Les cuento ahora qué sucedió después de que salimos mi hermano y yo del mercado, el día que me compró varias tangas. Lo conté en mi relato anterior.
Nos dirigimos a la parada del bus; hacía bastante calor, así que tomamos el primero que llegó. Al subir, nos fijamos en que venía mucha gente, casi lleno. Los que viven en México han de saber que así es el transporte público acá; los choferes suben y suben pasajeros hasta que no cabe ni un alfiler. Se ocupan todos los asientos y el resto viaja de pie.

Pues así íbamos, viajando de pie en el trayecto. David (mi hermano) se paró detrás de mí y se sostenía con una de sus manos del tubo que corre por encima, que justo sirve para eso, para que los pasajeros nos sostengamos. Yo, como estoy bajita de estatura, me cuesta sostenerme de ese tubo; está demasiado alto. Estiraba mis pies casi poniéndome de puntitas para alcanzar el tubo.
Como les conté, antes de salir del mercado por traviesa, había ido al baño y me había quitado mi calzón y me había puesto una de las tangas que había comprado (tangas que mi hermano David había pagado por ellas.)
Yo estiraba mi mano para tratar de alcanzar el tubo, y con la otra mano sostenía mi bolso. Mi hermano hacía lo mismo, con una mano en el tubo y en la otra la bolsa con las cosas que había comprado. En cada frenada o arrancón del bus, yo casi me caía. Aparte de que, al estar parada casi de puntitas, mi minifalda se levantaba y seguramente todos los que venían sentados a mi alrededor podían ver mis nalgas.

Cada que el camión frenaba de golpe o aceleraba, yo hacía esfuerzos por sostenerme para no caerme, y un par de veces vi al hombre que estaba sentado justo detrás de mí que miraba mi trasero sin perder detalle. Lo más seguro es que tenía una vista completa de mis nalgas. Me arrepentí de haber hecho mi travesura de ponerme la tanga.

"Agarra las bolsas con tus manos, yo te sostengo", me dijo David para luego enrollar su mano por mi cintura.
Yo tomé mi bolso y la bolsa plástica donde llevaba sus figuras y DVDs, y él con una de sus manos se agarraba al tubo, mientras con su otro brazo me sostenía fuerte por la cintura y al hacerlo me apretó fuerte contra él.
Seguimos el trayecto y dejé de ir en riesgo de caerme, y estaba bien. Pero surgió otro problema. O no sé si decirlo problema.
Al ir en esa posición, mis nalgas quedaron pegadas al cuerpo de mi hermano, o mejor dicho, justo a donde se situaba su pene. No pasó mucho tiempo cuando empecé a sentir cómo se le ponía dura.
En cada frenada o arrancón que daba el bus (los de México saben de eso, de cómo manejan horrible los conductores de transporte público y no les importan los pasajeros), nuestros cuerpos chocaban uno contra otro.

