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Eres Perfecta 3, Relato Trans

Regresar a Guadalajara fue como despertar de un sueño largo y enredado, uno donde Axsy había tomado el control y Alejo se había quedado en segundo plano. El diplomado en Madrid había terminado, y con él, mi aventura con Javier. Empaqué mis cosas con un nudo en el estómago: la maleta secreta con la lencería, los vestidos y las pelucas iba de vuelta a su escondite, pero los recuerdos... esos no se guardaban tan fácil. Mi vuelo tenía una escala de 24 horas en Nueva York, y decidí aprovecharla para un último adiós a Axsy. Volaría de Madrid a NYC como mujer, y luego, en el aeropuerto, me cambiaría para tomar el vuelo a Guadalajara como hombre. Era como cerrar un capítulo con estilo, un último suspiro de libertad antes de volver a la vida ordenada con Mariana, el consultorio y el anillo esperándome.

Me preparé en con cuidado, sintiendo esa emoción nerviosa que siempre me invadía al transformarme. Elegí una falda plisada negra que caía con gracia, moviéndose con cada paso como una invitación sutil. Encima, una blusa de algodón blanca, fresca y femenina, con mangas cortas que dejaban ver mis brazos depilados y suaves. Para los pies, unos tenis blancos cómodos, porque el viaje sería largo y no quería complicaciones. Debajo, lencería rosa de encaje: un sostén, creando curvas suaves y naturales, y un panty cachetero a juego, sedoso contra mi piel, ajustándose a mis caderas y conteniendo mi pene con una delicadeza que me hacía sentir expuesta y poderosa a la vez. Me maquillé sutil: base para suavizar mis facciones, un toque de rubor, pestañas postizas y labial rosado. La peluca castaña ondulada completaba el look, cayendo sobre mis hombros como si siempre hubiera sido mía. Cuando me vi en el espejo, Axsy me devolvió la mirada: confiada, atractiva, lista para un último vuelo.

Abordé el avión y me senté en la ventanilla, acomodando mi falda para que no se arrugara. La fila de
mi asiento estaba vacío al principio, pero entonces llegó él: Marcus, un hombre grande, afrodescendiente, con hombros anchos como un atleta y una presencia que llenaba el espacio. Vestía una camisa ajustada que marcaba su pecho musculoso y pantalones casuales, con una sonrisa agradable que contrastaba con su tamaño imponente. Me saludó cortésmente, "Buenas tardes", y se sentó a mi lado, aun teniendo los dos espacios disponibles.

Su cercanía me puso nerviosa de inmediato: el olor a su colonia fresca, la forma en que su brazo rozaba el reposabrazos, y mi ropa tan vulnerable —la falda que se subía un poco al sentarme, el encaje rosa rozando mi piel sensible— hicieron que mi corazón se acelerara. Me sentía expuesta, femenina, como una presa en un espacio confinado. Me puse mis audífonos y traté de ignorarlo, enfocándome en la pista de despegue. Ya había tenido suficiente contacto masculino con Javier, o eso creía; no necesitaba más complicaciones.

Pero cuando el avión despegó y las luces de Madrid se perdieron abajo, Marcus empezó a sacarme plática. Cosas triviales al principio: era de origen francés, vivía en Nueva York por trabajo en finanzas, y viajaba mucho. Yo, manteniendo mi rol, le conté que era enfermera en México, mintiendo para no revelar nada de Alejo. Su voz era profunda, con un acento suave que me envolvía, y pronto la conversación fluyó con una química natural.
Me hizo reír con anécdotas de viajes, y cuando me preguntó directamente, con una curiosidad respetuosa: "¿Eres una chica trans?", yo solo sonreí y afirmé, sintiendo un rubor subir por mis mejillas. Él se inclinó un poco, sus ojos oscuros brillando, y dijo: "Como mujer, eres perfecta". Esa frase resonó en mí como un eco de las veces anteriores —con Lucas, con Javier—, enviando un choque eléctrico por mi espina dorsal, haciendo que mi pene se agitara bajo el panty cachetero, presionando contra el encaje rosa con una excitación inmediata y confusa.

