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Sorpresa de cumpleaños

Sorpresa de cumpleaños

Nunca pensé que lo descubriría.
Una tarde cualquiera, mientras buscaba fotos viejas en la tableta de mi esposo, vi esa carpeta con candado. La curiosidad pudo más que yo. Conozco sus claves, lo adiviné en segundos. Y lo que apareció en la pantalla me dejó sin aire.
Allí estaba yo… desnuda, entregada, en escenas tan reales que por un momento dudé de mí misma. Pero no eran fotos mías: eran imágenes creadas por él, con IA, fantasías suyas en las que yo aparecía enredada con tres hombres distintos. Hombres conocidos, de su entorno… todos retratados con un realismo inquietante.
Lo primero que sentí fue shock. Luego, una descarga de calor entre mis piernas.
Las fotos parecían respirarme en la piel: yo, arqueada, con sus cuerpos sobre el mío, sus bocas, sus manos. Eran tan guapos, tan varoniles… y lo más intenso fue comprender lo que significaba: mi esposo deseaba eso. Soñaba con verme así.
Esa noche no pude dormir. Lo miraba a mi lado y pensaba: “¿y si su fantasía se hiciera real? ¿y si el mejor regalo que pudiera darle… fuera yo?”
Y entonces tracé mi plan.
El día de su cumpleaños lo invité a casa con la excusa de una fiesta sorpresa íntima. Solo habría “unos amigos cercanos”. No le dije más. Preparé todo: luces bajas, copas servidas, y en la gran pantalla del televisor conecté mi celular. Él no sospechaba nada.
Cuando tocaron la puerta y entraron ellos tres, pude ver la chispa de sorpresa en sus ojos. Mis invitados. Mis cómplices. Sus fantasías de carne y hueso. Se saludaron, brindaron, rieron… y yo sentía cómo la tensión crecía, cómo sus miradas se posaban en mí con un interés distinto.
El momento llegó cuando proyecté un video de recuerdos: playas, viajes, mis trajes de baño diminutos… fotos personales. Ellos reían, comentaban. Pero de pronto, como por error, empezaron a desfilar en la pantalla las imágenes prohibidas: las de la carpeta secreta.
Yo fingí sorpresa. Mi esposo, en cambio, se quedó helado. Sus amigos callaron, miraban la pantalla con los ojos encendidos, sin poder disimular lo que esas imágenes les provocaban.
Caminé hasta él, me incliné a su oído y susurré:
—Amor… sé tu secreto. Vi tus fotos. Y quiero darte el mejor regalo de cumpleaños.
Él me miró con una mezcla de miedo y deseo. Yo me mordí los labios y añadí, apenas audible:
—Si de verdad lo sueñas… esta noche será real.
Entonces me volví hacia ellos, los tres hombres expectantes, deseosos, y con la voz temblándome de lujuria dije:
—Chicos… ¿les gustaría ayudarme a cumplir la fantasía de mi marido?
La respuesta la vi en sus sonrisas, en el brillo de sus ojos, en el silencio cargado de deseo que llenó la sala.
Lo demás… fue dejarme llevar. Convertirme en regalo. Entregarme no solo a ellos, sino sobre todo a él, a mi esposo, a su fantasía más secreta y poderosa. Porque aquella noche no era mía, era de él. Y yo iba a ser su ofrenda.

