
Cuando escuchó el motor del auto apagarse frente a la casa de al lado, Matías no prestó demasiada atención. Era un mediodía caluroso, el sol pegaba fuerte y él se estaba tomando una gaseosa helada. Pero entonces la vio.
Una pierna larga salió del vehículo. Luego otra. Unos shorts mínimos ajustados a una cadera de escándalo. El torso firme, la cintura de avispa, y dos tetas redondas y bien puestas bajo una blusa blanca casi transparente. Y finalmente, el rostro… esos ojos verdes que le eran vagamente familiares.
—¿No me vas a saludar, Matías? —preguntó ella con una sonrisa ladeada, como si supiera perfectamente el efecto que acababa de causarle.
Matías sintió un nudo caliente en el estómago. La reconoció en ese instante. Julia, la hija menor de don Gutiérrez. La niña que a veces cuidaba y jugaba con ella. Se había mudado con su madre a otra ciudad hacía años. Cuando se fue tenía apenas 12… ahora tenía 21. Y lo que había crecido no tenía nombre.
—¿Julia? No lo puedo creer… —murmuró él, tragando saliva.
—Te acordaste —dijo ella, caminando hacia el cerco que dividía sus casas—. Aunque no me mirás a los ojos, eh…
Él bajó la mirada, sorprendido de sí mismo. Su pene comenzaba a endurecerse dentro del short solo por verla moverse. Caminaba como si flotara, con una seguridad que lo desarmaba.
—Perdón. Es que… no esperaba… —balbuceó.
—¿Que creciera? —interrumpió ella—. ¿O que me volviera una mujer?
Matías no supo qué responder. Julia se apoyó en el cerco, bajando la mirada a su torso y luego clavándole los ojos con una malicia inocente.
—¿Vivís solo? —preguntó ella.
—Sí. Hace unos años.
Julia sonrió con picardía y empezó a lamerse un helado que acababa de comprar. Un gesto sencillo, pero ejecutado con una lentitud provocadora. Matías no podía dejar de mirar cómo su lengua jugaba con el borde del cono, cómo su boca lo atrapaba con hambre.
—¿Sabés que de chica me gustabas? —confesó ella de golpe—. Siempre te miraba cuando ibas a jugar al fútbol. Era mi secreto.
Matías tragó saliva otra vez, pero esta vez no pudo disimular la erección que ya se marcaba con claridad en su short deportivo.
—Y ahora… —continuó ella, dándole una última chupada lenta al helado, dejando que un hilo se derramara por su barbilla—. Ahora quiero que me enseñes algunas cosas que antes solo podía imaginar.
Sin esperar respuesta, caminó hacia la entrada lateral de su casa. Abrió la reja y se metió en el patio trasero de Matías, como si fuera algo que hacía cada día.
—¿Julia…?
—Shhh —dijo ella, mirándolo sobre el hombro—. Cerrá la puerta. Nadie nos va a molestar.
Él la siguió, el corazón golpeándole el pecho. La vio caminar hasta la galería, dejar el bolso y sentarse en la silla reclinable. Abrió más las piernas y lo miró con lujuria.
—¿Te gusta mirar, no? Entonces vení. Mirá bien de cerca.
Se corrió la tela del short sin pudor. No llevaba ropa interior. Su vagina húmeda y perfectamente depilada quedó al descubierto, brillando como un fruto maduro bajo el sol.
Matías se acercó, como hipnotizado. Su pija estaba dura, pulsando bajo el short, buscando liberación. Julia lo tomó por la cintura, lo atrajo y lo obligó a arrodillarse frente a ella.
—Me acuerdo que vos eras el chico bueno del barrio —susurró—. Pero ahora… quiero que me comas como si me odiaras por haberme ido.
Y él no pudo más.
Se lanzó entre sus piernas con hambre, con furia. Su lengua la recorrió con desesperación, haciendo que ella gima y se retorciera sobre la silla. Julia gemía mientras se aferraba a su cabeza, restregando su vagina contra su boca sin frenos, sin culpa, sin pausa.
—¡Eso! ¡Así, Matías… no pares…! —jadeaba ella—. Te extrañé tanto sin que lo supieras…
El sabor de su vecina lo volvió loco. Sentía cómo su lengua la hacía temblar, cómo ella se tensaba cada vez más hasta que su cuerpo entero se sacudió en un gemido agudo, brutal, delicioso.
Y cuando terminó de venirse, con las piernas temblorosas, Julia lo miró con los ojos encendidos.