Cuando apagaron las luces de la cabina para el vuelo nocturno, la charla siguió, pero ahora con un matiz diferente. Las bromas se volvieron coquetas, y pronto el contacto físico entró en juego: un manotazo inocente en mi brazo tras un chiste, su mano en mi hombro reconfortándome, enviando calor a través de la blusa delgada. Era sutil, pero intencional, y yo me sentía seducida de nuevo, importante, femenina bajo las garras de este hombre imponente.
Su mano bajó a la mía, acariciándola con dedos fuertes pero gentiles, y luego a mi pierna, rozando el borde de la falda plisada, subiendo por mi muslo depilado. Mi pulso se aceleró, mi pene endureciéndose bajo la tela sedosa, y en un momento de tensión eléctrica, me besó. Sus labios eran suaves, ricos, con un sabor a menta que me invadió, y yo respondí sin pensar, abriendo mi boca para que su lengua explorara la mía con una pasión contenida que se desbordó rápido.

El beso subió de temperatura, sus manos grandes ahora en mis muslos, apretando la carne suave, llegando al encaje rosa del panty donde sentía mi erección palpitante. Yo acariciaba su pecho grande y duro a través de la camisa, sintiendo los músculos tensos, excitada al máximo, mi cuerpo vibrando con cada roce. Mi mano bajó a su paquete, y ahí vino la sorpresa del viaje: era un monstruo, casi 20 cm de longitud gruesa, dura como una barra de acero bajo el pantalón, pulsando contra mi palma con una promesa que me hizo jadear.
En un movimiento brusco, Marcus me cargó como una muñeca de trapo, sentándome en sus piernas de frente a él, mi falda subiéndose y exponiendo mis muslos. La cabina estaba oscura, y alcé la cabeza para comprobar que todos dormían o ignoraban, antes de continuar besándolo con desesperación. Quería devorarlo, y él a mí; nuestras lenguas se cruzaban con pasión desenfrenada, húmedas y calientes, mientras mi pene, atrapado en el cachetero rosa, rozaba directamente contra el suyo, que aprisionaba su pantalón como una bestia enjaulada. Cada fricción enviaba olas de placer por mi cuerpo, mi glande sensible rozando la tela, lubricándose con pre-semen que empapaba el encaje.
No pude resistir más. Me escurrí por debajo del asiento, arrodillándome en el espacio estrecho, mi falda arrugándose, y desabroché su pantalón con manos temblorosas. Liberé su miembro del bóxer: era tan grande como mi cara, una barra de chocolate oscura, venosa y circuncidada, con testículos pesados y un aroma almizclado que me embriagó.
Empecé lamiendo todo su tronco, mi lengua plana recorriendo las venas hinchadas, saboreando la piel salada y suave, bajando a sus testículos para chuparlos uno por uno, succionando con delicadeza mientras él se retorcía de placer, controlando gemidos bajos. Llegué a la punta, lamiendo el glande ancho, recogiendo el pre-semen delicioso que sabía a sal y deseo puro. Intenté meterla en mi boca, pero era imposible; succioné hasta donde pude, mis labios estirados al máximo alrededor de la cabeza gruesa, subiendo y bajando rítmicamente, mi saliva lubricando el eje mientras mi mano masturbaba la base. Ya no era una dama; en ese momento era una puta, la puta de Marcus, sufriendo por contener mis propios gemidos mientras la adrenalina de ser descubiertos me excitaba más. Duramos un buen rato así, yo encantada con esa barra de chocolate, chupando con desesperación, sintiendo cómo palpitaba en mi boca, pero él no terminaba.

