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Compendio III
LA JUNTA 06: PRIMERA ACUSACIÓN
Si soy sincero, me sorprendió mucho que Leticia atacara a Madeleine durante la reunión del consejo de administración del lunes por la mañana.
* Madeleine, ¿De verdad vas a dar a Marco la autoridad para tomar decisiones sobre contrataciones? - La voz de Leticia resonó con fuerza en la sala de reuniones, un ataque tan certero como un disparo.

Me tocó un nervio. Empezaron a correr rumores tras lo ocurrido con Ginny que yo había participado en su contratación y también en la de Isabella. Incluso, de alguna manera me gané la reputación como “Príncipe de la junta”.
Pero yo sabía que actuaba a espaldas de Maddie. Simplemente, no puedo controlarme cuando conozco personas capaces de hacer un buen trabajo.
Sin querer, puse a Maddie en una posición incómoda, haciendo que se sonrojara y entrara en pánico. La habitación pareció encogerse de repente, el aire volviéndose mucho más denso. Respiré profundo, dispuesto a hacerme cargo de mi error, mirando a Leticia a los ojos.

- No es culpa de Maddie...- Al decir eso, me mordí la lengua mentalmente. ¿Cuántas veces me ha dicho Maddie que no llame a las mujeres con apodos? Pero no podía enfocarme en ese detalle. – Más bien, se trató de una “contratación impulsiva”.
Leticia entrecerró los ojos, disfrutando ver cómo yo mismo me ponía la soga al cuello con una sonrisa.

- Conocí a Ginny hace unos años. - le expliqué, suspirando. - Me impresionó. No solo era bonita, pero también increíblemente inteligente. Y en aquella época, se dedicaba por completo a las finanzas... así que cuando Abby me avisó que había solicitado un puesto aquí...
¡Lo volví a hacer! ¡Es “Abigail”! ¡Abigail! ¡Maldición!
Tomé un sorbo de agua, tratando de mantener el control.
- Cuando supe que estaba interesada en el área de finanzas, supe que sería perfecta, por lo que le ofrecí mi tarjeta, porque por eso estamos aquí, ¿No? – Pregunté con una sonrisa nerviosa. – Como me nombraron miembro de la junta directiva, pensé que entre mis responsabilidades estaba el contratar personal… y eso fue lo que hice.
• Supongo que es cierto que, a veces, cuando alguien destaca de verdad, es difícil resistirse a la tentación de incorporarlo al equipo. – Comentó Maddie, tratando de darme apoyo.

- Sí, pero Letty tiene razón... – reconocí.
¡Maldita sea! ¡Lo hice de nuevo!
- Es tu departamento y no debería haberme entrometido. Por eso, te pido disculpas. – Le supliqué a Maddie con mucho pesar. - Pero, por otro lado, Ginny ha sido útil, ¿Verdad, Horatio? Ella elaboró ese presupuesto raro que tanto necesitabas.
El tarado obeso me miró molesto, tratando de ignorarme.
Pero Letty solo estaba calentando...
* ¿Y qué me puedes decir de Isabella? – preguntó Leticia con un tono más frío que el invernal. – He escuchado que ni siquiera tuvo que hacer las entrevistas habituales.

Nos puso a Maddy y a mí en jaque. Incluso Edith, nuestra CEO, se veía incómoda. Izzie sí pasó por entrevistas estándar frente de Maddy y Edith a petición mía. Pero no podía dejar que el resto de la junta supiera los pormenores mientras los procesos legales siguen pendientes.
- ¡Sí, también fui culpable de eso! – Exclamé de mala gana, al estar obligado a asumir la culpa. – Pero no puedes negar que Izzie es una portavoz de relaciones públicas destacada. Tiene la apariencia, la actitud…
Mis chistes no hacían gracia, aunque no me sorprendía. No les simpatizaba incluso desde antes que ingresara a la junta…
* ¡Pero no podemos permitir que los miembros de la junta directiva elijan a su antojo a quién se contrata! - alzó Leticia la voz con frustración, atacando con toda la artillería pesada.

