Seis meses después, en pleno invierno, la ciudad estaba helada. El viento cortaba como cuchillo, y las calles parecían desiertas bajo la llovizna constante. Los tíos se habían ido de viaje a visitar a unos parientes en el interior, dejando la casa en un silencio que pesaba. Caro me había mandado un mensaje una semana antes, corto y directo: “Vení a casa el viernes. Sola. Traé ganas y un vinito, primito”. No respondí, pero mi pija ya estaba dando saltos solo de imaginarla. Desde aquella noche, no había pasado un día sin que me pajeara pensando en su concha, en cómo me había chupado la pija, en el ruido húmedo de sus dedos entrando y saliendo de su culo. Era una obsesión, una fiebre que no se iba. La minas que me cojia en el centro solo me hacian acordar a ella. Si una puta gemia la escuchaba a ella. Si otra puta me pedia la leche en al cara, era la cara de Carolina.
Despues de pensarlo bastante poco, llegué a su casa pasadas las nueve, con un buzo grueso y los huevos apretados por el frío. Toqué el timbre, y Caro abrió la puerta envuelta en una bata de polar negra que apenas le cubría los muslos. Sus piernas brillaban bajo la luz dicroica del pasillo, y el olor a perfume Natura mezclado con su piel me pegó como un cachetazo. “Entrá, boludo, que hace un frío de cagarse”, dijo, con esa sonrisa filosa que me ponía duro al instante. Sus dientes blanco y perfefectamente ordenados solo me invitaban a cojerle la boca. Cerró la puerta, y sin darme tiempo a nada, se acercó y me dio un beso rápido, pero con lengua, como si quisiera marcar territorio. “Te extrañé, primito. ¿Seguís siendo el mismo enfermo de siempre?”, murmuró, y su mano bajó directo a mi jean, apretándome la pija que ya estaba dura como piedra.
La casa estaba caldeada por una estufa a gas, y el aire olía a café y a algo dulce, como si Caro hubiera estado cocinando flan con dulce de leche. Pero no me importaba. Solo podía pensar en arrancarle esa bata y metérsela hasta que los dos quedáramos hechos mierda. Mi mente estaba en su concha y hasta donde podria llegar con mi lengua. “Tranquilo, pajero, que tenemos toda la noche”, dijo, riéndose, y me llevó de la mano a su pieza. La cama estaba deshecha, con sábanas grises arrugadas y un par de tangas negras tiradas en una esquina. En la mesita de luz había una botella de vino a medio tomar y un porro a tirando un poco de humo. La ventana estaba cerrada, pero se colaba un hilo de frío que hacía que el ambiente se sintiera más íntimo, como si el mundo afuera no existiera.
Caro se sentó en la cama, cruzó las piernas y abrió un poco la bata, dejando ver que no tenía nada debajo. Su concha estaba a la vista, depilada, con los labios delgados y hermosos de siempre y un brillo que me daban ganas de sacarle una foto. Sus tetas, firmes y con los pezones duros por el frío, se marcaban contra la tela. “Mirá cómo me pones la nena, primito. Todo el día pensando en esa pija gorda tuya”, dijo, y se pasó un dedo por la concha, abriéndola para mostrarme lo mojada que estaba. El olor de su calentura llenó la pieza, y mi pija dio un salto en el jean, goteando la lechita de siemrpe como si ya no pudiera más. Me imaginaba chupándole esa concha hasta que se le acabaran los gemidos, metiéndole la lengua en el culo mientras ella me pedía más, o quizás atándola a la cama y cogiéndola por el orto hasta que no pudiera caminar.
