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El abismo entre nosotros - CAP 1

El abismo entre nosotros - CAP 1

CAPÍTULO 1: LA LLEGADA DE JACK






Horas antes, la lluvia caía sobre la ciudad con la insistencia de un mal recuerdo. Las gotas, gruesas y frías, abofeteaban el asfalto y lo ahogaban en charcos donde las luces de los coches se desangraban en destellos efímeros. Para Jack, cada paso sobre el pavimento mojado era un acto de rendición. Regresar. La palabra resonaba en su cabeza con el eco sordo de una derrota. Volver al lugar donde había sembrado adioses y, sobre todo, donde había dejado a Kennen, el hermano que la vida no le dio y al que el tiempo le había arrebatado.


El edificio se alzaba como un coloso de cristal y acero, un faro de una riqueza que a Jack se le antojaba obscena. «¿Qué demonios hago aquí?», pensó, el sabor amargo de la duda instalándose en su boca. Un escalofrío, que no era solo por el frío, le recorrió la espalda. Con un suspiro que liberó una nube de vaho, empujó la pesada puerta de cristal.


Pulsó el botón junto al nombre de Kennen en el intercomunicador. Un zumbido agudo rompió el murmullo de la lluvia y la puerta del apartamento se abrió casi al instante, como si lo hubieran estado esperando.


Kennen apareció en el umbral, su rostro más maduro, pero iluminado por una sonrisa tan genuina que disipó las sombras del pasillo y los años de ausencia.


—¡Jack! —exclamó, la voz cargada de una alegría que sonaba dolorosamente sincera—. ¡No puedo creer que estés aquí, cabrón! ¡Pensé que te había tragado la tierra!


El abrazo de su amigo olía a colonia cara y a una familiaridad que Jack creía perdida. Por un instante, la sensación de pertenencia, de hogar, lo desarmó. Pero mientras Kennen lo arrastraba con entusiasmo hacia el interior, la magnitud del apartamento lo golpeó como un puñetazo. No era un piso; era un manifiesto de éxito. Muebles de diseño, arte contemporáneo y una ventana panorámica que exhibía la ciudad lluviosa como un tapiz de joyas parpadeantes. El aire olía a cuero, a café recién hecho y a dinero. El perfume del triunfo.


La comparación con su propia vida, una deriva constante en busca de un "qué sé yo" que se le escapaba entre los dedos, fue una bofetada. «¿Cómo coño ha llegado a tener todo esto?», se preguntó, un nudo de asombro y envidia retorciéndose en sus entrañas. «¿En qué momento me quedé tan atrás?».


Kennen le sirvió un whisky en un sofá que parecía una nube de cuero, ajeno al torbellino en la mente de su amigo. Recordaron anécdotas de juventud, y por un momento, la risa fue un puente sobre el abismo de los años. Jack luchaba por mantener una fachada de normalidad, pero la pregunta seguía ahí, corroyéndolo: ¿cómo había escalado Kennen tan alto mientras él seguía tropezando en la nada?


Fue entonces cuando la energía del salón cambió.
Como si un foco de luz blanca se hubiera encendido de golpe, ella entró en la habitación. O más bien, irrumpió. Despampanante no era una palabra suficiente. Su presencia era magnética, casi irreal. Sophia.


Una joven colombiana de unos veinte años, calculó Jack, que se movía con la seguridad de una reina. Su piel, de un tono canela suave, parecía irradiar luz propia. Su rostro era una sinfonía de facciones delicadas y una inocencia que, paradójicamente, resultaba perturbadora. Pero eran sus ojos, del color del café más puro, los que lo atraparon; lo miraron como si pudieran ver a través de él, hasta el último de sus pensamientos sucios.


Su cuerpo era una oda a la disciplina y a la feminidad. Tonificado por el yoga, cada músculo definido sin perder una suavidad curvilínea. Vestía un top deportivo azul cobalto que luchaba por contener las tetazas que tenía y unos leggins negros ajustadísimos que se adherían a sus piernas y a sus nalgas como una segunda piel. Dios, sus nalgas. Eran una obra de arte: grandes, redondas, con una forma de corazón perfecta que desafiaba la gravedad. El conjunto, una mezcla de funcionalidad y sensualidad desbordante, era una declaración: "mírame, pero no te atrevas a tocar".


