Hoy fue un día de esos que arrancan tranqui pero terminan siendo una aventura para el recuerdo. Era el acto escolar por el Día de la Bandera en la escuela de mi hija, y yo, como buena madre pero también como la puta que soy, decidí darle un toque especial al día. Les juro que escribir esto para Poringa me tiene con una sonrisa de oreja a oreja, porque lo que viví hoy con un plug anal puesto mientras aplaudía en un acto escolar es de película.
Me desperté temprano, tipo siete de la mañana, porque mi gorda tenía que estar lista para el cole. El sol apenas asomaba, y yo ya estaba con los ojos medio pegados, pero con ganas de arrancar el día. Lo primero fue levantar a mi princesa, que estaba toda acurrucada en su cama con su peluche de unicornio. La llevé al baño, le di una ducha rápida para que estuviera fresca, la envolví en su toalla favorita con dibujitos de sirenas y la dejé en mi cama, mirando unos dibujitos en la tele para que se quedara tranqui mientras yo me ocupaba de mí.
Entré al baño, cerré la puerta y me metí bajo la ducha. El agua caliente cayendo sobre mi piel fue como un mimo al alma. Me enjaboné despacio, disfrutando el momento, pasando la esponja por mis tetas, mi cintura, mis piernas. Me detuve un poco más en mi concha, dejando que el jabón resbalara mientras me tocaba suave, no para arrancar nada, sino porque me gusta mimarme. Me lavé el culo con cuidado, porque ya tenía en mente lo que venía después. Enjuagué todo, me envolví el pelo en una toalla y me miré al espejo, todavía con gotitas de agua corriendo por mi cuerpo. “Hoy vas a romperla, petera”, me dije, guiñándome un ojo.
Antes de salir del baño, saqué mi plug anal de la cajita donde lo guardo. Es uno rosita, chiquito pero justo para sentirlo sin que moleste. Me puse un poco de lubricante en los dedos, lo esparcí en el plug y, con la otra mano, me acaricié el culo para relajarme. Me incliné un poco, apoyándome en el lavado, y lo fui metiendo despacito, sintiendo cómo se abría paso. Cuando entró del todo, solté un suspiro. Esa presión rica me hizo sonreír, y cada pasito que di para probarlo me recordó que iba a llevar ese secreto conmigo todo el día. Me puse una tanga negra chiquita, de esas que apenas tapan la concha, y sentí el plug acomodarse perfecto, con la parte de afuera rozando la tela.
Salí del baño en tanga y en tetas, porque en casa ando como quiero. Mi gorda seguía hipnotizada con sus dibujitos, así que fui al cuarto y empecé a vestirla. Le puse una remerita blanca, una pollerita azul y las zapatillas nuevas que le encantan. Le hice dos colitas en el pelo, le di un beso en la frente y le dije: “Estás más linda que Barbie, mi amor”. Ella se rió y me abrazó, y yo, con el plug dándome esa sensación constante, sentí una mezcla de ternura y calentura que solo una puta como yo entiende.
Después me tocó a mí. Abrí el placard y elegí algo que fuera elegante para el acto, pero con mi toque. Me puse un vestido azul oscuro, ajustado pero no demasiado, que marcaba mis curvas sin gritar “mirame”. Por dentro, la tanga y el plug seguían en su lugar, y cada vez que me movía, sentía ese cosquilleo que me mantenía en modo on. Me senté frente al espejo para maquillarme: base, un poco de rubor, sombra suave en los ojos, eyeliner para darle drama y un labial rosa que me hace sentir poderosa. Me miré al espejo, me tiré un beso y pensé: “Con este plug y esta pinta, hoy la rompo”.
Llamé un remis para ir a la escuela, porque no quería llegar transpirada caminando. El chofer era un señor mayor, medio callado, que apenas me miró. Me senté atrás con mi gorda, que iba cantando una canción del acto que habían practicado mil veces. El viaje fue corto, pero cada pozo en la calle me hacía sentir el plug moverse un poquito, y yo apretaba los muslos para disfrutar la sensación sin que se notara. Miraba por la ventana, con una sonrisa interna, pensando en lo loca que estaba por llevar un plug anal a un acto escolar. Pero así soy yo, una trola que no para nunca.
Llegamos a la escuela, un edificio grandote con banderas celestes y blancas colgando por todos lados. El patio estaba lleno de padres, abuelos y chicos corriendo de acá para allá. Mi gorda se fue con sus compañeros, y yo me quedé parada cerca de las sillas que habían puesto para los grandes. Cada vez que me movía para saludar a alguna conocida o para sacar una foto, el plug me recordaba su presencia. Era como un juego secreto: afuera, la mamá perfecta; adentro, una puta disfrutando cada segundo.