- Bueno, si ese es el caso, puedes castigarme. – Jugué resignado mi última carta.
La reunión se quedó en un silencio sepulcral.
Por un momento, lo único que se oía era el sonido lejano de una fotocopiadora en la oficina de al lado.
Maddie me miró preocupada, buscando una respuesta.

• ¿Marco, qué quieres decir? – preguntó con precaución, tratando de entender lo que quería hacer.
- Es evidente que quieren expulsarme de la junta, ¿No? – pregunté desafiante.
Edith carraspeó, rompiendo el silencio.
❤️ Marco, esa es una solución extrema. – exclamó en ese tono maternal, tranquilizante pero firme. – Necesitamos encontrar el protocolo adecuado para solucionar este problema.
Me di cuenta cómo el resto de la junta se deprimió: les acababa de regalar el billete premiado y Edith se los quitó de las manos.
❤️ Comprendo tus preocupaciones, Leticia. – comentó Edith en un tono conciliador. – Pero Marco también tiene razón: estamos aquí para garantizar el éxito de la empresa y contar con el personal más idóneo. En ese aspecto, Ginny e Isabella nos benefician.
- Y tampoco creo que pueda evitarlo. – insistí, haciendo que incluso los ojos de mi amiga Sonia me miraran con preocupación. – Antes de que formara parte de la junta, sabía lo que quería y necesitaba. Por eso, no pude aceptar años atrás a Ingrid como mi asistente.
Ingrid, que actualmente es la asistente de Cristina, me miró sorprendida. Quizás pensaba que no la había nombrado mi asistente personal años atrás por capricho.

- Ingrid, sabes que eres linda. - le dije, sin importarme que el resto de la junta me estuviera escuchando. - Pero en aquel entonces, no quería viajar a las obras. Necesitaba una asistente que pudiera valerse por sí misma... y, para serte sincero, tú suponías un riesgo legal. Pareces la asistente con la que sueña todo jefe... Pero he estado con los tipos en las obras. Hombres que han estado trabajando en turnos de 14 días... y sabía que no durarías ni un solo día sin que te pasara algo malo.
Las mejillas de Ingrid se pusieron rojas como tomates. Apartó la mirada, pero sabía que estaba diciendo la verdad.

- Y por eso acepté a Gloria. - Me dirigí al resto de la junta. - Es inteligente y tiene un carácter fuerte. No habría permitido que un minero se pasara de la raya con ella. Así que fue lógico que la eligiera a ella.
Por supuesto, Gloria parecía orgullosa. Ahora, gracias a mi tutoría, se encarga personalmente de los asuntos medioambientales de la oficina corporativa, ahorrándonos millones.

Dejé que el silencio se prolongara un momento y luego añadí:
- Y no fue solo Gloria. Sonia, Nelson... Ninguno de ellos era una elección obvia, pero confié en mi instinto. Todos han demostrado su valor, incluso cuando la gente dudaba de mí al principio.
La sala se movió ligeramente ante eso. Sonia sonrió levemente, Gloria enderezó los hombros. Nelson, al otro extremo de la mesa, parecía casi avergonzado de que se le mencionara al mismo nivel.
Y entonces, capté un destello en Cristina: levantó ligeramente las cejas y dejó de dar golpecitos con el bolígrafo, antes de ocultarlo tras una expresión peculiar.

E Inga, sentada dos asientos más allá, esbozó una leve sonrisa. Para mi sorpresa, parecía casi entretenida, como si estuviera viendo a un aficionado meterse en un juego de alto riesgo.

- Así que sí, contrato a gente al azar. - Me volví hacia Leticia, que me miraba con otros ojos. - Pero es porque intuyo su potencial. Sí, estoy sobrepasando los límites de Recursos Humanos, pero creo que la apuesta merece la pena.
La sala permaneció en silencio durante lo que pareció una eternidad. El ambiente era tenso, como si se esperara que alguien lo cortara con un cuchillo.
Entonces, por el rabillo del ojo, vi cómo la sonrisa burlona de Leticia se transformaba lentamente en una mueca de dolor. Sabía que la habían superado. La junta directiva había estado esperando un escándalo que me hundiera, pero en cambio, yo había dado la vuelta a la tortilla y me había presentado como una inconformista con un don para el talento.