Julia no lo dejó levantarse. Apenas terminó de correrse sobre su lengua, lo tomó del cuello de la camiseta sin mangas que apenas llevaba y lo atrajo sobre su cuerpo. Lo besó con una necesidad cruda, profunda, hambrienta.
—Quiero sentirte adentro —le susurró, caliente, contra la boca—. Ya.
Matías estaba al borde de perder el control. Sus músculos tensos, su pija erecta como una lanza a punto de explotar. Se sacó el short con una sola mano, dejando que su erección palpitante se alzara entre ellos. Julia lo miró con una sonrisa de satisfacción, como si eso fuera exactamente lo que esperaba.
—No perdés el tiempo —dijo con picardía, abriéndose más de piernas—. Metémela. Ahora.
Matías se acomodó entre sus muslos, tomó su pija con la mano y frotó la punta contra esa entrada mojada y caliente que lo llamaba como una trampa perfecta.
—¿Estás segura…?
—Callate y cogeme.
Con un gruñido contenido, Matías la embistió de una sola vez. Su pija entró en ella hasta el fondo, empapado, apretado, ardiente. Julia se arqueó, gimiendo con fuerza, agarrándolo de la espalda mientras sus uñas se le clavaban en la piel.
—¡Sí! ¡Eso! ¡Dame más!
Los movimientos fueron brutales desde el inicio. Matías le bombeaba la concha con fuerza, mientras Julia se retorcía debajo de él, con la boca abierta, jadeando, con el sudor resbalándole por el cuello.
—Cogés como un maldito animal… —jadeó ella, mordiéndose el labio.
—Y vos gemís como una puta… —escupió él, enloquecido.
Julia sonrió, desafiante.
—Entonces cogeme como a una.
Matías la agarró de las piernas, se las levantó por encima de los hombros y empezó a clavársela más profundo, más fuerte, haciéndola chocar contra la silla con cada embestida. El sonido húmedo de sus cuerpos chocando se mezclaba con los gemidos roncos, jadeos y el crujido del mueble de madera.
—¡Más, más, más! —gritaba Julia—. ¡No pares, no pares, Matías, me vas a hacer acabar otra vez…!
Matías sentía que el calor lo devoraba, que el placer lo consumía por dentro. Pero no quería acabar todavía. Sacó su pija empapada y la hizo ponerse de espaldas sobre la silla. Julia se acomodó en cuatro patas, levantando ese culo perfecto hacia él, ofreciéndose con la mirada más puta que había visto en su vida.
—¿Así te gusta más? —provocó.
Él le dio una nalgada fuerte. Julia gimió y sonrió.
—Así me encanta.
Matías la tomó de las caderas y la volvió a empalar, más profundo aún, metiéndosela entera mientras la piel chocaba con un golpe húmedo y brutal.
—¡Dios, estás tan apretada! —gruñó él.
—¡Y vos tan rico… tan duro! —gritaba ella, sintiendo cómo la llenaba.
El polvo fue salvaje. Nalgadas, jalones de pelo, gemidos sucios, sus nombres mezclados con insultos calientes. Julia acabó una vez más, temblando entera, su concha contrayéndose alrededor de la pija de Matías. Y eso fue lo que lo llevó al borde. Él le metió la última embestida, profunda, brutal, y acabó dentro de ella con un gruñido animal, descargando todo con espasmos intensos.
Ambos quedaron jadeando, sudados, temblorosos.
Julia se dejó caer de lado, con una sonrisa de placer impreso en el rostro.
—Te dije que te ibas a volver adicto.
Matías apenas podía respirar, pero sonrió.
—No tenés idea.
Ella se acercó y le chupó el cuello con lentitud, dejando una marca.
—Esto recién empieza. No pienso dejarte escapar.
Y él ya sabía que tampoco iba a querer.

