Capítulo 8: Juegos Peligrosos
Erica no podía olvidar lo que había pasado durante el día de playa en casa. Sentía que se estaban pasando los límites, pero el encierro estaba afectando a todos de maneras inesperadas. Los días pasaban, y Erica y Miguel se encontraban en un vaivén de sensaciones. Miguel se masturbaba cada vez más descaradamente en la casa, y Erica, aunque no quería traumatizarlo, a veces se vestía de manera muy sexy y se dejaba ver desnuda en el baño, sin dejar que las cosas fueran más allá.
Una noche, Miguel tenía una cena especial preparada para su madre. Erica, feliz por el detalle, se vistió para la ocasión. Usó un vestido muy corto y atractivo, mientras que Miguel se veía elegante. Durante la cena, hablaron y rieron, tomando vino y disfrutando de la compañía del otro. Bailaron, y Miguel ya no disimulaba sus erecciones. Erica notaba el pene de su hijo contra su cuerpo, pero lo dejaba así, sin saber cómo actuar.
Pasada la medianoche, Miguel propuso un juego a su madre. "Mamá, ¿qué dices si jugamos a stripoker? Para pasar la noche y acabar el vino. Como no tenemos nada que apostar, apostamos nuestras prendas," dijo, riendo. Erica lo miró seria, pero el vino había hecho su efecto en su mente. "Bueno, pero solo un par de partidas. No quiero cosas raras," respondió, tratando de sonar firme.
Iniciaron el juego, y en la primera partida, Erica mostró sus cartas, teniendo dos pares. Miguel, con apenas un par, sabía que había perdido. Rápidamente, se quitó la camisa, dejando al descubierto su torso. Erica sintió un escalofrío al ver a su hijo así, pero intentó mantener la compostura.
En la siguiente partida, Miguel ganó con una tercia. Erica, sabiendo lo que Miguel quería, se quitó los zapatos, dejando sus pies descalzos. El juego continuaba, y con cada prenda que se quitaban, la tensión sexual entre ellos crecía. Erica se preguntaba hasta dónde estaban dispuestos a llevar esto, pero el vino y la excitación la mantenían en un estado de confusión constante.
Miguel, cada vez más atrevido, ganó otra partida y le tocó a Erica quitarse algo más. Ella, con las mejillas sonrojadas, se desabrochó el primer botón de su vestido, revelando un poco más de su piel. Miguel la miraba con deseo, sus ojos fijos en cada movimiento de su madre. La noche se volvía cada vez más intensa, y ambos sabían que estaban cruzando una línea de la que no había retorno.
Erica no podía olvidar lo que había pasado durante el día de playa en casa. Sentía que se estaban pasando los límites, pero el encierro estaba afectando a todos de maneras inesperadas. Los días pasaban, y Erica y Miguel se encontraban en un vaivén de sensaciones. Miguel se masturbaba cada vez más descaradamente en la casa, y Erica, aunque no quería traumatizarlo, a veces se vestía de manera muy sexy y se dejaba ver desnuda en el baño, sin dejar que las cosas fueran más allá.
Una noche, Miguel tenía una cena especial preparada para su madre. Erica, feliz por el detalle, se vistió para la ocasión. Usó un vestido muy corto y atractivo, mientras que Miguel se veía elegante. Durante la cena, hablaron y rieron, tomando vino y disfrutando de la compañía del otro. Bailaron, y Miguel ya no disimulaba sus erecciones. Erica notaba el pene de su hijo contra su cuerpo, pero lo dejaba así, sin saber cómo actuar.
Pasada la medianoche, Miguel propuso un juego a su madre. "Mamá, ¿qué dices si jugamos a stripoker? Para pasar la noche y acabar el vino. Como no tenemos nada que apostar, apostamos nuestras prendas," dijo, riendo. Erica lo miró seria, pero el vino había hecho su efecto en su mente. "Bueno, pero solo un par de partidas. No quiero cosas raras," respondió, tratando de sonar firme.
Iniciaron el juego, y en la primera partida, Erica mostró sus cartas, teniendo dos pares. Miguel, con apenas un par, sabía que había perdido. Rápidamente, se quitó la camisa, dejando al descubierto su torso. Erica sintió un escalofrío al ver a su hijo así, pero intentó mantener la compostura.
En la siguiente partida, Miguel ganó con una tercia. Erica, sabiendo lo que Miguel quería, se quitó los zapatos, dejando sus pies descalzos. El juego continuaba, y con cada prenda que se quitaban, la tensión sexual entre ellos crecía. Erica se preguntaba hasta dónde estaban dispuestos a llevar esto, pero el vino y la excitación la mantenían en un estado de confusión constante.
Miguel, cada vez más atrevido, ganó otra partida y le tocó a Erica quitarse algo más. Ella, con las mejillas sonrojadas, se desabrochó el primer botón de su vestido, revelando un poco más de su piel. Miguel la miraba con deseo, sus ojos fijos en cada movimiento de su madre. La noche se volvía cada vez más intensa, y ambos sabían que estaban cruzando una línea de la que no había retorno.
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