Sergio y la hija de su amigo (+18) (parte 3)

Sergio lallevó al dormitorio con la mano firme en la nuca.
Lucía iba desnuda, desfachatada, empapada y feliz.
El cuerpo le temblaba, pero no de miedo:
de hambre.
—Tirate enla cama, pendeja.
Lucía seacostó con las piernas abiertas, apoyada en los codos, con esa sonrisaprovocadora que parecía decir “haceme todo”.
—No puedocreerlo —murmuró Sergio, mirándola—.
Estoy por cogerte en mi cama…
y sos la hija de mi mejor amigo.
Lucía serio.
Esa risa que en lugar de aflojar la tensión, la hace explotar.
—¿Y te hacesentir mal, Sergio?
—No.
Me calienta más.
Porque vos sabés perfectamente lo que hacés.
Venís, te vestís como una puta, y sabés que me tenés loco…
y encima sos la nena de Carlos.
Lucía setocó una teta y se la apretó.
Le mojó la mirada.
—¿Y sabésqué es lo peor?
Que mientras vos me mirabas toda la noche,
yo también pensaba en esto.
En vos.
En cómo me cogerías.
En cómo ibas a romperme la concha con esa pija.
Sergio setiró arriba.
Se la metió de un solo golpe, hasta el fondo.
Lucía gritó.
—¡Ahhh!¡Eso, viejo! ¡Dámela toda!
Él leapretaba las muñecas contra el colchón.
—Decimequién sos, pendeja.
—¡La hija detu amigo! —gemía ella, con la voz rota—.
La que veías en los asados, en malla…
Y ahora me tenés acá, con la pija entera adentro.
Sergiogruñía.
La cogía con rabia, como si estuviera reclamando algo que se guardó duranteaños.
—Tu viejo meabrazó esta noche. Me sirvió un trago.
Y ahora…
le estoy cogiendo a la hija como si fuera una puta.
Como si fuera mía.
Lucía semordía los labios.
El cuerpo le temblaba.
—¡Soy tuya!—gritaba—. ¡Haceme mierda, no me cuides!
Sergio ladio vuelta.
La puso en cuatro.
Le escupió el culo.
Le dio una nalgada que sonó en toda la habitación.
—Te gustaesto, ¿eh?
La hija mimada de Carlitos…
acá, con el culo rojo y pidiendo más.
—¡Meencanta! —chillaba ella—.
Porque vos me cogés como nadie.
Porque sos un hdp y eso me vuelve loca.
Sergio noparaba.
El colchón se sacudía.
Lucía tenía el maquillaje corrido, las piernas mojadas y la boca abierta detanto gritar.
Cuandosintió que se venía, se sacó.
Ella, sindudar, se dio vuelta.
Se arrodilló.
—Acabame enla cara. Dale.
Que quede clarito que la hija de tu amigo te pertenece.
Y así fue.
Le chorreó la leche por toda la cara.
En la boca.
En la nariz.
En las pestañas.
Lucíasonreía como una perra contenta.
Se relamía.
Feliz.
—¿Y ahora?—le dijo.
Sergio seagachó, le agarró la cara con una mano.
La miró de cerca.
—Ahora…
vas a dormir conmigo.
Y mañana me la vas a entregar de nuevo.
Porque no pienso devolverte, pendeja.