Sin embargo, al mismo tiempo, también percibí cierta admiración hacia mí: ella no parecía lo suficientemente valiente como para asumir la culpa de algo.
Tras unos momentos más de silencio incómodo, Madeleine tomó la palabra.
• Marco, aunque tus intenciones sean buenas, debemos seguir el protocolo. Tenemos que trabajar juntos para asegurarnos de que todo el mundo siga los canales adecuados. - Su voz era firme, pero no enojada.
Estaba claro que no quería agravar aún más la situación. Edith nos respaldó.
❤️ Estoy de acuerdo. Marco, puede que seas nuevo en la junta, pero eso no te da derecho a tomar decisiones precipitadas en este momento. - dijo con ese tono maternal y comprensivo.
-Pero... - empecé a decir.
•¡Marco, ya déjalo! - Los ojos de Madeleine me suplicaban que dejara de insistir, con una voz dolida.

Asentí a regañadientes.
- De acuerdo. - Sabía cuándo debía ceder. - A partir de ahora seguiré el protocolo.
Pero tenía la sensación de que aquello no había terminado. La mirada de Leticia seguía fija en mí, una promesa silenciosa de venganza.
La reunión se prolongó, con otros puntos del orden del día discutidos en tono apagado. La energía de la sala había cambiado, la tensión persistía como una amenaza tácita. Podía sentir el peso de las miradas de todos sobre mí, sus pensamientos acelerados por las especulaciones y los juicios.
Al concluir la reunión, Madeleine se quedó junto a la puerta, sus ojos se encontraron con los míos mientras los demás comenzaban a salir. Parecía dividida entre la ira y la admiración, y supe que ella sería la siguiente en enfrentarse a mí.
• ¿Podemos... vernos en tu oficina? - me preguntó de una manera que me recordó a una colegiala que se encuentra con su amor platónico.

- ¡Claro, Maddy! - respondí, tratando de mantener la voz firme.
Ambos sabíamos que no iba a ser una reunión típica para repasar lo sucedido. La forma en que dijo “nos vemos en tu oficina” tenía un cierto peso que era tanto excitante como aterrador.
Abrí la puerta de mi oficina y Maddie entró con una sonrisa.
• Realmente sabes cómo agitar una reunión de la junta directiva. - exclamó con una mezcla de exasperación y algo más sensual en su voz.
Me recosté en mi silla y la observé mientras cerraba la puerta detrás de ella. El clic del cerrojo sonó como un disparo en la silenciosa habitación.

- ¿Por qué lo dices? - pregunté, con el corazón acelerado.
Madeleine respiró hondo y se acercó a mi escritorio, mirándome fijamente a los ojos.
• Marco, tu pasión es... contagiosa. Y la capacidad que tienes para detectar talentos me asombra. - dijo con voz baja y sincera. - Pero no puedes pasar por encima de Recursos Humanos de esa manera.
Asentí con la cabeza, comprendiendo su punto.
-¡Te entiendo, Maddie! Pero cuando conoces a alguien especial… - reconocí con un suspiro ansioso.
Madeleine se acercó, con las manos apoyadas en mi escritorio.

• ¡Comprendo lo que dices, Marco! Pero no te preocupas de las consecuencias de tus acciones. No se trata solo de a quién contratas, sino de cómo lo estás haciendo. – protestó, apoyándose sobre mi escritorio, haciendo que su pecho vibrara.
Su enorme escote me dejó sin aliento. Esas cosas son enormes...
Madeleine se inclinó sobre mi escritorio, clavándome la mirada con una intensidad que era a la vez profesional y ... algo más.