Jack sintió una sacudida eléctrica desde la nuca hasta la entrepierna. Una erección, dura y dolorosa, le oprimió contra el pantalón. «Joder...», fue el único pensamiento coherente que logró formar. Luchó por que su mandíbula no cayera al suelo. Más allá de la atracción física, brutal y primitiva, había algo en su calma, en su poder silencioso, que lo descolocó. No eran celos. Era la certeza de que esa mujer no era un trofeo. Era un poder en sí misma, y eso lo inquietaba profundamente.


—Jack, esta es Sophia, mi novia —dijo Kennen, con un orgullo posesivo que no pasó desapercibido—. Sophia, este es Jack, el hermano perdido del que tanto te he hablado.
Jack logró esbozar una sonrisa y le tendió la mano. El contacto con su piel suave fue como una pequeña descarga. Ella le devolvió el saludo con una inclinación de cabeza, sus ojos fijos en los suyos por un instante que se sintió eterno. En su mirada, Jack creyó ver algo más que simple curiosidad.


La conversación se reanudó, ahora un trío incómodo. Jack hacía esfuerzos titánicos por no devorarla con la mirada cada vez que ella le daba la espalda, lo cual sucedía con una frecuencia que ponía a prueba su autocontrol hasta límites insospechados. Aquel culo era una provocación andante.


Cuando Kennen le ofreció quedarse, Jack aceptó con una mezcla de gratitud y humillación. Sophia asintió con una sonrisa educada, pero él juraría haber visto un destello fugaz de contrariedad en su rostro. Un enigma más que añadir a la lista.


La habitación de invitados era más grande que cualquier sitio en el que hubiera vivido. Al deshacer su modesta maleta, se sintió aplastado por el brutal contraste entre su vida precaria y el imperio de Kennen.


—¿En qué jodido momento nos alejamos tanto? —murmuró para sí mismo, la pregunta flotando en el aire cargado de un perfume caro y ajeno.


Intentó dormir, pero los fantasmas del pasado y el ritmo incesante de la lluvia contra el cristal lo mantenían despierto. Finalmente, la sed lo obligó a levantarse.


Y ahora estaba aquí, paralizado en el pasillo, un mirón en la oscuridad.


—Ah… sí… así… más… —la voz de Sophia, entrecortada, se filtró de nuevo.


«Debe ser toda una fiera en la cama, la jodida cría», pensó, una oleada de calor recorriéndole el cuerpo. La curiosidad, una serpiente venenosa, le susurró al oído. Se acercó a la puerta con la cautela de un ladrón, el corazón golpeándole las costillas. «Si me descubren, estoy muerto», se dijo. Pero la necesidad primitiva de escuchar, de imaginar, era más fuerte.
—¡Hmmm, sí… ahí… justo ahí!


Ese gemido, más gutural, encendió la mecha de su fantasía. La imagen de Sophia se materializó en su mente con una claridad obscena: desnuda, la piel brillante de sudor, las piernas abiertas sobre las sábanas de seda, su carita angelical contorsionada por el placer mientras él, Jack, la embestía con furia. Su polla palpitó con fuerza ante la visión. «Si fuera mía… la tendría a cuatro patas ahora mismo, a punto de reventarle ese culo de diosa…».
Estaba a punto de pegar la oreja a la madera cuando los gemidos cesaron abruptamente.


Un instante después, una franja de luz se filtró por debajo de la puerta. Se había encendido la lámpara.


El pánico lo golpeó como un mazazo. Salió del trance, retrocediendo en silencio, cada paso una agonía, hasta que se refugió en la seguridad de su cuarto.


No pudo dormir. La duda, como un gusano, lo carcomía. ¿Lo habrían descubierto? ¿Habrían notado su presencia? Con las primeras luces del alba tiñendo de gris el cielo, el agotamiento finalmente lo venció, arrastrándolo a un sueño agitado, lleno de ojos oscuros y gemidos ahogados en la oscuridad.




Continuará

3 comentarios - El abismo entre nosotros - CAP 1

TheGoodPajas +2
BUENISIMO RELATO!!!!!!!!!!!, espero con ansias la segunda parte, mas que bien merecido los puntos. +10