Matías se puso una remera y se sentó en el borde de la silla, aún tratando de recuperar el aliento. Julia caminaba por el patio con las piernas flojas, el short mal puesto y esa sonrisa traviesa que ya era su marca registrada.
—¿Querés un vaso de agua? —preguntó él.
—No. Quiero verte mirarme —respondió ella, mientras se agachaba con exageración para recoger su bolso, dejando que su culo se marcara contra la tela estirada del short.
Matías no podía creer lo que estaba viviendo. Apenas unas horas atrás, Julia era solo una chica del pasado. Ahora, era su nuevo vicio. Su droga.
—¿Así que… volvés o solo de visita o…?
—Me quedo por un tiempo —respondió ella, acercándose de nuevo—. Papá tuvo una operación, y voy a ayudarlo unos meses. Estoy instalada en mi antigua habitación… la ventana da justo frente a la tuya.
Le guiñó un ojo y le acarició el pecho con las uñas.
—Voy a necesitar ayuda con algunas cosas. Muebles, cajas, conectar el WiFi, ya sabés…
—Claro —dijo él, tragando saliva—. Te ayudo con lo que necesites.
—Qué bueno. Porque esta noche voy a necesitar que me revises algo muy importante…
—¿Sí?
Julia se puso en puntas de pie, le mordió suavemente el lóbulo de la oreja y le susurró:
—…mi uniforme de colegiala. Quiero saber si todavía me entra bien.
A Matías se le endureció otra vez con solo escucharla.
—¿Uniforme?
—Mmm-hmm —asintió, con voz juguetona—. El que usaba en secundaria… saquito, faldita corta, medias hasta las rodillas. Lo traje para jugar un poco.
Él la miró como si ya estuviera desnuda frente a él.
—¿Y vas a usarlo esta noche?
—Sí. A medianoche toco tu ventana… y si no estás despierto, voy a tener que colarme.
Se relamió los labios y le dio un último beso antes de caminar hacia la casa de al lado.
Matías se quedó quieto, con el corazón golpeándole el pecho. Su mente solo podía repetir una frase:
Estoy perdido.
Esa noche.
Los minutos pasaban lentos. Matías se había duchado dos veces. Había intentado ver televisión, leer, hasta jugar en el celular. Nada funcionaba. Su cuerpo vibraba con ansiedad, su pija ya había reaccionado tres veces solo pensando en la escena.
Y a las 00:04, los dedos suaves tocaron la ventana.
Cuando la abrió, ella estaba ahí.
Vestida exactamente como lo prometió.
Una blusa blanca apretada, abrochada hasta justo debajo del busto, dejando asomar su escote. Corbata suelta. Mini falda escocesa. Medias blancas que le llegaban a medio muslo. Zapatos escolares negros.
Y debajo… absolutamente nada.
Julia se metió por la ventana como si hubiera vivido allí. Le sonrió con las mejillas levemente sonrojadas y caminó hacia él contoneando las caderas.
—Hola, profe… ¿Me puede tomar un examen oral?
Matías la agarró de la cintura y la pegó contra la pared.
—No sabés lo que me haces —murmuró, pegándole la pelvis.
Ella sintió su erección dura y rió con malicia.
—Sí sé. Lo vi todo por la ventana mientras te tocabas hace un rato. No sabías que estaba mirando, ¿verdad?
—Puta—gruñó él.
—Tu puta —le respondió ella.
Se besaron con rabia. Él le levantó la falda y la empujó contra la pared. Su lengua la devoró de nuevo, esta vez de pie, con sus manos abiertas sujetando esas caderas pecaminosas. Julia se sostenía del marco de la ventana, temblando.
—¡Sí! ¡Matías, seguí así…!
La apoyó contra el escritorio, la doblo y con una mano le separó los labios de la concha, con la otra se acarició la pija empapada y la hundió de un solo golpe.
Julia gritó su nombre.
Los libros cayeron al suelo. El escritorio crujía bajo el vaivén brutal de sus embestidas. Cada vez que Matías la clavaba, ella gemía más fuerte. El uniforme se desordenaba, el corbatín volaba, las medias se bajaban. Todo era puro caos caliente.
—¡Dale, hijo de puta! ¡Cogeme fuerte!
—Te voy a romper —le gruñó él.
—¡Hacelo!

Le metió dos dedos por la boca, le apretaba las tetas, mientras la cogia por detrás con fuerza, y Julia se vino temblando, con las piernas flojas, mojando el escritorio. Matías no tardó más. La dio vuelta y acabó en su vientre, en sus tetas, en su uniforme desordenado, marcando su territorio.
Ambos jadeaban. Exhaustos. Locos.
Julia le acarició el rostro con ternura animal.
—¿Ves? Esto recién empieza.
Y Matías, con la pija aún goteando, supo que no habría marcha atrás.