Finalmente, me levantó, me dio un beso profundo —su lengua invadiendo mi boca con sabor a mí misma— y me propuso continuar en el baño del avión.
Me paré primero, caminando hacia allá contoneando mis caderas como la reina que iba a recibir su premio, solo por ser guapa, mi falda balanceándose, mi pene aún duro rozando el encaje húmedo.
Me metí al baño, un espacio diminuto con luz fluorescente, y minutos que parecieron horas después, Marcus tocó y entró, verificando que nadie notara nuestra travesura. Saqué de mi bolso un preservativo y una pomada de labios líquida que humectaba mucho, usándola como lubricante improvisado.
Marcus me quitó la blusa con manos ávidas, dejando ver mi sostén de encaje rosa, que hizo a un lado para lamer mis pezones. Su lengua caliente rodeaba los botones erectos, succionando con fuerza, mordisqueando suavemente, enviando descargas eléctricas directas a mi pene, que palpitaba con dolorosa excitación mientras yo desabrochaba nuevamente su pantalón. Este cayó al suelo, seguido del bóxer, y con mi mano lo masturbé, sintiendo el grosor imposible en mi palma, las venas latiendo bajo mis dedos.

Se detuvo para darme oportunidad de colocarle el condón, enrollándolo sobre su longitud masiva, y lubricarlo con la pomada, que lo dejó resbaladizo y brillante. Él aprovechó para sentarme en el mini lavabo del baño, quitándome los pantis cacheteros rosados, que se puso en el cuello como un trofeo, exponiendo mi pene erecto y mis testículos depilados. Apuntó la punta de su pene en la entrada de mi ano, ejerciendo una presión ligera pero constante. Me tapé la boca para ahogar gemidos, tratando de relajar lo más posible; el único miembro que había recibido era el de Javier, y no era ni cerca del tamaño de Marcus. Por fin entró la cabeza, gruesa y redonda, estirándome al límite, sintiendo como si me partiera en dos, un dolor ardiente que se mezclaba con placer crudo, mi esfínter cediendo centímetro a centímetro. Di un gemido algo fuerte, tapándome la boca de nuevo, y él se detuvo, besándome tiernamente, acariciando mi pene ahora flácido por la intensidad, sus dedos rodeándolo con suavidad, masturbándome lento para relajarme, mientras besaba mi cara y cuello.
No mucho después, continuó introduciendo, y yo disfrutaba cada milímetro de penetración: la sensación de ser llenada, el grosor expandiendo mis paredes internas, rozando nervios sensibles que enviaban explosiones de placer por mi cuerpo, como si estuviera en Saturno, el éxtasis al mil por ciento. Me sentía tan llena que creía que explotaría, mi próstata presionada con cada avance, haciendo que pre-semen goteara de mi pene. En un momento, sentí su pelvis chocar contra mis testículos, y supe que me había entregado por completo —no después de semanas de coqueteo como con Javier, sino a un desconocido en un avión, tras unas palabras de mediación. Todo esto pasaba por mi mente mientras estaba en lencería, ensartada por una traza de carne de 20 cm en un avión, mi falda arrugada alrededor de la cintura.

Marcus comenzó a moverse rítmicamente, sacándome de mis pensamientos y dudas: embestidas lentas al principio, su miembro saliendo casi por completo, dejando un vacío momentáneo, para luego entrar de nuevo, golpeando profundo, rozando mi próstata con precisión que me hacía arquear la espalda. Volteé a ver el espejo y vi a una hermosa chica siendo penetrada por un monumental negro que me parecía hermoso, sus músculos flexionándose con cada thrust. Las embestidas se volvieron más potentes, el baño temblando ligeramente, su pene estirándome al máximo, la fricción lubricada enviando olas de placer que construían un orgasmo inevitable. No resistí más y me corrí, chorros calientes salpicando mi estómago y su camisa, mi ano contrayéndose alrededor de él en espasmos. Segundos después, sentí la explosión de Marcus: su miembro hinchándose, pulsando dentro de mí, el calor del semen filtrándose a través del preservativo, llenándome con una calidez profunda que prolongó mi clímax.

