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Soltero de verano (8): ¡Hannah! (III)




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Compendio III


DÍA 3

Soltero de verano (8): ¡Hannah! (III)

A la mañana siguiente, Hannah estaba más osada. Durmió usando uno de mis polerones, apenas cubriendo su trasero. Se inclinó sobre el mueble de cocina, tentándome mientras bebía su café.

Pero el hechizo se rompió temporalmente cuando sonó mi celular.

Era mi ruiseñor, para ver cómo estaba y avisarme que empezaban los preparativos para volver. Me preguntó cómo me sentía.

Como les conté, tuve que quedarme en casa durante nuestras vacaciones por una falla en la mainframe de la compañía y teníamos que arreglar la información. Pero para el tiempo que Hannah me contactó, ya habíamos resuelto el problema, pero no valía juntarme con mi amada esposa y mis niñas, si apenas podía quedarme un par de días antes de volver.

Conversamos en español, manteniendo a Hannah en ascuas y le conté a mi esposa que me estaba acostando con Hannah.

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En lugar de enfadarse, Marisol se puso extremadamente excitada. Siempre he tratado de ser bastante honesto sobre mis amantes con ella y Hannah es una de sus favoritas, puesto que mi ruiseñor sabe que ella me recuerda a si misma del periodo en que estábamos saliendo.

Mi esposa me pidió que me asegurase que Hannah la pasara bien y que le mostrase todo lo que le hice una vez que volviera. Nos despedimos y colgué.

Mientras Hannah trabajaba, la molestaba dedeándola. Protestaba y gemía, pero no me detuve, ni ella quería que parase. Me puse de rodillas y empecé a chupar su sexo, volviéndola loca.

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Sus piernas me envolvieron por el cuello y empezó a correrse en mis labios. Ella lo había extrañado tanto, al igual que yo.

En la ducha, hicimos el amor de nuevo. En faena, nunca tuvimos tiempo para hacerlo las veces que quisiéramos. Siempre era un rapidito antes de ir a trabajar, un pequeño break durante el almuerzo y hacer el amor un poquito antes de dormir.

Pero solamente un día, el día anterior a nuestra partida, nos las arreglamos para hacerlo lo más que pudimos.

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El agua estaba caliente, cayendo sobre su cuerpo, volviendo su piel rosada. Se apoyó contra la pared de la ducha, sus ojos a medio cerrar en placer mientras la iba bombeando. El ruido del agua caliente azotando las baldosas era lo único que se escuchaba aparte de nuestros gemidos ahogados y quejidos. La besé por el cuello, mi lengua siguiendo el camino del agua escurriendo en su cuerpo. Sus manos estaban en mi pecho, sus uñas arañando mi piel.

Fue distinto a la noche anterior. No fue ni frenético ni desesperado. Fue lento, deliberado. Parecía como si estuviésemos disfrutando cada momento. Como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

Abusé de sus pechos, acariciándolos, chupándolos, amándolos. Hannah se derretía bajo mis labios. Era consciente que la mayoría de los hombres le miraban el trasero. De hecho, en faena, solía recibir una nalgada o dos al principio, hasta que le rompió la mandíbula a un minero usando una llave inglesa en defensa propia. Pero yo terminé siendo el único afortunado que la vio completamente desnuda.

Y también sabía que los pechos de Marisol eran enormes en comparación con los suyos. Aun así, constantemente le recordaba a Hannah que solía tener un pecho incluso más plano que el suyo cuando salíamos, por lo que sus senos se volvieron un tema controversial: Me amaba por cómo se los devoraba; me odiaba porque me gustan más grandes.

•¡Marco! – gimió, su voz retumbando en las paredes de la ducha. - ¡Marco, dame más duro!

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Sus palabras fueron como un hechizo que me dio energías. Le obedecí y mis caderas chocaron contra las suyas mientras el agua nos impactaba. Las piernas de Hannah me rodearon por la cintura y sus talones me envolvieron siguiéndome el ritmo. El vapor de la ducha empañaba los espejos y convertía nuestro reflejo en una rara amalgama de pasión.

Sus gemidos se volvieron más potentes y supe que se iba a venir otra vez. Metí la mano entre nuestros cuerpos y le froté el clítoris con el pulgar mientras la seguía metiendo con fuerza. Abrió los ojos de repente y me miró con una mezcla de sorpresa y calentura.

•¡Marco! – Gimió en una voz suplicante.

-¿Mhm? – pregunté, con mis labios ocupados adorando su cuello.

•¡Marco, no puedo aguantar mucho! – jadeó Hannah, con la voz entrecortada.

Soltero de verano (8): ¡Hannah! (III)

Sus uñas se enterraron más fuerte en mi espalda, dejándome pequeñas medias lunas en la piel. Sentí los comienzos de su orgasmo atravesar su cuerpo y sabía que el mío no le faltaba mucho tampoco.

