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fuimos a un nuevo club , se nos la mano en sexo

decidimos salir esa noche a un club swinger.
Yo, con mi escote   unas caderas y un culo generoso que se marcaban con mi falda ceñida, sentía un cosquilleo de nervios y excitación recorrerme al adentrarnos en ese mundo nuevo. No sabía muy bien qué esperarme cuando cruzamos la puerta de aquel local, pero llevaba semanas dándole vueltas a la idea. Curiosear, mirar, dejarnos llevar… Tenía ese cosquilleo en el estómago que mezcla nervios con morbo, y cuando Jorge me rozó la cadera por detrás mientras hablábamos con el portero, supe que había tomado la decisión correcta.
—¿Estás bien? —me susurró, como siempre, atento a mi cuerpo y a mi mente.—Perfectamente —le dije, mirándole con una sonrisa ladeada—. Me muero de ganas.
Entramos en el club agarrados de la mano. Nada más cruzar el pasillo de entrada nos envolvió una luz tenue, rojiza, y una mezcla de música electrónica suave con gemidos lejanos. Había parejas y tríos por todas partes, algunos simplemente tomando algo, otros besándose sin disimulo, y unos cuantos entregados al sexo sin reservas.
Noté cómo Jorge me observaba con deseo mientras yo me paseaba despacio entre la gente, llevando mi vestido negro corto y ceñido, sin sujetador, dejando que mis pezones duros marcaran el tejido. Mis pechos  me encantan, sobre todo cuando él me los acaricia o los besa con esa adoración que tanto me enciende.
Pasamos por varias salas, algunas privadas, otras abiertas. Vimos una mujer atada a un potro, a una pareja haciendo un trío con otro hombre, y hasta un grupo que se masturbaba en círculo mirando a una chica que se tocaba delante de ellos. Jorge y yo nos miramos.
—¿Quieres ver más... o probar algo? —preguntó él, mirándome con ese brillo pícaro.—Quiero jugar —le dije—. Algo sencillo. Algo caliente.
Fue él quien me llevó a la zona de cabinas. Oscuras, discretas, con un banco estrecho frente a una pared con tres orificios cubiertos por pequeñas cortinillas negras. Una de ellas estaba levantada. Me reí en voz baja al ver lo evidente.
—¿Quieres entrar? —me preguntó, mirándome como si ya supiera la respuesta.—Abre tú la puerta —le respondí, entrando con una sonrisa desafiante.
Dentro, el ambiente era íntimo, casi clandestino. Me senté en el banco, alzándome un poco la falda para que pudiera ver que no llevaba tanga . Jorge cerró la puerta y me abrazó por detrás, besándome el cuello, metiendo las manos por debajo del vestido y agarrándome el culo con fuerza. Sus dedos se colaron entre mis nalgas y suspiré al sentirlos tantear mi humedad.
De repente, al otro lado del panel, dos de las cortinillas se alzaron, mostrando dos pijas completamente erectas asomando 
—Mira lo que tienes delante… —me susurró Jorge al oído, acariciándome los pezones con sus pulgares.
Me incliné hacia delante sin dudar. Una de ellas era gruesa y venosa, la otra más delgada pero larga. Me excité solo de pensar que no sabía a quién pertenecían. Me sentía salvaje, libre, deseada por completos desconocidos.
Con una mano empecé a acariciar la más gruesa, sintiendo cómo latía bajo mis dedos. Con la otra, rodeé la base de la segunda y comencé a masturbarla lentamente. Jorge me bajó el vestido hasta la cintura, dejando mis pechos al aire. Me sentí deliciosa así, expuesta, usando mis manos para dar placer a otros mientras mi hombre me tocaba.
—Estás tan puta ahora mismo… y me encanta —susurró él.
Ambos hombres se pusieron el preservativo —el sonido del látex deslizándose sobre sus erecciones me dio un escalofrío de anticipación— y entonces me incliné para chupar la más larga. La metí en mi boca con avidez, saboreando la mezcla de látex y piel caliente. Mi lengua jugaba con la punta mientras seguía pajeando a la otra con firmeza.
Jorge me levantó la cadera y se colocó detrás de mí. Me subió el vestido aún más, dejando mis nalgas completamente al aire, y sin perder tiempo, me la metió de una embestida profunda. Jadeé sobre la polla que tenía en la boca, sintiéndome rellena y poseída.
cogeme , Jorge 
Y él obedeció.
Me cogia con fuerza, cada estocada chocando contra mi culo generoso, que le encanta agarrar y azotar. Yo gemía, vibrando entre el placer oral y la embestida de mi marido.
Uno de los hombres empezó a jadear, y se corrió de golpe. Seguí masturbándolo mientras el preservativo se inflaba en mi mano, cálido y palpitante. Me giré sin detenerme y volví a chupar la otra pija  empapando el látex con mi saliva, dejándola entrar aún más hondo, mientras Jorge no paraba, jadeando tras de mí, diciéndome guarradas al oído mientras me embestía sin descanso.
