You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Perversa - Parte 2

Bueno, retomando la escritura. Leyendo lo que escribí antes me doy cuenta que, sin quererlo, por ahí me describí erroneamente o quizás di otra impresión de mi. Más puntualmente de cómo me manejo con ésto. Alguien que lo leyera quizás pensaría que soy una puta irrefrenable y que me estoy volteando gente asi dia por medio, pero la verdad que no es así para nada.

De hecho, si se quiere creer o no, después de lo que pasó en la estancia a mis 16 y 18 años, durante muchos años no lo volví a hacer. Me refiero al estar con ese tipo de gente. No lo volví a hacer hasta mis 27 años. Por supuesto que el deseo de hacerlo siempre lo tuve durante esos años, no me había desaparecido, pero no era algo que me desvivía por hacer. A veces por miedo, lo reconozco, pero la mayoría de las veces lograba contenerme, distraerme o directamente hacer el deseo a un lado.

Lo venía piloteando todo muy bien hasta que me casé.

Honestamente yo hubiese estado perfectamente feliz y contenta de tener ésta parte de mi bien íntima y secreta, sin nunca hacer nada, si por lo menos mi nueva vida de esposa me hubiese brindado algún tipo de satisfacción sexual. Pero no. Yo ya sabía de antes de casarme que mi marido, aun antes de casarnos cuando eramos novios, no era muy bueno en la cama. O no, en realidad debería calificar bien lo que digo. Quiero decir que no era muy bueno para mí. Quizás a otras mujeres mi marido les resultaría perfectamente normal y la pasarían bien. No lo sé. Lo que sí supe desde la primera vez que tuvimos intimidad sexual era que iba a ser muy difícil que me satisfaciera, más allá de lograr algún orgasmo de vez en cuando.

No es que mi marido hiciera algo mal. Tan boludo no es. Pasa que es absolutamente normal. Aburridamente normal. Hace lo que tiene que hacer, lo hace aceptablemente y a otra cosa. A veces yo alcanzo un orgasmo, la mayoría de las veces no. Hasta ahí me imagino que es normal y algo que quizás a muchas mujeres les pase. No creo que nadie esté cien por cien satisfecha con su pareja y le debe pasar a los hombres también.

El problema es que yo había arrancado en el cielo y de pronto, con mi marido, me bajaron a la tierra. Cuando me acordaba de los orgasmos enormes que me habían dado aquellos dos morochos en la estancia, primero los dos y después el gordo solo… no había comparación con ésto. Era completamente distinto. Mi marido me hacía el amor, y estaba bien. Pero aquellos dos me cogieron. Me cogieron como un macho coge a una hembra. Hay una diferencia que es groseramente evidente y yo me di cuenta muy rápido que a mi en la vida lo que me gusta, lo que me gusta en serio, es que me cojan. Ser usada burdamente por un macho, para mi, es inigualable. Y si encima el macho era del tipo que ya sabemos… bueno. No había forma que mi marido, ya sea por su naturaleza o por sus acciones, me pudiera llegar a complacer como yo quería.

Nos casamos cuando yo tenía 25 años y al principio traté de pilotearla. De llevarla lo mejor posible. Y lo logré los dos primeros años. Pero después de eso no pude. Se juntaron varias cosas para esa época que me hicieron poner peor, en cuanto a éste deseo. Las ganas que yo llevaba bien controladas, poco a poco para esa época se empezaron a hacer más fuertes y más intensas. Por empezar yo ya llevaba, entre noviazgo y matrimonio, varios años de insatisfacción sexual (y quiero aclarar que solamente era sexual la insatisfacción, ya que en todas las demás áreas estaba bien con él). Sumado a eso, él empezó a trabajar más tiempo y más seguido. Él ya no estaba tanto en casa y las horas que pasaba sola iban aumentando. No era que me molestaba el estar sola, pero si me molestaba como el no tenerlo ahí al lado me hacía trabajar la cabeza inconscientemente, imaginándome todo lo que podría estar haciendo y sintiendo.

Tanto mi cuerpo como mi mente me estaban pidiendo a gritos la satisfacción que necesitaban. La satisfacción verdadera, quiero decir.

