
Hago la tijera en la cárcel con una negra tetona
Tras un altercado con uno de mis clientes, me voy derechita a la cárcel. Allí descubro que ni las heteros pierden el tiempo con tanto coño caliente.
Vengo de una familia desestructurada. Mi madre se fue de casa cuando yo tenía dos años, dejándonos a mis tres hermanos y a mí a merced de mi padre, alcohólico. Al principio, nos fuimos a vivir con mis abuelos paternos, pero mi padre no vivió mucho más. Tres o cuatro años después, murió de una cirrosis hepática.
Mis abuelos nos cuidaron hasta que los servicios sociales se presentaron en casa, alegando que ya eran muy mayores, y nos llevaron a un centro. Yo tenía 9 años.
Para quién no lo sepa, esos centros son como perreras para niños. Te dan de comer y cubren tus necesidades básicas, sí, pero ni amor ni educación. Los chicos se desmadran muy pronto, algunas compañeras se quedaban embarazadas a temprana edad y yo solo soñaba con salir de allí, al precio que fuera.
Cuando cumplí los 15 años, mis abuelos ha habían fallecido, dos de mis hermanos estaban presos y el tercero se había ido a Brasil, el país de su novia, tras coser a puñaladas a su camello. Estaba en busca y captura.
Oficialmente, estaba sola en el mundo.
Contaba con amigas, sí, pero ninguna podía decir que fuese íntima. Salíamos los fines de semana a beber, follar y solo hablábamos de temas triviales. Pero ellas vivían con sus padres normales, en familias normales, que normalmente les daban dinero para salir los fines de semana. Yo era la amiga pobre, que tiraba del poco dinero que me daban en el centro y me hacía la fácil con los tíos a cambio de que me invitaran.
Así fue transcurriendo mi vida hasta la mayoría de edad. Al cumplir los 18, tuve que abandonar el centro y, aunque en principio me quedé en casa de mi amiga Lore porque sus padres estaban de vacaciones, ellos volverían a finales de agosto y no me podía quedar de acoplada en una casa con dos habitaciones, dónde nadie me había pedido tampoco que me instalase definitivamente.
Así que comencé a hacer lo que mejor sabía: Ser prostituta.
Mi primer cliente fue un gordo seboso, casado desde hacía mil años, que apestaba a rayos. Tendría unos 55 años y se llamaba Javi. Javi el gordo. Su pito era diminuto y, para mi gran suerte, era eyaculador precoz. Así que con poner sus manos en mis tetas, decirle que me encantaba su polla y que me excitaban los rellenitos, a los cinco minutos me echaba toda la horchata como muy tarde.
Javi se encoñó de mí y me llamaba a menudo, y yo, que no era tonta, por ese apaño rápido le cobraba 150 euros.
Otro de los puteros que me empezaron a frecuentar fue Luis. 82 años, viudo. Siempre que iba a su casa a follarlo, le daba la vuelta en el comodín al retrato de su santa, y yo debía hacer verdaderos esfuerzos por contener la risa. También era de gustos fáciles. Mientras me manoseaba, yo me cascabs la polla un rato, le daba un par de chupadas, me la metía y comenzaba a saltar sobre ella, fingiendo continuos orgasmos, que por supuesto jamás tuvieron lugar.
Luis había sido director de banco, por lo que siempre le cobraba 200 euros .
Entre estos dos clientes fijos y algunos ocasionales que me llamaban de los anuncios que ponía, pude alquilar enseguida un apartamento de una habitación. Mis amigas no sabían a qué me dedicaba. Les dije que trabajaba muchas horas en una empresa de seguros y, poco a poco, empecé a perder el contacto con ellas.
No quería que nadie de mi vida anterior supiera que ahora era una puta. Por necesidad, pero la más interesada de las putas. La vida tampoco me había dado muchas opciones ni tenido contemplaciones conmigo, y yo no los tendría con los frikis que no podían follar gratis y a los que les sacaba lo que quería y más.
Con el viejo Luis, cada vez los encuentros eran más frecuentes. A veces solo quería compañía, pero yo le hacía una paja para justificar y le cobraba lo mismo. Poco a poco empezamos a tener más confianza y, mientras yo iba del salón al baño, entraba a su habitación y le robaba otros 200 euros, joyas de su señora... Hasta que me pilló con las manos en la masa. Acababa de meterme en el bolsillo su reloj de oro y me lo pidió. Le pregunté qué de qué hablaba y me gritó que llevaba tiempo sospechando que le faltaban dinero y joyas. Qué el dinero no le importaba, pero que lo otro eran recuerdos de su querida Maruja y que le gustaría que algún día los heredasen su hija o sus nietas.