• Marco, necesito saber que vas a cambiar. - susurró, con los pechos a punto de salirse de la blusa.
Asentí con la cabeza, tragando saliva, tratando de mantener la concentración.
- ¡Lo intentaré! - le aseguré. - Pero ya me conoces, me dejo llevar un poco...
Los ojos de Madeleine me miraron y, por un momento, la tensión entre nosotros pasó de ser profesional a algo más íntimo. Se inclinó aún más hacia mí y pude oler el ligero aroma de su perfume, una mezcla de jazmín y algo que me recordaba a la lluvia.
• ¡Lo sé, Marco! - murmuró, su tono de voz bajando una octava. - Y es esa parte la que te hace ser como eres.
Nuestros rostros estaban a solo unos centímetros de distancia y podía sentir el calor de su aliento contra mi piel. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho como un tambor y mis palmas se humedecieron.
- ¡Maddy! – comencé a decir con el corazón acelerado, sin estar muy seguro de adónde quería llegar ella con esto.
Como de costumbre, sus dulces labios hicieron el resto. Ella me deseaba tanto como yo a ella.

Nos miramos y, por un momento, el peso de la cerradura de la puerta de la oficina fue lo único que nos separó. La tensión aumentó y quedó claro hacia dónde se dirigían las cosas una vez más.
Madeleine se inclinó sobre el escritorio, con la blusa ligeramente abierta para revelar el borde de encaje de su sujetador.
• ¡Marco! - susurró, como si intentara reprenderme con su aliento caliente contra mi cara. - Tienes que entender los límites.
Pero es muy difícil concentrarse cuando tienes unos pechos tan enormes delante de la cara mientras tu pene está deseando salir.
Con solo verla, sabía que ella también podía sentir el calor que se elevaba entre nosotros. Se acercó más, con su aliento caliente contra mi mejilla.
• ¡Marco! - susurró, con una voz dulce como el arrullo de un bebé, mientras me besaba la mejilla con ternura. - ¡Estás jugando a un juego peligroso!
Mientras volvía a besarme, me acarició los testículos y la base del pene. Sí, estaba de acuerdo con esa última observación.
Su toque era suave pero firme, como si intentara leerme. Madeleine siempre había sido buena en eso: saber cuándo presionar y cuándo contenerse. Era parte de lo que la convertía en una excelente directora de recursos humanos.
- ¡Maddie! - murmuré con una voz caliente. - ¿Qué vamos a hacer?
Madeleine se apartó con una sonrisa cómplice en los labios.
• Creo… - comenzó con voz seductora y dulcemente autoritaria. - que necesitas un pequeño... recordatorio.
Mi corazón se aceleró cuando ella empezó a desabrocharse los botones de la blusa, uno por uno, sin apartar la vista de mí. Con cada botón que se desabrochaba, mi expectación crecía. Era como ver un baile magistral, cada movimiento deliberado y embriagador.
Parecían incluso más grandes que los de mi esposa, y Marisol ya ha tenido cuatro hijos.
La blusa de Madeleine se deslizó, dejando al descubierto sus voluptuosos pechos, sujetos por un sujetador rosa a juego con su pintalabios. La visión me secó la boca y tuve que luchar contra el impulso de alargar la mano y tocarla.

• Quiero que sepas, Marco. - dijo con voz aún baja y mesurada, luciendo la tentación delante de mi cara. - Que no voy a dejar que te salgas con la tuya cada vez que te metas en problemas.
Asentí con la cabeza, tratando de parecer arrepentido, mientras ella se desabrochaba el sujetador por detrás y dejaba que sus pechos se derramaran como una cascada de carne suave y flexible.
• Pero…- continuó, con una sonrisa traviesa y seductora. - hoy te lo voy a permitir.
Dicho esto, Madeleine extendió la mano y tomó la mía, guiándola hacia su pecho desnudo. El calor y el peso de su carne llenaron mi palma, y no pude evitar apretarla suavemente, sintiendo cómo se endurecía su pezón bajo mi tacto. Ella jadeó suavemente, cerrando los ojos por un breve instante antes de volver a abrirlos, con un desafío en su mirada.

• Vas a tener que esforzarte para conseguirlo. - murmuró, alejándose del escritorio. Se dio la vuelta y caminó hacia la ventana, balanceando las caderas con una gracia hipnótica que me dejó al borde de mi silla.
Tenía un enorme misil escondido bajo de mis pantalones, algo que Maddie claramente disfrutaba.
- ¿A qué te refieres con que tendré que esforzarme para conseguirlo? - pregunté con voz ronca por el deseo mientras me levantaba de la silla y acortaba la distancia entre nosotros.
Madeleine se volvió hacia mí, con los ojos brillantes de picardía.