—Pasá, Matías. Papa está en su cuarto viendo televisión —le dijo Julia desde la puerta, en un tono suave, casi inocente.
Matías entró con una bolsa de compras y la dejó sobre la mesa. Julia llevaba un shortcito blanco que apenas le cubría el culo, y una remera suelta sin corpiño. Se notaban los pezones duros marcando la tela, descarados.
—¿Tu viejo cómo sigue? —preguntó él, intentando no mirar su cuerpo como un adicto en abstinencia.
—Mejor. Casi no se mueve del cuarto, está con el aire acondicionado y tomando pastillas. Duerme casi todo el día.
Ella se acercó, le dio un beso rápido en la mejilla y le sonrió con ese brillo travieso en los ojos.
—Pero yo… estoy aburrida.
Matías no respondió. Solo la siguió a la cocina mientras el corazón le latía con fuerza. Sabía que con Julia no había casualidades. Todo estaba perfectamente calculado.
—¿Me alcanzás eso de ahí arriba? —preguntó ella, señalando una caja en el último estante—. No llego ni en puntas de pie.
Él asintió, se paró frente a la alacena, y estiró el brazo. Fue en ese segundo, con los brazos levantados, que sintió sus manos frías en la cintura. Luego, los dedos deslizándose por el borde del short.
—¿Qué hacés? —susurró él.
—Shhh… —dijo Julia, bajándole los pantalones y los calzoncillos hasta las rodillas de un tirón.
Matías soltó un suspiro al sentir el aire fresco en su pija ya semi-erecta. Julia se arrodilló y tomó su pija con una mano delicada, acariciándolo con la lengua desde la base hasta la punta.
—Estás tan rico así… distraído —murmuró, justo antes de metérselo en la boca.
Matías apoyó una mano en la pared. El placer lo golpeó como una descarga eléctrica. Julia se lo tragaba con maestría, lenta, silenciosa, profunda. Lo succionaba con los labios bien cerrados, usando la lengua para provocarlo aún más.
—Julia… tu papá está ahí al lado…
—Entonces no hagas ruido —le dijo, sacándose la pija de la boca solo un segundo, con un hilo de saliva colgándole del labio—. Si te escuchan, nos descubren.
Y volvió a mamársela con más fuerza, tragando cada centímetro con hambre, con ansias. Sus manos le agarraban las nalgas, mientras su cabeza se movía rítmica, cada vez más rápido, con los ojos cerrados como si estuviera probando su postre favorito.
Matías estaba al borde de perder el control. La tensión de ser descubierto, el contraste de su lengua húmeda con el aire frío de la cocina, el cuerpo de ella tan cerca… Todo lo volvía más salvaje.
—No pares… no pares… —susurró él, apretando los dientes.
Julia aceleró, con gemidos bajos que vibraban en su garganta y lo hacían temblar.
Y cuando Matías se vino, ella no dudó un segundo: lo tragó todo, sin apartarse, sin dejar una gota. Luego se relamió los labios como si acabara de terminar un caramelo y se levantó, volviendo a subirle el pantalón con una sonrisa.
—Gracias por la ayuda… —dijo, dándole una nalgada suave—. Ahora podés volver a tu casa… pero esta noche quiero verte de nuevo. Y esta vez… te toca a vos jugar con mi boca y mis límites.
Le guiñó un ojo y se fue caminando por el pasillo como si nada hubiera pasado, mientras Matías se quedaba apoyado en la pared, con la respiración agitada y la pija aún palpitando.
Estaba totalmente perdido.
Y le encantaba.

