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El regalo de la doctora puta

Hola soy tu doctora guarra favorita, me llamo Shecid, tengo 27 años, mido 1.49 cm estoy piernuda y tengo carita de niña buena.


El regalo de la doctora puta


Este relato sucedió durante mi residencia.


Caminaba con paso decidido, con tacones altos y transparentes resonando en el pavimento.
Todos dicen que soy una mujer de presencia imponente, a pesar de mi baja estatura. Siempre llevo mi ajustado y profesional.

No soy una doctora común; soy ninfomanía y mi naturaleza es promiscua, siempre me a llevado a buscar placer en los lugares más
insospechados.


Había terminado mi turno en el hospital en mi residencia y, como de costumbre, sentía un vacío que solo podía llenar con sexo.
Pero no cualquier sexo. Buscaba algo más intenso, algo que me hiciera sentir viva.

Mis pasos me llevaron a un callejón oscuro, donde dos vagabundos ancianos se refugiaban del calor. Ya los tenía monitoreados, se rumoreaba que ambos tenian miembros grandes. Ambos hombres, con ropas harapientas y barbas canosas, parecían ajenos al mundo que los rodeaba.

Sin embargo, yo los observaba con
interés, cuando me acerque note la forma en que sus ojos se iluminaron al verme acercarme.

—Buenas tardes —dije, con una voz dulce, aunque mis intenciones eran cualquier cosa menos inocentes.

Los ancianos me miraron con sorpresa, como si no estuvieran acostumbrados a que alguien les dirigiera la palabra con amabilidad.

—Buenas, doctora —respondió uno de ellos, su voz ronca y cansada. Yo sonreí, sabiendo que mi uniforme ajustado había llamado su atención.

—¿Les gustaría un poco de diversión? —pregunte, con tono ahora más sugerente. Los hombres se miraron entre sí, incrédulos.

Una doctora jóven no era lo que esperaban encontrar en ese callejón, pero la propuesta era demasiado tentadora como para rechazarla
.
—¿Qué tienes en mente, preciosa? —preguntó el otro anciano, su voz temblorosa de emoción.
__¿Cuál es tu nombre?__ Shecid, respondí.

Me acerque más, con una mezcla de lujuria y desafío.

—Quiero darles un regalo —murmure—. Algo que nunca olvidarán.

Sin esperar respuesta, me arrodille frente a los hombres, mi falda corta subiendo lo suficiente para revelar mis muslos.

Los ancianos me miraron con asombro, sus ojos recorriendo mi cuerpo con una mezcla de
deseo y incredulidad. Yo no perdí el tiempo, ya que no disponía de el, menos en ese lugar; con mis manos expertas, desabotone los pantalones del primer anciano, liberando su pene. A pesar de su edad, el miembro era grande y grueso, y yo sonreí al verlo.

—Vaya, vaya
— Esto va a ser divertido.

Sin más preámbulos, tomé el pene en mis pequeñas manos y lo llevé a mis labios.

Los ancianos contuvieron la respiración mientras comenzaba a lamer y chupar con una habilidad que solo una ninfómana experimentada
podía tener.

Mi boca era cálida y húmeda, y pronto el anciano gemía de placer, sus manos agarrando mi cabello como si temiera que yo me detuviera.

Pero no tenía intención de parar.Abri grande mi boca, tomando el pene hasta la garganta, sintiendo cómo la cabeza rozaba mi campanilla, y lo cubría con mi saliva.

El anciano gimió más fuerte, su cuerpo temblando de placer. yo le mostré que era una
maestra de la garganta profunda, y lo demostré una y otra vez, mi cabeza moviéndose con ritmo mientras mis labios creaban un sello perfecto alrededor del miembro. De vez en cuando hacia arcadas, los fluidos del anciano se combinaban cada vez más con mi saliva.

El anciano susurraba, __Ohh Shecid, sigue asi maldita puta, yo sabia que las jovencitas como tu son bien perras, andaaaa zorra sigue metiendo mi vergota hasta tu garganta


El segundo anciano lo miraba con envidia, ya tenía su pene ya erecto y listo para la acción.

Yo no lo ignore; con una sonrisa pícara de niña buena, me moví hacia él, repitiendo el proceso. Ahora tenía dos penes grandes y duros en mis
manos, y mi boca no podía esperar para intentar meterlos al mismo tiempo en mi garganta.