El tema era que me tenía que animar a volver a hacerlo. Algunos días lo sentía posible, otros me parecía como un escalón demasiado alto como para poder subir. Además había un tema de practicidad también. Como lo iría a hacer? Yo estaba en casa en Pilar, vivimos en un barrio semi cerrado donde no hay ese tipo de gente, más que los que vienen en algún momento a arreglar algo, cortar el césped o cosas así. Tampoco me daba, o me animaba en ese momento, a salir por ahí a buscar mi satisfacción de alguna manera. Sí, con el tiempo por supuesto que eso lo hice, pero en ese momento me daba algo de miedo el pensar en hacerlo. Me parecía en ese momento un problema difícil de solucionar, hasta que un día la solución se presentó casi sola.

Un sábado a mi marido se le ocurrió que fuéramos a comer una pizza por ahí, a algún lugar. Fuí gustosa, era algo para hacer y la pasamos bien. Y fue ahí cuando se me prendió la lamparita. El restaurant al que fuimos tenía delivery propio. Ésto fue varios años antes de que se hicieran populares las apps de delivery y todo eso. Así que mientras estábamos sentados comiendo no pude evitar ver a los pibes que constantemente entraban y salían para tomar y llevar pedidos. Y, claro, había un par que eran exactamente mi target. No iba a hacer nada en ese momento, pero me hice una linda nota mental mientras le sonreía a mi marido, haciéndome la que lo escuchaba.

Si Mahoma no puede ir a la montaña, entonces que la montaña me traiga una pizza algún día que mi marido no estuviera. Sería lo ideal. Para ese entonces yo ya estaba totalmente pasada de deseo y necesidad de satisfacer mi “problema”. Claro que no podía llamar a la pizzería y decirles que me viniera a entregar tal o cual, era cuestión de suerte, pero con probar no perdía nada.

Un par de semanas después finalmente lo hice. Un viernes que mi marido estaba trabajando en capital, como todos los días de semana.

Recordándolo ahora me da un poco de risa, pero yo hasta me había arreglado un poquito para recibir la pizza. Un poquito más sexy. Pobrecito el pibe, cuando vino a entregar el pedido no me podía sacar los ojos de las tetas y del escote. A mi por supuesto que ni me importaba, al contrario, me calentaba más sentir como me deseaba ahí mismo. Me acuerdo que era bien turrito, de los que me gustan. Pelo negro cortito, piel café con leche. Era más bajito que yo, pero apenas. Por ahí era nada más nuestro calzado que daba esa impresión. Le recibí la pizza, le pagué y le di charla por un rato ahí en la puerta de casa, tratando de demostrarle mi interés, siendo extra sexy y simpática. Se ve que el pibe cazó la onda enseguida porque no se iba. Habremos estado unos cinco minutos ahí charlando hasta que al final me dijo que se tenía que ir a seguir trabajando. Ahí fue cuando directamente se la tiré, a ver que hacía. Le pregunté a qué hora terminaba, me dijo que en unas tres horas o algo así. Que cortaba, se volvía a la casa y volvía al turno noche a eso de las 8.

Yo directamente le sonreí y le dije si no quería venir a casa en vez de volverse a la suya, que mi marido no iba a estar. Se le iluminó la carita y me dijo que si. Para evitar problemas con la seguridad de donde vivíamos, cuando se fue llamé a la guardia de la entrada y les avisé que me iban a traer después el vuelto del pedido que el pibe no tenía encima. Simple.

Volvió como dijo a eso de las tres horas. Y la verdad no perdimos mucho tiempo. Al ratito de llegar ya nos estábamos besuqueando y metiendo mano por todos lados, y yo estaba en la gloria. En la gloria de calentura y de la anticipación de lo que iba a volver a hacer, por fin después de tanto tiempo. Para evitar cualquier problema me lo llevé al pibe a la habitación de huéspedes que tenemos, porque sabía que mi marido ni iba a entrar ahí cuando volviera. De paranoica nada más no quería dejar nada deshecho ni alguna evidencia que había pasado algo en nuestro cuarto o en el living.