Somos hermanos, sí. Pero cuerpo es cuerpo y así como a David se le empezó a poner dura, yo sentía como mi vagina se empezaba a humedecer. Trataba de pensar en otras cosas y bloquear lo que estaba sintiendo, pero me era imposible. En cada movimiento brusco del bus, sentía como si mi hermano me diera un arrimón. Sentía claramente cómo su duro pene se aplastaba contra mis nalgas. Y peor aún, al traer yo mi tanga puesta, lo único que nos separaba era la delgada tela de mi falda.
¡Empecé a respirar fuerte e incluso solté un leve gemido cuando David se pegó tanto a mí de golpe que llegué a pensar que me iba a penetrar! Podría jurar que tanto David como la persona que estaba más cercana a mí pudieron escucharme.
Estaba tan mojada que sentí como una pequeña gota de líquido bajaba por el largo de mi pierna. Me puse nerviosa de que alguien de los pasajeros que iban sentados la pudiera ver o incluso oler. No sé, mis nervios me traicionaban y me hacían pensar cosas tontas, pero al mismo tiempo me estaba poniendo bien caliente.
¡Y no está bien! Es mi hermano quien estaba detrás de mí. Pero era imposible no sentir lo que sentía. En cada frenada o arrancón de bus, mi hermano me rempujaba su duro pene tan fuerte que claramente lo sentía en medio de mis nalgas. A esas alturas ya no sabía si mi hermano lo hacía por el movimiento del bus o lo hacía ya con intención. Y la verdad, ya no me importaba. Todo esto me tenía supercaliente.
Su mano me sostenía por la cintura, pero al ser mi blusa corta, podía sentir el contacto con mi piel. Su mano en mi estómago, su pene punteándome en medio de mis nalgas, mi juguito vaginal resbalando por mis piernas, no, no, era demasiado todo. Necesitaba ya llegar a casa y masturbarme o terminaría corriéndome ahí enfrente de todos los pasajeros.
Volteé a ver a mi hermano y no sé cuál sería la expresión de mi rostro, porque David solo se sonrió al verme y me dio un pequeño besito en mi mejilla. Nosotros como hermanos somos muy cariñosos, y besarnos es algo normal entre nosotros. Pero ese beso, ahí enfrente de todos, con todo lo que pasaba por mi cuerpo y mi mente, fue demasiado.
"Ya llévame a casa", solo atiné a decir.
No pude hablar más. Tengo poca experiencia sexual, pero ese fue el orgasmo más silencioso que he tenido en mi vida. Apreté mis piernas una con la otra como tratando de evitar mi orgasmo. Sentí como esta vez un pequeño chorrito de líquido resbalaba por mi pierna. Ya no era una gota, era un chorrito lo que bajaba por mí. Los dedos de los pies se enroscaban dentro de mis zapatos y tuve que morder fuerte mis labios para no gemir. Quizás para mujeres con mucha experiencia sexual esto no es nada, pero para mí era todo.
Entre brumas recuerdo escuchar a David decirme que ya llegamos. De eso ya recuerdo poco, solo que bajamos del transporte y que me llevó abrazada de la cintura hasta llegar a casa.
Nos dirigimos a la parada del bus; hacía bastante calor, así que tomamos el primero que llegó. Al subir, nos fijamos en que venía mucha gente, casi lleno. Los que viven en México han de saber que así es el transporte público acá; los choferes suben y suben pasajeros hasta que no cabe ni un alfiler. Se ocupan todos los asientos y el resto viaja de pie.

Pues así íbamos, viajando de pie en el trayecto. David (mi hermano) se paró detrás de mí y se sostenía con una de sus manos del tubo que corre por encima, que justo sirve para eso, para que los pasajeros nos sostengamos. Yo, como estoy bajita de estatura, me cuesta sostenerme de ese tubo; está demasiado alto. Estiraba mis pies casi poniéndome de puntitas para alcanzar el tubo.
Como les conté, antes de salir del mercado por traviesa, había ido al baño y me había quitado mi calzón y me había puesto una de las tangas que había comprado (tangas que mi hermano David había pagado por ellas.)
Yo estiraba mi mano para tratar de alcanzar el tubo, y con la otra mano sostenía mi bolso. Mi hermano hacía lo mismo, con una mano en el tubo y en la otra la bolsa con las cosas que había comprado. En cada frenada o arrancón del bus, yo casi me caía. Aparte de que, al estar parada casi de puntitas, mi minifalda se levantaba y seguramente todos los que venían sentados a mi alrededor podían ver mis nalgas.

Cada que el camión frenaba de golpe o aceleraba, yo hacía esfuerzos por sostenerme para no caerme, y un par de veces vi al hombre que estaba sentado justo detrás de mí que miraba mi trasero sin perder detalle. Lo más seguro es que tenía una vista completa de mis nalgas. Me arrepentí de haber hecho mi travesura de ponerme la tanga.