El acto arrancó con la directora dando un discurso sobre Belgrano y la bandera, mientras todos hacíamos silencio. Yo estaba sentada en una silla de plástico, con las piernas cruzadas, y el plug se sentía increíblemente presente. Cada vez que me inclinaba para aplaudir o me ajustaba en la silla, esa presión me mandaba un escalofrío. Los chicos cantaron el himno, y yo, mientras cantaba, no podía dejar de pensar en lo zarpado que era estar ahí, rodeada de gente, con un juguete en el culo.
Después vino la parte de los chicos de mi gorda, que hicieron un baile con banderitas y recitaron un poema. Yo estaba chocha, haciendo videos con el celu, pero también apretando el culo cada tanto para sentir el plug más intenso. Había un papá al lado mío que me miraba de reojo, y yo, con mi sonrisa de petera, le sostuve la mirada un segundo más de lo necesario, solo por joder. No pasó nada, obvio, pero me divertía saber que nadie sospechaba mi secreto.
El acto duró como una hora y media, entre discursos, canciones y un video que pusieron sobre la historia de la bandera. Para el final, ya estaba un poco inquieta, no por aburrimiento, sino porque el plug me tenía al límite de la calentura. Cada movimiento, cada paso, cada vez que me paraba o me sentaba, era una tortura deliciosa. Cuando terminó todo, los chicos salieron corriendo a buscar a sus padres, y mi gorda se me colgó del cuello, toda contenta. La abracé fuerte, sintiendo el amor más puro del mundo, pero también ese cosquilleo constante que me recordaba quién soy.
Volvimos a casa en otro remis, con mi hija contándome todo lo que había hecho en el acto, como si yo no lo hubiera visto. Yo le seguía la corriente, pero mi cabeza estaba en otra. El plug seguía ahí, firme, y cada pozo del camino era una excusa para disfrutar. Cuando llegamos, le preparé un jugo a mi gorda, la dejé jugando en su cuarto y me tiré en la cama, todavía vestida, con una mano en la concha por encima del vestido, solo para calmar un poco el fuego que traía.
Y ahora, mientras escribo esto, sigo con el plug puesto, porque no me lo saqué en todo el día. Fue una experiencia única, una mezcla de ser la mejor mamá y la más puta al mismo tiempo. Este Día no lo voy a olvidar nunca, y ya estoy pensando en qué otra locura hacer para el próximo relato en Poringa. Porque esta petera no frena, y siempre va por más.
Aquí les dejo mí nuevo instagram por si desean seguirme...
https://www.instagram.com/abbi__sanchez
Me desperté temprano, tipo siete de la mañana, porque mi gorda tenía que estar lista para el cole. El sol apenas asomaba, y yo ya estaba con los ojos medio pegados, pero con ganas de arrancar el día. Lo primero fue levantar a mi princesa, que estaba toda acurrucada en su cama con su peluche de unicornio. La llevé al baño, le di una ducha rápida para que estuviera fresca, la envolví en su toalla favorita con dibujitos de sirenas y la dejé en mi cama, mirando unos dibujitos en la tele para que se quedara tranqui mientras yo me ocupaba de mí.
Entré al baño, cerré la puerta y me metí bajo la ducha. El agua caliente cayendo sobre mi piel fue como un mimo al alma. Me enjaboné despacio, disfrutando el momento, pasando la esponja por mis tetas, mi cintura, mis piernas. Me detuve un poco más en mi concha, dejando que el jabón resbalara mientras me tocaba suave, no para arrancar nada, sino porque me gusta mimarme. Me lavé el culo con cuidado, porque ya tenía en mente lo que venía después. Enjuagué todo, me envolví el pelo en una toalla y me miré al espejo, todavía con gotitas de agua corriendo por mi cuerpo. “Hoy vas a romperla, petera”, me dije, guiñándome un ojo.
Antes de salir del baño, saqué mi plug anal de la cajita donde lo guardo. Es uno rosita, chiquito pero justo para sentirlo sin que moleste. Me puse un poco de lubricante en los dedos, lo esparcí en el plug y, con la otra mano, me acaricié el culo para relajarme. Me incliné un poco, apoyándome en el lavado, y lo fui metiendo despacito, sintiendo cómo se abría paso. Cuando entró del todo, solté un suspiro. Esa presión rica me hizo sonreír, y cada pasito que di para probarlo me recordó que iba a llevar ese secreto conmigo todo el día. Me puse una tanga negra chiquita, de esas que apenas tapan la concha, y sentí el plug acomodarse perfecto, con la parte de afuera rozando la tela.