Alternaba entre los dos hombres, dedicando igual atención a cada uno. Mis labios estaban hinchados y brillantes, y mi saliva mezclándose con los líquidos de los ancianos.

Además también de vez en cuando me metía las dos vergas al mismo tiempo, obviamente no me cabían las dos en la boca, pero aún asi lo intentaba.

Eso prendía más a los ancianos, pues se decían uno al otro: __Mira ha esta puta, como intenta meterse nuestros penes en su garganta de perra_

El callejón resonaba con los gemidos de placer, los sonidos de la lujuria llenando el aire. Mi garganta no dejaban se sonar con esos dos penes enormes, me sentía en mi elemento, mi cuerpo ardiendo de deseo mientras satisfacía a eso dos ancianos mal olientes, no me importaba perder mi dignidad, pues al fin y al cabo soy bien puta, bien puta, aunque mi cara de niña buena diga lo contrario.


Después de un tiempo de intenso sexo oral, decidí cambiar las cosas. Los ancianos me miraron, jadeantes y satisfechos, pero aún deseando más.

—Ahora es momento de la cereza —les dije ,con voz ronca de excitación.

Me quité los zapatillas transparentes
revelando mis pequeños pies desnudos.

Los ancianos los miraron con curiosidad, notando el sudor que los cubría y el olor
fuerte que emanaba de ellos.

—¿Qué tienes en mente, putota? —preguntó uno de ellos, su voz aún temblorosa.

Sonreí, con expresión
traviesa.

—Quiero ponerselos en su cara — respondí —.


Los ancianos se miraron, confusos pero intrigados. me sente rápido en el suelo, extendiendo mis piernas y
mostrando mis pies sudados.

Los hombres entendieron la invitación y, con manos temblorosas, comenzaron a ponerse mis pies en sus rostros. El olor era fuerte, pero parecían disfrutarlo.

Mientras los ancianos chupaban mis plantas y mis dedos.

Comencé a bajar mis pies a la altura de sus penes, comencé a frotar sus enormes pedazos de carne contra mis plantas de los pies.

El contraste entre la suavidad de mis
pies y la rigidez de sus penes era electrificante, y pronto los tres estábamos inmersos en un mar de placer.

Sentía los penes de los ancianos contra mis pies. Sus gemidos llenaron el callejón, sus cuerpos arqueándose de placer. Los hombres no podían creer la suerte que tenían, siendo
atendidos por una mujer tan hermosa y atrevida.

Los dedos de mis pies apretaban con suavidad sus grandes, iba intercalando entre los dos ancianos, mis pies subian y bajaban con intensidad, quería hacer más pero el lugar no me lo permitirá.

Finalmente, después de minutos de intensa estimulación, los ancianos alcanzaron el clímax.

Sus cuerpos temblaban mientras eyaculaban, su semen cayendo sobre mis pies y mezclándose con mi sudor. También uno que otro chorro alcanzó mi cara y cabello largo y negro,
sonreí, satisfecha, mientras los hombres se derrumbaban a mi lado, exhaustos pero felices.

—Gracias, preciosa puta —murmuró uno de ellos, con voz llena de gratitud.

Levanté, mis pies aún húmedos y
pegajosos. me puse las zapatillas, mi uniforme ahora estaba un poco desaliñado.

—De nada —respondió con una sonrisa de zorra—. Fue un placer.

Con un último guiño, me se alejé del callejón, dejando a los ancianos atrás. Mi vagina estaba chorreando de lo mojada que estaba, si quería hacer algo aún más intenso tenía que regresar cuando el sol se hubiera ocultado.

No sería la última vez que los frecuentaba Siempre había más placer por encontrar, más deseos por satisfacer. soy una
doctora, pero también era una ninfómana, y mi búsqueda de satisfacción nunca terminaría.
El callejón volvió a su silencio, pero los ancianos sabían que habían vivido algo extraordinario. Ahora había dejado mi marca en ellos, y sabía que buscarían más de mi.

relato

culona

5 comentarios - El regalo de la doctora puta

Bena148 +1
Que guapa y sexy doctora 😍🤤🔥
Shecid_dr12 +1
Gracias
Bena148
@Shecid_dr12 un placer y eres muy ardiente
AldinGomez +1
busco a una doitora que me enseñe como la excito mietras le mamo los senos soy chilango
efprole +1
excelente historia doc, te has ganado un seguidor, espero sigas con tus relatos
Shecid_dr12
Muchas gracias 😊
efprole
ASI QUE MEXICANA DOC?