la noche.

—¿Y si alguien sube? —preguntó él, con la voz seca.

—Pues que mire —respondió Camila sin girarse—. ¿O tienes miedo de que te vean cogiéndote a tu empleada?

Luis se acercó sin responder. Le bajó la falda, le abrió las piernas y se arrodilló detrás de ella, sobre el piso áspero. La lamió con desesperación, con hambre. Ella se apoyó contra la baranda, jadeando hacia el vacío.

—¡Sí, papi! ¡Así! ¡Sigue lamiendo ese culo pecador!

La volteó, le chupó las tetas, se sacó el pantalón, Luego la levantó en vilo, la cargó contra la pared de concreto caliente y penetró su concha de una embestida brutal. Camila gritó, apretándole la nuca, las piernas envueltas alrededor de su cintura.
cogida

—¡Cógeme, jefe! ¡Duro! ¡Más duro! ¡No pares!

El viento soplaba con fuerza. Las luces de la ciudad abajo parpadeaban como estrellas artificiales. Ellos gemían como bestias, sin miedo, sin pudor.

Camila se agachó, metió su pene en la boca, lo mamó profundo, tragando , escupiéndolo, lamiéndolo todo, hasta las bolas 

—¿Te gusta esta boca latina? ¿Eh? ¿Te gusta cómo chupo la leche de mi jefe rico?

Luis no podía más. La puso en cuatro sobre una caja metálica, le abrió el culo con ambas manos, y se lo metió ahí, despacio, hasta el fondo. Y comenzó a darle como cajon que no cierra, agarrándola de las tetas, Camila gritó, primero de dolor, luego de placer.

—¡Sí! ¡Rómpeme el culo! ¡Hazlo tuyo! Papi!! 

El termino acabando sobre su culo, los dos, temblando, jadeando, sudados, sucios, y sin fuerzas. El olor a sexo flotaba en el aire caliente de la madrugada.
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Camila se levantó, se arregló el cabello, y dijo:

—El próximo turno es en el cuarto de calderas… y ahí sí voy a gritar como una puta.

Luis se rió, aún desnudo, y supo que mientras tuviera a Camila… el edificio nunca volvería a ser aburrido.

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