Después de terminar, me la sacó de golpe, y sentí un gran vacío en mis entrañas, un hueco doloroso y rico que me dejó jadeando. Me puso de pie, pero mis piernas temblaban tanto —los músculos internos aún contrayéndose, un dolorcito dulce en mi colita— que me tuve que sentar en el inodoro. Él se rio con cariño, me ayudó a ponerme la blusa no sin antes subirse los pantalones, pero mi panty no me lo quiso regresar: "Me la llevo como recuerdo de nuestra aventura", dijo con una sonrisa pícara. Se corrigió el peinado en el espejo y salió primero, verificando que nadie se diera cuenta. Yo esperé unos minutos hasta poder pararme, aún con ese dolorcito rico palpitando, acomodé mi cabello y falda, sintiendo el aire fresco en mi ano expuesto bajo la falda, y finalmente salí.

Cuando pasé por la sobrecargo, sentada en su lugar, me sonrió y guiñó un ojo, como si supiera exactamente qué había pasado. Yo reí nerviosa, ruborizándome, y caminé hasta mi asiento donde Marcus me esperaba sonriente. Me pasé a mi lugar, y él con un gesto amable me abrazó, recostándome en su pecho amplio y cálido. Tras un tierno beso en la frente, me quedé dormida abrazando a ese escultural hombre, sintiendo su corazón latir contra mi mejilla.


Cuando aterrizamos en NYC, Marcus me invitó a desayunar y darme un baño en su apartamento, lo cual acepté un poco emocionada, fantaseando con repetir la escena del avión antes de tomar mi vuelo hacia la normalidad de mi vida. Íbamos en el taxi, su mano en mi muslo de nuevo, cuando Mariana me llamó para confirmar si todo bien con mi vuelo. Tuve que contestar como hombre, bajando la voz a mi tono natural de Alejo, y Marcus se rio, sus ojos brillando con diversión. "Vaya, parece que esta princesita tiene secretos ocultos", dijo, y yo solo sonreí, besándolo para distraerlo, mi lengua enredándose con la suya en un beso que prometía más aventuras antes de que Axsy se despidiera para siempre. O eso creía.


El desayuno en Nueva York fue una experiencia que me dejó al borde del colapso emocional y físico. Caminar desde el taxi varias calles hasta el café con Marcus a mi lado era un desafío constante. Sin mi panty cachetero, perdido en el baño del avión como trofeo de nuestra aventura, me sentía expuesta al máximo. La falda plisada negra ondeaba con cada paso, y el aire fresco de la ciudad se colaba por debajo, levantándola sutilmente. Estaba segura de que más de uno alcanzaba a vislumbrar mi pene, que se balanceaba notoriamente bajo el plisado, su contorno marcándose con cada movimiento. Mi piel se erizaba, una mezcla de vergüenza y excitación recorriendo mi cuerpo.

Cuando llegamos al cafe, mientras Marcus, sentado frente a mí en la mesa, se reía con una gracia desconcertante. Pedimos café y bagels, pero su atención estaba en mí: sus manos grandes se deslizaban bajo la mesa, acariciando mis piernas desnudas, subiendo por mis muslos depilados hasta rozar mi pene con dedos juguetones. La falta de ropa interior hacía que cada toque fuera directo, mi erección creciendo evidente bajo la falda, mientras mi rostro se encendía en un rojo intenso. Me moría de la pena, intentando esconderme tras la mesa, pero era inútil: no había mantel que cubriera mi vergüenza.
Afortunadamente, los demás comensales, inmersos en su rutina neoyorquina, nos ignoraban, lo que me permitió relajarme un poco, dejando que la adrenalina se asentara mientras saboreaba el café.