Las manos de ellos recorrían mi piel con hambre contenida. Tres pares de dedos acariciándome al mismo tiempo, deslizándose por mi cintura, mis muslos, mi cuello. Yo me arqueaba, incapaz de contener los gemidos que me brotaban entre los labios.
Pero nunca apartaba mis ojos de mi esposo. Él estaba sentado en el sofá, con los codos sobre las rodillas, respirando agitado, mordiéndose los labios. Parecía paralizado, como si lo que veía lo superara… y al mismo tiempo lo devorara por dentro.
—Mírame, amor —susurré mientras el primero besaba mi cuello con ardor—. Soy tuya… pero esta noche me entrego para ti.
Uno de ellos desabrochó lentamente mi sostén, dejando mis pechos al aire. El aire de la sala me erizó la piel, y las miradas masculinas sobre mí me hicieron estremecer. Sentí unas manos firmes atraparlos, amasarlos con deseo crudo, mientras otra boca bajaba hacia mi clavícula, dibujando un camino de fuego.
El roce de tantas caricias simultáneas me hacía perder el control. Mi respiración era cada vez más entrecortada, mi cuerpo temblaba. Pero lo más intenso era ver a mi esposo… con los ojos vidriosos, la respiración entrecortada, sin pestañear, como si yo fuera una visión que jamás había esperado tocar la realidad.
Me giré hacia él, jadeando, con el cabello revuelto, los labios húmedos, y le susurré con la voz rota por el placer:
—¿Te gusta, amor? ¿Te gusta verme ser tu fantasía?
Él asintió en silencio, incapaz de hablar, y en ese instante sentí que mi entrega era total. No solo me pertenecía a mí el momento, ni a los tres hombres que me rodeaban. Era de él. Todo lo que hacía, cada caricia que aceptaba, cada gemido que dejaba escapar, era mi forma de decirle: “Te amo tanto, que me hago tu regalo vivo.”
Las caricias se intensificaron. Mi cuerpo se doblaba y se abría bajo sus manos. Uno me sostenía fuerte por la cintura, otro besaba mis pechos con voracidad, y el tercero me susurraba cosas al oído, palabras ardientes que me hacían perder la noción de todo.
Yo gemía sin pudor, con la certeza de que mi esposo lo quería así: verme gozar, verme perderme, verme suya y al mismo tiempo compartida.
Sentí cómo la ola crecía en mi interior, ese punto de no retorno que me hacía arquear la espalda y clavar las uñas donde podía. Abrí los ojos, busqué los de mi marido, y justo cuando el clímax me explotaba por dentro, grité su nombre.
La sala se llenó con mi grito, con mi cuerpo convulsionando en placer bajo tantas manos. Y lo único que veía, entre lágrimas de éxtasis, era la cara de mi esposo… feliz, encendido, dueño absoluto de mí y de la fantasía que por fin había cobrado vida.
Me dejé caer, jadeando, con el cuerpo temblando todavía, y lo miré con una sonrisa rota, agotada pero plena.
—Feliz cumpleaños, amor —susurré—. Este regalo… solo es el comienzo.

Aún jadeaba, el corazón golpeándome en el pecho, la piel húmeda de sudor y deseo. Podía sentir cómo mis piernas temblaban, pero también cómo algo dentro de mí había despertado: ya no era solo el regalo pasivo de una fantasía… ahora quería jugar, quería mandar, quería ser la directora de esa obra erótica.
Me incorporé lentamente, con el cabello revuelto y la mirada encendida. Ellos me observaban con lujuria contenida, expectantes, como si esperaran órdenes. Y yo, sonriendo con malicia, me volví hacia mi esposo, que aún estaba en el sofá, con la respiración desbocada.
—Ahora me toca a mí decidir, amor… —dije con voz grave, cargada de placer.
Caminé hacia él, subí sobre sus piernas y lo besé con fuerza, dejándole probar en mi boca el sabor mezclado de todo lo que había pasado. Lo sentí gemir contra mis labios, atrapado en la contradicción de desear tocarme y al mismo tiempo no querer romper la magia de verme con los otros.
Me levanté, le tomé la barbilla y lo miré fijo:
—Quiero que lo veas todo… pero quiero que entiendas que yo controlo el juego.
Me giré hacia los tres hombres, que me seguían con los ojos encendidos. Caminé hacia ellos con paso lento, felino, dejándolos hipnotizados por el vaivén de mis caderas. Me planté frente al primero y, sin decir palabra, lo besé con voracidad, mordiéndole el labio, mientras con mi mano acariciaba al segundo y con mis ojos dominaba al tercero.
Se quedaron quietos, como presas obedientes de mi deseo. Y esa sensación me hizo estremecer: yo era la dueña del momento.
—Quiero que me toquen solo cuando yo lo diga —ordené en voz baja, sensual, casi ronroneando.
El primero sonrió con incredulidad, el segundo tragó saliva, y el tercero asintió con un brillo oscuro en la mirada.
Me di la vuelta y me aseguré de que mi esposo lo viera todo. Lo señalé con un dedo y le dije:
—Esto sigue siendo para ti. Yo soy tu regalo… pero ahora lo vas a ver desde otro ángulo. Vas a ver cómo me adoran.
Con un gesto, me arrodillé frente a ellos, y el aire de la sala se volvió más denso, más cargado, como si todos hubieran contenido la respiración al mismo tiempo. Pasé mis manos por sus cuerpos, provocándolos, arrancando gemidos sordos, pero sin darles más de lo que yo quisiera.
Era yo la que marcaba el ritmo. Yo decidía quién tocaba, quién me besaba, quién me hacía gemir. Y cada vez que lo hacía, volvía la cabeza hacia mi esposo para comprobar que me miraba, que no perdía un solo detalle.
Sentía el poder, la excitación, el vértigo de estar en el centro de todo. Y lo más hermoso era que, aun estando rodeada de tres hombres hambrientos, mi mente, mi corazón y mi alma estaban enfocados solo en él: mi esposo, mi dueño, el hombre para quien yo me estaba convirtiendo en diosa.
Mis labios se curvaron en una sonrisa lujuriosa.
—No voy a parar, amor… no hasta que entiendas que esta fantasía ahora es nuestra realidad.
Y mientras me entregaba de nuevo, más desinhibida, más atrevida, más mía que nunca, supe que aquella noche no terminaría con un solo clímax. Era apenas el inicio de un juego en el que yo ya no era la pieza… sino la reina.