• Quiero que me demuestres que puedes ser... disciplinado. - dijo, con la voz apagándose mientras me cogía la mano y la colocaba en su cintura, guiándome para que me colocara detrás de ella.
Su piel estaba caliente bajo mi tacto, y pude sentir el temblor que la recorría cuando mi mano subió para acariciar su pecho lleno y redondo. Su pezón estaba duro contra mi palma y ella se inclinó hacia mí, arqueando su cuerpo como un arco. Le besé el cuello, rozando con los dientes su suave piel, mientras ella se agachaba y comenzaba a desabrocharme el cinturón.
Con una rapidez que contradecía la tensión que se respiraba en la habitación, me desabrochó los pantalones y rodeó con su mano mi dolorido pene. Me acarició suavemente, de forma provocativa, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Pero el reloj seguía corriendo y ambos lo sabíamos.
-¡Maddy! - gemí, en un susurro confundido y desesperado. - ¿Qué quieres de mí?
Madeleine respondió con una sonrisa grave y sensual.
• ¡Quiero ver si puedes mantenerlo calmado el tiempo suficiente para hacer el trabajo! - bromeó, apretando mi miembro con más fuerza.
Mi mente se aceleró mientras intentaba pensar en una forma de satisfacerla sin perder el control.
• ¡Puedo ser disciplinado! - le prometí, deseando ya comérmela.
Madeleine sonrió con aire burlón y movió la mano de mi pene a la cremallera de su falda.
• ¡Demuéstramelo! - me retó, con los ojos brillando bajo la luz fluorescente de mi despacho.

Con manos temblorosas, rodeé su cintura para bajarle la cremallera de la falda, con el corazón acelerado mientras la tela caía, revelando el tanga rosa a juego que apenas contenía su trasero bien formado. Ella salió del charco de tela, se volvió hacia mí y sus manos buscaron la cintura de mis pantalones.
Nuestras miradas se cruzaron mientras ella me bajaba los pantalones hasta los tobillos, y mi pene saltaba libre como un muñeco de caja sorpresa. Verla allí de pie, con nada más que sus tacones y su tanga rosa, era casi demasiado para soportar.
• ¿Sabes, Marco? - dijo con voz sensual, sonriendo ante mi pene alzado. - ¡Esto es muy inapropiado! ¡Tendré que disciplinarte más para que aprendas!
-¡Lo sé! - respondí, con la voz tensa por el deseo. - Pero a veces hay que saltarse las reglas.
Los ojos de Madeleine brillaron con algo que no era del todo ira, algo que insinuaba una necesidad más oscura y primitiva. Se acercó, volvió a tocarme el pene con la mano y lo acarició suavemente.
• ¡Demuéstrame que puedes manejar este poder que te he concedido! - susurró con voz seductora y desafiante.
Mi mente se aceleró mientras intentaba pensar en una forma de demostrar mi palabra sin perder el control. Respiré hondo, obligando a mi cuerpo a escuchar a la razón.
- ¡Maddie! – Le susurré. – Sabes bien que puedo contenerme.
Los ojos de Madeleine se encendieron y, por un momento, vi algo que parecía admiración. Pero rápidamente fue sustituido por una mirada de determinación.
• ¡Estoy esperando! - dijo con un susurro impaciente y desafiante que me causó un escalofrío.
Asentí con la cabeza y di un paso atrás, con mi pene erecto como un mástil. Ella se acercó, con su tanga rosa como única barrera entre nosotros. Podía ver la humedad de su excitación a través de la tela y sabía que me deseaba tanto como yo a ella.
- ¡Quítatelo! - le ordené con voz firme y autoritaria.
Madeleine entrecerró los ojos, pero no discutió. Con un movimiento lento y deliberado, enganchó los pulgares en la cintura de su tanga y se lo bajó por las piernas, dejando al descubierto su monte de Venus depilado.
Su sexo parecía una rosa, húmedo y tentador, y tuve que morderme el labio para no abalanzarme sobre ella. Pero había hecho una promesa y la iba a cumplir.