Una vez en su departamento, un lugar moderno con vistas a la ciudad, Marcus me ofreció la ducha de su habitación. Entré con nervios, sintiendo el peso de la transformación que aún llevaba. Me desnudé por completo frente al espejo, quitándome la peluca castaña y dejando que mi cabello corto y masculino quedara a la vista. Mi cuerpo, aún suave por la depilación y las cremas, reflejaba una imagen ambigua que me desconcertó: sin maquillaje ni peluca, no me sentía como la chica que había sido en el avión. En ese momento, Marcus entró sin previo aviso. Me avergoncé profundamente al ser visto como hombre, cubriéndome instintivamente, pero él no pareció inmutarse. Con una sonrisa traviesa, me dio una nalgada juguetona y se puso a buscar toallas en el clóset, su actitud despreocupada aliviando un poco mi tensión. Luego, se desnudó también, y por primera vez lo vi completamente: un semental imponente, su piel oscura brillante bajo la luz, músculos definidos y un miembro flácido pero impresionante que me dejó con la boca abierta.
Se acercó y me besó, sus labios firmes contra los míos aún maquillados, y aunque mi cuerpo desnudo y la falta de peluca reflejaban a Alejo en el espejo —una imagen que no me llenaba como chica—, la sensación de su contacto me hizo dudar.Le pedí que me permitiera ducharme sola, necesitando un momento para procesar. Él aceptó a regañadientes y salió a bañarse en el baño común.

Me desmaquillé bajo el agua caliente, dejando que el maquillaje se disolviera y con él, un poco de mi inseguridad. Al salir, me senté en su tocador y saqué mi bolsa de maquillaje, decidida a resurgir como Axsy con un look ardiente: apliqué una base impecable para unificar mi piel, sombras oscuras con destellos plateados que resaltaban mis ojos, delineador grueso para un efecto felino, pestañas postizas largas y curvadas, rubor rosado en los pómulos y un labial rojo sangre que gritaba seducción. Me puse un body de encaje negro, con un escote profundo, y en la parte inferior terminaba como tanga, abrazando mis caderas y dejando mi pene apenas contenido, un diseño que nunca había usado por falta de tiempo pero que quise estrenar para Marcus. Completé con tacones altos de aguja negros, elevándome con elegancia, y encima un vestido corto sin mangas, super sexy, de tela brillante que se adhería a mis curvas. Ya no me sentía la niña coqueta de Javier; ahora era una mujer que seducía a su hombre, segura de mi poder.

Cuando salí a la sala, Marcus estaba sin camisa, solo con un pants sin bóxer que dejaba nada a la imaginación: el contorno de su erección era evidente, y sostenía una cerveza en la mano. Al verme, se quedó con los ojos en blanco, silbó y repitió aquella frase mágica que encendía mis pasiones más bajas: "Luces perfecta". Me sirvió un trago y me senté enfrente de él en un sillón ocasional, cruzando las piernas con deliberada sensualidad, mirándolo con una cara decidida de que me hiciera suya de nuevo. Al terminar su cerveza, puso música con un ritmo sensual y me pidió que le bailara sexy. Obedecí, moviéndome con pasos seductores, femeninos, mi cuerpo contoneándose como mujer, el vestido subiendo ligeramente con cada giro. Su erección creció notablemente bajo el pants, y yo, en mi baile, le daba repegones con mi trasero, sintiendo ese trozo de carne que me había hecho tan feliz en el avión, su dureza presionando contra mí a través de la tela.

No se resistió más: con su descomunal fuerza, me cargó, llevándome besando hasta su cama, sus labios devorando los míos con urgencia. De pie por un costado de la cama, me volteó de espaldas y dejó caer mi vestido, revelando la hermosa lencería negra de encaje que abrazaba mi cuerpo. Me sentía tan sensual que tomé el control: me voltee, me arrodillé y liberé nuevamente su miembro, esta vez sin preámbulo. Lo introduje en mi boca, probando su líquido preseminal salado y dulce, mi lengua lamiendo la cabeza gruesa, explorando cada vena mientras mi garganta se abría para tragarlo. Me sentía tan entregada que intenté introducirlo completamente, provocando arcadas que mezclaban placer y esfuerzo, mis labios estirados al máximo alrededor de su grosor. Estuve así unos 20 minutos, chupando con devoción, mi saliva goteando por su eje, queriendo el sabor de su semen en mi boca. Aumenté el ritmo, succionando con fuerza, hasta que sentí que se endurecía con extremo, y finalmente liberó 3 o 4 chorros abundantes de semen que inundaron mi boca, caliente y espeso, deslizándose por mi garganta mientras mis ojos subían a ver la cara de satisfacción de mi hombre, su expresión de éxtasis grabándose en mi mente. Me besó, y estuvimos acariciando cada centímetro de nuestros cuerpos, sus manos explorando mis curvas, las mías trazando sus músculos, hasta que recuperó la erección.