“Desnudate, boludo. Quiero verte”, ordenó, y yo obedecí como perro. Me saqué el buzo, la remera, el jean, y quedé en bóxer, con la pija marcándose como una carpa. Caro se mordió el labio y se acercó, gateando por la cama hasta quedar frente a mí. “Qué lindo pijón, primito. Siempre me pongo loca con esta verga. Me encanta como se te hinchan las venas y esa cabeza mojada y gorda”, dijo, y sin esperar, me bajó el bóxer de un tirón. Mi pija saltó libre, dura, con la cabeza brillante de saliva de semen y las venas marcadas. Ella la agarró con las dos manos, apretándola fuerte, y el calor de sus dedos pegajosos me hizo temblar. “Mirá cómo gotea, enfermo. Esto es todo para mí, ¿no?”, dijo, y sin darme tiempo a responder, me dio una lamida larga, desde los huevos hasta la punta, saboreando cada centímetro como si fuera un Picodulce.
Juro que casi me caigo. Su lengua era caliente, húmeda, y cuando se metió la cabeza en la boca, chupando con fuerza, sentí que me iba a desmayar. “Qué rica pija, primito. Me la quiero tragar toda”, murmuró, y empezó a mamar como si no hubiera un mañana, metiéndosela hasta la garganta mientras con una mano se masajeaba la concha. Yo le agarré el pelo, empujándola un poco, y ella gemía con la boca llena, vibrando contra mi pija. “Así, putita, chupá bien”, le dije, perdiendo el control, y ella me miró con los ojos brillando, como si le encantara que le hablara sucio. "te gusta que te coja la boca puta de mierda? le dije y respondio cerrando los ojos de calentura.
De repente, sacó mi pija de su boca con un chasquido húmedo y se puso de pie, dejando caer un chorro de baba a la alfombra. Ella estaba desnuda, con la piel erizada por el frío y los pezones como dos piedras. “Ahora me toca a mí, boludo. Quiero que me hagas acabar como puta”, dijo, y se tiró en la cama, abriendo las piernas de par en par. Su concha estaba roja, hinchada, chorreando, tan mojada que el culo ya brillaba como la concha. Se abrió los labios con los dedos, mostrando el clítoris duro y el agujero que parecía latir. “Vení, chupámela. Quiero tu lengua adentro. Y despues me chupas bien el culo”, ordenó, y yo no necesitaba que me lo dijera dos veces.
Me tiré entre sus piernas, y el olor de su concha me pegó como un mazazo. Era dulce, salado, puro sexo. Le di una lamida larga, desde el culo hasta el clítoris, y Caro soltó un gemido que retumbó en la pieza. “¡Así hijo de puta, cojeme con la lengua!”, gritó, agarrándome el pelo para empujarme más contra ella. Chupé con ganas, metiéndole la lengua lo más profundo que podía, saboreando cada gota de su humedad. Su clítoris estaba duro, y cuando lo lamí en círculos, ella empezó a temblar, apretándome la cabeza con los muslos. “¡Qué rico, boludo, no pares!”, gemía, y yo le metí dos dedos en la concha, sintiendo cómo apretaba, mientras con la lengua seguía en su culo, que se abría y cerraba con cada gemido.
Estaba tan caliente que me imaginaba cogiéndola en todas las formas posibles: de perrito, con su culo en pompa mientras le daba nalgadas; contra la pared, levantándola con la pija adentro; o incluso con otra mina, las dos chupándome la pija mientras se besaban. Mi pija goteaba en la sábana, y cada gemido de Caro me llevaba más al borde. “Basta, primito, cojeme ya. Quiero pija adentro”, dijo de repente, empujándome para que me subiera encima.