Salí del baño en tanga y en tetas, porque en casa ando como quiero. Mi gorda seguía hipnotizada con sus dibujitos, así que fui al cuarto y empecé a vestirla. Le puse una remerita blanca, una pollerita azul y las zapatillas nuevas que le encantan. Le hice dos colitas en el pelo, le di un beso en la frente y le dije: “Estás más linda que Barbie, mi amor”. Ella se rió y me abrazó, y yo, con el plug dándome esa sensación constante, sentí una mezcla de ternura y calentura que solo una puta como yo entiende.
Después me tocó a mí. Abrí el placard y elegí algo que fuera elegante para el acto, pero con mi toque. Me puse un vestido azul oscuro, ajustado pero no demasiado, que marcaba mis curvas sin gritar “mirame”. Por dentro, la tanga y el plug seguían en su lugar, y cada vez que me movía, sentía ese cosquilleo que me mantenía en modo on. Me senté frente al espejo para maquillarme: base, un poco de rubor, sombra suave en los ojos, eyeliner para darle drama y un labial rosa que me hace sentir poderosa. Me miré al espejo, me tiré un beso y pensé: “Con este plug y esta pinta, hoy la rompo”.
Llamé un remis para ir a la escuela, porque no quería llegar transpirada caminando. El chofer era un señor mayor, medio callado, que apenas me miró. Me senté atrás con mi gorda, que iba cantando una canción del acto que habían practicado mil veces. El viaje fue corto, pero cada pozo en la calle me hacía sentir el plug moverse un poquito, y yo apretaba los muslos para disfrutar la sensación sin que se notara. Miraba por la ventana, con una sonrisa interna, pensando en lo loca que estaba por llevar un plug anal a un acto escolar. Pero así soy yo, una trola que no para nunca.
Llegamos a la escuela, un edificio grandote con banderas celestes y blancas colgando por todos lados. El patio estaba lleno de padres, abuelos y chicos corriendo de acá para allá. Mi gorda se fue con sus compañeros, y yo me quedé parada cerca de las sillas que habían puesto para los grandes. Cada vez que me movía para saludar a alguna conocida o para sacar una foto, el plug me recordaba su presencia. Era como un juego secreto: afuera, la mamá perfecta; adentro, una puta disfrutando cada segundo.
El acto arrancó con la directora dando un discurso sobre Belgrano y la bandera, mientras todos hacíamos silencio. Yo estaba sentada en una silla de plástico, con las piernas cruzadas, y el plug se sentía increíblemente presente. Cada vez que me inclinaba para aplaudir o me ajustaba en la silla, esa presión me mandaba un escalofrío. Los chicos cantaron el himno, y yo, mientras cantaba, no podía dejar de pensar en lo zarpado que era estar ahí, rodeada de gente, con un juguete en el culo.
Después vino la parte de los chicos de mi gorda, que hicieron un baile con banderitas y recitaron un poema. Yo estaba chocha, haciendo videos con el celu, pero también apretando el culo cada tanto para sentir el plug más intenso. Había un papá al lado mío que me miraba de reojo, y yo, con mi sonrisa de petera, le sostuve la mirada un segundo más de lo necesario, solo por joder. No pasó nada, obvio, pero me divertía saber que nadie sospechaba mi secreto.
El acto duró como una hora y media, entre discursos, canciones y un video que pusieron sobre la historia de la bandera. Para el final, ya estaba un poco inquieta, no por aburrimiento, sino porque el plug me tenía al límite de la calentura. Cada movimiento, cada paso, cada vez que me paraba o me sentaba, era una tortura deliciosa. Cuando terminó todo, los chicos salieron corriendo a buscar a sus padres, y mi gorda se me colgó del cuello, toda contenta. La abracé fuerte, sintiendo el amor más puro del mundo, pero también ese cosquilleo constante que me recordaba quién soy.
Volvimos a casa en otro remis, con mi hija contándome todo lo que había hecho en el acto, como si yo no lo hubiera visto. Yo le seguía la corriente, pero mi cabeza estaba en otra. El plug seguía ahí, firme, y cada pozo del camino era una excusa para disfrutar. Cuando llegamos, le preparé un jugo a mi gorda, la dejé jugando en su cuarto y me tiré en la cama, todavía vestida, con una mano en la concha por encima del vestido, solo para calmar un poco el fuego que traía.
Y ahora, mientras escribo esto, sigo con el plug puesto, porque no me lo saqué en todo el día. Fue una experiencia única, una mezcla de ser la mejor mamá y la más puta al mismo tiempo. Este Día no lo voy a olvidar nunca, y ya estoy pensando en qué otra locura hacer para el próximo relato en Poringa. Porque esta petera no frena, y siempre va por más.
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12 comentarios - Fui con plug anal al acto escolar de mí hija
Esperaremos otro relato candente mamita
+10🇦🇷
Que ganas de cruzarte y saciar esa calentura!!!