Ya no era la mujer tímida que horas antes había descubierto una carpeta secreta. Ahora estaba desatada, erguida como reina en medio de tres hombres que me adoraban con sus manos, sus bocas, sus cuerpos. Y lo mejor de todo: mi esposo lo veía todo.
Su mirada era fuego puro. No había vergüenza ni dudas, solo deseo. El hombre que más amaba en el mundo estaba recibiendo de mí un regalo imposible: la materialización de su sueño más prohibido.
El ritmo creció hasta volverse incontrolable. Cada caricia, cada gemido, cada estremecimiento de mi piel me empujaba más alto. Me dejé poseer sin reservas, me abrí a ellos sin miedo, gimiendo, temblando, hasta sentirme desbordada, llena en todos los sentidos.
En ese instante, justo en el borde del abismo, busqué los ojos de mi esposo. Lo miré directo, con lágrimas de placer rodándome por las mejillas, y grité con toda la fuerza que me quedaba:
—¡Eres tú, amor! ¡Todo esto es para ti!
Me derrumbé en un clímax arrollador, mi cuerpo convulsionando entre sus brazos, perdida en la intensidad. Y cuando el silencio ardiente se apoderó de la sala, cuando la tormenta comenzó a calmarse, me arrastré hasta mi esposo, todavía temblando.
Me arrodillé frente a él, desnuda, sudorosa, con el cabello pegado a la piel, y tomé su rostro entre mis manos. Lo besé despacio, con ternura, con la entrega de alguien que no guarda nada para sí.
—Tócame, amor… —le pedí con voz ronca, la voz de alguien que ha cruzado un límite y no quiere volver atrás—. Siente lo que soy ahora, siente lo que has creado conmigo.
Guié sus manos hasta mi cuerpo aún vibrante, húmedo, marcado por lo vivido. Él obedeció en silencio, acariciándome con reverencia, explorando cada rincón como si me descubriera de nuevo.
Lo besé de nuevo, dejándole probar en mi boca el sabor de la noche, de mi entrega, de los excesos que acababa de vivir. Y entre sus labios, susurré la frase que sellaba todo:
—Ahora lo sabes… tu fantasía es real. Y yo siempre seré tu regalo.

4 comentarios - Sorpresa de cumpleaños

tazmagus
... .... ... No hace falta mas nada... .. chapeau. Muchas gracias
Cornudofeliz123
Me alegro que te guste