Me puse entre sus piernas, y sin pensarlo, le metí la pija de una. Estaba tan mojada que entró fácil, pero su concha apretaba como un puño, chupándome la verga con cada movimiento. “¡Qué rico, boludo, rompeme la concha!”, gritó, y empezó a moverse contra mí, marcando un ritmo salvaje. Yo le daba con todo, sintiendo cómo su calor me volvía loco, sus tetas rebotando con cada embestida. “Pegame, degenerado de mierda, dame una cachetada”, pidió, con la voz rota, y le di un cachetazo en la mejilla, no muy fuerte. “Más fuerte, pelotudo, haceme doler”, insistió, y le di otro, dejando una marca roja. Ella se rió, gimiendo más fuerte. “¡Así, hijo de puta, cogeme como puta!” "Pellizcame los pezones, sacame sangre"
Le tapé la boca con una mano para que no gritara tanto, y ella me mordió los dedos, chupándolos como si fueran otra pija. “Sos una puta de mierda, Caro”, le dije, y ella asintió, con los ojos brillando de calentura. Lagrimeaba de placer la muy puta. “Dame más, boludo, llename de leche, metemela en el culo”, gruñó, y yo no podía más. La concha me apretaba tanto que sentía que iba a explotar. Saque la pija para colarsela en el orto y le dije“Caro, estoy a punto de acaberte toda”, dije, y ella me empujó con las piernas, abriendo bien el culo “Adentro, primito, llename toda”, ordenó, y eso fue todo.
Le meti la cabeza en el culo despacito, y despues toda la pija. entro como si ya estuviera todo abierto ese culo, sin ningun problema. Pero no aguanté, el borbo de tener la pija en el culo de mi prima fue demasiado. Exploté, echándole chorro tras chorro adentro, mientras ella temblaba y se mordía la mano para no gritar. Su concha latía y su culo temblaba alrededor de mi pija, ordeñándome hasta la última gota. Cuando terminamos, los dos estábamos agitados, transpirados, con la cama oliendo a sexo y la sábana empapada. Caro se rió, todavía con mi pija adentro, y me dio un beso sucio, con lengua. “Sos un enfermo, primito. Pero me encanta cómo me cogés”, dijo, y se acomodó como si nada, con mi leche chorreándole por la concha y el culo.
De repente, sonó su celular en la mesita. Lo agarró, miró la pantalla y sonrió. “Uy, mirá, es Josefina. Quiere venir a tomar algo. ¿Que le digo, primito?”, dijo, con esa mirada que me decía que la noche estaba lejos de terminar. Mi pija, que seguía medio dura, no me dejaba pensar. No sabía si estaba listo, pero la idea de Caro con otra mina, las dos desnudas, chupándose y pidiéndome pija, me volvió a calentar como si no hubiera acabado hace dos segundos.
“¿Qué decís, pajero? ¿Te la bancás o te vas a cagar?”, insistió, y yo solo pude sonreír, con el corazón a mil y la cabeza llena de fantasías que no iba a dejar pasar.
Despues de pensarlo bastante poco, llegué a su casa pasadas las nueve, con un buzo grueso y los huevos apretados por el frío. Toqué el timbre, y Caro abrió la puerta envuelta en una bata de polar negra que apenas le cubría los muslos. Sus piernas brillaban bajo la luz dicroica del pasillo, y el olor a perfume Natura mezclado con su piel me pegó como un cachetazo. “Entrá, boludo, que hace un frío de cagarse”, dijo, con esa sonrisa filosa que me ponía duro al instante. Sus dientes blanco y perfefectamente ordenados solo me invitaban a cojerle la boca. Cerró la puerta, y sin darme tiempo a nada, se acercó y me dio un beso rápido, pero con lengua, como si quisiera marcar territorio. “Te extrañé, primito. ¿Seguís siendo el mismo enfermo de siempre?”, murmuró, y su mano bajó directo a mi jean, apretándome la pija que ya estaba dura como piedra.
La casa estaba caldeada por una estufa a gas, y el aire olía a café y a algo dulce, como si Caro hubiera estado cocinando flan con dulce de leche. Pero no me importaba. Solo podía pensar en arrancarle esa bata y metérsela hasta que los dos quedáramos hechos mierda. Mi mente estaba en su concha y hasta donde podria llegar con mi lengua. “Tranquilo, pajero, que tenemos toda la noche”, dijo, riéndose, y me llevó de la mano a su pieza. La cama estaba deshecha, con sábanas grises arrugadas y un par de tangas negras tiradas en una esquina. En la mesita de luz había una botella de vino a medio tomar y un porro a tirando un poco de humo. La ventana estaba cerrada, pero se colaba un hilo de frío que hacía que el ambiente se sintiera más íntimo, como si el mundo afuera no existiera.