Ahí saqué toda la crueldad que llevaba dentro:
-¡Deberías estar agradecido de que te folle, porque no hay dinero que pague que te la meta un vejete que ya está entre los 80 y la muerte! ¿De qué hija hablas? ¿De la que hace más de un año que no ves, porque no te quiere ni para meterte en un asilo? ¿Crees que si no se acuerda de ti, que estás vivo, va a sentir algún aprecio por estas horteradas de Maruja que nunca quiso? ¡Las venderá!
Luis se llevó una mano al pecho, parecía que le estaba dando algo. Cuando aproveché la situación para huir, trató de agarrarme y usé su debilidad para derribarlo. De su cabeza comenzó a manar sangre, así que aproveché para robarle todo el dinero que pude y las joyas que le quedaban y marché sigilosamente, para que ningún vecino pudiera decir que había escuchado ruidos.
Una vez en mi casa, llamé al gordo Javi y le dije que un cliente obsesionado conmigo me estaba buscando, que ya me había agredido dos veces y que le tenía mucho miedo. Me puse a llorar, asegurándole que solo quería estar con él, que me había enamorado y que en mi vida no cabían ya más hombres.
Javi comenzó a declararme su amor pero no había tiempo, le dije que si en verdad me amaba nos debíamos ir en ese momento. Qué cogiera lo básico y viniera a por mí en media hora.
Sorprendentemente, lo hizo.
Dejó a su mujer y a sus tres niños por una puta que le cobraba 150 euros por poco más de cinco minutos y que le mentía tan descaradamente que era imposible que no se diera cuenta.
Me subí a la furgoneta blanca de Javi y le pedí que nos fuésemos a Portugal. Dicho y hecho.
Pasamos la frontera sin problemas, yo miraba a cada poco las noticias en el móvil y, en ninguna parte aparecía lo que había ocurrido con Luis. En las esquelas tampoco vi su nombre, y mucho menos el mío en ningún lado como sospechosa de nada. Con un poco de suerte, se había recuperado y había decidido dejarlo pasar, por miedo a que su entorno se enterase de que no era más que un vulgar putero, al que utilizaban y robaban.
Me quedé con esa idea en la cabeza hasta que dos meses después, mientras disfrutaba del dinero del gordo Javi -porque aunque había vendido las joyas, ni lo que había sacado ni lo cobrado y robado a Luis se me había ocurrido gastar -, en un restaurante español con la tele puesta en el comedor, la presentadora anunciaba la siguiente noticia:
Encontrado el cadáver de un hombre de unos 80 años en su piso. El hombre, un conocido jubilado de banca de la zona, fue descubierto cuando sus vecinos se quejaron por el olor, y preocupados porque hacía mucho que no lo veían, llamaron a la policía. De momento, se investigan las causas y los posibles móviles del suceso, del cuál no se descarta que pueda obedecer a un robo con violencia ".
-¡Qué hijos de puta! -exclamó Javi- Ya ni a los abuelitos se les respeta...
-Sí, mi amor, increíble . Pero eso son mafias del este, que no tienen nada que perder y lo mismo les da un anciano que un joven.
"Lo mismo que a mí", pensé.
Con el paso de las semanas, iban apareciendo nuevas entregas en la prensa española, que yo seguía puntualmente por internet:
Luis Montilla, el anciano asesinado en su casa, recibió un golpe en la cabeza durante un infarto.La autopsia apunta que el golpe no fue fortuito y que el hombre fue agredido cuando no se podía defender.
De momento respiraba, porque nadie hacía alusión a quién podía haber hecho eso.
Un vecino de Luis Montilla, asegura que recibía visitas a menudo en su casa de una joven. Montilla, en el momento de su muerte, no contaba en su domicilio con ninguna de las joyas que su hija describió que poseía. También había sacado frecuentemente desde hacía unos meses, la misma cantidad de dinero.
¿Qué vecino sería? ¿El del bigote? Nos lo habíamos cruzado un par de veces en el ascensor, al menos que yo recordara.
Se busca a una joven rubia, de pelo largo y ojos marrones, alta y de complexión delgada, como sospechosa de la muerte de Luis Montilla. Está descripción podría encajar con la de una mujer, domiciliada en la misma ciudad, que desapareció de su apartamento por la misma época en que se calcula que Montilla falleció.
Mierda.
¿Y si huía a Brasil, como mi hermano? Podría comprar un pasaporte falso en Portugal y dejar al gordo con dos palmos de narices. Ya no lo necesitaba, en Brasil podría volver a mí oficio sin levantar sospechas, o incluso buscar al capullo de Jonathan, que más nunca intentó ponerse en contacto conmigo, si es que no lo habían matado también.