Y entonces ocurrió: sentí cómo el segundo se estremecía y el condón comenzaba a llenarse dentro de mi boca. El calor de su semen lo hinchó de golpe, palpitante entre mis labios, y eso me hizo gemir de puro morbo. Lo mantuve ahí, lamiendo alrededor del preservativo, sintiéndome más perra, más viva que nunca.
Jorge se corrió casi al mismo tiempo, con un gruñido animal, agarrándome de la cintura, enterrado dentro de mí hasta el fondo. Me dejé caer sobre el banco, sudorosa, satisfecha, vibrando aún de placer.
—¿Quieres más? —me preguntó él, mientras me apartaba un mechón de pelo del rostro.—Sí —le dije con una sonrisa oscura—. Átame.
Jorge me llevó de la mano a una sala más discreta, envuelta en sombras, donde destacaba  con correas en cada extremo. En la pared, un perchero con antifaces, esposas, látigos, cuerdas… y gente observando, con copas en la mano y sonrisas hambrientas. Aquello no era un espectáculo. Era un ritual.
—Póntelo —me dijo Jorge, ofreciéndome un antifaz de satén negro.
Me lo puse sin dudar. Me excitaba no ver, confiar ciegamente en él, en lo que estaba por venir. Sentí cómo me desnudaba lentamente, dejando el vestido caer al suelo. Me acarició los pechos, me mordisqueó el cuello, y me llevó hacia la cruz.
—Abre las piernas. Pon las manos arriba —ordenó con voz baja y firme.
Obedecí. Las correas de cuero se cerraron una a una, sujetándome las muñecas y los tobillos. Me sentí expuesta, indefensa… y completamente empoderada. Porque quería estar ahí. Porque tenía el control de mi entrega.
Entonces lo oí alejarse. Murmullos. Pasos. Más gente. El murmullo de excitación crecía a mi alrededor.
—Ahora vas a sentir muchas manos —me susurró Jorge al oído, pegándose por detrás y acariciándome el cuello—. Todas deseándote. Todas tocándote… mientras tú no puedes ver quién es.
Y así fue.
Primero, unas manos suaves me recorrieron la espalda, bajando por mis costillas hasta mis caderas. Luego otras, más rudas, me apretaron el culo, separando mis nalgas con descaro. Unas más acariciaron mis muslos por dentro, y sentí dedos entre mis labios, explorándome con hambre.
Gemí al sentir cómo mis pezones eran pellizcados, lamidos, mordisqueados por bocas desconocidas. Mi cuerpo temblaba, electrizado por tantas sensaciones simultáneas.
Jorge me hablaba al oído, con voz ronca, diciéndome lo guarra que estaba, lo mojada, lo mucho que le excitaba verme así, abierta al deseo colectivo.
—Y ahora... alguien te va a coger —me anunció con calma diabólica—. Y tú vas a dejar que lo haga. Porque estás empapada por dentro y por fuera.
Lo sentí antes de oír nada: un cuerpo pegándose al mío, una polla dura rozando mi entrada. Me la metió con lentitud, como si quisiera saborearme entera. No era Jorge. Lo sabía.
Sus manos me sujetaban fuerte, sus caderas chocaban contra las mías. Estaba llena, hasta arriba, y vibraba en un estado de placer tan intenso que casi lloraba de felicidad.
Entre jadeos, sentí que Jorge me cogía por la cintura, ayudando a ese hombre a cogerme con ritmo, a apretar mi culo, a inclinarme hacia delante.
—Eres mía —me dijo Jorge, mientras la desconocida pija  me follaba sin prisa por detrás—. Solo mía.
Y yo reía, entre gemidos, porque sabía que esa noche era la mía, la nuestra, la de todos los deseos liberados.
Me cogía  con ritmo firme mientras las manos seguían por todas partes: unos dedos en mi boca, otras lenguas en mis pezones, otra mano acariciando mi clítoris. Yo jadeaba sin pudor, atada, temblando, recibiendo placer por cada rincón de mi cuerpo.
—Estás preciosa así 
Y con esas palabras, me corrí. Con fuerza. Me retorcí contra las correas mientras el desconocido gemía tras de mí y se corría dentro del condón, con una última embestida profunda que me arrancó un grito de placer.
Me quedé jadeando, con el corazón a mil. Poco a poco, las manos se retiraron. Jorge me desató con delicadeza, y me quitó el antifaz.
Frente a mí, cuatro personas me observaban: dos hombres, uno moreno y otro más corpulento; y una mujer de pelo corto y mirada chispeante. Todos sonreían. Habían disfrutado. Igual que yo.
—¿Te apetece algo más privado? —preguntó la mujer, con una sonrisa pícara—. Tengo una habitación al fondo… y aún queda mucho por explorar.
Jorge me miró. Yo asentí, lamiéndome los labios.
—Vamos —le dije—. 
Nos condujeron por un pasillo más discreto, tapizado en terciopelo rojo, hasta una de las habitaciones privadas del club. Era amplia, con una gran cama redonda en el centro, espejos en una pared, y luz cálida, tenue, que hacía brillar los cuerpos como si fueran esculturas vivas. Todo olía a sexo reciente, a deseo acumulado.
Entramos los cinco. Jorge me miraba con esa mezcla de lujuria y orgullo que me volvía loca. Yo sabía que me encontraba en el centro de todo aquello. Que el deseo giraba alrededor de mí. Y me encantaba.