"Agarra las bolsas con tus manos, yo te sostengo", me dijo David para luego enrollar su mano por mi cintura.
Yo tomé mi bolso y la bolsa plástica donde llevaba sus figuras y DVDs, y él con una de sus manos se agarraba al tubo, mientras con su otro brazo me sostenía fuerte por la cintura y al hacerlo me apretó fuerte contra él.
Seguimos el trayecto y dejé de ir en riesgo de caerme, y estaba bien. Pero surgió otro problema. O no sé si decirlo problema.
Al ir en esa posición, mis nalgas quedaron pegadas al cuerpo de mi hermano, o mejor dicho, justo a donde se situaba su pene. No pasó mucho tiempo cuando empecé a sentir cómo se le ponía dura.
En cada frenada o arrancón que daba el bus (los de México saben de eso, de cómo manejan horrible los conductores de transporte público y no les importan los pasajeros), nuestros cuerpos chocaban uno contra otro.

Somos hermanos, sí. Pero cuerpo es cuerpo y así como a David se le empezó a poner dura, yo sentía como mi vagina se empezaba a humedecer. Trataba de pensar en otras cosas y bloquear lo que estaba sintiendo, pero me era imposible. En cada movimiento brusco del bus, sentía como si mi hermano me diera un arrimón. Sentía claramente cómo su duro pene se aplastaba contra mis nalgas. Y peor aún, al traer yo mi tanga puesta, lo único que nos separaba era la delgada tela de mi falda.
¡Empecé a respirar fuerte e incluso solté un leve gemido cuando David se pegó tanto a mí de golpe que llegué a pensar que me iba a penetrar! Podría jurar que tanto David como la persona que estaba más cercana a mí pudieron escucharme.
Estaba tan mojada que sentí como una pequeña gota de líquido bajaba por el largo de mi pierna. Me puse nerviosa de que alguien de los pasajeros que iban sentados la pudiera ver o incluso oler. No sé, mis nervios me traicionaban y me hacían pensar cosas tontas, pero al mismo tiempo me estaba poniendo bien caliente.
¡Y no está bien! Es mi hermano quien estaba detrás de mí. Pero era imposible no sentir lo que sentía. En cada frenada o arrancón de bus, mi hermano me rempujaba su duro pene tan fuerte que claramente lo sentía en medio de mis nalgas. A esas alturas ya no sabía si mi hermano lo hacía por el movimiento del bus o lo hacía ya con intención. Y la verdad, ya no me importaba. Todo esto me tenía supercaliente.
Su mano me sostenía por la cintura, pero al ser mi blusa corta, podía sentir el contacto con mi piel. Su mano en mi estómago, su pene punteándome en medio de mis nalgas, mi juguito vaginal resbalando por mis piernas, no, no, era demasiado todo. Necesitaba ya llegar a casa y masturbarme o terminaría corriéndome ahí enfrente de todos los pasajeros.
Volteé a ver a mi hermano y no sé cuál sería la expresión de mi rostro, porque David solo se sonrió al verme y me dio un pequeño besito en mi mejilla. Nosotros como hermanos somos muy cariñosos, y besarnos es algo normal entre nosotros. Pero ese beso, ahí enfrente de todos, con todo lo que pasaba por mi cuerpo y mi mente, fue demasiado.
"Ya llévame a casa", solo atiné a decir.
No pude hablar más. Tengo poca experiencia sexual, pero ese fue el orgasmo más silencioso que he tenido en mi vida. Apreté mis piernas una con la otra como tratando de evitar mi orgasmo. Sentí como esta vez un pequeño chorrito de líquido resbalaba por mi pierna. Ya no era una gota, era un chorrito lo que bajaba por mí. Los dedos de los pies se enroscaban dentro de mis zapatos y tuve que morder fuerte mis labios para no gemir. Quizás para mujeres con mucha experiencia sexual esto no es nada, pero para mí era todo.
Entre brumas recuerdo escuchar a David decirme que ya llegamos. De eso ya recuerdo poco, solo que bajamos del transporte y que me llevó abrazada de la cintura hasta llegar a casa.

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