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Desvirgué a mi sobrino y lo hice mujer

Desvirgué a mi sobrino y lo hice mujer

-Andá a buscar a Emi que no quiere venir, haceme el favor Carlos -. Me dijo mi hermana esa noche, apenas llegó a la fiesta. Ella venía directo del trabajo y estaba tapada de cosas que hacer como para ocuparse de los caprichos de su hijo menor, mí sobrino Emiliano. Para colmo Andrea, la mayor, que había organizado esa fiesta de disfraces para celebrar su cumpleaños no paraba de reclamarla. Así que no me quedó otra que agarrar el auto y salir para lo de mí hermana, a ver si podía convencer a Emiliano y traerlo a la fiesta. Me pregunté qué le pasaría esta vez. Siempre fue un chico tímido y vulnerable, demasiado delicado para lidiar con dos mujeres de carácter fuerte que tuvieron que hacerse cargo de la casa desde que murió mi cuñado. Sin querer habían invertido los roles, lo cuidaron tanto que ahora Emi era incapaz de enfrentar el mundo con un poco de aplomo. Yo sabía que en la escuela le hacían bullying y no quería ir al gimnasio porque el entrenador que mi hermana contrató para él lo amedrentaba. Sabía estas cosas porque Emi me las había contado. Yo era su tío favorito,
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Siempre me buscaba para contarme sus cosas y pedirme consejos. Yo creí que ese interés era un buen síntoma y favorecí el acercamiento con la idea de que me tomase como modelo e influir en él para que Emi adoptarse una actitud más masculina, que se curtiera un poco y abandonase cierto amaneramiento femenino que empezaba a insinuarse en su forma de hablar y de moverse. No es que yo sea un troglodita, pero la idea de tener un sobrino marica no me causaba gracia. Tal vez por eso exageraba algunos gestos y me comportaba como un macho de vestuario cuando estábamos juntos.
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Cuando abrió la puerta todo eso en lo que había estado pensando se me vino encima. Emi me abrió la puerta con la carita bañada en lágrimas, llorando como una nena, apenas cubierto con una remera oversize y un shortcito que le marcaba las nalgas como si le quedara chico. Apenas me vio se me colgó del cuello y empezó a llorar más fuerte, mojándome el cuello y babeando mi camisa. 
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-¿Qué pasa Emi, corazón, por qué llorás así?
-¡No doy más tío, me quiero morir!
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El recibimiento no podía ser más preocupante. A duras penas pude tranquilizarlo y lograr que me cuente lo que pasaba, después de sentarnos en el living y tomar un vaso de agua. No era ningún drama especial, más bien el de cualquier adolescente: las cargadas en la escuela, los celos que sentía por la hermana ("a ella mamá le compra todo y a mí nada"), y algo que no entendí de un amigo de la escuela que lo había defraudado
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 Me costó un rato convencerlo de que no era para tanto y que en la fiesta se iba a sentir mejor, pero lo logré después de muchas palabras y algunos mimos. Se fue a cambiar y no pude dejar de mirarle el culo mientras subía la escalera. Cada día su condición sexual me parecía más ambigua. Era una tentación difícil de vencer a veces. Sobre todo cuando estaba así, medio en bolas, con esas piernas largas, sin un pelo, el culo redondo y firme reventando las costuras del pantalón y un brillo húmedo en los labios hinchados. Tenía una carita de rasgos tan finos que era imposible imaginarlo en otro lugar que no fuera una reunión de chicas. En eso pensé mientras lo esperaba. No le pregunté de qué se iba a disfrazar (yo por falta de imaginación y por pereza, estaba de oficinista: camisa blanca y pantalón de vestir) pero debía ser algo complicado porque parecía estar produciéndose a full y tardaba un montón. Escuché el agua de la ducha, portazos, cajones abriéndose y cerrándose, pasos y el chistido de un perfumero. Pero valió la pena.