A eso me disponía, cuando un policía portugués, que pronunciaba el castellano de puta pena por cierto, gritó a mis espaldas el nombre que hacía algo más de dos meses que no usaba:
-¡Belinda Arroyo Fernández, queda usted detenida por su presunta implicación en la muerte de Luis Montilla Casero!
Antes de que me pudieran entregar a la policía española, pedí hablar con mi pareja y le juré al gordo Javi que todo era mentira, que Luis me tenía amenazada, que por favor escondiera mi dinero para cuando saliera, que sería pronto porque fue defensa propia... Y volví a mentirle que le amaba, mientras el pobre gordo lloraba desconsolado y me prometía pagarme el mejor abogado.
Javi cumplió su palabra, y fui condenada por homicidio y llevada a una cárcel de mujeres.
Mi cara ilustraba todos los periódicos, abría las noticias, los programas de la mañana y hasta el Conde Lecquio me dedicó un post en su Instagram.
Todo el mundo coincidía en lo terrible que era que una niña de 18 años hubiera caído en la prostitución y que, además, asesinara a un anciano cliente. Ahí las opiniones eran encontradas: había quien afirmaba que algo me tuvo que hacer, y otros perjuraban que yo era una psicópata.
Mi mayor sorpresa tuvo lugar el día que vi al mismísimo gordo Javi en el programa líder de las mañanas, lloriqueando, diciendo que era mi pareja y que yo era incapaz de matar a una mosca. Qué Líos me había hecho la vida imposible y lo que había ocurrido no fue más que un accidente.
Ese hombre valía oro, joder. Qué pena que su físico provocase tanta repulsión.
Cuando me quitaron a la presa sombra, para que no me diera por suicidarme, pasé a compartir celda con Yuleydys. Se trataba de una cubana explosiva, negra, de enormes pechos y nalgas, que no superaba los 25 años. También era puta e igualmente estaba allí por matar a un cliente. A puñaladas, por robarle cocaína.
Ella alegó que iba borracha y drogada, pero eso no le suavizó mucho la pena.
Nos hicimos amigas y poco a poco el roce hace el cariño. Por las noches, empezamos a contarnos nuestras experiencias con los clientes, que después de tanto tiempo sin sexo -el que tuve los últimos meses con Javi, prefería no recordarlo-, nos ponían cachondas perdidas.
-Belinda, ¿alguna vez has atendido mujeres?
-No, ¿y tú?
-Muchas veces. Primero en tríos, propiciados siempre por el marido. Al principio era incómodo, porque esas mujeres se sentían engañadas en sus narices y muy violentas, hasta que te centrabas en ellas y les comenzabas a dar placer. Luego empezaron a contratarme también mujeres solas. Algunas lesbianas, otras por curiosidad. Y después de estas experiencias, que me hicieron replantearme el maravilloso mundo del disfrute, comencé a follar con chicas fuera del trabajo.
-¿Y qué tal?
-Solo te diré que nadie sabe mejor que una mujer lo que le gusta a otra mujer. ¿Te gustaría probar?
-Uff es que no sé, nunca me lo he planteado...
-Pues estamos condenadas a bastante y aquí pollas no hay. Baja a mi cama, anda...
Obedecí sin saber muy bien qué hacer, pero Yuleydys me lo puso muy fácil. Empezó a masturbarme, haciéndome círculos en el clítoris con dos dedos de una mano, mientras que me metía en el coño otros dos de la otra mano. Enseguida me puse cachonda y comencé a disfrutar y jadear. Si iba a pasar unos añitos a la sombra, prefería disfrutarlos a que todo mi sexo fuesen los bis a bis con el gordo Javi, en un camastro lleno de chinches. Nunca me había corrido con él y aunque me venía bien tenerlo ahí, mi idea de follar no era precisamente él.
Yuleydys me empezó a chupar la raja con destreza. Cómo se notaba que estaba harta de hacer esas cosas. No, si al final iba a valer la pena matar al viejo para estar allí disfrutando de aquello...
De pronto, se sentó frente a mí, me cruzó su pierna derecha con la mía izquierda y comenzamos a hacer la tijera, frontando nuestros coños hasta que nos corrimos a gritos, mientras que las otras pesas nos pedían a gritos que las dejásemos dormir y otras nos prometían rompernos el coño al día siguiente, porque se veía lo putas cerdas que éramos.
Desde aquel día, no hay noche que no me folle a Yuleydys, a cuyas tetas les he cogido el gusto, hasta tan punto que me encanta masturbarme pasándome por mi coño mojado sus pezones.
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