Caro se sentó en la cama, cruzó las piernas y abrió un poco la bata, dejando ver que no tenía nada debajo. Su concha estaba a la vista, depilada, con los labios delgados y hermosos de siempre y un brillo que me daban ganas de sacarle una foto. Sus tetas, firmes y con los pezones duros por el frío, se marcaban contra la tela. “Mirá cómo me pones la nena, primito. Todo el día pensando en esa pija gorda tuya”, dijo, y se pasó un dedo por la concha, abriéndola para mostrarme lo mojada que estaba. El olor de su calentura llenó la pieza, y mi pija dio un salto en el jean, goteando la lechita de siemrpe como si ya no pudiera más. Me imaginaba chupándole esa concha hasta que se le acabaran los gemidos, metiéndole la lengua en el culo mientras ella me pedía más, o quizás atándola a la cama y cogiéndola por el orto hasta que no pudiera caminar.
“Desnudate, boludo. Quiero verte”, ordenó, y yo obedecí como perro. Me saqué el buzo, la remera, el jean, y quedé en bóxer, con la pija marcándose como una carpa. Caro se mordió el labio y se acercó, gateando por la cama hasta quedar frente a mí. “Qué lindo pijón, primito. Siempre me pongo loca con esta verga. Me encanta como se te hinchan las venas y esa cabeza mojada y gorda”, dijo, y sin esperar, me bajó el bóxer de un tirón. Mi pija saltó libre, dura, con la cabeza brillante de saliva de semen y las venas marcadas. Ella la agarró con las dos manos, apretándola fuerte, y el calor de sus dedos pegajosos me hizo temblar. “Mirá cómo gotea, enfermo. Esto es todo para mí, ¿no?”, dijo, y sin darme tiempo a responder, me dio una lamida larga, desde los huevos hasta la punta, saboreando cada centímetro como si fuera un Picodulce.
Juro que casi me caigo. Su lengua era caliente, húmeda, y cuando se metió la cabeza en la boca, chupando con fuerza, sentí que me iba a desmayar. “Qué rica pija, primito. Me la quiero tragar toda”, murmuró, y empezó a mamar como si no hubiera un mañana, metiéndosela hasta la garganta mientras con una mano se masajeaba la concha. Yo le agarré el pelo, empujándola un poco, y ella gemía con la boca llena, vibrando contra mi pija. “Así, putita, chupá bien”, le dije, perdiendo el control, y ella me miró con los ojos brillando, como si le encantara que le hablara sucio. "te gusta que te coja la boca puta de mierda? le dije y respondio cerrando los ojos de calentura.
De repente, sacó mi pija de su boca con un chasquido húmedo y se puso de pie, dejando caer un chorro de baba a la alfombra. Ella estaba desnuda, con la piel erizada por el frío y los pezones como dos piedras. “Ahora me toca a mí, boludo. Quiero que me hagas acabar como puta”, dijo, y se tiró en la cama, abriendo las piernas de par en par. Su concha estaba roja, hinchada, chorreando, tan mojada que el culo ya brillaba como la concha. Se abrió los labios con los dedos, mostrando el clítoris duro y el agujero que parecía latir. “Vení, chupámela. Quiero tu lengua adentro. Y despues me chupas bien el culo”, ordenó, y yo no necesitaba que me lo dijera dos veces.