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 -Ya estoy -me dijo desde lo alto de la escalera. No le respondí porque no podía cerrar la boca. La persona que me hablaba era una mujer espléndida, un minón en minifalda y tacones, que sin dejar de ser Emi era algo más: una princesa, un sueño erótico y una puta de lujo. Bajó los escalones sonriendo, segura de su triunfo. 
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-¿Qué tal estoy tío?
-Estás buenísima -respondí sin pensar. 
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Emi giró como una bailarina para darme la espalda y preguntarme si se le transparentaba la bombacha mientras paraba la cola. La verdad es que tenía un culo maravilloso y lo único que me salió fue arrimarle el bulto mientras le susurraba al oído que todo le quedaba precioso. Fue lo último que dijimos. Le mordí la nuca mientras mis manos buscaron sus pezones por debajo de la blusa. Emi volvió a girar en seguida para besarme en la boca y llenarnos de saliva y lengua mientras yo le tocaba ese culo hermoso y Emi me manoseaba el bulto, un hierro caliente a esa altura.
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Desvirgué a mi sobrino y lo hice mujer


Se sentó en el sofá y me bajó el pantalón para chuparme la pija. No sé qué experiencia tendría, según él era virgen, pero debe haber practicado con algo porque la chupó como una profesional, tanto que tirarle del pelo un par de veces para que no me haga acabar antes de tiempo.
Después me tocó a mí. La recosté en el sofá y le levanté la falda. Tenía puesta una tanguita de encaje que le cubría el bultito, poco más grande que un clítoris, y un portaligas que le embarcaba las nalgas. Le chupé todo lo que tenía para dar, se había depilado y mi boca nunca probó algo tan suave y delicado como esa piel.
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-Cogeme por favor -. Aunque no me lo hubiese pedido ya tenía la verga lista, la cabeza apoyada en su hoyito, listo para hacer de mí sobrino una mujer completa, la putita que todo macho que se precie sueña tener en su cama. Se la metí despacio, para que sintiera cada centímetro de verga entrando en su cuerpo, quitándole la poca masculinidad que le quedaba. Emi se mordió los labios y cerró los ojos. Era claro que le estaba gustando. Cuando ya le había entrado la mitad empujé de golpe. Soltó un suspiro y gimió como una gata en celo. Me rodeó la cintura con las piernas mientras me agarraba el culo con las manos para empujar la pija más adentro.
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Yo le mordía el cuello, los pezones, los labios, mientras le daba bomba y sentía que me explotaban los huevos. La pijita de Emi se frotaba contra mí panza y no tardó nada en derramar la lechita aguachenta que le quedaba (ya venía mojando la bombacha desde que bajó la escalera, me dijo después) y yo aproveché para pedirle que se diera vuelta y empinara esas nalgas hermosas. Ver mí pija penetrando esa cola, abriéndola en dos a punta de pija, mientras Emi gemía como una puta pidiendo más y más, es una de las cosas de las que no me puedo olvidar.
La voz de Emi, sus jadeos, mi respiración entrecortada y el golpeteo de mí pelvis contra sus nalgas (¡plaf, plaf!) fue una música que hubiese podido durar toda la noche. Pero empezó a sonar el celular y no necesité mirar para saber que era mí hermana preguntando qué pasaba, por qué tardaba tanto, si es que Emi seguía encaprichado o lo había convencido.
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-Está enculado - le dije mientras mis huevos explotaban -pero va a ir. Colgué porque no podía hablar. Acabé como un toro, siete chorros de leche que llenaron las tripas de Emi y le hicieron soltar otro chorrito de semen a su pito flaccido de putita entregada. Nos desplomamos sobre el sofá, matándonos a besos. Emi sonreía, feliz como nunca.
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En la fiesta cada uno se fue por su lado. El "disfraz" de Emi fue un éxito y por primera vez la vi bailar y disfrutar de estar entre mucha gente que no dejaba de mirarla con envidia y deseo. Y aún cuando al final de la noche transó con un flaco con el que no sé si terminó acostándose, no dejó de mirarme. Después de todo, ambos sabíamos bien quién era su macho.
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