Una vez ahí nos seguimos apretando y tocando. No se si el pibe, pobrecito, estaría nervioso o lo estaría sobrepasando un poco la situación, pero la verdad que más que besarme y tocarme no estaba haciendo. Así que la que tuvo que apretar el acelerador fui yo al principio. Después de besarnos un ratito yo misma le saqué las bermudas que tenía y le empecé a chupar la pija.


Perversa - Parte 2


rubia


Que placer. Que hermoso placer. Los escalofríos que me recorrían el cuerpo al sentir una vez más, después de tanto tiempo, una linda verga de morocho en la boca. Oir los gemidos de placer que le estaba dando. Cómo lo disfrutamos los dos. Yo no me quería pasar de rosca y hacerlo acabar, pero me acuerdo la ganas con las que chupé esa verga amarronada y es el día de hoy que aún me excita, después de tanto tiempo. Me sentía liberada y complacida por fin.

El pibe seguía sin poder creer la situación y lo que le estaba pasando, creo. No me decía mucho, lo notaba un poco nervioso. Disfrutando de todo el placer que mi boca le estaba dando, seguro, pero no estaba para nada relajado.

Ahí fue cuando me largué y me saqué la ropa. El hizo lo mismo mientras me miraba azorado. Le dije directamente que quería que me cogiera. Que necesitaba que me cogiera. Sentía mi vagina ya temblando dulcemente de anticipación cuando me puse en cuatro delante de él y me ofrecí completa, como había hecho tantas otras veces en la estancia. Regalada por completo a ese machito, a ese turrito, para que hiciera conmigo lo que quisiera.

Cuando sentí de nuevo una verga de esas entrándome, lo juro, me dió como un latigazo de placer. Me cuesta describirlo. El pibe no estaba haciendo nada raro. De hecho, creo que seguía bastante nervioso tratando de cogerme, pero a mi no me importaba. Solo sentir esa verga de guachín entrando y abriéndome la concha después de tanto tiempo para mi era la gloria misma. El corazón me explotaba en el pecho y pese a que el pibe no estaba realmente haciendo mucho, yo empecé a gritar y gemir mi placer como una hija de puta.



Negro



infidelidad


Tan perdida estaba yo en mi placer que ni me daba cuenta de lo que hacía él o que tan cerca estaba el de acabar. No duró mucho. Me cogió apenas un ratito así y enseguida sentí que me la sacó. Pronto lo sentí eyacularme en la cola y en la espalda mientras oía sus gemidos, sintiendo la dulce y calentita liquidez de su semen sobre mi piel. Me dió un poco de decepción, la verdad. Me hubiese gustado que durara más y que me llenara bien con toda su eyaculación. Pero habría tiempo, pensé en ese momento. Y tenía razón.

Que hermosos son los guachitos de esa edad. La mayoría están calientes todo el tiempo y siempre llevan tres o cuatro balas en la recámara, si una sabe cómo sacárselas. Nos quedamos ahí acostados entre besos y caricias hasta que tan solo un ratito después él solito me montó encima de él y me entró de nuevo, lo que me hizo casi delirar de placer. Ya se le habían ido los nervios, aparentemente, y mientras su verga disfrutaba mi concha de chetita sus manos y su boca parecían consumirme las tetas.

Y yo estaba de nuevo en el cielo.

Nos cogimos hermoso los dos. Él dándome verga con sus caderas y yo igualando sus bombeadas con las mías, haciéndolo entrar en mi hasta los huevos con cada embestida. Me sacó un orgasmo increíble ahí, así, mientras sentía como esa verga marrón me abría en dos y el pendejo me decía entre gemidos lo puta de mierda que yo era. Que hermoso era sentir esa verga marrón dentro mío y cómo él disfrutaba de mi cuerpo.



pervertida



villero


Yo acabé dos veces así, encima de él. La sensación de estar siendo cogida por un hombre así, con esa verga llenándome y sus manos disfrutándome la piel era demasiado. Y yo tenía demasiado que soltar y liberar. Años de frustración para hacer volar.