Me tiré entre sus piernas, y el olor de su concha me pegó como un mazazo. Era dulce, salado, puro sexo. Le di una lamida larga, desde el culo hasta el clítoris, y Caro soltó un gemido que retumbó en la pieza. “¡Así hijo de puta, cojeme con la lengua!”, gritó, agarrándome el pelo para empujarme más contra ella. Chupé con ganas, metiéndole la lengua lo más profundo que podía, saboreando cada gota de su humedad. Su clítoris estaba duro, y cuando lo lamí en círculos, ella empezó a temblar, apretándome la cabeza con los muslos. “¡Qué rico, boludo, no pares!”, gemía, y yo le metí dos dedos en la concha, sintiendo cómo apretaba, mientras con la lengua seguía en su culo, que se abría y cerraba con cada gemido.
Estaba tan caliente que me imaginaba cogiéndola en todas las formas posibles: de perrito, con su culo en pompa mientras le daba nalgadas; contra la pared, levantándola con la pija adentro; o incluso con otra mina, las dos chupándome la pija mientras se besaban. Mi pija goteaba en la sábana, y cada gemido de Caro me llevaba más al borde. “Basta, primito, cojeme ya. Quiero pija adentro”, dijo de repente, empujándome para que me subiera encima.
Me puse entre sus piernas, y sin pensarlo, le metí la pija de una. Estaba tan mojada que entró fácil, pero su concha apretaba como un puño, chupándome la verga con cada movimiento. “¡Qué rico, boludo, rompeme la concha!”, gritó, y empezó a moverse contra mí, marcando un ritmo salvaje. Yo le daba con todo, sintiendo cómo su calor me volvía loco, sus tetas rebotando con cada embestida. “Pegame, degenerado de mierda, dame una cachetada”, pidió, con la voz rota, y le di un cachetazo en la mejilla, no muy fuerte. “Más fuerte, pelotudo, haceme doler”, insistió, y le di otro, dejando una marca roja. Ella se rió, gimiendo más fuerte. “¡Así, hijo de puta, cogeme como puta!” "Pellizcame los pezones, sacame sangre"
Le tapé la boca con una mano para que no gritara tanto, y ella me mordió los dedos, chupándolos como si fueran otra pija. “Sos una puta de mierda, Caro”, le dije, y ella asintió, con los ojos brillando de calentura. Lagrimeaba de placer la muy puta. “Dame más, boludo, llename de leche, metemela en el culo”, gruñó, y yo no podía más. La concha me apretaba tanto que sentía que iba a explotar. Saque la pija para colarsela en el orto y le dije“Caro, estoy a punto de acaberte toda”, dije, y ella me empujó con las piernas, abriendo bien el culo “Adentro, primito, llename toda”, ordenó, y eso fue todo.
Le meti la cabeza en el culo despacito, y despues toda la pija. entro como si ya estuviera todo abierto ese culo, sin ningun problema. Pero no aguanté, el borbo de tener la pija en el culo de mi prima fue demasiado. Exploté, echándole chorro tras chorro adentro, mientras ella temblaba y se mordía la mano para no gritar. Su concha latía y su culo temblaba alrededor de mi pija, ordeñándome hasta la última gota. Cuando terminamos, los dos estábamos agitados, transpirados, con la cama oliendo a sexo y la sábana empapada. Caro se rió, todavía con mi pija adentro, y me dio un beso sucio, con lengua. “Sos un enfermo, primito. Pero me encanta cómo me cogés”, dijo, y se acomodó como si nada, con mi leche chorreándole por la concha y el culo.
De repente, sonó su celular en la mesita. Lo agarró, miró la pantalla y sonrió. “Uy, mirá, es Josefina. Quiere venir a tomar algo. ¿Que le digo, primito?”, dijo, con esa mirada que me decía que la noche estaba lejos de terminar. Mi pija, que seguía medio dura, no me dejaba pensar. No sabía si estaba listo, pero la idea de Caro con otra mina, las dos desnudas, chupándose y pidiéndome pija, me volvió a calentar como si no hubiera acabado hace dos segundos.
“¿Qué decís, pajero? ¿Te la bancás o te vas a cagar?”, insistió, y yo solo pude sonreír, con el corazón a mil y la cabeza llena de fantasías que no iba a dejar pasar.
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