-¡Vente tranquila, Hannah! – le susurré al oído sujetándola y ella obedeció, su cuerpo sintiendo espasmos sobre el mío.

Se mordió el labio para contener el grito con sus ojos cerrados, como si concentrase el placer que estaba finalmente liberando.

Verla en la agonía de la pasión se volvió casi insoportable, pero a duras penas aguanté disfrutando el momento.

Su orgasmo gatilló el mío y me vacié en su interior. La calidez de su cuerpo me abrazó y tuve un sentimiento de alivio y pertenencia que no había sentido durante un tiempo. Nos quedamos ahí por un rato, jadeando y temblando, mientras el agua nos seguía lavando.

Cuando pudimos separarnos, Hannah salió de la ducha y se envolvió con una toalla. En realidad, no sé qué me pasa: me excité al instante, apoyándola sobre la cajonera del baño, haciéndola mía a lo perrito.

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Sus gemidos hicieron eco por toda la casa, pero no me importó. No habíamos sido así de salvajes e insaciables durante años. Ya no éramos compañeros de trabajo o amigos con beneficios. Éramos solamente dos personas que hacía tiempo no tenían buen sexo y estábamos tratando de compensar nuestras ausencias.

Mis manos la sujetaron con fuerza de la cintura mientras le daba duro por detrás, sus pechos rebotando contra la porcelana fresca. Estaba apretada, tan apretada que tenía que apretar los dientes para no venirme pronto. Pero quería hacerla gritar de nuevo, quería escucharla suplicar por más.

Su conchita estaba húmeda y acogedora, el ruido de nuestros cuerpos azotándose, llenando mi humilde baño. Hacían años que no estábamos así de cerca y la sensación era como una droga: familiar, pero a la vez enviciante y nueva. Podía sentir sus paredes internas contrayéndose y una vez más sabía que le faltaba poco.

•¡Marco, me voy a…! – alcanzó a gemir, para ser interrumpida por su orgasmo.

Se apoyó en el lavamanos, sus nudillos blancos de sujetarse por el borde. No me detuve, ni siquiera bajé el ritmo. Quería mantenerla ahí, en el límite, sintiéndolo todo.

Su cuerpo se sacudía con cada embestida y veía cada gotita deslizarse por su espalda, haciendo su piel brillar. Fue una visión que se quedó grabada en mi memoria para siempre: Hannah, perdida en el placer, su cuerpo moviéndose con el mío como si fuese un baile que nunca olvidamos.

Posteriormente, decidimos vestirnos en nuestros propios dormitorios. Hannah sabía que le saltaría encima si la veía vestirse y también sabía que no tenía la fuerza para detenerme.

Mientras almorzábamos, la ansiedad era tangible: los dos queríamos seguir haciéndolo. Sin embargo, la conciencia trabajólica de Hannah la detenía.

-¡Vamos, Hannah! ¡Sabes bien que nadie está trabajando allá! – le discutía mientras la embestía con violencia en el sofá. - ¡Todos están buscando esa estúpida capsula!

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•¡Lo sé! -Gemía mientras se la metía hasta el fondo. – Pero tengo reportes… análisis…

-¡Prioridades, Hannah! ¡Prioridades! – le demandaba, mientras la iba llenando de nuevo.

Pasamos toda la tarde haciéndolo.

El living, la mesa de la cocina, el dormitorio, incluso el patio.

Parecíamos adolescentes, incapaces de controlar nuestras manos. Los dos éramos adultos con responsabilidades, pero en esos momentos, estábamos libres. Libres del peso del mundo, libres de nuestras propias inhibiciones.

Para cuando preparamos la cena, los dos estábamos desnudos. Su laptop se descargó después de permanecer inactiva durante horas. Los dos nos veíamos cansados mientras recalentaba unos tallarines. Pero los dos sabíamos que después de cenar, lo haríamos de nuevo.

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Su piel estaba colorada, sus mejillas rosadas del cansancio de nuestra tarde. Se sentó a la mesa con las piernas cruzadas. No podía evitar mirarle los pechos rebotar levemente con cada movimiento. Me atrapó mirándola y sonrió, bebiendo un poco de la cerveza en su botella.

Esa noche, Hannah durmió en nuestra cama, aunque “dormir” es una forma elegante de decirlo. Lo hicimos sin parar, cada agujero, cada curva de su cuerpo explorado y estirado con mi enorme y grueso palo.

Mi mano recorrió su espalda mientras reposábamos en la cama, el sudor de nuestros cuerpos creando un brillo pegajoso en las sábanas. La habitación olía a sexo y a sudor, una esencia que me encendía la sangre de solo pensarlo.

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No podía creer lo que habíamos hecho. Yo estaba casado, Hannah divorciada, con vidas que ya no incluían directamente al otro. Pero aquí estábamos, perdidos en nuestra pasión, incapaces de resistir la atracción de nuestro pasado.


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