Jorge se colocó detrás de mí, acariciándome el cuello.
—¿Estás segura? —me preguntó en voz baja, la mano en mi cintura.
—Completamente. Hoy quiero todo.
Eva se agachó frente a mí, sin dejar de mirarme, y empezó a desabrocharme el vestido con delicadeza, como si deshiciera un regalo. Sentí su aliento sobre mis muslos mientras el vestido caía al suelo. No llevaba ropa interior.
Se quedó contemplándome, los ojos encendidos.


Detrás de mí, Jorge ya se había quitado la camisa. Raúl y Marcos también se desnudaban sin prisas, sus cuerpos duros y palpitantes, con las pijas  erguidas apuntándome como si supieran perfectamente que yo iba a ser el centro de todo.
Me recosté sobre la cama, y Eva subió conmigo, sin quitarme la vista de encima. Sus labios se encontraron con los míos, suaves primero, luego más urgentes. Me besó como si me deseara desde hacía años. Mientras, sus manos bajaban por mi cintura, me apretaban el culo, me abrían las piernas.
Jorge se colocó de rodillas a mi lado, besándome el cuello, mientras Marcos se acercaba al borde de la cama y me ofrecía su polla. La agarré con una mano y la empecé a masturbar con calma, mirándole con descaro.
Raúl se colocó al otro lado, sus dedos rozándome el pezón izquierdo. Eva los apartó juguetona y se apoderó de mis pechos, lamiendo uno, luego el otro, mientras Jorge me mordía el lóbulo de la oreja.
Yo estaba empapada. Rodeada. Adorada.
Mordí el glande de Marcos suavemente antes de lamerlo, mirando cómo se estremecía.
Raúl se colocó entre mis piernas y empezó a acariciar mi clítoris con dos dedos. Me arqueé con un gemido, entre tantas sensaciones.
Eva se deslizó entre mis piernas, dejando sitio a Raúl, y se concentró en besarme los muslos, con los ojos brillantes.
—Vas a necesitar estar muy mojada para lo que viene —susurró.
—Lo estoy —dije, lamiendo la pija  de Marcos hasta el fondo.
Mis pezones estaban duros,
Jorge me besó la frente y me susurró:
—Estás tan guarra y tan preciosa… Nos tienes a todos locos.
Eva subió de nuevo, se sentó a horcajadas sobre mi estómago, y se inclinó para besarme. Le agarré el culo con las dos manos mientras sus labios se fundían con los míos.
—¿Estás lista para más? —preguntó Raúl, acariciando la punta de su polla contra mi entrada.
—Sí —jadeé, separando más las piernas—. Pero quiero que entréis todos. Quiero sentiros dentro. A todos.
Me colocaron en el centro de la cama, a cuatro patas, con el cuerpo encendido y los sentidos saturados. Me temblaban las piernas, pero no de miedo, sino de deseo. Me sentía insaciable, voraz. Todo mi cuerpo pedía más.
Jorge se arrodilló detrás de mí, y supe en cuanto me tocó que él sería el primero. Me agarró de las caderas, hundiendo los dedos en mi carne, y rozó con la punta de su pija  mis labios vaginales, ya hinchados y empapados.
—Estás lista —murmuró.
—Hazlo —le dije, girando la cabeza para mirarle por encima del hombro—. Quiero sentirte dentro.
Y me lo dio. Entró de una embestida suave pero firme, llenándome por completo. Solté un gemido gutural, sintiéndome al fin donde quería estar. El contacto con él era familiar, intenso, perfecto. Siempre supo cómo mover las caderas, cómo hacerme vibrar.
Pero esta vez era distinto. Esta vez había otros cuerpos, otras manos, otros ojos. Y eso no lo hacía menos nuestro. Lo hacía más salvaje, más íntimo aún, como si compartirnos nos conectara más.
Raúl se colocó detrás de Jorge, con un preservativo ya puesto. Le vi frotarse la polla con una mano mientras con la otra acariciaba mis nalgas, separándolas, explorando mi ano con calma, como si ya me conociera.
—¿Puedo? —preguntó con voz grave, desde detrás.
—Sí… —susurré, jadeando—. Pero hazlo despacio.
Eva, sentada frente a mí, me acariciaba el pelo. Me besó en los labios con ternura y me susurró:
—Relájate. Te va a encantar.
Raúl escupió en su mano, lubricó más su polla, y empezó a empujar con paciencia, con presión constante. Sentí cómo mi esfínter se abría poco a poco, cómo me llenaba centímetro a centímetro.
La sensación era brutal, intensa, casi abrumadora. Tenía a Jorge en la vagina, y ahora otro hombre me abría el culo con su pija  dura.
Marcos se acercó por delante. Me ofreció su polla, dura, palpitante. Sin pensarlo, abrí la boca y me la metí hasta la garganta, buscando su sabor, su calor. La sujeté con los labios mientras Raúl terminaba de hundirse del todo en mi culo.
Estaba llena. Completamente.
Jorge empezó a moverse primero, marcando el ritmo. Noté su pija deslizándose dentro de mí, profunda, firme. Luego Raúl se unió al vaivén, con movimientos más lentos, más medidos.