- ¡Da la vuelta! - le ordené con voz tensa.
Madeleine hizo lo que le dije, balanceando el culo mientras se giraba hacia la ventana. La vista de la ciudad no era nada comparada con la visión de su cuerpo desnudo, pero era un recordatorio del mundo exterior a ese momento de pasión. Respiré hondo, concentrándome en su reflejo en el cristal.


No lo niego. Estaba tentado a penetrarla desde atrás mientras se apoyaba sobre la ventana, pero no quería fallar su juego. Tenía que seguir sus reglas si quería ganarlo.
Su piel era impecable, la curva de sus caderas y la redondez de sus nalgas parecían una escultura que pedía ser tocada. Pero mantuve mis manos quietas, recordándome a mí mismo que esto era una prueba que ella misma me había puesto. Para demostrar que podía ser disciplinado, incluso cuando la tentación estaba así de cerca.
Me acerqué, sintiendo el calor que irradiaba su cuerpo.
-¡Abre las piernas! - le susurré, y ella obedeció, separando los muslos lo suficiente para que pudiera ver el rosa de sus pliegues.
Durante un momento, nos quedamos allí, con el único sonido del fuerte latido de nuestros corazones y el ocasional bocinazo de los autos en la calle. Extendí la mano, dejándola suspendida justo encima de su trasero, sintiendo la descarga eléctrica entre nosotros.
- ¡Mantén las manos sobre el cristal! - le ordené, y ella colocó las palmas de las manos sobre la fría superficie.
El aliento de Madeleine empañó la ventana cuando me acerqué, con mi verga presionando contra su muslo. Podía sentir el calor de su sexo, el aroma de su excitación me hacía dar vueltas la cabeza. Pero no la toqué. En cambio, me incliné, con la boca suspendida justo por encima de su oreja.
- Puedo ser disciplinado, ¿Lo ves? - le susurré desafiante. - Pero voy a necesitar toda mi fuerza de voluntad.
Ella contuvo el aliento y se inclinó hacia mí, empujando su culo contra mi verga.

• ¡Demuéstramelo! - demandó una vez más, con palabras apenas audibles.
Mi mano temblaba mientras bajaba y separaba suavemente sus pliegues, con los dedos deslizándose por la humedad. Acaricié su clítoris con la punta del dedo, observando el reflejo de su rostro en la ventana mientras se mordía el labio y cerraba los ojos con placer.
Las piernas de Madeleine comenzaron a temblar y se apoyó con más fuerza contra el cristal. Sabía que estaba a punto, pero no cedí. Necesitaba demostrarle que podía controlarme, incluso cuando todos mis instintos me gritaban que la tomara allí mismo, contra la ventana.

• ¡Por favor, Marco! - gimió, con voz desesperada.
Mi mano se detuvo, y la expectación se hizo palpable en el aire.
- ¿Quieres esto? - Le pregunté con una sonrisa, rozando mi bastón sobre su cola palpitando de las ganas.

Madeleine asintió, con los ojos aún cerrados.
• ¡Lo necesito! - corrigió, con una voz apenas superior a un susurro.
Con un gruñido de frustración y deseo, di un paso atrás y aparté la mano de su humedad. Ella gimió, con el cuerpo temblando de necesidad…
- Si lo quieres… - le dije, devolviéndole sus palabras. - vas a tener que ganártelo.
Madeleine se volvió hacia mí, con los ojos ardientes de lujuria.
• ¿Cómo? - preguntó, con la voz cargada de nerviosismo.
- Quiero que te sientes en el borde del escritorio. - dije, dando un paso atrás para darle espacio.
Ella obedeció, separando las piernas al sentarse, con su sexo brillando bajo la intensa luz de la oficina.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, mi verga pedía a gritos ser liberada. Pero tenía algo que demostrar.
- ¡Ahora, abre más las piernas! - le ordené con voz firme. Madeleine obedeció, separando los muslos como una flor que se abre, revelando la humedad que cubría la parte interior de sus muslos.
Me acerqué, sin apartarme de sus ojos expectantes, y me coloqué entre sus piernas.
- ¡Pon las manos detrás de la espalda! - le ordené, y ella lo hizo, una postura que hacía que sus pechos sobresalieran como una ofrenda. - ¡Bien! - murmuré, admirando cómo se endurecían sus pezones con la excitación.
Con un toque suave, guie la punta de mi polla hacia su abertura, la anticipación hacía que mis rodillas se sintieran como gelatina. Pero no la penetré, todavía no. En cambio, recorrí su humedad con la punta de mi pene, pintando sus pliegues con el líquido preseminal que brotaba de mí.
Los ojos de Madeleine estaban fijos en los míos, su respiración era entrecortada.