Me puso en posición de perrito en la cama, y yo, arqueando mi espalda al máximo, dejé mi vagina anal a su entera disposición, expuesta y vulnerable. No me hizo esperar: comenzó a chuparme, su lengua caliente y húmeda lamiendo mi entrada, explorando los pliegues sensibles, succionando con una intensidad que me transportó a las nubes. Jamás me habían hecho eso, y la sensación era abrumadora: un placer húmedo y profundo que hacía temblar mis piernas, mi pene goteando pre-semen contra las sábanas.
Escuché cómo sacaba un preservativo del buró, lo colocó y me llenó de lubricante, apuntando nuevamente su pene en mi entrada. Comencé a sentir cómo se abría paso en mis entrañas, esta vez con más facilidad gracias a la preparación previa, pero la posición de perrito tocaba cosas distintas, nervios nuevos que enviaban descargas eléctricas por mi columna, creando sensaciones más excitantes. La postura me hacía sentir tan vulnerable, tan entregada, mi cara presionada contra la cama mientras él comenzaba a bombear, cada vena de su pene rozando mis paredes internas, sus monumentales testículos chocando contra los míos con un ritmo hipnótico.
El placer creció como una ola, mi cuerpo temblando, y nuevamente terminé primero, ensuciando sus sábanas con chorros calientes que salpicaron mi estómago y su cama, mi ano contrayéndose alrededor de él en espasmos. Varias embestidas después, me presionó contra la cama, terminando también, su miembro pulsando dentro de mí, el calor del semen filtrándose a través del preservativo, llenándome con una satisfacción profunda. Quedé exhausta, tirada en la cama, mi cuerpo sudoroso y tembloroso, y me dormí sin saber nada de mi alrededor, el eco de mi propio gemido "¡Sí, soy mujer!" resonando en mi mente.

Cuando desperté, estaba recostada en el pecho de Marcus, aún con mi lencería negra y él sin camisa, su piel cálida contra la mía. Vi que se había hecho de noche, y me alarmé al recordar mi vuelo. Desperté a Marcus y le pedí que me llevara, pero permitiéndome cambiarme como hombre. Él accedió, y tomé mi ropa guardada para el regreso: boxers masculinos que se sentían extraños después de tanto tiempo, un pants, tenis y una playera de algodón blanca, esta vez masculina. Me metí al baño, me desmaquillé, me duche y guardé la peluca en la maleta y me transformé de nuevo en Alejo. Al salir, noté que mi maleta con la ropa de chica no estaba. Busqué a Marcus, quien con una sonrisa me dijo que la guardaría él: "Para cuando quieras volver a sacar a la chica que vive en ti, visítame en NYC". Reí nervioso, enmudecido; la idea me habría parecido ilógica hace unos meses, pero ahora, después de lo que me había hecho sentir, no me parecía tan loca.
Me dio una tarjeta con su número y quedamos en reglas de comunicación para que nuestras parejas no sospecharan nada. La idea de tener a mi amante en NYC me excitaba, cambiando por completo mis planes, pero accedí. Tomé la tarjeta, y tras un último beso apasionado —su lengua enredándose con la mía, sus manos apretando mi cintura—, me llevó al aeropuerto.

Antes de despedirnos en la barra, me dio un último agarron de nalgas, diciendo: "Eres mía". Yo lo miré, sonreí, y enviándole un beso a la distancia, me alejé, dejando a Axsy suspendida en el aire, lista para regresar cuando el destino lo permitiera.

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