Abrí los ojos y busqué a Jorge. Le miré, clavando la vista en él mientras otro hombre me cogia l culo y otro la boca. Y en su mirada encontré todo: orgullo, deseo, ternura, lujuria. Su cara decía "mía", incluso mientras me compartía.
Eso me excitó más que nada.


Tenía los pezones duros como piedras, los ojos cerrados, los labios estirados por el esfuerzo de seguir mamando a Marcos mientras todo mi cuerpo era sacudido por embestidas.
—Estás tan guarra… —me dijo Jorge—. Tan puta y tan mía. Te encanta que te llenen todos los agujeros,
Raúl aumentó el ritmo, golpeando mi culo con cada embestida. Jorge gruñía. Marcos jadeaba, marcando cada entrada con fuerza.
Y entonces pasó.
Me corrí como una tormenta, con espasmos desde el vientre hasta los pies, con un gemido ahogado, las manos aferradas a las sábanas, la polla de Marcos temblando en mi garganta.
Jorge y Raúl aceleraron rozándose las pijas  dentro de mí, haciendo que mi cuerpo vibrara aún más.


Entonces hizo algo que me encendió aún más: se retiró un instante, se quitó el preservativo con un gesto rápido y lo lanzó a un lado.
Luego volvió a ponerse frente a mí, sujetando su pija  con una mano, masturbándose a toda velocidad mientras su respiración se aceleraba.
—Así, así, mírame… —me dijo, y yo no aparté la vista.
Y vino.
El primer chorro me alcanzó en plena mejilla, caliente y espeso. El siguiente me dio en la frente, y el último, justo en la boca.
Abrí los labios, sacando la lengua, dejando que su semen me pintase la cara 
Me sentía deseada.
Su gemido fue ronco, tembloroso, auténtico.
Justo entonces, Jorge, detrás de mí, empezó a embestirme con más fuerza, con esa mezcla perfecta entre amor salvaje y posesión.
Él no llevaba preservativo, no lo necesitábamos. Era mi marido, mi hombre, mi cómplice.
Sentí cómo su pija  palpitaba dentro de mí, cómo sus dedos se aferraban a mis caderas con desesperación.
Y me llenó.
Se corrió con un gemido grave, profundo, derramándose dentro de mí sin contención, su semen caliente desbordándose en oleadas dentro de mi concha 
Yo gemí con fuerza,
El orgasmo me sacudió con fuerza, una ola arrasadora que me arqueó sobre la cama, con la cara cubierta, los pechos brillantes, las piernas temblorosas, 

fuimos a un nuevo club , se nos la mano en sexo

 entre los labios de Eva.
Gemí fuerte, sin miedo, sin pudor. Me abrí del todo. Me vacié. Eva subió por mi cuerpo, relamiendo mi abdomen, y me besó en los labios, compartiendo conmigo el sabor de mi propio placer. Nos quedamos así, envueltos en sudor, semen, risas y jadeos. Y yo, tumbada entre todos ellos, con el cuerpo rendido pero el alma ardiendo, supe que nunca me había sentido tan viva.

2 comentarios - fuimos a un nuevo club , se nos la mano en sexo

ElooyXXXV
ufffffffffffff a cual boliche swinger fuisteee?
maridoentrega +1
te contamospor privado