• ¡Por favor, Marco! - suplicó con voz tensa.
- ¡Paciencia! - ordené con voz grave que parecía vibrar en el aire. - Quiero que recuerdes este momento.
Los ojos de Madeleine brillaban con una mezcla de necesidad y frustración, pero mantuvo la postura, con las piernas abiertas y las manos entrelazadas a la espalda. Verla tan abierta y vulnerable era casi insoportable. Pero sabía que ceder al deseo en ese momento solo saciaría mis instintos más básicos. Tenía que demostrarle que podía ser algo más que un hombre dominado por sus deseos.

Respiré hondo y coloqué la punta de mi pene en su entrada, sintiendo el calor de su sexo contra mí. Sus ojos se enfocaron en los míos mientras empujaba hacia adelante, con la punta apenas penetrándola. Un suave gemido escapó de sus labios y sentí cómo su cuerpo se tensaba por el esfuerzo de mantenerse quieta.
Hice una pausa, saboreando la sensación de su estrechez a mi alrededor.

- ¡Maddy! — le susurré al oído. — ¡Estás tan húmeda por mí!
Me miraba melosa mientras se mordía el labio inferior.
• ¡He deseado esto durante días! —admitió, con la voz suave por el deseo. — Pero no así.

- ¡Lo sé! - le dije, con la voz cargada de mi propio deseo. - Pero a veces hay que conformarse con lo que hay.
Con eso, la penetré, centímetro a centímetro, observando la lucha entre el placer y el dolor en su rostro. Estaba tan apretada, tan caliente, y la forma en que se apretaba a mi alrededor me estaba volviendo loco. Tuve que agarrarme al borde del escritorio para no correrme allí mismo.
Los ojos de Madeleine no me perdían de vista mientras la penetraba, su respiración se aceleraba en jadeos cortos y agudos.
• ¡Marco! - gimió, clavando las uñas en la madera y los ojos bien cerrados.
Me incliné hacia ella, con las manos en sus caderas, y le susurré:
- ¡Ahora eres mía, Maddy!

Las palabras le provocaron un escalofrío y se mordió el labio con más fuerza cuando empecé a moverme dentro de ella. Cada embestida era lenta y deliberada, cada retirada una dulce agonía que nos hacía temblar a los dos.
Sus ojos buscaron los míos y, en ese momento, supe que había entendido lo que quería decir. No se trataba solo de poder o control, sino de la innegable química que había estado gestándose entre nosotros durante meses.
La penetré con mayor fuerza, su humedad me envolvía, la fricción aumentaba con cada embestida. Los gemidos de Madeleine se hicieron más fuertes, resonando por toda la oficina, pero no nos importaba. Con la insonorización, el mundo exterior se había desvanecido, dejando solo a nosotros dos y la dulce danza de nuestros cuerpos.

Sus manos encontraron el camino hacia mis hombros, sus uñas se clavaron en mi piel mientras yo aceleraba el ritmo. Mis caderas se estrellaban contra las suyas, cada impacto enviando una ola de placer a través de ambos. Nuestras miradas permanecieron fijas, la intensidad en la suya estimulándome.
La habitación era un torbellino de pasión y deseo, el sonido de nuestra respiración y el golpe húmedo de nuestros cuerpos la única música. Los pechos de Madeleine rebotaban con cada embestida, y tuve que luchar contra el impulso de hundir mi cara en ellos, de perderme en la suavidad de su carne.