Como él no había acabado todavía, salí y me acosté, abriéndome de piernas para él. Yo deseaba sentir, necesitaba sentir mejor dicho, cómo la leche de un negro de éstos me llenaba por dentro. Y se lo dije. Le dije directamente que quería sentir como me llenaba de verga y de leche. Que quería que me hiciera un bebé ya, ahí mismo.

La cogida que me dió el pendejo asi de alentado… realmente creo que me faltan las palabras para describir cómo se debe. Éramos dos animales amándose, cogiéndose, violentándose. Se me puso encima, me abrió de piernas a más no poder y le dió una cogida a mi pobre conchita que me hacía vibrar todo el cuerpo. Hasta que por fin llegó el momento mágico en que lo sentí tensarse dentro mío, gritarme en la cara y nuevamente la inigualable sensación de una verga de groncho llenándome bien, toda, completa, con ese semen exquisito. Acabamos los dos juntitos, aferrándonos y gritando como dos bestias.



Perversa - Parte 2


Que hermoso fue haber podido acabar así otra vez. Poder sentirme usada otra vez, de esa manera, después de tanto tiempo. Y cuánto lo había necesitado. Yo tomaba anticonceptivos, no iba a pasar nada, pero juro que pensar que quedaba embarazada del pibe ahí en ese instante me prolongaba el orgasmo de alguna manera. No sé, no puedo explicarlo. Como que me perdía en la sensación de ese semen caliente dentro mío y que, por unos pocos segundos aunque sea, lo único que quería en la vida era darle un hijo a éste turrito que se estaba vaciando en mi.

Con mi marido por supuesto que de vez en cuando salía el tema de los hijos, pero para ninguno de los dos era el momento. Yo solo tenía 27 años y por supuesto no quería, y para él todo el tema de tener un hijo era algo que alguna vez seguramente querría, pero no le importaba demasiado ahora.

Pero ésto era distinto. Este era un macho en serio cogiéndome, deseándome, disfrutando hasta lo más íntimo de mi, usándome. Y con un macho así yo sí lo quería, aunque fuese como ya dije por unos segundos. Pensaba en los dos negros de la estancia, hacía ya tantos años. En cómo me habían violado y disfrutado y en cómo, aunque sea por un tiempo, había llevado sus hijos dentro mío. Y pensar eso me hacía feliz.

Pero volviendo al presente de esa situación en casa, la pasé muy bien con ese villerito. Y él también. Se quedó un par de horas más en casa donde seguimos haciendo cositas. Realmente la pasamos muy bien los dos. Y no fue la última vez que vino a casa, con la excusa de los pedidos. No muy seguido, yo de paranoica tampoco quería abusar con que me estuviese visitando todo el tiempo, pero más de una vez volvió. Y más de una vez me hizo pasarla muy bien. Con el tiempo no lo vi más. Habrá cambiado de trabajo. Desapareció.

Pero a mi mucho no me importaba. No estaba obsesionada con él ni mucho menos. Me gustaba como me cogía, el tipo de hombre que era, la pasaba bien cuando venía y nada más. No estaba ni enferma ni adicta a que me cogieran así ni mucho menos. Nada más era una hermosa satisfacción y distracción que yo me daba de vez en cuando, para aplacar mis deseos particulares y sólo cuando lo necesitaba.

Con el tiempo me fui animando a más. A mucho más. Creo que era una cuestión para mí de ir probando más cosas y ver dónde tenía yo mi límite. No me interesa contar mucho ni escribir mucho sobre eso. Pero si hubo dos oportunidades que sucedieron mucho tiempo después que creo que sería apropiado y necesario contarlas. Son de alguna manera especiales para mi y ya lo haré cuando tenga ganas de escribir de nuevo.

Ah, por supuesto el imbécil de mi marido ni se enteró ni se dió cuenta de nada de lo que hice con ese villerito del delivery. Cuando él volvía a casa, ahí no había pasado nada y yo estaba normal, como siempre.

Que boludazo, por Dios.

3 comentarios - Perversa - Parte 2

luisferloco
excelente como va la historia, como todas las anteriores
julietanay
Excelente relato . Vamos por más episodios.+10