La puerta del cuarto se abrió despacio.
Matías, ya medio dormido, se sobresaltó al ver una figura entrar envuelta en sombras… hasta que la luz le reveló el uniforme.
Julia. Con un atuendo de enfermera erótica: bata blanca corta, botones abiertos hasta el ombligo, sin sostén, ni bombacha. Llevaba una pequeña linterna de plástico colgando al cuello y una cofia ridícula que la hacía ver todavía más perversa.
—Buenas noches, paciente —susurró con voz ronca—. Me informaron que su pija está decaída. Vine a hacer una inspección de urgencia.
Matías ya estaba duro con solo verla. Julia caminó hasta la cama, se subió sobre él y bajó la sábana con una lentitud innecesaria.
—Uy… creo que ya está reaccionando.
Le sacó la pija con una mano y empezó a acariciarlo despacio, como si lo examinara. Luego lo miró con picardía.
—Voy a tomarle la presión… con la garganta.
Y sin esperar respuesta, se inclinó y comenzó a mamársela con ansias, con una técnica perfecta, lenta al principio, aumentando el ritmo como si supiera exactamente cómo hacerle perder el control.
Matías se mordía el labio, jadeando.
—Dios, Julia…
—No soy Julia —lo corrigió ella, alzando la cabeza con la lengua aún acariciándole la punta—. Soy la enfermera. Y tengo que cabalgarte para asegurarme que la circulación está funcionando.
Se subió de un salto sobre él, sujetó su pija con una mano y se la metió entera en su concha de un solo movimiento, soltando un gemido fuerte.
—¡Mmm… sí…! ¡Qué rico estás!
Cabalgó con fuerza, con el cabello suelto moviéndose salvaje mientras rebotaba encima suyo, gemía con la boca abierta y se tocaba las tetas frente a él, provocándolo más y más.

—¡Dame! ¡Dame como la noche pasada!
Matías le agarró las caderas y la ayudó a moverse más rápido, le chupaba las tetas, hasta que no aguantó más. La dio vuelta con fuerza y la puso en cuatro, con la bata levantada y ese culo perfecto expuesto ante él.
—Ahora te toca mi tratamiento especial —gruñó.
La embistió desde atrás con brutalidad. El sonido de sus cuerpos chocando llenaba el cuarto, junto con sus gemidos descontrolados.
Y en medio del polvo, él le preguntó con la voz ronca:
—¿Me lo vas a dar?
Julia giró el rostro con la mejilla apoyada en la cama, sudando.
—¿El qué?
—Tu culo.
Ella sonrió, perversa.
—¿Querés entrar por atrás…? —jadeó.
—Lo necesito. Por favor
—Entonces usá saliva. Y hacelo ya.
Matías escupió en su mano, se lubricó la punta de la pija , y con cuidado le abrió las nalgas. La punta presionó la entrada apretada, caliente. Julia apretó los dientes cuando él comenzó a empujar. La sensación era brutal. Estaba tan estrecha que le costaba avanzar.
Pero ella no se quejaba. Lo animaba con la voz temblorosa:
—¡Sí! ¡Dame por ahí! ¡Todo! ¡Hasta el fondo!
Matías empujó con fuerza y se la metió entera en el culo, provocando un grito ronco de ella, mezcla de dolor y placer.

El polvo anal fue intenso, húmedo, salvaje. Julia gemía como una puta enferma mientras él la cogia por atrás sin pausa. Hasta que sintió que el orgasmo le subía por la columna como fuego.
—¡Me vengo…!
Salió justo a tiempo y le acabó sobre las tetas, manchando su bata blanca, los pezones erectos, el cuello sudado. Julia lo miró jadeando, sonriendo como si acabara de ganar una apuesta.
Y en ese instante, cuando ella se tumbó sobre él, aún con el corazón latiéndoles a mil, Matías le acarició el pelo con ternura.
—Te gusta provocarme así porque sabés que me tenés loco…
—Claro —susurró ella, lamiéndole el pecho—. Sé que te gusté desde que era chica… te miraba cuando pensabas que no veía.
Matías se quedó helado. Ella lo sabía.
—Pero no te preocupes —continuó ella—. Porque ahora soy toda una mujer… y vos me encantás más que nadie. Me haces sentir viva.
Él la abrazó fuerte.
—¿Te puedo pedir algo?
—Lo que quieras.
—¿Querés ser mi novia? —preguntó, mirándola a los ojos.
Julia lo miró sorprendida… y luego sonrió con ternura salvaje.
—Solo si me seguís cogiendo así de rico todas las noches.
Se rieron, se besaron…
Y empezaron otra vez.