Pero me mantuve concentrado, con la mirada fija en ella mientras comenzaba a mover las caderas, respondiendo a cada embestida. Sus piernas se enroscaron alrededor de mí, atrayéndome más adentro de ella, y pude sentir cómo aumentaba la tensión, cómo la espiral se apretaba cada vez más con cada movimiento.
• ¡Marco! - gimió, con una voz que era una dulce sinfonía de deseo. - ¡Dame más fuerte!
Era todo el ánimo que necesitaba. Con un gruñido, la penetré con fuerza, moviendo mis caderas como un pistón mientras reclamaba su cuerpo. Madeleine echó la cabeza hacia atrás y abrió la boca en un grito silencioso. Verla así, perdida en el placer, era demasiado para resistirse.

Mi verga era una barra de acero, deslizándose dentro y fuera de ella como si estuviera hecha para ella. Su coño estaba tan apretado, tan húmedo, que era como volver a casa después de un día largo y duro. Podía sentir la tensión en su cuerpo, la forma en que se aferraba al borde, y eso me hacía querer empujarla.
- ¡Córrete para mí, Maddy! - susurré, con una voz que era una mezcla de orden y desesperación. - ¡Quiero sentir cómo te corres por mí!

Abrió los ojos de golpe y me miró con una determinación ardiente. Podía ver la tormenta que se acumulaba en sus ojos, el momento de la verdad que se acercaba. Estaba cerca, muy cerca, y la anticipación me estaba matando.
El cuerpo de Madeleine comenzó a temblar, sus músculos se tensaron alrededor de mi verga mientras perseguía su clímax. Podía sentir la tensión en sus muslos mientras se apretaban alrededor de mí, sus talones clavándose en la alfombra. Su respiración se volvió irregular, sus gemidos se convirtieron en gritos agudos que llenaron la habitación.
Con un último y desesperado empujón, alcanzó el límite, con el cuerpo convulsionando de placer. Observé con asombro cómo se desmoronaba delante de mí, con su sexo apretando y soltando mi polla en una sinfonía de éxtasis. La visión era demasiado irresistible y, con un rugido de liberación, la seguí, con mi verga palpitando mientras me vaciaba dentro de ella.

Una vez más, quedamos unidos. Mientras ella jadeaba en busca de aire, yo me maravillaba ante su increíble pecho. Sin embargo, sus ojos estaban fijos en mi rostro, con una sonrisa de satisfacción en sus labios rosados.
Fue una tragedia vestirse. No solo queríamos volver a hacerlo, sino que después de la reunión de la junta directiva, no sería difícil sospechar lo que estaba pasando en mi oficina insonorizada con las puertas cerradas. Por no mencionar que mi oficina olía a sexo y sudor, a pesar del aire acondicionado y el ambientador que estaba usando.
Madeleine tomó la iniciativa, levantándose primero, alisándose la falda y ajustándose el sujetador. Se volvió hacia mí con una mirada de satisfacción:
• ¿Sabes algo? Nunca me había sentido tan viva tras reprender a alguien.
Sus palabras me impactaron como una descarga eléctrica, y no pude evitar reírme, mientras la tensión de la última hora finalmente se disipaba. Ambos sabíamos que esto estaba lejos de terminar. Habíamos cruzado una línea que nunca podría volver a cruzarse, y era tanto aterrador y emocionante.
Madeleine tomó su blusa y, sacudiendo la cabeza, se la volvió a poner.
• Pero no podemos dejar que esto afecte a nuestro trabajo ni que se vuelva una rutina, Marco. - dijo con voz firme pero no desagradable. - Tenemos que mantener esto... separado.

Oculté mi sonrisa e intenté asentir con la cabeza. Ella quería mantener las cosas bajo control. Quería que fuera una oportunidad “única en la vida”.
Pero, al igual que las demás, cuando le abrí la puerta, yo ya sabía que no sería la última vez.
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