La noche estaba templada, con una brisa suave que acariciaba las calles del barrio. Matías le abrió la puerta del auto a Julia como si fuera la primera cita, aunque ya la conocía de memoria, desde cada lunar en su espalda hasta el sabor exacto de sus orgasmos.
Julia se subió con una sonrisa pícara, vestida con un vestido negro corto que le dejaba los hombros al aire y las piernas al descubierto. No llevaba corpiño, y cada movimiento hacía que los pezones se marcaran con descaro.
—¿Te acordaste de hacer la reserva? —preguntó ella, cruzando las piernas lentamente.
—Sí, señorita —respondió él, con una mano en el volante y otra tentada a acariciarle el muslo—. Pero la parte más sabrosa de la noche no está en el menú.
Julia sonrió sin responder, pero dejó su mano sobre el muslo de él, deslizándola cada tanto hacia su entrepierna mientras él manejaba.
Cenaron en un restaurante elegante, con luces tenues, vino tinto y miradas cargadas de deseo. A cada sorbo, Julia se lamía los labios de forma provocadora. Y cada vez que Matías le hablaba al oído, ella se le acercaba más, dejando que su perfume dulce lo nublara.
—Vamonos —susurró al final, con una sonrisa cargada de promesas—. Ya.
Cuando entraron en la casa de Matías, ya no eran dos personas adultas. Eran una bomba de tiempo. Apenas cerraron la puerta, él la empujó contra la pared y la besó con toda la ansiedad acumulada.
Julia se reía entre gemidos, con la lengua descontrolada y las manos inquietas.
—Pará —dijo ella, tomándolo de la mano y llevándolo al sillón—. Tengo algo que decirte.
Se sentó sobre él y le acarició el pecho.
—¿Te acordás cuando jugábamos a la pelota, de chicos?
Matías asintió, sorprendido por el recuerdo.
—Sí… claro.
Ella bajó la mano, con una sonrisa lenta y maliciosa, hasta acariciarle los testículos con suavidad.
—Bueno… ahora que soy tu novia… ¿puedo jugar con tus pelotas?
Matías rió, pero al segundo jadeó al sentir su lengua bajando por su abdomen. Julia se arrodilló entre sus piernas, se lo sacó con suavidad y empezó a mamársela despacio, jugando con sus bolas, besándolas, succionándolas con ternura perversa.
—Mmm… estás tan rico hoy —murmuró, con saliva colgando de su lengua—. El postre perfecto.
Matías se recostó, respirando agitado. Julia lo devoraba sin prisa, alternando su boca entre su pija y sus testículos, mojándolo todo, jugando con sonidos sucios que lo volvían loco.
—Subite —le pidió él, con la voz ronca.
Ella obedeció, se montó sobre él y se la metió en la concha de un solo movimiento, con un gemido suave que salió de su garganta como un canto oscuro. Empezó a moverse lento, con las manos en sus propios pechos, acariciándolos mientras lo cabalgaba con elegancia de puta fina.

Matías se sentó, atrapó esas tetas entre sus manos y las devoró con la boca, chupando los pezones, mordiendo, babeando sobre ellas con hambre.
—¡Eso! ¡Chupámelas! Son tuyas, noviecito…
Los movimientos se volvieron más intensos. Julia lo montaba con fuerza, resbalándose sobre él, sus tetas chocando contra su cara, su cuerpo brillando de sudor y placer. Hasta que ella se detuvo, con la respiración agitada.
—Ahora… quiero sentirte en mi otro agujero.
—¿Estás segura?
—Soy tu novia, mi culo y mi concha son tuyos. Dame todo. Quiero acabar sintiéndote donde nadie más ha estado.
Matías la bajó con cuidado, la puso en cuatro sobre la alfombra y escupió en su mano. Le abrió las nalgas con una lentitud casi reverente y le metió la pija por el culo, despacio, con fuerza. Julia apretó los dientes, pero no se detuvo. Lo quería ahí, dentro, llenándola hasta el alma.
—¡Sí, Matías! ¡Dámelo por atrás! ¡Más, más!

Matías la sujetó por la cintura y la cogió por el culo con fuerza, golpeando su piel con cada embestida, haciéndola gritar, gemir, retorcerse.
Cuando sintió que iba a venirse, salió justo a tiempo.
Julia se volteó, arrodillada, con las tetas agitadas y llenas de saliva y sudor. Matías le acabó encima, con fuerza, cubriéndole los senos con su semen caliente, mientras ella sonreía jadeando.
—Dios… estás loco por mí —susurró.
Matías la abrazó, aún desnudo, aún duro.
—Y vos estás hecha para mí.
Ella le acarició la cara, con una mezcla de dulzura y lujuria.
—Te avisé desde el primer día… ibas a volverte adicto a mí.
Él sonrió, acariciando su espalda desnuda.
—Y ahora sos mi droga favorita.
Se besaron. Lento. Profundo.
No había más juegos.
Ahora era real.
Y las noches no serían nunca más tranquilas.


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